jueves, 9 de noviembre de 2017

He vuelto a escuchar nuestra canción. No es nuestra. Es sólo mía, y lo es porque nunca me hiciste tuya. Hay veces en las que sólo quiero gritarte, escupirte mil insultos, soltarte un "gilipollas", decirte que eres lo peor que sin duda me ha pasado alguna vez, peor que mi infancia, peor que mis pesadillas de las tres de la mañana, peor que el vacío existencial, que eres un mierdas, que no vayas de bueno, que me repatea que ella no me apoye, que sea tu amiga, que me haga callar, que también me envuelva en el silencio, cómplice, eso eres, qué grave, empujarte, darte una bofetada, golpearte el pecho hasta llorar de culpa, por tu culpa. Otras veces, sin embargo, no quiero decirte nada. Entonces es peor. La rabia al menos me hace desear cambiar las cosas, la nada sólo me hace ser este despojo de arrepentimientos. La nada me hace nada porque ya no se pueden cambiar las cosas, el pasado, lo que hiciste, lo que sentí, lo que pasó después, y todo lo que ha pasado desde que te tengo enquistado. Cuando pienso esto me pongo toda azul, me deslizo en un rincón, me imagino que no tengo lengua y no hablo, no escucho, sólo miro a través de cascadas y espero. Espero a que se pase. Espero. Espero. Y de nuevo, la rabia.
La tristeza me  vuelve furiosa. Y la furia me vuelve triste. Es un círculo vicioso que no logro romper. Como estar en el noveno círculo de Dante. Los lunes se han vuelto el día feliz de la semana. Logro salir del Madrid al que me has llevado a rastras. Ocupo mi tiempo en pensar  otras cosas.
Ya ha pasado más de un año. Es peor el paso del tiempo, porque ello implica más conocimiento. Ahora sé lo mal que estuvieron las cosas desde el principio. Ahora sé que nunca tenía que haberme cruzado contigo.
No sé cómo seguir con esto.
Solo quiero un manifiesto. No es justo. Esto no es justo. Sólo quiero ir a cualquier otra parte, a ese momento en las escaleras y decirme: "Un hombre que no te coge de la mano al subir las escaleras a su habitación no merece la pena"

jueves, 21 de septiembre de 2017

En Viernes.

-Bueno.
Le miro de reojo. Hace unas semanas me hubiera reído, por tapar el silencio, yo qué sé, y luego habría dicho algo estúpido "Ya te digo" "Desde luego" "Lo tuyo es grande." Me digo que ahora ya no digo esas cosas, que puedo mantener el silencio, pero es mentira. Sí, es mentira porque me sigue poniendo nerviosa, puedo repetir muchos sinónimos: que me altera, que me excita, que me hace enrojecer, y la verdad seguirá siendo la misma. La verdad de que sus ojos son tan tranquilos que una mierda me tranquilizan si no que me cosquillean en las comisuras de la boca y me fuerzan a no sonreír, porque Dios, chispean, y me hacen enmudecer o humedecer, para el caso es lo mismo, no respires, no pongas puntos, de esto se trata este discurso de soltarlo todo sin respirar para que el oxígeno no llegue al cerebro y utilice la conciencia en mi contra punto te digo que no es normal a estas alturas de mi vida que tenga una lista de adeptos al fracaso amoroso pero que ya estoy harta de numerarles, de encontrarles hueco en mis costillas y acariciarles en silencio porque sólo me dan silencio, ninguno grita, ninguno se declara y para qué hacerlo yo punto lo que no es normal es que yo me enamore tanto y me defino como enamoradiza pero no es así, sólo tengo la buena o mala suerte, depende de la perspectiva, de encontrarme a mitades que tienen los vacíos que rellenan mis huecos, como si fuéramos un puzzle, ay, David, Goliat cuántos sueños habéis poblado. Ya era hora de poner un punto.
-¿Cuándo te vas?-Pregunto. No le miro, seguimos andando, sin prisa, pero con un destino fijo.
-¿Cómo?
Le ha salido esa voz que pone cuando acaba de escaparse de sus pensamientos.
-Sí, que cuándo te vas a casa de
-El martes-Me interrumpe.
-Ya.-Toso.- ¿Y?
Esta vez me mira. Siento sus ojos  así que le busco con los míos.
Se encoge de hombros. Suspiro. A veces los hombres son inútiles. No saben leer entre líneas.
-¿Puedo soltar una cosa?
No sé porqué lo he dicho. Los dos nos tensamos. Es la primera vez que estamos en un situación así. Ya sabes, esa situación que no controlas, donde la otra persona te puede salir por cualquier lado pero seguro que no es algo bueno, seguro que es algo serio porque si fuera algo banal no haría falta la pregunta. Así que como la tensión está en el aire paro de caminar  y me meto las manos en los bolsillos. Él sigue andando pero se gira al cabo de dos pasos.
-Llevo guardándome esto mucho tiempo ¿sabes? porque intento cambiar un poco o no o sólo volver a la chica que era antes. Y llevo mil años leyendo entre líneas y estoy harta, nunca se me dio bien, y ni mil ni dos mil años me van a hacer entender que aquello que se lee de pasada nunca se va a entender, por muy moderno y casual que suene ahora. Ah sí, una mujer moderna, estamos en la misma línea, no hace falta hablar, bueno pues ahora te digo que sí, que qué pinta ahora, pues yo qué sé.
Me callo. Porque en el fondo aún sigo sin saber si quiero decirlo o no. Tal vez solo tengo miedo de sonar estúpida, muy romántica, ilusionada, pesada.
-Ya me estás mirando así. Hoy lo tengo que soltar todo ¿vale? Soy una fuente, vale, no más dobles sentidos, ¡no me pongas esa cara! Busco ser sincera pero por el ángel no me lo hagas tan difícil. Sólo quiero ser yo, pero me hizo tanto daño. Me rompió en dos.
Cierro los ojos. Y con el recuerdo de otro todo se hace tan irrisible. Qué más da lo de ahora si ya tengo un para siempre, las palabras no tan sinceras que le pueda decir a este chico no son nada comparado con la que fui con otro. Y sé que no voy a ser sincera, que me escudaré en frases de cortesía, en expresiones laberínticas.
-Ni siquiera quiero hablar del tema. He leído lo suficiente como para saber qué es lo que pasa. La que está hablando hoy es la mujer insegura que quiere comerse el mundo y la aseguran que las acciones no siempre demuestran las emociones. Sólo estoy buscando que me hagas un plano de lo que sentiste aquella noche. Sólo quiero decirte que lo siento, que ojalá hubiera sido menos orgullosa como para haberte dicho que te necesitaba. Que fue lo mejor que me había pasado. Que cambiaste mi eje. Que me enseñaste toda una nueva teoría de cómo puede ser la lujuria.
Abro los ojos. Él me está mirando. No sé descifrarle. Me río, porque es tan inútil este discurso.
-Da igual, solo tengo un día especialmente delicado. Vamos, anda.
Aprieta mi brazo. Trago. No le miro. Debería haberlo hecho en viernes.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Volver, segunda conjugación.

Hola Malvina:
He vuelto a ser poesía. Entiéndase ser poesía como la forma que adopta el sujeto cuando no sabe ser realidad y recurre a la metáfora, cuando soltar una frase descriptiva deja mucho de una misma y decide embellecer aquello que aún no tiene ni nombre. He vuelto a caminar por las vías del tren de puntillas, descalza, fingiendo que la caída no supone un fracaso sino la recuperación de la gravedad. He vuelto a decirle a David que de nuevo me acuerdo de él, al acariciar el miedo que un día vi en sus ojos, en el reflejo de los míos. He vuelto a estar sola y a esperar que la ambición deje de luchar y se canse, que se agote, que lentamente se resigne: no sirve de nada desear, niña, si todo lo que deseas bien de sobra  sabes que es imposible. He vuelto a tener miedo de lo que un día desdeñé: al vacío del cuerpo físico, qué memoria ni que nada, yo quiero verte, mirarte, tenerte, recordarte no te vive,  que no te resucito solo te atraganto. He vuelto a juntar las esquinas de la manta que arropa mis pies, me digo que septiembre  siempre fue injusto pero qué mentira tan grande, septiembre no fue injusto, me fue desleal, sólo a mí. He vuelto a acortar las frases y repetirlas hasta que la anáfora se haga tan aburrida que ya no me quede nada que decir salvo un: otra carta más para esta mujer de mi vida.

He vuelto a ser la que era, cómoda en mi piel, cómoda en la vida, cómoda en la muerte. He vuelto a vivir lo que no significa vivir y a experimentar el primer puñado de arena que cae en el baúl de los recuerdos. He vuelto a estar triste a solas y ser irónica en público.  He vuelto a lo que no era pero deseaba y soltar verdades aún y cuando me callo las que menos deseo saber y más daño me hacen. He vuelto, porque uno siempre puede volver, aunque sea cerrando los ojos y echando a volar la imaginación. He vuelto como quien vuelve al lugar de los hechos, cerrando heridas, acariciando piedra. He vuelto, cariño.

Tengo esta imagen grabada en la mente: la de un abrazo frente a una losa de cuatro nombres y un hueco de cinco ataúdes. La de un niño llorando con la mano pegada a la frente, y la mirada al suelo, borrosa, húmeda, pasada por agua. Y una mujer, con gafas de sol, llorando porque otro llora, abrazando con tanta fuerza que una no sabe qué tristeza es más grande, la del amado, la del amante, la del que es consolado o la que consuela, pero sobretodo, la del que permite ser consolado o la del que grita de dicha por ese permiso.
Hoy, Malvina, sé cómo te bajaron con cuerdas tu ataúd, el sonido de la tierra cuando golpea la madera, y el intento vano de fingir que ahí abajo no hay un cuerpo, porque ya jamás volverás a vivirle.

sábado, 19 de agosto de 2017

Miedo.

Hola Malvina:
Mañana hará un año. Todo lo que es digno de mención en mi vida ha pasado, en ese impermeable cambio de día, un día que nace de noche, que yo ya me he hartado de llamar madrugada, pero que en verdad no tiene porqué nombrarse pues aquello que pasa en la ambivalencia no merece ser fechado. Así que pretendo que a veces pasa un 19 y otras un 20, que pasó el día de San Esteban o el de antes de Los inocentes, que fue el 25 o el día de Santa Ana. Y otras veces el destino ya me dice qué día tiene que ser, porque hace de un numero una fecha que resulta ser una coincidencia, esto último y no casualidad porque ellas no existen.
Hoy, hoy hace un año de la entrada de mi cuerpo en una recesión que se vio súbitamente interrumpida por la llegada de un ente literario que supo desmentirme todo lo que mi mente se había obligado a creer. Hoy escribo a metáforas porque las palabras sinceras son muy reales, y de lo real se pasa a lo brusco, a lo harto, a lo difícil que es entender el dolor de un cuerpo expropiado.  Hoy, en este término que se llama madrugada, que no sé si  es hoy o mañana, en la noche, empezó un retraimiento de la lujuria en pos de la ternura, y de la ternura que implica la lujuria de un hombre tierno. Hoy, Jorge, te convertiste en Jorge. Lo de antes, la de antes, se quedó en un balcón con la única presencia de una luna marinera que no hacía más que recordarme la inferioridad de mi ser. Ojalá pudiera ser mas poética. Ojalá pudiera decirte todo lo que me pasó aquella noche. Ojalá el nombre de Petrarca hubiera sido más trágico, ojalá me hubiera abrazado un poco más, callado más, preguntado más, o menos. Ojalá simplemente no hubiera estado tan confundida con mi propio cuerpo, ojalá hubiera estado más segura de lo que hay que hacer. Jamás me sentí tan sola, escúchame, no lo hagas, quiero que me entiendas, que oigas estos gritos silenciosos, porque ya no sé cómo decirte que me perdí, que un 14 de noviembre no se compara a lo que viví el año pasado. Dime, David, ya que tú eres el único que lo sabe, si las cosas podían haber sido diferentes, si la vida me hubiera dado a elegir, si no le hubiera contado esta soledad a la confianza en vez de a ti, tú que tan poco me diste.
Se me ha venido a la memoria aquella vez en la que fui contigo y con Violet a tu antiguo instituto. Te sigo echando menos, aunque cada vez menos. También se me ha pasado por la memoria aquel libro que leía una y otra vez de pequeña, ese en el que salía un leñador con barba en la portada, en un fondo azul marino con dos o tres cipreses al fondo. Siempre se me olvida el nombre. Recuerdo también aquel libro de los hermanos Grimm que dejé en la librería de la plaza del dos de mayo, donde pienso llevar al que aún no tiene nombre, no, Germán. Es un bonito nombre. Se me acaba de ocurrir. Le pega. Se me pasa por la memoria también el anciano de la calle Dr. Roux, el que me dijo que el cementerio sí que estaba abierto, solo que había que abrir el portón negro.  Cualquier cosa me vale para no pensar en aquella noche.
Ya no sirve la rabia. Ya no sé qué quiero. Ya no sé si me perdí, si perdí la lujuria o es que nunca la sentí realmente, si he sido siempre así de puritana o es algo que he conseguido con el precio de recordar. Siempre me pregunté por las primeras veces, no me gusta ir de nuevas por la vida, tengo curiosidad en mi imaginación hasta que se lleva al plano real, entonces me escondo y no soy capaz de sacar ni las antenas. Pero siempre me dije que era fuerte, que nada, o casi nada podía romperme. Hasta que me rompí. No sabía que podía ser tan sensible, patética, triste, melancólica. Nunca pedí ayuda. Siempre la necesité pero la hice tan imposible que acabé por desdeñar cualquier rostro de socorro. Me habéis convertido en esto. Vosotros los hombres me habéis convertido en un ser ninfómano que intenta tapar con tiritas una hemorragia interna. Dime qué debí hacer. Dime si al principio no ayudó como el mejor de los jarabes, dime si no me sentí al control, dime si no dije que podía ser lo que quisiera. Entonces llegó hoy. Y toda aquella lujuria, los líos de una noche, los encuentros casuales en bares, los chicos sin nombre  pasaron a ser tan fríos. Y me vi como ellos me veían, una mujer a su merced. No, no me había recuperado a mí misma, sólo me había hundido más en el hoyo.
Hoy no soy literatura. Hoy solo soy una mujer. Una mujer que ha temido, una mujer que siente un miedo que a veces no es capaz de controlar. Hoy solo soy una mujer que recuerda y saber perdonarse, que siente, que padece de la peor enfermedad: la de no encontrar su lugar. Hoy, hoy hace un año que sentí tanto asco, que por primera vez entendí que los cuerpo siguen siendo cuerpos, y que el intercambios entre ellos se hace innecesario si no hay de por medio ternura. Hoy solo soy una mujer que grita en su pequeño cuarto que ha sentido miedo. Miedo. Miedo a la lujuria, miedo al amor, miedo a los hombres, miedo a sus genitales, miedo a su posesión, miedo a compartir, miedo al frío. No, no fue el propio sexo lo que me paralizó, si no el absoluto abandono de después. Me dicen que tengo que perdonar, que hizo las cosas como pudo, que debí decirle que se quedara. Fue un idiota. Uno puede ser idiota y no ser del todo mala persona. Pero fue un idiota en el peor momento. No supe que iba a necesitar ternura hasta que lo necesité. Un beso más apasionado. Una caricia. Un abrazo y un guiño. No la absoluta soledad. No puedes dejar a una mujer a merced de la noche después de haberla follado. No si es la primera vez. No si desconoces el miedo que sintió alguna vez, no si tratas a una virgen como una mujer madura. Aún me sigo reprochando el quejarme, el exigir un gesto más tierno. Venga, mujer, todas hemos tenido primeras veces horribles, la tuya es estupenda comparada con la mía, venga, puedes tener sexo sin amor, hay que saber diferenciar, tienes que ponerte en situación, el tío no se espera que tú le pidas una caricia. Y ahora digo que me quejo. Que gran parte de mi tristeza fue descubrir que los amantes pueden ser igual de fríos que los hombres de los callejones. Que los chicos con los que paseas por el parque pueden ser igual de asquerosos que los recuerdos más horribles. Lloré por muchas cosas aquella noche. Ahora sé que en parte buscaba atención. Sí, buscaba que me abrazara sin más y me dijera que lo de anoche había sido genial o un desastre pero que se alegraba en el fondo de haber tenido un rollo conmigo. Aunque volviera con su novia. Aunque me dejara embarazada y tuviera que hacer todo lo que una vez me juré no hacer. También sé que lloré porque recordé lo que es el asco. El miedo. Yo pensaba que iba a ser diferente. Fui una Madame Bovary. Pensé que iba a ser frenético, bonito, divertido. Y resultó llenarme de frustración, de asco y de miedo. Me hizo recordar no vivencias nuevas que ya sabía, si no sentimientos que había enterrado en pos de mi bienestar. Hombres en jardines condenados a verse a través de mis ojos todos los días por el resto de mi vida hasta que me mude de Madrid. Al principio cerraba los ojos al pasar por el lugar, ahora ya sólo desvío la mirada y me fijo en la higuera que crece torcida. Me digo que algún día crecerá tanto que tendrán que cortarla porque impide el paso de coches en la carretera. También me suelo preguntar porque tengo tanto miedo de la noche si ocurrió de día. Pero ahora sé que los recuerdos siempre vuelven de noche cuando la luz de los ojos ya no alcanza para ver la realidad. Ahora sé, también, que jamás volveré a contar que sentí una vez un miedo terrible, porque se curará cuando sienta una ternura que se la compare en magnitud. Sé que no iba a conseguir olvidar nada a través de líos de una noche. Ahora sé que las historias siempre se repiten pero que la segunda vez no nos pilla tan desprevenida. De todas maneras me quejo, yo no sé quién ha escrito la suerte de mi vida pero a ese ser le digo: deja de encadenarme a hombres que me convierten en la otra, que me llenan de silencio. Estoy harta de David y Goliat, y parece que Yavhé quiere encontrar su lugar, aunque no sé si fiarme de un ente espiritual, al menos los otros dos eran de carne y hueso.
Hoy, hoy que recuerdos ajenos me han hecho revivir esta la mía desgracia, digo que quiero quejarme. Que merezco quejarme y que algún día gritaré que las cosas nunca estuvieron bien. Que el miedo a veces viene de la soledad y no del hecho en sí. Que la vida se merece algo más de mí. Que me siento tan sola, cariño, tan sola, que me pregunto si alguna vez dejaré de sentirme así. Que duele como si me hubieran arrancado lo más querido, y lo hicieron, oh sí. Que desde entonces ya no soy la misma. Que nunca supe ser yo. Que ya no escribo porque para escribir vanas esperanzas si nunca se harán realidad. Que solo soy un trozo sensible de alma que ya no sabe ser sincera. Que sintió miedo y la han convertido en silencio.
Que yo creí que más de diez años eran suficientes para olvidar. Y con cuánta rapidez vuelvo a ser una niña.
Te quiero mucho, mi niño, mucho como la trucha al trucho.

