jueves, 29 de diciembre de 2016

Desde el noviembre de 1857.

Hola David
Esta es una de las primeras cartas que no te envio. Me gustaría volver a tu calle y decirles a tus padres que te va bien, pero eso significaría mentirles. Permíteme el egocentrismo, pero ¿Cómo te va ir bien sin la única persona que creía en tu bondad más allá del primer vistazo? ¿Cómo te va a ir bien, estúpido orgulloso, sin la persona que te tatuaba día y noche lo especial que eras? Ya no me sé los tiempos verbales. Contigo he perdido la capacidad de distinguir entre lo que eras, lo que pasaste a ser y lo que yo te imaginaba. No sé dónde pasamos del presente al pasado, ni cuándo empecé a pensar en subjuntivo y a desear que "Ojalá me felicite este año" "Ojalá piense en mí con la misma fuerza arrasadora" "Ojalá no se convierta en todo lo que evité durante meses"
Pero no vamos a ser bordes ahora. Te voy a hablar desde mi egocentrismo porque hasta hace un par de semanas no sabía que todo lo que tienes de ego lo tengo yo también. Que no fui justa cuando te recriminaba que en la vida las cosas no son sólo mí, me, conmigo.  Que no fui justa al pensar que alguna vez hubo un nosotros, poruqe no lo hubo, siempre fuimos tú, un abismo infinito y yo. Te voy a contar, mi yo, esta cosa dramática y artista que se deja llevar por la razón cuando el cuento le queda grande, que desde que te fuiste no te he echado de menos si no de más. Que me servía con pensarte, en la totalidad metafórica de la palabra, para aquí, concentrate en Te Pienso, ¿cuántas cosas abarca, verdad? Pensarte es más que amar, pensarte es diferenciar tus estados ánimos según la cantidad de agua que caiga del cielo, pensarte es mirarte a través del tiempo cuando tu amiga te recuerda que no le gusta el chocolate y te ríes "A David tampoco le gusta", pensarte es imaginar tu presencia cuando paseas por el parque que consideré nuestro y volver a la iglesia donde te viste atada a él, pensarte es saber que ya no estás y aún así eres mío.[...] Que me servía con pensarte para escribir todo un libro y allí eres más real, allí te entiendo mejor, allí, cariño, eres mi obsesión, pero al volver al Madrid que no es tuyo, la razón me golpea y piensa que es justo, al fin y al cabo, que no te vaya bien sin mí, ya que yo era la única que te frenaba de mirar a la maldad de frente. Yo ahora ya no estoy. Debí haberme quedado. Debí haberte acariciado más, o por lo menos, haber estado más borracha a tu lado para confesarte que sueño y pienso, y enloquezco, y me desagarro, por acariciarte la mejilla y besarte la frente, para besar tus rodillas, y pintar con carmín transparente en tu ombligo todo lo que deseo de ti y de mí. Debí haber comprendido que los veranos acaban en otoños, que los niños mueren en septiembre y que sangré por el lado equivocado de mi cuerpo por mi puro egoísmo. Yo también estoy en esta zona oscura de la carretera, en un coche que va demasiado deprisa, y sé que va a venir alguna liebre y me va a hacer descarrilar.
[...]Ya ha aparecido un animal marino que me ha hecho descarrilar de la carrtera. Marina me lo está reprochando porque ella sabe que, como me enamore más, voy a olvidar que te debo toda mi vida, que te debo todo mi futuro, que te debo Barcelona y todo lo que allí escribiré por ti. Pero él es mejor que tú. Él no conoce la maldad. Tal vez eso es lo que me ha atraído de él. Esta atracción tan tranquila como la ciudad donde perdí a mi niño, este interés tan calmado, paciente, seguro a lo largo de los añoñs. Este Te Pienso no es tan fuerte como el tuyo. Te recrimino tu maldad pero mentiría si tu dualidad no me hubiera enamorado desde el principio. Por eso este ser marino no tiene tanta fuerza en mi océano. No conoce la maldad. No, al menos, el tipo de maldad que tú llevabas dentro.[...]
Hola otra vez, David.  ¿Cómo resumir tantos días que nos separan? ¿Cómo retomar el hilo de toda un vida dentro de la misma? ¿Cómo empezar a parar si cada vez te quiero escribir