jueves, 20 de julio de 2017

David e Goliat.

Hola:
Por primera vez no me dirijo a nadie. Ya no sé a quién hablar, o si lo sé, no quiero que éste lo sepa, quiero callarme, velarme, que no se note quién es Goliat aunque ya sea un secreto a voces, aunque se me note tanto en la mirada que es casi un pecado no pedir un milagro, sentirme pena, suspirar, y decir "Anda, anda, ya se pasará". Pues claro que pasará. El tiempo cubrirá de musgo este árbol mío, joven aún, frío, egoísta, y echará de sus ramás cualquier indicio de nido, se sumergirá en sí mismo: siempre fui un sauce, que llora pero no rompe a llorar si no que se le escapa, crece hacia abajo suavemente, y al final nadie sabe qué fue de su corazón. Y los años, aunque hoy se digan tan rápido, pasarán lentamente, pensando, rememorando, todo lo que pudo ser y no fue, lo ajeno que resultó la literatura esta vez, el miedo tan tonto a escribir algo más largo que este suspiro. Pasará, como todo lo que no pasa, y me dejaré caer un día junto a la tumba de Malvina, llena de remordimientos, y susurrando "Ya no siento lo mismo, ya no" Y pasará. No es un amor tan enraízado. Es solo el leve toque de la esperanza.
Me gustaría escribir poesía en un ensayo.
La biblia dice de David que es un pastor, último de los hijos de un pastor, hermano de hombres valientes que luchan contra los filisteos. Para aquí un momento: siempre quise empezar una narración  con la frase "La biblia dice", y el siempre es sólo una exageración misma de la literatura, el siempre empezó cuando acepté que la teología es lo que invade la mente de los curiosos, cómo es posible cegarse ante la fe, creer en la levedad de la vida, en dejarse llevar. A mí también me entran ganas de ser hombre con tal de poder ser cura, con tal de repartir paz, con tal de enamorarme, sentir un arrebato moral, y dejar los hábitos. Qué mala influencia son Mario y Valera. Ah qué bien despistas. Entonces, David, al principio, es sólo un pastor, con una inteligencia que parte de la observación, casi de lo innato, y que es valiente en la medida que sabe que va a triunfar. No es un héroe, es sólo listo. Llega entonces el personaje de Goliat. Goliat es un gigante que lucha con los filisteos, cuando aún se creeían en gigantes, cuando lo pagano convivía con la gloria de la verdad de Dios. Goliat es una creación a medida de las necesidades de David. ¿Existió alguna vez un rey llamado David? ¿Mató a un gigante? Desde luego la realización de la ofrenda se parece inreíblemente a la de los antiguos griegos en La Iliada. Una lucha de los dos mejores, y quien gane, hace innecesaria la guerra, la derrota y la muerte, convirtiéndose en deudor de vidas y de fuente de agradecimiento y heroísmo eterno. David se presenta como la última oportunidad, y aunque se rien de él Saúl sabe ver en él la hilaridad de su expresión oral. Juega con las palabras como dirige a sus ovejas, con bastón, firmeza y algo de encanto. David no es ningún guerrero, aunque bien conozca el arte de guerrear, él prefiere hablar, ceder, atormentar, castigar con esa lengua viperina, ay esa lengua es la que lleva a la gloria, la que provoca la envidia de Saúl, pero la que le salva de heridas lacerantes y frustraciones ajenas. Saúl le permite, no está siendo condescendiente, hay una esperanza que cae a goterones por el cuerpo de David, y el rey sabe olerlo. De Goliat no se sabe mucho. Goliat no es nadie. Es un instrumento, bien literario, bien biográfico, para el fin de David. Goliat tiene nombre porque la leyenda la de "David y el gigante Goliat" se extenderá más allá de los muros de Israel. No mató a un gigante, si no al gigante de los filisteos, de ahí la necesidad de su nombre. Si no, si fuera un gigante cualquiera, el nombre sería innecesario. Es lo opuesto a la bondad. Y sin embargo David nunca fue bueno. David fue, a lo largo de toda su vida, un lobo con piel de cordero, desatando furia y encanto allí dónde acampaba, siendo el más listo y a la vez el más ingenuo, engañando así, hasta acabar solo pero en la gloria del recuerdo. Conocí una vez a un hombre igual, no creí que existieran, y es verdad, no existen, mi David es una copia de la imaginación de otros hombres. David no es nadie sin la leyenda, sin la tragedia, el teatro, la labia, el encanto, la sutileza, el engaño, serpiente, dime ahora porqué no me tatué una serpiente con los colmillos sangrantes, ay mi sangre, me has envenenado y sólo tú tienes la medicina. Mi Goliat es un proyecto. Es el reflejo de la gloria de otro hombre. David y Goliat existen en mi imaginación en la medida en la que hubo antes un David, y un Goliat que quisiera enfrentarlo. David siempre me dijo que hay que preguntar sobre las dos versiones. No se sabe la versión de Goliat, y escúchame bien: por eso mantengo la esperanza. O no, o es que estoy ciega. El destino ya me ha dicho que David siempre triunfará sobre Goliat, que no hallarán cabeza y cuerpo juntos, que su destino es morir bajo la mano de David. Los dos lo sabemos. Ya has matado a Goliat porque su recuerdo no me hará sufrir tanto como el tuyo. Pero ¿Y si el destino me está diciendo que aún no está escrito? Dímelo tú, Goliat, dame curiosidad.
¿Debo deshacerme de la suerte de Goliat, ya que siempre morirá por culpa de David? ¿Debe la existencia de David, aplacar mi esperanza sobre Goliat? ¿Existiría esta fragilidad por Goliat sin haber conocido la gloria de David?  ¿Qué hacer, tirar la toalla o escribir mi destino?
Dímelo tú Goliat, deja de jugar a ser Granchester.

domingo, 4 de junio de 2017

Infierno dantesco.

Hola Goliat:
No sé muy bien porqué te escribo. Ya no. No cuando la vida parece que me ha dado una tregua, cuando el destino me ha dado una palmadita en la espalda, y ale, apañátelas, nunca será tuyo, pero por una noche lo fue, recuérdala. Sí, eso he venido a contar. De aquí a un tiempo se me ha formado la idea en la cabeza de que tú y yo somos Dante y Beatriz. No porque compartamos la literatura, la ausencia de inspiración, o la falta de poética, si no porque tanto ellos como nosotros somos resultado de un encuentro casual, de un día, una noche, en un locus amoenus. Y si quieres pruebas, porque te oigo desde aquí, me pides pruebas, bien te las doy, mi prueba es la casualidad primera de Barcelona. La despedida de un David que no dejó hueco en cabeza por su pedrada, la liberación, y entonces aquélla última vez que le vi, en el exámen de latín, y salí disparada hacia la nada, hacia la calle, hacia una universidad que pensaba iba a ser la mía. Pues eso, Barcelona, en el castillo, gracias a la historia de Lluis Company, y salí a la luz sabiendo mi destino. Ah, yo no puedo ignorar este gusanillo, este anhelo de conocer la historia, ahora tal vez el destino me quiera decir que aquella decisión fue un error, pero donde elegí mal, donde elegí por David tendría que encontrarme a su Goliat. Debí haberlo sabido antes. Sí, debí haber antes que esta culpa, este anhelo, ausencia de tu presencia, me iba a traer una figura más grande, un gigante. Esta es mi primera prueba. Que, en cierto sentido, si David me llevó aquí, si el profesor de historia, si las ambiciones históricas de David no hubieran existido, tú y yo, Goliat, no hubiéramos sido Goliat y Medea. Mi segunda prueba, para confirmar que tú y yo somos los modernos Beatriz y Dante es que el destino también nos ha unido por las letras. El destino me dijo que nunca podría conocer a otra persona como David, y de repente aquí estás, como si fueras su opuesto pero siguiendo su línea. No hay dos perosnas más distintas en toda la faz de la tierra. Y sin embargo uno me recuerda al otro, porque las carencias de uno se presentan en el otro, y los éxitos del otro no se presentan en el uno. El destino me dice nunca nadie será como David, pero que tuve que valorarlo tal y como era y no aspirar a que fuera mejor, porque ¡mira! ya tienes a su Goliat y no te has enamorado de él. Lo que me unió a David, literalmente hablando, fue el deseo oculto de ser su editora, su confidente, su caja de secretos, y creí que había tocado aquella ansía con la punta de los dedos (porque recuerda David, que yo fui la primera chica a la que hablaste de tus libros). Me creí satisfecha al escribir "La belleza de los ojos castaños" pero, ay, que sinsentido fue aquel deseo. No, David, no valoraste mi opinión, fue un descuido tu revelación. Goliat, sin embargo, Goliat tiene un deje literato que llama al mío, como un lobo a la luna, y no soy la única que lo vio. A veces, cuando intento recordar cuándo empezó todo, recuerdo su mirada en el bar, mirándome como un pintor a su musa. Ha sido la única vez que me he sentido así en toda mi vida. Su mirada escurridiza pero atenta, me veías, me sabías, me admirabas, te sorprendí. Esta es mi segunda prueba. Resúmela tú. Mi tercera prueba es que al igual que Dante y Beatriz, somos cosa de un instante. Yo elaboré una poesía entera a partir de esa noche, para contarle a alguien este deseo insatisfecho, esta  satisfacción, este cosa extraña y ridícula que me reduce a una exigencia, a un calor en el vientre, a un dolor en el pecho. Tenía que contarle a alguien que me encontraba más quemada que nunca, y no en un sentido rabioso, histérica, de color rojo, no, sino en ese estado de cenizas, estado ceniciento, que apenas se saborea, que apenas siente sus miembros. Somos cosa de una noche. Somos el reducto de las mejores cosas que pueden pasar y todas las peores que jamás se han pensado. Fui otra traición, ay, pero qué traición tan placentera. Beatriz nunca le preguntó a Dante si ella era Beatriz. Beatriz nunca supo que ella no era mujer en si misma, si no que era un reducto de ideas, de una Bea y una directriz, y que juntas no conformaron a Goliat si no que conformaron a David y Goliat. Voy saltando a trompicones.
Solo quiero decirte que quiero guardarme el último beso, para dártelo cuando me exijas decirte cuánta curiosidad siento.
(Pero este beso no existe, Peter Pan nunca quiso a Wendy por los besos que le dio, Peter Pan amó más a sus recuerdos)

lunes, 1 de mayo de 2017

En el caso hipotético del lenguaje.

-Dime una cosa.
No responde al segundo. Se toma su tiempo en terminar de leer la frase del libro que lleva horas leyendo, luego me busca con la mirada y puedo ver cómo salen sus ojos de la niebla, me ve, ladea la cabeza y sonríe. Si hubiera un número para medir lo mucho que se despierta mi cuerpo cada vez que me busca se lo contaría todos los días.
-¿El qué?
-Lo siento, no quería interrumpirte, sólo no he pensado y ya estaba hablando.
Cierra el libro y se sienta como un indio.
-No, venga, no pasa nada, cuéntame.
Me tumbo en la cama y miro al techo. Pensé en cerrar los ojos y hablar. Y luego eso me llevó a pensar en qué momento resultó tan cómodo estar con él como para hablar con los ojos cerrados.
 Pensé en decirle que tenía mucha suerte de haberle encontrado, y de estar allí con él, en su casa, en el templo que me enseñaron que era toda habitación con secretos. Pensé en cómo le había conocido, y luego de manera más paciente, en cómo había llegado a su casa, por un autobús, pero que jamás habría conocido el autobús que lleva a su casa si no hubiera otra forma de llegar hasta ella. Si simplemente no tuviera la suerte de conocerle. No le dije ninguna de esas cosas. No, porque esas cosas no se pueden decir en voz alta, una no habla de la suerte o del azar así sin más, por interrumpir una lectura. Así que si al principio le había llamado para hablarle sobre Virginia Wolf, ahora tenía que ser por una cosa más profunda, algo que mereciera la pena.
-Dime una cosa y te responderé otra.
Él se echó a reír. Supe que me había pillado.
-Lo siento, he hablado para contarte una curiosidad sobre Virginia Wolf y ahora que he visto lo metido que estabas en la lectura me da cosa haberte sacado por una chorrada.
-Y estás intentando profundizar la conversación para sentirte mejor ¿no?
Pensé que si esas palabras las dijera otro sonarían pedantes.
-Bueno, que sólo quería contarte que  Virginia Wolf tenía una amiga de apellido Sackville que escribió sobre la persona detrás de la leyenda de Juana de Arco y que tal vez sería un buen trabajo optativo.
- Sí, sería interesante, pero tendrías que informarte mucho.
-Bueno, si me las doy de lista tal vez el profesor crea que él es el culpable de no saber la historia detrás de la conclusión cuando para mí es tan obvio.
Él se echó a reír.
-Me gustaría verte intentar eso.
Sonreí. Abrí los ojos y me asomé al suelo.
-¿Leerías en voz alta?
Me mira mordiéndose el labio. Es su manera de pensar en las ventajas y desventajas de la acción. Yo le miro profundamente, no sé qué quiero hacer con eso, pero sólo quiero que me lea entre líneas, que necesito que comparta su intimidad conmigo, ahora y siempre.
-¿Por qué?
Ha traicionado la conversación. De repente me siento en una cuerda floja y pierdo el equilibrio cada vez que paso más tiempo sin moverme. Él tendría que haber dicho que no o que sí, o leerme sólo un fragmento, ponerme mala cara, un mohín, respirar, suspirar y toser para aclararse la voz. Se lo reprocho en silencio tardando en contestar. No puedes interpretar un papel que no es el tuyo. Eso es cosa mía. A ti te toca ser tú mismo, y a mí me toca ocultar mis verdaderos sentimientos. No puedes saltar con una pregunta tan profunda como esa, no después de todo lo que sabes. Pensé entonces en todo lo que habría pasado si él correspondiera mis sentimientos. Al interrumpirle no lo habría hecho de palabras si no de acción al besarle el cuello de sorpresa, y él suspiraría, yo "Dime una cosa" y él, al mirarme, nunca saldría de la niebla, porque si de una musa pasas a otra los pájaros no vuelan a otra parte, le diría que no sé de qué hacer el trabajo y él no contestaría, me besaría la punta de la nariz y me dejaría hablar. Al final le hubiera contado lo mismo, lo de la amiga de Virginia Wolf, pero después él habría leído en voz alta sin tener yo que pedirlo porque ya bien sabe lo que me hace su voz.
-Pues porque me gusta tu voz.
Él se remueve y se sube a la cama. Se tumba a mi lado.
-¿No vas a contestar?
-A veces el silencio es la mejor respuesta.
-Te parecerá bonito, además.
Se ríe y se disculpa.
-Entonces ¿Por qué te gusta mi voz?
Me giro a mirarle, pero estamos tan cerca que en seguida desvío la mirada.
-¿Pero se puede saber qué te pasa? Pues tienes una voz bonita, sabes que la tienes, estás orgullosa de ella, ¿Por qué insistes tanto?
-No sé, ya sabes cómo soy...
-No, tú no eres así, así sólo pareces alguien mendigando un piropo, ni siquiera te importa lo que piense yo de tu voz.
-Vale, vale, para ahí. Sólo quería saber a qué llamas tú la voz.
-¿Cómo?
-Sí, que qué quieres decir con que te gusta mi voz.
-Estoy bastante perdida.
Él bufa y me mira. Hoy sus ojos son más dorados. Nunca han sido serios pero jamás han querido serlo. Hoy su mirada, que no sus ojos, me está exigiendo algo y yo vuelvo a temer por mi caída al vacío desde la cuerda. Entro en un ambiente del que siempre había escapado con él, sí, ese ambiente en el que simplemente soy yo misma y digo las cosas como me vienen a la cabeza y no las programa para que no tengan una segunda intención. Poco he leído sobre el siginificado del lenguaje cuando estás guardando un secreto. No sé porqué me dejo llevar. Le echo la culpa al ambiente, a que no le entiendo muy bien y que siempre podré disculparme después pues él ha sido quién ha empezado toda esta chorrada.
-Me gusta tu voz cuando habla porque habla cosas que...
-¿Qué?
-No estoy siendo vergonzosa, ya me he lanzado al río, no no es por eso, es sólo que no encuentro un adjetivo adecuado.
-Entonces no le pongas un adjetivo.
-Vale, a ver qué tal así: Me gusta tu voz cuando habla porque habla cosas que quiero escuchar.
-Creo que voy a robarte esa frase.
Me río. Ojalá dijera algo más.
-¿Así que sólo te gusta mi voz en cuanto a que te provoca cosas?
Me recuesto en la cama. Le miro, aún tumbado.
-Nadie suelta cosas por la boca sin más, lo que me gusta de tu voz es cuando ésta dice las cosas que dice para provocarme. No es culpa de mi interpretación, es que tú eres muy claro.
No dice nada.
-Por ejemplo ahora. Estás siendo muy claro. Estás jugando a algo que no sabes jugar y sólo haces preguntas para sacarme respuestas. Eso es de cobardes. Me voy, el autobús viene en cinco minutos.
Me pongo las zapatillas. ¿Cuándo me las había quitado? Cojo el abrigo que está sobre la silla, me despido sin recibir un adiós de vuelta y bajo las escaleras deprisa. De camino a la parada me paro a contar las farolas, pensando que si son más de siete habrá un secreto que nunca resolveré. La primera está frente a la casa con el perro ladrador, la segunda junto a los camiones de basura, la tercera y cuarta, junto al semáforo, la quinta unos metros más allá de la intersección y la sexta está alumbrando la pared. Ya he visto la séptima y no puedo engañarme a mí misma. Pero pienso qué pasaría si por un momento no la hubiera visto. Pienso en el azar, en lo extraño que hoy estaba este chico, en el sentido de la conversación antes que la conversación en sí. Llego a concluir entonces: ¿Por qué le interesaba mi opinión sobre su voz? Y antes de pensarlo me doy la vuelta, pensando en olvidarme de la séptima farola, en controlar mi destino, y corro, corro de vuelta a su portal y subo las escaleras de dos en dos. Pero él ya está en la puerta.
-¿Por qué te interesa mi opinión sobre tu voz?
Nunca se me dio bien el póker, estoy lanzando mis cartas al azar.
-Porque no sé porque mi voz dice lo que dice para provocarte.
-¿No lo sabes?
Irradia luz.
-Sí, creo que sé porqué lo hago, pero acabo de averiguarlo.
-¿Y?
Se ríe.
-Deja de preguntar. No seas cobarde.
-¡Pues tú no dejes las frases a medias!
Él se ríe y me coge del codo para meterme en casa. Luego cierra la puerta.
-A ver, entonces ¿Desde cuándo vas provocándome?
-Desde que se me escapó por primera vez.
Yo suspiro.
-Seguro que tenemos primeras veces diferentes. Venga.
-Desde que...
-Hey, ¿estás ahí?
Muevo la cabeza, espantando a los pensamientos. Él sigue en el suelo, asomándose a la cama, extrañado. Trago saliva. 
-¿Qué decías?
-Que sí, que estoy leyendo La isla del tesoro.
Y empezó a leer en voz alta.

viernes, 21 de abril de 2017

Perderme y jugarme la vida.

Hola Malvina:
Le escribo a Goliat como receptor en tercera persona, porque la segunda persona es demasiado íntima.
Las cosas no van bien. No, las cosas nunca han ido a bien, y lo sabe mi inconsciente más que el latente porque cada vez recuerdo menos la noche después de San Esteban. Cada vez recuerdo menos cómo era mirarte sin más, ignorar el sentimiento, admirarte por quien eres y no por lo que te has convertido. Que eres Goliat. Que no tienes nombre, que la censura hace de mí como lo que hizo con Berlanga: sacar mi lado más brillante pero no ser del todo sincera. Y un día, cariño, voy a coger esta la nuestra bandera, este juego de estrategias, esta metáfora sin sentido y gritarte que no sólo te tengo en el pensamiento, que te pienso, si no que te tengo en la mano derecha, con todo lo que eso implica. Eres la mano derecha de una reina sin reino, de una escritora sin éxito, de una mujer que se satisface en lo propio deseando lo común, de esta mano con cinco dedos que tiene maldiciones, suerte y azar a partes iguales. Un día, cariño, la esperanza desaparecerá, caerá el telón, te marcharás, me enfadaré con la vida y no contigo, y me iré, o mejor, te irás, no por que tomes la decisión de irte, si no porque la vida toma más despedidas que amistades duraderas. Ahora sé que nunca te querré como a David porque lo que me encantaba, no, lo que necesitaba y poseía, era la intimidad con alguien, ser quien recogía tus deberes porque todo el mundo sabía que yo era esa chica, ser quien te preguntaba por tu enfermedad sin que fuera incómodo, ser los tres, parte de un todo, ay David, lo que daría por viajar al pasado y revivir aquél año una y otra vez. Lo que daría, David, por tener lo mismo con Goliat. Qué pensamiento tan inútil. Quiero gritar tu nombre, y decirte:
-Que te celo de manera enfermiza, que no soy tuya porque no me lo permites, que has llevado a la práctica la teoría de David, que no funciono a solas contigo, que no puedo ser literatura con un hombre, que nunca podré, que estoy reducida a las cenizas de un secreto y nadie cambiará eso. Que no puedo más con esto, que tengo un soga al cuello y me ahogo cada vez mas cuando te miro, y te admiro, y escribo sobre tus ojos, sobre tu espalda, sobre esas manos maravillosas y tu sonrisa traviesa. Que no sé cómo gritarte todo ele conjunto de cosas y recuerdos que tengo para contigo pero si alguna vez me lo pidieras sólo saldría de mi boca: Tú eres Goliat. Tú eres Goliat. Tú eres Goliat.
Que ya me duele no recordar todo lo que pasó aquélla noche, y que me rompiste de tantas formas esa noche que nunca seré igual, que por fin besé con amor, que por fin sentí deseo, que por fin dejé de pensar al sentir tu lengua, que me haces olvidar, que eres mi héroe de novela, que eres gilipollas por no recordarlo, y peor, por no ser sincero, por ser hombre y tener un problema de contención emocional. Goliat, al César lo que es del César, y tú no me has dado ni migajas. Que te dije que fue real, real, real y tú te limitaste a olvidarlo, como si el tiempo no se hubiera parado como si ignorases que por primera vez en mi vida entendí lo que es hacer el amor sin quitarse la ropa. No te estoy poniendo en un altar, no sabía que te deseaba hasta que lo hice, no sabía que quemabas hasta que ardí, no sabía que eres Goliat hasta que lo fuiste. No sabía nada. Y de repente lo cambiaste todo. Me dijiste todo lo que siempre esperé escuchar, me besaste la rodilla, te miré con un nudo en la garganta, te fuiste, volviste. Y ahora soy una muñeca de trapo que no quiere lujuria. No voy a poder satisfacerte nunca así que es mejor que sigas con ella, que el destino no cambie. No puedo obtener placer. No lo logro, no funciono, estoy rota. Y tú ya tienes mucha maña, me hiciste el amor aquella noche, cogiste de mí cosas que no sabía que entregaba, me hiciste enloquecer. Ojalá nunca hubiera pasado. Ojalá seguir siendo aquella chica loca, toda esperanzadora y creativa. Ojalá, Goliat, no me hubieras enseñado lo que es la ternura, porque es lo que más me llena. Por favor, solo quiero que me pienses, que me escuches en silencio. Por favor, averigua que eres Goliat.
Tú eres Goliat. Goliat eres tú.

lunes, 10 de abril de 2017

Háblame de ti.

Hola Malvina:
Hoy me apetece hablarte como si fueras una amiga lejana en el tiempo, cercana en el corazón y un misterio que me atrae a pesar del desorden cronólogico. He querido, desde hace unos días, visitarte, porque creo que mi mente recurre cada vez más a la incosciencia, y me dice, de alguna manera, que te encontré al inicio de la primavera, y que si por algún casual no lo recordaba, ahora me inventa un rol dramático. Las últimas veces que he ido al cementerio ha sido para visitarte, la vez después de Navidad, cuando dejé en un papel apuntado tu nombre y el de Ángel junto a un árbol. Me limité a sentarme contigo y recordar que el silencio ya no está ahí, que el único silencio enrabietado es el del cementerio de Carabanchel, un silencio lleno de viento y ruido que ha roto más lápidas que losas, más nombres que recuerdos. Ya hace mucho que no paseo más allá de tu tumba, sólo me paro a limpiar de hojas y tierra tu lápida y acaricio la piedra hasta que siento los callos de mis manos de rozar algo tan duro, brusco, cruel. Supongo que en el fondo pensé que tu cementerio no iba a estar en cuesta, que tenía que ser más grande, que iba a ser siempre laberíntico, eterno, bello. Pero ahora que ya me sé de memoria las historias que allí ocurrieron me limito a visitarte, como si fueras un familiar querido, como si no pudiera olvidarte.
Te cuento aquí Malvina, que los días se hacen largos y cortos a la vez, que no presagio un verano lleno de locuras, sólo de nostalgia y algo más que no sé identificar. Que ya van dos noches seguidas soñando con Goliat. El sueño suele cambiar de escenarios, de trama y de personajes secundarios pero siempre acaba igual: tú huyendo. Sabiendo, que a pesar de todo, tengo que convivir con el arrepentimiento ajeno, con el dolor propio, y con un sentimiento de traición que no sé muy bien cómo paliar. Te cuento que esta noche, por ejemplo, los dos nos mirábamos, ya no sé si profundamente o no, pero yo me mordía los labios, y de ti salía calor, vapor caliente que me rodeaba, y al fin los dos estábamos en el mismo punto, en el del deseo sin retorno. Recuerdo no haberme atrevido a hacer nada, por responsabilidad tal vez, o por egoísmo, por orgullo. Pero había una fína línea que nos unía. Sí, es la línea telefónica de la que a veces hablo, esa línea que está en la cabeza, llena de pájaros que a veces interrumpen al conexión, y otras la hacen más real. Era un fino hilo, cadena brillante, que nos unía pero no ataba, los dos la veíamos salir del pecho del otro, y veíamos sin bajar la cabeza que uno de los extremos salía de nuestro interior. Entonces llegan las promesas, ya no me acuerdo de cuáles, pero lo más importante es que llegaron, que uno no hace promesas con cualquiera, o bien las hace por miedo. Yo pensaba que confiaba en ti, y que tú lo hacías por nosotros por eso empezabas con las promesas. Y luego a la mañana siguiente, te levantas y lo veo todo en tu mirada. Arrepentimiento. No sabía que podía ser un sentimiento tan doloroso hasta hace un par de años. No sabía que el amor nunca va solo por la vida si no que suele traer compañía indeseada que deja más marca que el propio amor. Te vas. Coges la chaqueta y te vas. Y yo me quedo sentada, o de pie, resignada, en fin, de este final, porque no concibo ni en sueños que pueda haber otro,  y menos otro mejor.
A Goliat:
Soñarte era lo último que quería, sí, porque uno siempre convierte al sujeto soñado en un personaje novelesco, alguien que ya no está sólo en tus pensamientos si no que ha vivido una historia en tu inconsciencia, donde no le podías controlar. Y le das alas al pensamiento dramático. Pienso ya en ti como la ternura nunca recibida, los abrazos nunca dados, la confianza quebrada, nunca dada. Es la ausencia de un corazón latente junto al mío lo que me llena de insatisfacción. No suelo reconocer bien este sentimiento, el de necesidad, hace tiempo que dejé de necesitar lo que sé que nunca voy a tener. Me hice cargo de ello al principio de mi juventud, resignándome, conformando una idea solitaria pero feliz de mi futuro. Y sin embargo, ahora que me ha dado por enfrentarme al destino pienso que la buena suerte no es un privilegio, si no una deuda. Pienso en lo justo e injusto de la vida, en los privilegios de las otras personas frente a los carentes propios, y el ¿Por qué no he podido vivir eso? ¿Por qué yo no he tenido esa suerte? ¿Cómo sería ser ella, o él, Menganita, Fulanita?
Estoy aprendiendo a no necesitar lo que necesito, a pensar en la vida como era antes, aprendiendo, sin más, a cegarme ahora que ya he visto a Eurídice.Siempre había pensado en el amor como algo individual, algo que no quería compartir. No quería planes los domingos por las tardes, ni visitar museos a partir de las seis, ni comer en un restaurante caro, ni adueñarme del hueco de su cuello de vuelta en el metro, ni decirle que me encanta cómo es, cómo viste, cómo ríe, y que cada vez que le llevo de la mano me llena un orgullo sin medida. No quería mirar sus ojos y hablar de filosofía, ni ver películas con sus padres en la otra habitación, ni comprarle esta u otra camiseta porque me gusta hacer cosas por él, ni enseñarle los secretos de Madrid o los misterios de Barcelona. No sabia, Goliat, que ahora que sé cómo puede ser el amor, lo desearía con tanta fuerza.
Al final, todo se resume en que estas cartas ya no me valen, que noto la ausencia del ejercicio oral, de un compañero con ojos dorados y sonrisa traviesa, de unas manos callosas y una mente fascinante. Que noto la ausencia de promesas.
Qué injusta puede ser la vida con tal de enseñarnos.

miércoles, 5 de abril de 2017

Censura de la mentira.

Hola David:
He llegado a la conclusión de que si tú y yo jugarámos a ese juego de lógica, Lobos, no sabría mentirte, porque a ti no te puedo traicionar con la mentira, no porque traicionarte se me presente como un pecado si no porque para ti lo sería. Tú me mirarías a los ojos, me harías ruborizarme, sonreírias de medio lado, y "Ah, chica, qué fácil es pillarte" Pero y si ese día es un día amarillo, un día de celos, rabia o rencor profundo, de ese que aprendí de ti, te mentiría a la cara casi con satisfacción para proclamar a gritos silenciosos "Que no me controlas del todo, que aún puedo ser un misterio"
Últimamente le he dado muchas  vueltas a una frase que me dijeron esa noche: "Juegas con la confianza de las personas y así las engañas" Debo admitir que es verdad, que la oración que más repetí fue la de "Confía en mí" Y he estado pensando, en cuanto a esto, que tal vez lo heredé de ti, que en cierta parte soy un fruto de tu costilla, Adán, pues tú me moldeaste a tu antojo y yo me dejé manipular, pensando que eso era madurar. No, no te lo estoy echando en cara, me enseñaste a no confiar del todo, a siempre tener la duda en mente, en definitiva, a no olvidar nunca el "Y si" Así que cojo la confianza de las personas y las maniupulo, para que me crean, para que me vislumbren a partir de la niebla, para que me vean. No sé en qué lugar me deja todo esto pero estoy volviendo a replantearme por qué te grabé a fuego en mi mente, por qué he dejado que mi alma se enamore de tu alter ego, por qué recurro a mi novela más ideal para recordarte. Por qué, vamos, me enamoré de ti. Bueno, mis sentimientos hacia ti son una marea, a veces salvaje, a veces tímida, que viene y va que me moja los tobillos o me ahoga, es una cosa del mar porque eres Barcelona. Pero es agua porque está en continuo movimiento y a la vez es eterna, es una verdad absoluta, una obviedad, un locus amoenus. Va a durar siempre. He gastado mi ficha más valiosa en la ruleta de este nuestro casino, la vida, y ya sólo me quedan fichas que pueden tener valor en cuanto al azar que tengan, pero no tienen destino en sí mismas. He decidido, a veces, quererte, porque soy así de literaria, y otras veces te quiero sin más, y me odio, y me presento en tu calle, y te grito que no eres nada sin mí, porque yo te hacía extraordinario. 
(A Goliat):
 Y ahora, ahora que le cuento a Eloísa que Goliat no me va a entregar su ficha dorada, y que yo me la merezco, yo, hipócrita que ya he entregado la mía, me merezco un amor que no voy a poder corresponder, pero quiero ser la reina de corazones, y él mi alfil, quiero, ay, merecerme más de lo que la vida me ofrece. Tal vez, en un mundo ideal, en un mundo en el que una adivina me predijera que la espera va a tener resultados, te esperaría, como si no lo estuviera haciendo ya, y sabría que nos vas a dar una oportunidad. Que me vas a hacer musa y entregarme tu ficha más valiosa. Que me vas a esperar al igual que yo te he esperado toda la vida. Pero espero en vano, amigo, porque no vamos a funcionar, porque nunca voy a confiar en ti, no del todo, no como para entregarme sin reservas, no como para contarte secretos que no te pertenecen. Y tú harías lo mismo, porque te quiero en la medida que quise a David, y nunca voy a quererte más que él, ni voy a dejar de quererle. Convivirías conmigo y con las cadenas que llevo en la mano derecha, y al final te ensordecerían de tanto que quiero liberarme, y me muevo, y lo intento, y no logro ser libre. Entonces, si la adivina predijese un día en el que la espera pueda dar paso a una luz al final del camino, nos veríamos atados por nuestros pasados y nos rendiríamos antes de intentarlo, porque los dos sabemos que no podemos escapar de la erótica de quien nos hizo ser literatura. No me gusta ser así. No me gusta amar al sujeto de otra musa, ni desear que ésta desaparezca de su mente, no me gustaría, en el futuro, pensar en que todas tus poesias puedan tenerla a ella, y que todas tus comparativas salgan a su favor. Así que habiendo elaborado una teoría en condicional, sólo me quede dudar de lo que ya vivimos una vez, decirnos que aquéllo fue una tregua, que lo siento enormemente, que la culpa a las mujeres nos abrasa al igual que los hombres que la sentís, que pongamos en standby todo lo que pensamos aquella tarde, y que esto, sea lo que sea, está abocado al desastre, no por actuaciones secundarias si no por  ser nosotros quienes somos. Que lo siento, tanto, que tú eres mi culpa, que ya no me vivo si no que me convivo, que ésto me está haciendo dudar de lo que fue real o no, y a veces me paro en mitad de la noche y llego a preguntarme "¿Sucedió de verdad?" Y recuerdo, entonces, que mi vida está tan llena de cicatrices, de recosidos y de carne rosa y que las cosas nunca son por amor si no por otro tipo de emoción, pero que al menos esa noche, fue la más especial, solitaria y melancólica de mi vida. Y que la llevaré en mi abrigo, en un bolsillito, y me pararé a recordarla cuando las cosas se pongan mal, cuando recuerde que dentro de un mes tendría que dar a luz, cuando me despierten las pesadillas, cuando se vaya de mi muñeca la última conciencia de David, cuando me recuerde que siempre quise vivirme y no convivirme y que tengo lo que he pedido.
Lo siento, por jugar a los lobos y mentirte. Por ser una diana y perder los dardos. Por no tener fichas de valor en el casino.

martes, 21 de marzo de 2017

Narración de la carencia.

El otro día, Malvina, me senté en la silla de la habitación y me puse a pesar en los pantalones que tenía y los que no, porque ando corta de dinero pero quiero unos nuevos, tampoco te creas que tengo tanta variedad, ya estoy un poco harta de los de talle alto, y los que necesitan, porque sí, un cinturón. Es la silla donde solemos esculpir montañas de ropa, así que, a lo mejor, y de torfam totalmente aleatoria, me transmitió su hartura, o no, o todas las cosas literarias si las ves desde el radio correcto. Entonces yo me senté, y me puse a ordenar el cajón de los vaqueros, aunque no todos sean vaqueros, pero queda mejor que pantalones porque uno siempre llega a la frase "Me he hecho pipí en los pantalones" y mira, no. Cuando terminé pensé, o ya no sé si fue de forma premeditada, el caso es que abrí el segundo cajón y de allí salieron, chica, cosas y cosas, papeles, panfletos, cajas, piedras, postales, dibujos, cartas, diarios, hasta pelo, la brújula que creía perdida y el proyectod e filosofía del primer año de bachillerato. Todo aquéllo da igual, mira, no nos importa muhco, hice limpieza, tiré loq ue supe que ya no enendía, o lo que ya no iba a echar de menos, y me centré en lo novedoso de la situación. Abrí los diarios que miles de veces he abierto y desdoblé las hojas de cuaderno con conversaciones amistosas de los primeros cursos de secundaria y allí me di de frente con la idea de que toda mi vida he escrito acerca de mí. No sobre lo que soy, lo que dejo de ser, lo que me gustaría ser, lo que finjo o no, lo que me mata y me remata, no, yo sólo contaba lo que me pasaba, como si eso me hiciera trascender en el tiempo. Esto me lleva a una conversación que tuve con Mario y Eva una vez, ya sabes cómo somos, bueno en realidad no, pero la gente de Humanidaddes hemos creado un nidito donde todos somos el huevo o el pájaro, el que da de comer o come, pero todos somos insectos metamorfoseables, si existe esa palabra. Y hablamos, Eva, Mario y yo sobre la muerte. Ellos dijeron "Ah no, mi mayor miedo es la muerte" y yo entendí, como se llega a entender algo que tocas con los dedos de las manos pero no agarras, todo este miedo. Entonces yo contesté, de manera más o menos mítica o no, porque una siempre lleva el misterio por bandera desde que ha leído lo atrayente que puede llegar a ser en una mujer novelera, que yo no tenía ese miedo "No, porque yo me he asegurado de trascender en el tiempo, con mis escritos y mis libros" No entraré en caminos pedragosos, solo diré que la vida es lo que es para cada uno y cada uno toma la vida, como toma la muerte, con una sonrisa sinuosa o un pavor tremendísimo. Esta idea, la de trascender en el tiempo, con lo que eso supone, o sea, ignorar la valía de mi vida, pues muerte antes que dolor, yo creía que la tenía desde hace poco, no sé decirte la fecha, no es como si apuntara el nacimiento de todas mis ideas en una agenda del alma, pero tengo el presentimiento de que la idea es reciente. Entonces pasó lo de la limpieza del cajón, y mira, resulta que lo de trascender en el tiempo ya llevaba yo pensándolo desde el primer momento en el que me paré a escribir sobre mí. O a lo mejor no fue una cosa de "chss, para, ¿sobre qué escribes? pues empieza sobre ti", no, no lo creo, no me paré a pensar, sino que escribir fue al ritmo del pensamiento, o sea, los dos movimiento. 
Lo siento, he perdido el hilo, el cacharro se me ha apagado y ahora al volver a encenderlo, he perdido la línea. Asíq ue voy a contar otra anécdota. Estoy escuchando una playlist, oye qué mal quedan estas palabras modernas en los ensayos sobre la literatura, buena una de esas colaborativas. Resulta que la hicimos así como a mediados de agosto, tres amigos y yo para irnos de viaje a Jaén. Podría explayarme aquí sobre lo que pasó o no ese fin de semana, lo que me ocurrió y dejó de ocurrirme, porque esas cosas también pasan: las que imaginamos, las que pensamos porque notamos su ausencia, su carencia, la soledad de un "esto tenía que haber sido de otro modo". Podría, y desde hace un tiempo me persigue una vocecilla que ya creía muda, como si de un ente se tratara, con boca, cuerdas vocales y garganta con emociones, que me dice, o gruñe, que si solo contara la historia, por escrito, a David, Goliat o Malvina, podría ya dejar de notar todas las cosas que no pasaron. Llega entonces la explicación de "¿por qué escribir sobre mí, porqué desde tan pequeña?". Sí, supongo que para trascenderme en el tiempo. Pero hay algo mucho más ridículo, algo mucho más primitivo, más romántico, y humano. Empecé a escribir por la falta de oralidad. Ay, sí, la falta de un compañero que escuchase mis aventuras, como en las novelas que tanto me ha gustado leer, ha sido una ausencia presente, como un fantasma, como el de Canterville, y yo Virginia, pero nadie más que yo hace ruido con las cadenas por las noches, así que no sé muy bien qué sintió el fantasma al ser escuchado ni Virginia  al escuchar. No sé si siempre adopté el oyente un género masculino, pero es de necias negar eso. Sí, mon dieu, sí, ansíe un oído y ese oído era la mitad de una naranja. Siempre he sido de amores para siempre. De alguna manera la literatura que soy no me deja ser de otra manera. Sigo queriendo a mi amor de infancia, a la primera chica de mi vida, al primer hombre de mi vida, y al Goliat que lo enfrenta, aunque éste último se me presenta más como una necesidad que una entrega. Así, sigamos con la línea:
La carencia, de todo y de nada, de un no saber qué pasa entre dos personas que se aman, y de saberlo pero como la gran mentira que cuentan en las novelas, me ha ido llevando por un camino de amargura hasta  el día de hoy, cuando descubro a mi gran pesar, o para mi gran disfrute, que toda mi vida he escrito a alguien que no existía, que no tiene forma ni apariencia humana porque un deseo tan ambiguo como este pocas veces puede personificarse. Que he escrito, Malvina, por no sentirme sola, por la ausencia del ejercicio oral, de contarle a alguien, en fin, que con siete años me fui por primera vez de campamento, que me enamoré como una idiota de cuento, y que Barcelona tiene mis risas en el Arco del Triunfo. De hablarle y susurrarle y ver sus ganas en los ojos y una silencio exigente en su boca, en sus oídos, en su lengua. De encerrarme en una cárcel de confianza, pues no hay nada que dé más asco, pero nada que reconforte tanto, y hablar sin miedo durante horas y horas y oír en su silencio una comprensión. Bueno, y mientras estar en un sofá, enterrada en mantas, los dos como indios sentados, de frente y habalr de la nada, hacerme hablar, y luego cerrar los ojos y contarle, con voz aguda, y luego con más seguridad, ya menos irritante mi timbre, y mover menos las manos, y desapareciendo el rubor y el miedo a la espiación de unos ojos que juzgarán narrativamente mis recuerdos, en el fondo, contarle, hacerle escuchar que no recuerdo nada más salvaje que ducharse  a mangerazos, ni tan triste como descubrir que Paris no se ve desde la ventana de mi habitación, o que el amor, esa cosa de miserables, me ha huido toda la vida y yo sin saber por qué.

domingo, 19 de marzo de 2017

Siete meses.

Hola David:
Ahora que han pasado siete meses desde aquella noche, y seis desde que sangré por última vez voy a decirte todas las cosas que no le quiero decir a tu Goliat porque ya sólo me permito un tipo de desnudo: el de la ropa. Ahora que tú ya no estás, ahora que tú me quitaste mi alma, mi daimon, y todas las veces que me dijiste que me reservara, que no fuera tan transparente, ahora que sólo quiero contarte mi vida, porque solo tú le das sentido a mis historias conformando a su vez otras, ahora que te digo que ya no puedo decirle a nadie esto y aquello y lo de más allá, porque las conversaciones me pesan si no están tus ojos tras tus gafas, ni tu preciosa caballera sobre ese fantástico mundo de ideas. Te digo, ahora, que los viernes siempre fueron los mejores días, que Atocha me arrastra una y otra vez hacia lo inolvidable, que mis cuerdas vocales ya no pueden decir tu nombre porque ahora eres David.
Ahora, te escribo, que ya tengo tu nombre a fuego en mi piel. Y poco me importa que tengas un enemigo, una mejor persona, porque lo que importa es que te he hecho arte, que ya no eres el hombre que conocí, si no una réplica del Goliat que siempre quise que fueras.
Ahora que me duele el pecho izquierdo y me temo de nuevo lo peor, ahora que la enfermedad me persigue, ahora que la sangre me rehuye, ahora te digo que llevo meses queriéndome confesar, a ti mi Dios, porque me encuentro más vacía que nunca. Así que aquí te lo digo todo.
Jorge casi me descubre. Me preguntó otra vez por las pastillas y yo bebí y bebí y luego huí al baño. Ya no sé cómo mentirle y decirle que sí, que hubo algo, que no me atrevo a pronunciar mi estado, que era el peor hombre con el que podía haber tenido un niño pero que por un milagroso mes existió, pero que sí que pasó lo peor que pudo haber pasado, que me dejaron sola todo un mes, que me sentí sola cuando te marchaste, que Laura me dejó sola, que mi cuerpo me abandonó, que mis miedos me inundaron, y que si solo los miedos te llenan es que estás vacía. Y lo perdí, David, me quedé y lo perdí pero antes de eso ya había decidido perderlo, ya me había obligado a tomar una decisión, Jorge me obligó a tomar una decisión, mi vida me obligó a tomar una decisión y lo hice. Tal vez si lo hubiera hecho, si sólo hubiera estado un poquito más, el hecho de perderlo sin más me dolería menos. Hoy hace siete meses. El jueves hizo seis meses desde que lo perdí. Me acuerdo mucho de él, error, no puedes acordarte de algo que no ha existido, y tal vez eso es lo que más me hace sentir miserable: el hecho de negarme una oportunidad de recordar. Así que me imagino, y sé que dolerá más en el futuro que ahora, cuando sostenga en mis brazos un bebé vivo y vea sus pequeños brazos moverse y rascarse los ojitos al dormir, cuando se remueva con fuerza en el carrito, o llore por comida o cansancio. Averigué que es un chico porque soñé con él. Nunca quise un niño. Y ahora que lo he perdido sólo quiero uno. Visité a Malvina a los días de recuperarme y me arrodillé a su lado con un ramo de margaritas. Empecé a deshojar una flor y los pétalos caían sobre la tumba. El último dijo que sí y cayó sobre la primera A de fallecida. Y entonces pense en él como un ángel del destino. Así que se llama Ángel. Sé que no me creerás, sé que piensas que tengo demasiada literatura ne mí, pero con los meses he decidido verlo de esa manera trágica. Ahora ya no pienso en el dolor, en la mancha enorme de sangre en los pantalones, en las agujas en el vientre y lo poco que andé después porque tiraba, y dolía. No, David, ahora sólo me quedo en lo que hice para hacer de un trauma una historia para contársela a Malvina en sus cartas, y resultó que la vida me dio una tregua y me enseñó un nombre. Ojalá pudiera tatuarme todos los nombres de mi vida y morir sabiendo que no tengo ninguno de ellos. Que soy como Bethsadi sin nombre dime, ignorante, con qué nombre quieres bautizarte. 
No ha sido un año especialmente tranquilo para mí. Agosto y Septiembre son los peores meses que recuerdo. Solía ser Noviembre pero ya no. El verano siempre me ha traído disgustos.
Bueno David, de repente me he quedado sin cosas que decirte. Sólo me sale decir que desde el jueves no me reconozco en el espejo. Siete meses, David. Hoy estaría con una tripa de siete meses.
Me dirás tú, David, a quién le puedo yo contar esto. ¿A Goliat? No, no desde que él me devolvió la creencia del sexo más allá del aborto.
Te echo de menos.

sábado, 11 de marzo de 2017

Se me sale la ternura por los ojos.

Hola David
No le escribo a Goliat porque hoy me apetece contarle al David que no eres, o sea a la idea de ti, todo lo que le voy a hacer a Goliat si algún día él también llora ternura por mí.
Mira, si Goliat me mirase como se mira al cielo en la primavera de Marzo, me ocultaría bajo una sonrisa de Mona Lisa y le diría, así, por lo bajillo, que quiero comerle la boca en la siguiente esquina porque hoy me siento muy descarada. Y como él llora ternura, me diría que para qué esperar a la siguiente esquina si podemos parar el tráfico de esta la su ciudad fantasma.
Si Goliat suspirase cuando piensa en mí y no estoy, le cantaría una canción al oído, para dormir y después grabaría todos los gemidos que no puedo gritar cuando me acuerdo de su ausencia. Y él, como llora ternura, me diría que la próxima vez que me pille va a comprobar de buena mano cómo de alto gimo.
Si Goliat me sonriera al verme ruborizada, yo acercaría mi frente a la suya y le diría aquello de que pareces un cíclope. Y como él llora ternura, me contaría porqué eso de cíclope, o se reíría, qué más da, su risa son palabras encadenadas, flechas, él es cazador y yo su cierva.
Si Goliat me cogiera de la mano las tardes de lluvia, yo le arrastraría hasta ese pequeño cementerio de la casa campo y le pediría que me cogiese en brazos cuando tengamos que atravesar el riachuelo. Y como él llora ternura me haría quitarme los zapatos, porque es listo, a veces más que yo.
Si Goliat preparase la cena en su casa para los dos, yo admiraría su ancha espalda , su culo prieto, su nuca, y me reiría de su pelo, lo compararía con el de David, él frunciría el ceño, le diría "Siempre me gustó agarrar del pelo cuando me comen el coño". Y como él llora ternura fingiría enfado, "Pues te quedas sin cenar" y yo "Pues te ceno".
Si Goliat un día me hundiera en la más mísera tristeza, si deseara la soledad más que su mano en la mía, si su inteligencia me abrumase, yo le diría que necesito espacio y él me regalaría un poema sobre las estrellas. Y como él llora ternura me diría que es normal pero "que pases de esa mierda, soy yo"
Si Goliat me aceptara aún siendo inexperta, yo intentaría aprenderle todos los días, decirle que me enseñara, que me enseñes, coño, que quiero ser la mejor y que no te conformes conmigo. Y como él llora ternura, me pondría a horcajadas y se tumbaría con los brazos debajo de la nuca, "haz lo que te salga".
Si Goliat viniese conmigo en tren hasta el fin del mundo, yo me dormiría en el hueco de su cuello, le contaría todos los cuellos en los que he querido dormir, o no, o hablaríamos en silencio  de qué vamos a cenar, o si hay que quitar la ropa de verano del armario. Y como él llora ternura me besaría la cabeza, sin más.
Si Goliat bailase conmigo y lo recordara, le diría que soy celosa cuando se trata de él, que puede besar a cualquiera, coger de la mano a cualquiera, hablar con cualquiera pero que solo yo le puedo bailar. Y como él llora ternura, lo aceptaría o no, pero "tía qué hipócrita, tú que tanto te quejas del amor tóxico, tía, no está bien"
Si Goliat me acompañase a ver a Malvina, yo le pediría que vigilase la casa del guarda porque siempre he querido tumbarme junto a su tumba y estar muerta durante un minuto. Y como él llora ternura diría "pues que nos pillen, y hazme un hueco ahí abajo, que vamos a bajar juntos al infierno"
Si Goliat me convirtiera en su musa, yo le pediría que me escribiese un poema solo para mí, para tatuármelo, en vez de su nombre de gigante. Y como él llora ternura "trae para acá ese culo que te lo voy a escribir en los muslos"
Si Goliat estuviera cansado a mi lado, yo le diría de ver una película, y viéramos la despedida de La la land, yo me echaría a llorar, "quise eso una vez, tu nombre, y lo quise con tanta fuerza que en esta vida solo puedo hablar de despedidas y relaciones de poder" Y como él llora ternura, me prometería el mundo entero, o no, o sólo me contaría historias del pasado.
Si Goliat fuese mío, y yo fuese suya. Y como él llora ternura gritaria "mía libremente, y juntos en París, cachonda"
Si Goliat se declarase alguna vez, yo le diría "Tú eres Goliat". Y como él llora ternura, diría "Ya sé que soy Goliat"
Si Goliat fuera un poco menos prohibido, si fuera como su David, si yo estuviera un poco menos triste, y no echara de menos a almas gemelas, le diría que la frase "Se me sale la ternura por los ojos" la inventé cuando me vieron embelesada por su encanto.

Ay David, si Goliat llorase ternura como la que yo lloré por ti, seríamos una postal en mi habitación. Ay, David, si Goliat estuviera libre, y yo borracha le diría:
Tú eres Goliat, y por ti se me sale la ternura por los ojos.

jueves, 9 de marzo de 2017

David, Goliat y Yavhé.

Hola David
Me he estado acordando, últimamente, de cosas que que ya no recordaba. Creo que la presencia de Goliat me está haciendo más mal que bien porque no paro de recordarte en sus ojos. Y de compararte. Los dos sois más ciegos que un inocente, o lo soy yo, pero esto es como el juego del lobo ¿Sabrías tú quién sabe más de lo que dice si actúa como un ignorante? ¿Sabrías tú que yo estaba enamorada de ti si no hubiera hecho aquél juego estúpido? Qué mal me declaré. Qué poco quise besarte, porque no te gustaba. Me gustaba todo tu cuerpo pero tu boca era sagrada. No, David, tu boca no estaba hecha para mis inexpertos besos, pero tus hombros, tus caderas, tu cuello, ay, lo que hubiera trazado con saliva todo tu cuerpo. Y ahora me entero por ella que besas bien. Claro, que Sabina hace eso, todos los poetas en general, recurren a lo primero como ideal. Y qué sabrás tú de cómo fue David. No te odio, no voy a rebajarme a la misoginia, pero sólo me gustaría decirte que hubo más mujeres antes que tú, que tienes suerte, que tú no tienes los dos años que yo tuve con él, que ahora es otro, que el chico que yo conocí era solitario, era un fantasma de sí mismo, era él. Él no besaba, él no amaba, él solo guardaba rencor. Y era tremendamente estúpido porque se enamoraba de seres inferiores a él, porque no se enamoró de mí, yo que le enfrentaba y le adoraba, yo que era su igual aunque no lo supe ver.
Hoy vengo a contarte que he bailado con Jorge desde que me dio indiferencia. He entendido que lo que más me duele de no tenerte, ni a ti ni a Goliat, es que no me recordais, que no tenemos algo en común que pueda marcaros a fuego. Y aunque con Jorge fui nada, con el tiempo he tomado la forma de "la chica aquella", sí, con la que te acostaste una noche de borrachera, y aunque volvieras con tu novia, ya no me podrás olvidar. Ahora sé porque la canción de Zahara me hacía revolverme incómoda. Porque encerraste todo en esa habitación. Porque fui un mero trance. Pero al final, al final me siento extrañamente bien, me siento extraña. Aún me da rabia, pero supongo que es lo que me toca, no sé qué tendrá contra mí la vida, la mala suerte, el destino. Ya no me acuerdo apenas de ti. Bueno, tal vez esto se deba a que Goliat me dijo cosas más calientes aquella noche que tú. Tal vez porque él hizo que callara cuando nadie me puede callar. O tal vez por el triste y superficial hecho de que él me dijo todo lo que siempre he querido oír, aunque no fuera real para él. Tal vez es por esa sonrisa, o lo mucho que ríe, o lo inteligente que es, o lo guapo que es a mis ojos, ay, el otro día casi se me sale sonreírle como solía sonreirte a ti, David, con una ternura tal que siempre acababas apartando la mirada avergonzado. Él también lo haría. Lo siento, David, pero te reprocho algo que los dos hemos cambiado. Ahora nos gustan los besos. Claro que a ti te gustarán más que a mí ya que al menos la quieres, y te quiere. Yo soy un mero producto de lujuria. Con Goliat fue distinto,creo creer que sí, pero no, ay la lujuria, qué mala es. Y el olvido, claro. Y el no hablar, el silencio, el fingir y los secretos, pero sobretodo el olvido.
Bueno, pero, a lo que iba. Que últimamente se me vienen a la cabeza más recuerdos de lo normal. No ha sido una semana muy normal, claro. Pero te recuerdo mucho. Y Goliat. Ay qué voy a hacer con esto.
Estoy reducida a tríos. Tríos de amistad, dos y uno, y tríos de amor, la chica, él y la otra. Tríos. David, Goliat, y a ver cuando llega Yavhé.

martes, 28 de febrero de 2017

Los veintiocho.

Hola Goliat.
No he mostrado mucho nerviosismo en tu presencia. Creo que no conoces mucho esa faceta de mí. David sacó de mi el nerviosismo e hizo de ello algo maravilloso. Me gustaba cuando me señalaba lo roja que estaba y luego se reía. Echo de menos su portal, su calle del calor. Pero no quiero hablar de David. Me es inevitable no hacerlo porque he aprendido que es más fácil hablar a alguien de otro que hablarle directamente sobre lo que es o deja de ser. Pero no quiero perder la línea. ¿Puedo ser sincera del todo?
Bien, te cuento, ya sabes que los hombres no son lo mío, y que las citas no son mi fuerte, los deconocidos me agobian y el mero hecho de pensar en estar a solas con ellos me llena de miedo. He desperdiciado muchas oportunidades de estar a solas contigo hasta que el destino ha hecho de las suyas.
Mierda. Me acabo de dar cuenta de que nunca has preguntado quién es Goliat. Y no te conozco lo suficiente como para saber si es raro o no, si sospechas o no. Así que lo sabes. Pero lo escondes. ¿Por qué? No eres menos hombre que el resto: hablar las cosas nunca es vuestro fuerte. Vivo con miedo a que se me escape un día. Vivo con miedo de mi propia lengua, de los aleteos de mi corazón de las golpes en el estómago cada vez que ríes, vivo, porqué no vivo, sabiendo que un día no lo aguantaré más y este dique que contengo estallará y todo el río de fingida tranquilidad que hemos creado se ahogará. Ahora me doy cuenta de que mantenemos un secreto, un secreto que no me hace ser la otra, si no que me convierte en una experiencia más. Vivo con miedo, miedo, Goliat, de que un día te eche en cara todo lo que has olvidado y te conquiste gritándote todo lo que me susurraste aquel día, y dueles, me haces doler, como me dijiste que podías hacerme el amor, y no vivo, respira, no vivo porque yo nunca fui de las que callan y se contienen, soy impulsiva, me hiciste fuego y no recuerdas cómo me prendiste. No vivo, Goliat, porque tú no me has  visto crecer. Y todo lo que le echo en cara a David: que no supiera crecer conmigo, lo deseo de ti. Tú ya me ves crecidita, me ves dicharachera y crítica, más mujer, pero a veces quiero que sepas que aprendí a ser esto, que antes yo era inocente y me pasaba las mañanas y las noches leyendo libros de fantasía, a ver cómo te crees si no que soy la literatura que ahora sé. Antes era tonta y no sabía nada de la vida y sin embargo creo que esa chica era más lista que yo. A veces. Vivo con miedo Goliat de quedarme mirando a tus ojos tantos tiempo que al final se me escape la ternura y tú reconozcas lo que siento. Vivo con miedo de no jugar mucho contigo porque no puedo, porque tenemos una barrera invisible que nos protege, que me protege, estúpido Lord, me callo y me muerdo cuando me provocas porque no es la primera vez que se me escapa que tu lengua, juega mejor cuando toca otra. No vivo, Goliat, porque he pensado muchas veces en no hacerte remitente directo, pero ya me he hartado de este silencio. Quiero decirte que eres imbécil y luego reír y cogerte de la mano. Quiero llevarte a ver a Malvina, aunque aquel no es un sitio para hombres como tú, tan libres, tan sonrientes, ignorantes de lo que puede ser la violencia. Me encantaría llevar a David porque sé que actuaría de la manera que espero, que estaría serio y luego me ofrecería su hombro para llorar. Tú te sentarías y me pedirías que la escribiera algo. No actuarías como un fantasma. Y sin embargo tú besarías el suelo donde está enterrado mi ángel, me besaías el vientre, me prometerías el mundo entero. David pisaría el suelo donde me senté después de sangrar. Te estoy haciendo literatura. Me pregunto si también empezó así con David. A él le dije muy rápido que era mi muso, pero creo que ahora es al revés: David es mi sujeto de inspiración y tú eres mi muso. No te recreo pero me obligas a experimentar con lo que pienso. Sois dos tipos tan raros. Qué mal os hubiéseis caído. Si David no se hubiera despedido sin decir adiós sé que ahora sabría de ti, y a lo mejor habría insistido en que os conocierais. Le habría dicho, para convencerle, que también eres escritor, que tienes una mente compleja, que eres una persona divertida y  que le sacaría a reír antes de se diese cuenta de la incómodida de estar conociendo a un desconocido.  Pero si le tuviera en mi vida tú no serías Goliat. No, porque no tendría necesidad de inventarme un nombre para que no se reconociese, David, y tú no serías el gigante que lucha contra él. Yo seguiría locamente enamorada de él y tú serías otra persona maravillosa que no tiene que derribar enanos, ni esquivar piedras. Ojalá me creyese un poco más romántica. Porque pienso, Goliat, que tú que llegaste por casualidad y no te recuerdo, vas a ser quien me haga mujer.
Tengo un montón de cosas que decirte y no te he dicho. Pero vivo con miedo. Vivo con miedo de ponerme a llorar un 16 y contarte todo lo que pasó aquél día, lo mucho que me duele que lo hayas olvidado, lo especial que me hiciste sentir, que me dijste las cosas más hermosas que he oído jamás, que no aguanto este secreto, que no soy yo misma, que quiero darte una bofetada y echarte en cara lo mucho que me has hecho vivir con deseo. Vivo con miedo de que ignores que hiciste todo lo que hiciste porque yo te enseñé cómo había que excitarme.

domingo, 19 de febrero de 2017

Cuando las islas Malvinas no son de este mundo.

Hola Malvina
Hoy no es David. Mañana no va a ser Goliat. Creo que la semana que viene va a ser Jorge, pero no estoy muy segura. Desde que me enteré de la nueva piedra preciosa de David he estado en una nube de confusión, de celos, envidia. Así que me puse la canción más triste que conozco y me salió la lluvia que llevaba contenida. Me dio dolor de cabeza. Y al día siguiente te visité. Lo siento por aquélla carta, era muy corta, muy desesperada, bastante mal resuelta, con un final que aún duele porque no concluí en nada. Te dejé a mitad de verso porque cerraban el cementerio. Así esto es todo lo que no te dije en esa carta:
Madrid está despertando del letargo del invierno. Los pájaros están revoloteando descontentos porque ya no saben si emigrar o no, si bajar más al sur, o quedarse en el retiro. La primavera ha venido antes de tiempo, siempre suele venir en Marzo,  y se enfurece un poco en Abril, se casa en mayo y se va en Junio. A veces ha llovido en Junio pero siempre han sido esas tormentas, casi carcajadas, en las que hace calor y una se para a admirarlas desde la ventana del salón de un doceavo piso. No sé cómo sería en tu época pero en la mía, yo, me encanta fijar las canciones según las estaciones.Un día tengo que hacerte una lista de todas las canciones que me gustaría que escucharas si el destino nos regala un paraíso en elq ue encontrarnos después de esta vida. Te enseñaría a bailar con los brazos en alto y las caderas de lado y tú me mirarías escandalizada. Pero tienes pinta de ser una aventurera, o al menos eso dice de ti Juan Valera, así que acabarías bailando. Luego me enseñarías a ser una dama, aunque en eso no te voy a decepcionar porque tengo los modales más clásicos que se pueden esperar de una obrera.
Madrid se ha vuelto a prometer conmigo y me viene conquistándome con sus largas tardes solitarias. Aún me hace gracia la gente que quiere hablar de la soledad y hace años que no está sola. Sola es vivir con una espera eterna y un deseo obsesivo. Soledad, que no sola, es lo que te hace estar sola, cuando la vida no te deja estar acompañada. Porque tú lo deseas, yo lo hago, yo deseo caminar de la mano, conocer los nudillos de otra persona, decirle "Tres tristes tigres, comen trigo en un trigal" y hablar sin remedio de aquellos veranos de la infancia en los que la lengua se traba y la risa es muy fácil. Porque, chica, a ver cómo te lo digo, que la soledad es mucho más que no tener a nadie con quien charlar sobre literatura, soledad es no tener con quién discutir por el lavaplatos, o por dar de comer al gato, soledad es no tener quien te hable de la lista de la compra porque no tienes nevera que compartir. Soledad es también ignorancia, un poco de expectativas, vamos a fingir que esto es una receta, falta un poco de realidad, sobra imaginación, no hay que echar más ganas. Soledad es estar harta de estar sola pero no saber lo que es estar acompañada. Te voy a contar un secreto, pero que quede entre nosotras dos: la soledad es aquello que se alimenta cuanto más enamorada se está. No hagas caso de quien proyecte la típica imágen de un viejo que se sienta en los bancos a contemplar la vida como ejemplo de soledad. No, porque lo que hace que la soledad sea soledad, es la expectativa de estar acompañada de alguien sin saber qué significa.
Madrid hoy vive en la calle Conde de Xiquena 17, en el último piso donde Ginebra y Alex llevan una vida que no han pedido. Supongo que en tu época ya estaría construida la iglesia de Bárbara de Braganza, incluso a lo mejor fuiste a verla. Te digo que una descendiente tuya, creo que de tu nieto Fernando o Mariano, se casó allí. Tiene unos ojos redondos, chiquititos, marrones, que espero que los haya heredado de ti porque son tan clásicos que no pueden pertenecer a estos tiempos.

He visto a la novia de David. Caminé el viernes por la complutense con el deseo literario de encontrarme con él y con ella, liándose como dos tontos detrás de la facultad de Filosofía. Casi creí verles, a oscuras, cuando volvía al metro. Se me paró el corazón durante tanto tiempo que cuando volví a la vida tuve que respirar sin toser y concentrarme en no atragantarme. Desde entonces el nudo me acompaña y se tensa cada que pienso en todos los números que me diste en dos años. Intenté que se me pasara bailando. Bebí muchísimo y aún así seguía, como una sombra, como algo amenazador que no me deja pensar en nada más. Febrero es el mes de los celos. No sabía que me ponían de tan mal humor, apenas los sentí contigo. Ahora entiendo que yo era todo tu mundo porque con ninguna otra chica tenías un mundo tan grande como el mío. Creaste pequeños territorios especiales con otras chicas, pero yo era tu fuente y tu base, tu tierra y tu castillo, el aire y el agua. Ahora me veo negada de nuestro mundo y me siento como un equilibrista con una cuerda que se convierte en serpiente. No logro contenerme y rabio, me desespero, te celo. Pero Goliat es peor. Con él no tengo un mundo. Creo que por eso no sé quién es. Creo que por eso la rabia me está haciendo cada vez más parecida a ti. Creo que entiendo un poco más tu mal humor, tus enfados, tu sentimiento de traición. Pero sigo siendo buena, en el fondo, y finjo que llamarlo soledad abarca toda la confusión, celos, dolor, traición, tristeza, rabia que siento. Goliat se hace odio y aún así no le odio, sólo me decepciona.

La semana que viene veré a Jorge. No sé qué va a provocar en mi pero a lo mejor me encuentro escribiendo una nueva historia de erotismo. Es una pena que me provoque indiferencia: cómo cambia el deseo después de una decepción. Pero, y qué bien sienta pasar página.

Bueno Malvina, no sé cuándo volvere al cementerio pero cada vez me duele más ir allí sola. Dame tiempo. Dame un poco de paciencia. Ten fe, mujer.


martes, 14 de febrero de 2017

Todos los abriles de cada mes.

Hola David.
Hoy me vestí por ti. Me enfermas, estoy enterrada en lo que creía saber del amor, lo que me enseñaron que tenía que sentir, lo que me obligaron a ser. Por eso te lo digo, a modo de reproche, o de victoria, por haberlo reconocido. Me he vestido como la dama de blusas que decías que era tu prototipo, con el pelo más largo que antes y liso, chaqueta de traje y una sonrisa fingida aunque por dentro los dos me estéis asfixiando. Me he vestido así y no de otra manera porque hoy pensaba ir a tu calle. Y después, ir paseando por el río hasta el cementerio de Malvina y escribirla, escribirte, que las margaritas tienen ya un tatuaje de tinta blanca en mi cuerpo, que tu nombre, David, y el de tu gigante Goliat van marcados a sangre en mi clavícula, cerca de la garganta, donde más te vivo. Escribirla y a ti que he hecho una lista de sitios a los que quiero ir de la mano de un chico.
Creo que el primer sitio al que llevaría a un chico en una tarde sería a Cercedilla. Siempre he creado los recuerdos más especiales fuera de Madrid y ya no sé cómo empezar sin su ausencia. Le llevaría a la cafetería, en frente de la estación, nos tomaríamos un té y un croisant y luego subiríamos por la calle de las casas victorianas. Frente a la casa de Luis Rosales le contaría mi concepción de la poesía, le diría que me besase de una vez, pero espera aquí no, qué ofensa, vamos mejor a la casa con el puente colgante y allí nos damos el lote. Luego de vuelta a casa, en la renfe, le señalaría esa montaña de rocas con la torre de vigía, y le susurraría que ojalá pudiéramos saltar del tren y subir a ver las vistas.
El segundo plan sería bajarnos en el Paseo Extremadura, en esa calle  de casas misteriosas y averiguar la vida de la gente que vive  a dos pasos de la parada de todos los autobuses de Madrid. No quiero pasear por allí sola.
Me gustaría entregarle parte de mi alma tras una discusión, la primera, la última, la quinta, y enseñarle el cementerio de San Isidro, contarle la historia de Ángel, del mío, abrazarme a él, comprar margaritas y reírme de su cara de perrito degollado cuando quiera leer las cartas y no le deje. Sentarnos en el balcón más triste de Madrid y hacerle prometer que nunca diga el nombre de Blanca en vano, que las canciones más tristes son ésta, ésta, y aquélla, y que el mejor mes para dar de comer a los gatos abandonados es abril porque ya ven cercana la primavera. Y, luego, los dos, en silencio, caminar hasta San Justo y decirle a la hija de Malvina que los besos que temen ser vistos por el guarda son los mejores. Luego correr cuando el guarda nos eche de allí por escandalosos.
Me gustaría enseñarle mi casa, la casa de campo, la torre que finge ser Eiffel desde la ventana de mi habitación, el rosal tras el que me escondí llena de miedo, la parroquia en la que crecí, la tienda de aceitunas, la carnicería donde vende carne el chico más guapo, darle celos, que me haga el amor a escondidas, y llevarle al poblado.
Una tarde bajarnos en Chueca, tomarnos una tarta en la calle Espíritu Santo y después pasear de la mano hasta la paralela de Fuencarral, admirar el edificio más victoriano de Madrid, comprar hierbabuena, escuchar música en los jardines del Edificio de Arquitectos, girar por la calle de Fernando VI, ver un cachito de Barcelona, subir a la plaza de las Salesas y acabar en la iglesia de Bárbara de Braganza. Subir las escaleras y decirle que allí, en la calle Conde de Xiquena, 17, en el último piso, vive el David de mi novela, "La belleza de los ojos castaños". Contarle que Madrid tiene allí enterrado un corazón oscuro, que fue en esas escaleras donde aprendí a amar todo lo que significa esta ciudad. Y señalar con mi mano la alcantarilla donde van a parar todos los anillos de diamantes cuando la novia echa a correr, huyendo.
Otra tarde podriamos bajarnos en Alonso Martínez y callejear hasta Colón, tomar un batido de chocolate junto a la sede del PP y hacer bromas. Comer  pipas en el parque de Colón y cenar en el mercado bajo tierra que está frente al arqueológico.
Escuchar a Izal en el coche de camino a su casa. Convencerle de que el silencio está infravalorado y de que escuchar aporta más al grito que la afonía del mismo. Escuchar a La M.O.D.A en un banco cualquiera de una calle cualquiera de su barrio y pedirle, exigirle, suplicarle, subir a tu casa y hacerns tristes bajo las sábanas. Enfadarle, enfadarme, y pasear de la mano por manía al volver a casa.
Coger la renfe en Aluche y bajarnos en el Paseo de la castellana, visitar a las ocho el museo de ciencias naturales, que nos echen a patadas, que te agarres de mi vestido al pasear, como un niño, como un ser indefenso, pararnos a respirar delante de la casa morada, y acabar en Colón, otra vez.
Llevarme las postales de Barcelona y de Ginebra a la plaza de Oriente  y llorarle en el hombro. Verte leer "La belleza de los ojos castaños" y curarle las heridas con besos en las rodillas. Subir a la plaza Mayor por el antiguo ayuntamiento, comer en la cava baja y enseñarle de lejos la iglesia donde se casaron mis padres, San Judas.
Llevarle a esa casa anarquista de Vallecas a escuchar a Pamela Palenciano y quedarnos toda la madrugada en un banco del parque, hablando.
Llevarle a Beas de Segura, al Espinar, a Zugarramurdi, a San Sebastián, la Ile de Ré, a San Juan de Luz, a Infesto, a Barcelona, a Granada, a Platja d'Aro, a Argel-sur-le-mer, a Coillure, a Ginebra, o Estrasburgo, a Annecy, al camping de París, al pueblo de León, a Toledo. Contarle un millón de recuerdos, ser su todo, su confidente.
La lista es mucho más larga. El sentimiento también. Me enseñaron a esperar desde el rascacielos, la torre del castillo, un sexto piso. A esperarle, a él, David, tú ya sabes quién, tú ya no puedes ser el chico. Tú ya nunca volverás.
Hoy te pienso muchísimo. Te echo un poquito de menos.

domingo, 12 de febrero de 2017

Carta de inspiración David-Goliatense

Hola David
Estoy imprimiendo todas las cartas que guardo aquí, y todas las que no publico. Incluso he vuelto a hacer papel las dos cartas de cumpleaños que te regalé. Es increíble que ya hayan pasado dos años. Pero a lo que iba, que estoy imprimiendo todas las cartas que son tuyas y las dejo en la tumba de Malvina. Las he metido en un pequeño hueco entre la losa y la cruz y solo espero que: no se empapen con el agua de la lluvia, porque ya bastante agua llevan de lo que mucho que te lluevo, que no se pierden tierra abajo, sería una pena, y que aguanten mucho tiempo, más del que espero estar viva. Me atrae la idea, te lo confieso, de que alguien más que yo descubra las cartas y me busque a traves de Malvina. Entonces encontraría que escribí un libro acerca del David que eres, un ensayo sobre Malvina y tres o cuatro confesiones sobre la persona que fui y no quise. Entonces se cerrará el círculo. Yo te encontré a ti y a Malvina y os haré arte, y el deber de alguien más es hacerme arte a través de ti y de ella. Nunca te conté que lo que más me gustó de escucharte hablar sobre tus libros es que ahora yo tendría que ser algún personaje, que seré "La culebrosa" que tuvo una relación con el escritor. Te lo dije mil veces, el destino no entiende de casualidades, no conoce la suerte de los dados, es demasiado inteligente como para creer que las cosas no pasan por una razón.[...]
¡Hola David! Voy a intentar escribir literatura, de la mía, sabes, de la erótica.


-Así que, ¿cuál es el plan?
Ya sabía cuál era el plan pero lo único que quería era retardarlo. Claudia se giró y puso los ojos en blanco.
-No me puedo creer que estés nerviosa.
-Ya me gustaría verte a mí en tu situación.
-Seguramente no tengas que hacer nada. Bebe un poco más ¿cuánto te queda?
Saqué del escote la pequeña botellita de ron e hice un mohín. Quedarían dos tragos.
-Vamos, de un tirón, eso te sube en diez minutos.
Claudia dejó pasar a una pareja de chicas y las miró con una pequeña sonrisa. Ellas la sonrieron de vuelta. Supuse que Claudia venía mucho como para que la gente se quedara con su cara. Tampoco es que supiera muy bien cómo era la vida de Claudia, ni siquiera era mi amiga. Nos conocimos hacía dos noches, en casa de unos amigos que tenemos en común. Jugamos a contar cosas ridículas que nos hubieran ocurrido, y cuando llegó  mi turno  yo me quedé callada  pero Javier salió con mi historia más patética y provocó unas carcajadas que aunque empáticas no dejaban de provocar en mí un rechazo molesto. Al terminar la historia la chica que estaba a mi lado en el sofá, y que resultó ser Claudia me dijo que ya había oído esa historia.
-Oye que Javier no está inventándose nada.
-Que no, tonta, digo que creo conocer al chico de la historia
Yo la miré con los ojos como platos. Sacó su móvil y me enseño una foto de grupo. Y ahí estaba él en la esquina superior derecha, con esa sonrisa de pillo que tanto me gustaba y el pelo más largo de lo que recordaba.
-No tengo una foto mejor, pero él es Guille ¿a que sí?
-Sí, sí.
Yo pensé en que el mundo era un pañuelo, que al final Madrid era un pueblo y que una no podía esacapar del pasado así como así. No me dio tiempo a preguntar a Claudia de qué la conocía pero ella pareció leer entre líneas mi silencio.
-Estamos en una asociación.
-¿De qué?
Ella se acomodó en el sofa y bebió de la botella de cerveza.
-Pues no sé cómo explicarlo. Es una cosa para todo.-Se rió al ver la confusión en mi cara.-Tengo este amigo que es más romántico de lo que debería, pero no romántico en plan corazoncitos y esas mierdas si no un personaje del siglo XIX que cree vivir en el barrio latino donde en todas las cafeterías hay reuniones de política y literatura y todo el rollo. Y bueno pues se le ocurrió crear una asociación de para todo. Al principio sólo íbamos los amigos, un poco por seguirle el rollo ¿sabes? pero con el tiempo se empezó a correr el rumor y ahora somos tantos que tenemos pases y eso.
Yo no me estaba enterando mucho de lo que me decía. No es que se explicara muy bien, pero aún así asentí y dije que aquéllo era maravilloso y nostálgico.
-Bueno pues este hombre tuyo, el tal Guillermo, va muchas veces. Suele venir solo.
-Ya.
-Deberías venir un día.
-¿Para qué?
Ella no se lo pensó ni un momento.
-La historia no es rídicula. ¿Quieres saber con cuántos tíos me he acostado yo que han tenido un gatillazo? Y pues calro que se hacen cosas ridículas, obviamente yo no me hubiera puesto a untarle su cosa con nata porque chica si no funciona, no funciona, tampoco hay que forzarlo. Pero lo que te quiero decir es que es normal, que los dos eráis muy jovenes y no supisteis llevar la situación.
-Supongo, pero...
-Nada. Estoy segura de que ahora eres mucho más madura ¿a que sí? Pero la verdad es que yo te quería preguntar.
-¿Qué?
-¿Le dolió el mordisco?
Yo me puse colorada y ella se echó a reír.
-Lo siento, lo siento, es que el miedo de toda chica. No sé cómo vives contigo misma.
-Pues muy bien, te lo aseguro.
Ella me cogió de la mano. Paró de reírse. Sus ojos brillaron como si se le hubiera ocurrido una gran idea. Tuve miedo.
-Lo tengo. Es tu ocasión perfecta para superarlo. Hay una reunión pasado mañana, y sé que él tiene un pase. Yo puedo conseguirte uno.
-Bueno.
-Genial, quedamos entonces el jueves a las 9 en Tribunal.
-Espera, no sé si queiro ir, tengo que pensármelo.
-Bueno pues llámame mañana y me confirmas. No te voy a insistir más pero te aseguro que si no vas te arrepentiras cada día y te preguntaras qué hubiera pasado.
-Pero entonces ¿cómo sabes tú esta historia?
-La contó un dia.
-¿Así, sin más?
-Bueno, una chica empezó a hablar sobre las peores experiencias que había tenido en el sexo y el chico comentó esta historia.
-¿Y qué dijo?
-Que los hombres debían temer menos la palabra gatillazo.
Aquéllas palabras me reconfortaron  de una manera que creía superada. Creí que ya había olvidado aquél recuerdo, que la hice historia un día y me reía con mis amigos cuando nos acordábamos de ella. Pero ahora volvía  a mí toda la inseguridad que sentí en los primeros días tras esa noche con Guille , lo inútil que me sentí y lo tonta que fui cuando le dije que no quería volver a verle. De pronto me sentí revolucionaria. Le pedí a Javi un folio y escribí todo lo que pasó, todo lo que hice después, y la perspectiva que me habían dado los años. Y ese discurso era el plan.
Claudia se cansó de mi nerviosismo y abrió la puerta de la habitación con un suspiro agotador. Se dirigió hacía unos cojines en el suelo en la parte delantera y me presentó a varios amigos. Hablaron sobre política. No participé mucho. Poco después un chico con una camiseta que me pareció de pijama cerró la puerta y se subió a una mesa.
-Hola, colegas.-Se rió. No sé de qué.-Aún falta gente pero no tardarán, que la renfe da problemas. Así que hablen.
El procedimiento fue sencillo. El primero en levantar la mano daba pie al tema. No era muy constante, eran comúnes las interrupciones que cambiababan de tema o simplemente pedían silencio para poner una canción. Algunas chicas se ponían a bailar y luego, cuando la música paraba alguien hablaba. Uno recitó un poema y otra chica le calló y leyó un fragmento de Bukowski. Otra gritó que aquélla noche, y por la apuesta perdida, ella invitaba a hielos. Empezaron a salir, entonces, de bolsos y mochilas, botellas de alcohol de todos los tipos. Claudia me pasó un botellín y me dijo que participara un poco. Al segundo sorbo de cerveza la puerta se abriño y entraron dos grupos con un altavoz. Lo pusieron en mitad de la sala y uno del grupo gritó que había hecho una nueva mezcla y quería saber nuestra opinión. Mientras el chico ponía todo a prueba otra chica se subió a la mesa y gritó que regalaba dos entradas de concierto porque había conseguido trabajo y el turno en el hospital no la dejaba asistir. Las bailarinas se acercaron a la chica y las oí hablar sobre enfermería. No parecían conocerse. El chico puso la canción y al terminar pidió que quien le diera dar su opinión se acercara. ALgunos se acercaron a hablarle. Una chica, que se presentó como Francesca anunció que por fin había follado. Todos parecieron aplaudirla y uno gritó que tenía dos cajas de condones en casa desde que había roto con su novio. Al principio todo aquello me parecía un desorden de temas pero con el tiempo entendí que intentaban guardar temas unos minutos y se respetaban entre ellos. Se conocían los unos a los otros. Tan pronto se ponían a hablar de la muerte de Trotsky como del coste de un vuelo a Praga, y luego paraban para escuchar los cambios en la mezcla del chico con el altavoz. Busqué detenidamente a Guille pero no le vi. Claudia me dijo que no me preocupara, que vendría. Apareció media hora después con otros dos chicos que me sonaban del instituto. Llevaba un jersey color mostaza que resaltaba sus ojos color café y un gorro granate que escondía su melena de león rubia. Se me había olvidado lo atractivo que era. Me acerqué a él como atraída por un imán. Pude oír cómo hablaba con la chica que había ofrecido las entradas y la felicitaba por el trabajo. Me quedé allí, en mitad de tierra de nadie, mirándole sin la más absoluta verguenza y con la consciencia de ciertas zonas que se despertaban al oír su risa. ¿Cómo había podido olvidar lo que me hacía sentir?
-¿Quién ha pedido el micrófono?-Preguntó el chico de la camiseta del pijama.
Claudia levantó la mano. Cogió el micrófono y me lo tiró. Lo cogí al vuelo. Carraspee. Quitaron la música.
-¿Hola?
No se oía. Claudia se lo llevó y vi que cambiaba las pilas. Una chica que me había presentado Claudia se acercó con dos chupitos.
-Vamos, de un tirón.
Me tomé los dos sin parar a respirar. La chica se echó a reír.
-Es genial lo que vas a hacer. A la gente le va a encantar.
 Claudia volvió con el micrófono. Me dio una palmada en el culo y me dijo "Ahora o nunca".
-¿Hola?-Dije.
Todos se giraron a mirar. Guillermo fijó su mirada en mí y frunció el ceño. Yo le sonreí. Debía estar muy borracha para hacer eso. Él abrió los ojos, sorprendido cuando me reconoció y quiso acercarse.
-Quieto ahí, vaquero.-Soltó Claudia, quitándome el micrófono.-Hola gente, os presento a Ana, es nueva aquí pero va a hacer una cosa increíble así que os pido que no la interrumpais. Gracias.
La gente gritó que no me veía. Me subieron a una mesa. Todos me miraban en silencio. Yo no me atreví a volver a mirar a Guillermol.
-Bueno.-Dije. Notaba mi rubor en cara y cuello-Me llamo Ana.
-¡Hola Ana!
El resto se rió. Yo también.
-A ver tengo que decir algo y la verdad agradezco el haber bebido proque son cosas que una no cuenta cuando está cuerda.-Respiré.-El caso es que me llamo Ana y seguramente todos y todas me conozcáis por aquí por una historia que un chico ha contado.
Yo señalé a Guillermo. Él pareció ruborizarse. Algunos parecieron entender y empezaron a reírse y asnetir.
-Oye, que yo no te conozco ¿qué historia-Dijo una chica del fondo.
-A ver.-Dijo otro chico que fumaba cerca de la ventana.-El chico, Guillermo, y ella se acostaron hace unos años, y bueno él  tuvo un gatillazo y a ella se le ocurrió untarle de nata la polla y al final acabó mordiéndosela.
La chica gritó de terror. Se oyeron varios suspiros.
-En realidad no fue así.-Dije.-Habíamos follado hacía solo dos horas y nos volvió a entrar ganas pero él tuvo un gatillazo sí, pero seguía teniendo ganas y yo, obviamente, también. No tenía mucha idea de sexo, la verdad, pero una vez había oído a mi hermana que a ella la habían untado el coño con nata así que pensé que podría servir. Ni siquiera me gusta la nata, quiero que lo sepais, pero bueno, eché demasiada porque estaba nerviosa y mordí pensando que aún no había llegado al asunto y bueno, pues resulta que sí. No le hice sangre pero supongo que dolió.
Guillermo asintió con fuerza. Los demás rieron. Suspiré.
-Él fue un encanto, la verdad, dijo que no pasaba nada, pero yo me vestí y me fui a casa. Me daba muchísima verguenza  así que le hablé y le dije que no quería volver a verle. Nos evitamos todo el año y luego él se cambió de instituto.
-¿Por qué?-Dijo el chico fumador.
-¿El qué?
-Quiero decir puedo entender tu verguenza pero no estuvo bien por tu parte que huyeras de esa forma.
-Yo me sentía inútil. Siempre había oído que complacer a un hombre era lo más fácil del mundo, y que comersela muchísimo más.
-Ya, pero...
Le interrumpí.
-Yo nosé cómo serás tú pero yo soy la más patosa, descoordinada e inútil del mundo. Durante años pensé que era inservible para el sexo y me ha dado mucho miedo pero desde que...
Callé.
-¿Desde qué?-Gritó la chica del fondo.
-Desde que me acosté con otro chico y me apliqué a fondo. Pero no era igual.
-¿Por qué?-Preguntó una de las bailarinas.
-Pues.-Paré a toser.-A ver no sé si os ha pasado, pero cuanto más me atrae el chico más nerviosa me pongo cuando estamos en mitad del asunto y bueno, este chico no me ponía tanto como Guillermo.
Se oyeron varios aplausos y jaleos. No pude mirar a Guillermo. Me sentía en una nube.
 -¡Te entiendo! La primera vez con mi novio fue horrible por eso mismo.-Dijo otra chica.
-Nah, mentira.-Respondió el chico de al lado.
Nos reímos. Ellos empezaron a besarse locamente.
-En fin.-Dijo el chico fumador.-Que Guillermo te ponía más.
Suspiré.
-Guillermo es todo.-Volvieron los jaleos.-Supongo que todas aquí tendremos el chico con mayúsculas. Bueno Guillermo es el mío.
Me atreví a mirarle y él estaba sonriendo. Tardé en analizar su sonrisa. Era del tipo abierta. No presumía, ni mostraba interés sólo sonreía por mi declaración. No supe qué pensar.
-Bueno-Dije.-Quiero decirle que lo siento. Por todo.
Bajé de la mesa y Claudia me abrazó. Le dije que necesitaba tomar un poco el fresco. Me quiso acompañar pero la dije que quería ir sola. Atravesé la puerta con los jaleos y aplausos aún en el aire.
Al salir del zulo el aire fresco me revolvió el pelo y me quitó el rubor. Encendí un cigarro y caminé calle abajo. Entré en un bazar y compré una litrona de cerveza. Después me senté en las escaleras de un portal.
-Hola.
Levanté la mirada y me encontré con un Guillermo nervioso que metía las manos en los bolsillos del pantalón.
-Hola.
-Qué fuerte lo de ahí dentro ¿no?
Me encogí de hombros. Yo aún seguía en mi nube de excitación y perdía toda capacidad de raciocinio. Nos quedamos en silencio un rato. Desde dentro se oyó la música.
-¿Quieres bailar?-Dijo Guillermo, sentándose a mi lado.
Le miré.
-¿Juntos?
Él asintió. Las dos veces que logramos hacerlo nuestro preludio, preeliminar, o como fuera, había sido el baile. No sabía si él esperaba que bailar nos llevara a algo más pero no le pregunté ni él tampoco se explicó. Estaba demasiado bebida como para pensar si Guillermo se estaba aprovechando de mis declaraciones o si por lo contrario estaba siendo  únicamente amable. No lograba ver un interés favorable  pero tampoco veía una falta de él. Me levanté y le miré de reojo. Bajamos al zulo con un poco de prisa. Nos pusimos cerca de la ventana y el chico fumador nos guiñó un ojo. Me pareció la oruga de Alicia en el País de las maravillas. Esperamos al cambio de canción para empezar a bailar. Él me cogió de la cadera y me acercó a él. Había olvidado loq ue era bailar con un chico que conocías y no con un desconocido. Guillermo era Guillermo. Confiaba en él. No analizaba si me estaba pegando mucho a él o si el aliento me olía cerveza. Me limitaba a bailar con él, despreocupada, alegre. Cuando acabó la canción  mis manos ya colgaban de su cuello y le acariciaba con sutileza la nuca. Sus manos se habían atrevido a subir y bajar por mis costados hasta mi cintura pero aún no llegaban a mi trasero. Su cabeza estaba en el hueco de mi cuello y su respiración me hacía cosquillas en la clavícula. Claudia entró en mi radio de visión y levantó los pulgares, riendo. Luego me señaló el DJ. Yo asentí. Pusieron una de esas canciones que Javi y yo bailábamos antes de que él se ecahara novia y me sustituyera. No lo pensé mucho. Pegué mi espalda a su pecho y le bailé como antes solíamos hacerlo. Le provoqué. Me alejaba y él me pegaba de nuevo. Subía y bajaba la mano por cuerpo como si lo estuviera adorando. Me subía el vestido con sus largas pasadas y yo me lo bajaba cuando me acordaba, aunque qué más daba, él me tapaba, sólo quería que no parase, porque necesitaba aquéllo, y él era tan bueno. Acabé moviendo tan lentamente que no sabía si realmente me movía o era el temblor de mis rodillas. Me agarró del pelo con suavidad y me tiró hacia él. Sentí su respiración en mi oreja.
-Dame la vuelta.-Susurré.
No preguntó porqué se lo pedía y no lo hacía pero creo que supo leer que no me podía mover. Estábamos tan cerca, casi respirando del mismo aire que me pregunté si me iba a besar. No soportaba la incómodidad de estar tan cerca y no hacer nada. Él cerró los ojos y apoyó su frente en la mía. Respiraba descontroladamente. Paseé mi mano por  su pecho. Quería acariciarle la piel. No encontraba el final del jersey pero cuando lo hice me encontré con el botón de su pantalón. Me paré un momento. Él paró de respirar. No sabía si él estaba pensando en la última vez. A mí se me pasó por la cabeza pero el alcohol lo desechó. Posé la mano a lo largo de la bragueta.
-¿Qué, tienes curiosidad?-Dijo.
No lo pillé a la primera. Para cuando analicé lo que había dicho le cogí las manos y las posé en mi culo. Él apretó y me acercó más a él. Me subí el vestido para sentirle mejor.
-Dios.-Se me escapó.
Él  se echó a reír. Sentí que alguien me tocaba el hombro.
-Estáis montando un espéctaculo.-Dijo Claudia.-Y la gente se alegra, de verdad, pero ¿queréis una habitación?
Miré a Guille, nerviosa. Él no apartó la mirada de mí.
-Una canción más.
Claudia se encogió de hombros y se fue.  Yo no sabía si él había dicho que sí a la habitación, o solo pedía una canción más y paraba el espectáculo. Guillermo parecía ansioso. Me tocaba con ímpetu, cuerpo arriba cuerpo abajo. Yo me limitaba a jadear, me hubiera gustado haer algo más pero no podía. Al final no aguanté más.
-No puedo más.-Dije, separándome.
Él me miraba sin decir nada.
-Tenemos que hablar.
Él asintió. Me cogió de la mano y me sacó a rastras de la sala. Creí oír la risa del chico fumador. Nos metió en una habitación en la que había un sofá. No me soltó la mano. Me apoyé en la pared y él se puso frente a mí.
-Te prometo que he aprendido.-Dije.
Él sonrió.
-¿Nos besamos?-Le pregunté.
Él se echó a reír. Se separó un poquito de mí y se quitó la camiseta. Me pareció que era su forma de decir "¿A ti qué te parece?"Me mordí el labio. Oí un ruido procedente de la puerta y me giré. Claudia estaba asomada y me sonreía, pícara.
-¿Tú las has traído?-Preguntó Guille.
Claudia asintió. Él se acercó y la besó en el pelo. Le dijo algo en voz baja  y luego ella se marchó riendo. Guille cerró la puerta y me miró con una sonrisa sincera.Quería decirle un millón de cosas. Desde que aún soñaba con él por las noches hasta que siempre que me emborrachaba pensaba en lo metafórica que me ponía en su habitación y lo poco que dejaba que me tocara. Y se lo dije, supongo, con la mirada que esperaba que fuera profunda que le envié. Él pareció entenderme y se acercó lentamente hasta poner las manos en mis mejillas. Yo le puse las manos en las tiras del pantalón y le pegué más a mí. Supe que iba a hacer de este momento un recuerdo inolvidable y ni siquiera había acabado. Nos trascendí en el tiempo y me olvidé de si el verbo era correcto.
-Dame algo por dónde empezar.-Le dije.
Él abrió los ojos.
-Antes no pedías nada.-Pestañeó.-Menos mal que has cambiado eso.
-No seas condescendiente, muchacho.
Él me besó la nariz.
-Te eché de menos mucho tiempo. Eres una espinita clavada.
No pude evitar reírme. Mi pecho florecía.
-¿Quieres esto?-Le pregunté.
-Creí que sabías leer entre líneas.
-Sí, pero aún no sé leer mentes.
Le quemaron los ojos. Me cogió la mano y la puso en su bragueta. La noté dura, más dura incluso que cuando estábamos bailando. Recorrí con un dedo toda la longitud. Molestaban los vaqueros. Él gimió.
-Sí que sabes.-Murmuró
Yo puse los ojos en blanco pero aún así sonreí.
-¿Puedo tocarte?
-Por favor.
-Eso es.-Sin embargo, y auqnue sus manos estaban a centímetros de piel, se lo pensó mejor y me cogió de la barbilla con delicadeza para que le mirara.
-¿Dónde?-Dijo. Tenía la voz grave.
-Y yo qué sé.
Se mordió el labio. Mandé a la mierda aquélla historia, aunque me gustara. Localicé el sillón y le hice sentarse. Me quité los zapatos y me bajé las medias. Olía sus ganas y no le estaba mirando. Irradiaba calor desde el sillón. Me subí el vestido y me puse a horcajadas  de él. Él llevó las manos a mi sujetador y siguió las tiras. Hacía tiempo que no sentía el contacto de la piel masculina contra la mía y el mínimo toque me excitaba hasta niveles que no conocía. Pensé, a través de la neblina de lujuria,, que si él no fuera Guillermo no estaría así, pero con él perdía todo contacto con el suelo y flotaba, alto, muy alto, hasta que me aprendía de memoria su respiración de lo mucho que me obsesionaba ser parte de él. Así que aprendía rápido cuándo sus pulmones le permitían robarme un poco del aire que respirábamos y luego se lo arrebataba, le hacía jadear, me devolvía mi aire, o el suyo, qué más, pero me lo quedaba y era mío, entonces él era mío. Pensaba en la intimidad tan magnética que estábamos creando y por fin entendí porqué la gente se casaba para toda la vida, porqué se mantenían fieles por gusto y no por deber, porqué escogían a uno y decían que era el eje de toda su sensualidad. Sí, lo entendí porque quería hacerle tantas cosas, y que él me hiciera tantas otras que tardaríamos un año, follando todos los días, en satisfacer toda mi curiosidad y aún así querría repetir todo de nuevo, así que quedaría atada a él un año y después otro, muchos, para aprender su cuerpo de memoria, hasta que éste se me cansara. Tuve que analizar, sin embargo, si estaba cómoda en aquélla situación. Si estaba cómoda con el pensamiento de quererle más de una vez, desconociendo lo que él pensaba. Así que les dije a mis manos que fueran las más sensuales, y a la vez las más arrasadoras, mandé sobre mi cadera y la susurré que no perdiera el ritmo por mucho que estuviera despistada por sus atenciones, y a mi lengua le ordené que se soltara un poco y paseara por allí donde le apeteciera, sin verguenza, sin temor.
-¿Dónde estás?-Dijo, bajándome las tiras del sujetador.
-Quítame ya el sujetador de una vez.
Él se echó a reír.
-¿Lo he dicho en voz alta, no?
-No te guardes nada para ti.-Murmuró.
Me quitó el sujetador y amasó mis tetas con ganas. Jadeé. Luego se llevó un pezón a la boca y tiró de él con los dientes. A Juan nunca le habían interesado mucho mis tetas, y cuando me acosté con Guillermo no eran ni la somrba de lo que ahora eran. No pensaba que fuera una zona especialmente erógena en mi cuerpo pero cuando empezó a tirar con los dientes cada vez más del pezón sentí que podía gritar de gusto y luego darme una bofetada a mi misma por no haberle sabido antes. Él debió leer mi reacción porque se aplicó con ahínco. Me acordé de que tenía que hacer con mis manos y empecé a arañerle los brazos. No sé si quería que parase o no pero al cabo de poco perdí la sensibilidad y pude pensar más que sentir.  Le lamí el cuello, porque recordaba que eso solía gustarle, le mordí la oreja, se revolvió, yo me reí. Me harté no muy tarde después. Me quité del sillón y me bajé las bragas. Le miré con las manos en las caderas, animandole a hacer lo mismo. Él me miró con los ojos en llamas y me pareció tan cariñoso, dulce, excitado, caliente.
-Vamos, por Dios.-Le susurré.
Se levantó y me sentó en el sillón. ¿Qué haces? Me abrió las piernas y se arrodilló. Supe lo que iba a a sentir antes incluso que su boca se acercara. Eché la cabeza hacia atrás y jadee.
-¿Cómo lo quieres?
-Joder Guillermo y yo qué sé, nunca he comido un coño.
Callate, por Dios, y devuelve tu boca a donde estaba.
-Tú sabrás mejor que yo lo que te gusta, bonita.
Me recoloqué en el borde del sillón y le miré, furiosa.
-Abre y lame, y ya.
Me pareció que sonreía mientras le perdí ade vista entre mis piernas. Abrió los labios y lamió con una pasada lenta. Lo repitió varias veces y luego dio varios toquecitos con la lengua al clítoris.
-Mierda, joder.-Me revolví.
Después se volvió loco y lamió con más rápidez. Al poco volví a perder la sensibilidad. Le separé,encerrando mis dedos en los rizos de su pelo.
-Sopla. Y lento, Guillermo, lento. Y ven aquí que nis iquiera me has besado en la boca.
Se levantó y me cogió de la barbilla. Me subió la cabeza y me mordió el labio. No pude evitar sonreir. Ahora recordaba ese Guillermo cariñoso y juguetón que sabía crear intimidad. Me besó la sonrisa, y luego me cogió la cara entre las manos y me abrió más la boca. Metió la lengua y la movió hasta que perdí la consciencia del tiempo. Yo me notaba una estatua que apenas movía la lengua pero estaba sumergida en un océano de placer, incluso podía sentir la sensación salada. Cuando me di cuenta cuenta de que ése era el sabor de mi coño me eché a reír y Guillermo se separó, poniendo los ojos en blanco y sabiendo que aquéllo era lo normal en mí. Volvió a arrodillarse. Esta vez me dije que tenía que mirar. Vi cómo colocaba el dedo índice y corazón en los labios y los abría. Luego sopló, rodeó mi clitoris dos veces y empezó a lamer con intensidad pero lento. Yo me mordía la lengua para no gemir.  Mis caderas se movieron solas y empecé a cabalgarle la lengua con un único fin.
-Mete los dedos.
Metió dos dedos y los movió en círculos. Se concentró en mi clitoris y luego sopló. No lo soportaba y por mi mente gritaba todos los insultos y soeces que imaginaba. Supongo que alguno se me escaparía porque Guille sonrió y descubrió los dientes. Grité.
-¡Eso! Otra vez, los dientes, otra vez.
Y sin taparse los dientes chupó mi clitorís. Mi cadera se movió sola.
-¡Vale! Siéntate, en el sillón.
Me levanté, sintiendo como los flujos me caían por los muslos y le cogí del barzo para que se sentara. Él aún no se había quitado el pantalón. Maldecí por dentro. Busqué en el bolsillo del vestido el monedero y saqué un condón. Él ladeó la cabeza y pareció entenderme, por fin. Se desabrochó el pantalón. Me puse a horcajadas antes de que pudiera quitarse el pantalón. Le tendí el condón. Guille nos levantó lo suficiente como para poder bajarse el calzoncillo. Luego se puso el condón. Le cogí y lo puse en mi entrada. Bajé poco a poco. Creía que ya estaba toda pero Guillermo embistió y yo jadeé al sentirme tan llena. Empecé a cabalgar, probando. Los ojos de Guillermo volvieron a quemar y llevó las manos a mi trasero. Me empujó hacia él. Gemí, sorprendida. Él me cogió con más fuerza y volvió a hacerlo. Le clavé las uñas en el hombro.
-¿Otra vez?-Murmuró.
Me moví en círculos. Él sonrió y me movió de nuevo a su antojo. Yo gruñí y le cabalgué a mi manera.
-Ah no no.-Dijo, sonriendo.-Déjame manejarte un poco.
Negué. No podía hablar. Empezamos una lucha por ver quién dirigía mis caderas. Era excitante, pero cada vez que paraba un poco para acumular placer y poder correrme él se aprovechaba y me movía de adelante hacia atrás. Y yo sólo pedía un círculo más. Empecé a jadear y sudar porque aquello era insoportable. Quería gritarle que dolía, echarme a llorar y pedirle que por favor me dejara un minuto más.
-¡Sólo un poco más, joder!-Le arañé el hombro.
-Vale-Suspiró.
Me moví lentamente, hasta incluso pararme y mover sólo los musculos internos de mi vagina. El placer se perdía. ¿Qué? ¡Pero qué pasaba ahora! Se me humedecieron los ojos de desesperación. Quise tirar la toalla.
-¿Qué pasa?-Dijo, sin respiración.
-Que no logro correrme.
Él apoyó la cabeza en mi pecho. Le acaricié el pelo.
-Ven, ¿quieres que te coma un rato más?
Negué con la cabeza. Me besó los pechos. Creí oirle canturrear la canción que se oía desde la sala principal. Me invadió una paz inquietante y cerré los ojos. De mi pecho creí ver cómo salían ramas de enredadera y se colgaban de su cuello, bajaban por sus brazos, por los cojines del sofá, hasta que los dos nos enterramos entre una espesura invisible de hojas salvajes. Le puse la mano en el pectoral izquierdo y pude notar su corazón accelerado. Renuncié a mi placer y empecé a moverme cómo él me movía minutos antes. Él pareció volver a la vida y me  embistió con ímpetu.
-Ana no pasa nada si...
-Calla. No te contengas, vamos.
Me moví en busca de su placer, sabiendo que, por primera vez en años con un hombre, verle disfrutar era buscar mi propio placer. Era maravilloso cómo besaba mis pechos, mi clavícula, cómo mordía mis pezones y se mordía la lengua para no jadear. Le cabalgué con fuerza. Él se hundió más en el sillón y me acercó más a él. Con la nueva posición llegaba más profundo. Gemí.
-Inténtalo ahora.-Dijo.
Tenía la mandíbula apretada.
-Córrete, no importa.
-Ana venga.
Le besé la frente antes de reducir el ritmo y moverme en círculos. El cambio de movimiento fue impresionante y me dejó con un escalofrío que recorrió toda mi espalda.
-Vale ahora yo.-Susurró.
Volver a cabagarle rápido me hizo entender que lo que activaba mis orgasmos era el desorden del movimiento, alterar lo rápido  con lo lento. Me pareció todo un descubrimiento que a mis veinte años aún tuviera que conocer cómo se corría mi cuerpo. Pero no, yo sabía perfectamente cómo obtener placer sola, en casa, pero no era lo mismo obtener placer con los hombres. El quemor que creía insoportable no era más que un recordatorio de que si seguía haciendo lo que había hecho hasta ahora me correría al final.
Guillermo embestía con más profundidad que antes y paraba a respirar para controlarse. Me llenó el alma de ternura.
-Sólo un minuto.-Le dije.
Asintió y me moví lentamente. Noté de nuevo cómo ardía en mi interior. Quería huir y a la vez entregarme a ese dolor. Alterné las embestidas lentas con las rápidas, la profundidad con los cícrulos de mis caderas.
-Joder como no te corras ya.
-Sólo un poco más.
-¿Qué necesitas?
No pude contestar. Él embistió con fuerza. Grité.
-¿Qué necesitas?
-Que me...
Me agarró con fuerza del trasero y no me dejó moverme. No salía, sólo se adentraba más.
-¡Guillermo!
-¿Te gusta?
-Hazlo más, más...
-¿Más qué?
-Fóllame.-Susurré.
Él me mordió el hombro y me abrió más las piernas. Grité por la profundidad. No podía moverme así que apreté los músculos internos. Él gimió con fuerza.
-Ya te estoy follando, joder.
Después echó la cabeza hacia atrás y se corrió con una última embestida. Pensé que me iba a quedar a dos velas pero de repente el quemor se volvió hielo y exploté. Un placer desconocido me recorrió el cuerpo, desde la planta de los pies hasta la nuca y al llegar a mi cabeza convulsionó y se hizo tres veces mas grande. Entendí a la perfección lo que era ver fuegos artificiales.
No sé cuanto tiempo tardé en volver del cielo y recuperar la respiración. Oía de fondo cómo Guillermo se reía y decía algo que no logré entender. Me acarició los brazos y me rodeó la nuca. Me dio un beso en el pelo y luego enterró la cara en mi cuello.
-Uf.-Dije.
Él se rió.
-Sí. Sí que has aprendido.-Dijo.
-¡Eh!-Esquivó mi golpe, riendo.
Luego se volvió un poco más serio.
-Lo siento por el final, no he podido aguantarme más. Te preguntaría si te has corrido pero tu cara lo dice todo.
Me reí. Luego me levanté de su regazó. Él se quitó el condón, le hizo un nudo y lo tiró a la papelera, cerca de la puerta. Señaló otra puerta que hasta ahora no había visto.
-¿Quieres pasar tú primero?
Suponía que era el baño. Asentí porque aún no estaba en todos mis cabales. Cogí la ropa del suelo y la llevé al baño.
-Puedes pasar si quieres.-Le dije.
Él me miró con sorpresa.
-Oh por Dios, no, creo que no me recuperaré de esto por semanas. Solo una ducha, a la vez, para ahorrar agua.-Me retorcí las manos.
Él se encogió de hombros, feliz, y me siguió al baño. Abrí la mampara y me siguió. Abrí el grifo y coloqué la alcochofa en una clavija de la pared. Me moje el pelo y el cuerpo. Luego le dejé a él. Me enjaboné el pelo.
-¿Me pasas el gel?
Tantee a ciegas y lo cogí. Pude ver su risa a pesar de que tenía los ojos cerrados. Compartimos toalla porque la otra no me dio mucha confianza. No hablamos mucho, estábamos en uno de esos silencios cómodos que tan raros me resultaban pues siempre tenía algo que decir. Nos vestimos sin la ropa interior y luego me quedé sin saber qué hacer. Él me cogió de la mano y me llevó al sofá. Cogió un bolígrafo del bolsillo y agarró mi brazo.
-Este es mi número.
Escribió unos números y una carita sonriente.
-Vale.
Luego no dijimos nada más. Se tumbó en el sofá y yo me acurruqué a su lado. Estaba a punto de dormirme cuando Claudia abrió la puerta y dijo que el chringuito se levantaba. Fuimos a la puerta y subimos las escaleras. En la calle nos miramos, él volvió a enterrar las manos en los bolsillos.
-Bueno.-Dije.
-¿Quieres venir a mi casa?-Dijo, de pronto.-Vivo con unos compañeros del insti, con Juan y Alex, creo que les conoces.
-Yo...
-O si quieres puedo llevarte a casa, tengo coche.
-Yo...
-Pero me gustaría que vinieras a casa. Podemos desayunar cereales, lo siento, es lo único que tengo, y luego dormir un poco.
-Sí, sí voy a tu casa.
Tonta de remate. "Sí, sí por favor, no me abandones" Sonrió.
-Vamos, el coche está por allí. Y mira Juan y Alex ya nos están esperando.
Ni Juan ni Alex hicieron la situación violenta, sólo me abrazaron y me preguntaron qué era de mi vida desde el instituto. En el coche Guille puso The corrs y canturreó mientras Alex contaba todas las cosas que Guillermo y yo nos habíamos perdido.
-Así que,-Dijo-¿Qué estudias?
Me cogió de la mano en un semáforo y se la llevó a los labios.
-Historia.-Respondí.
Él me miró, alentándome a que dijera algo más.
-¿Estás interesado en mí?
Lo solté de sopetón. Alex y Juan se callaron. Guille se rió y me miró como si no me entendiera.
-¿Y tú en mí?
-Yo he preguntado primero.
-Claro que lo estoy, Ana, si no esta noche ni siquiera hubiera existido. No estoy jugando.
Recordé entonces que a Guillermo se le daban bien tres cosas:
Leer las mentes
Sonreír
Y ser  mi hombre de arte: columna que me apoyaba, locus amoneus en sus brazos y sujeto de inspiración erótico-amorosa.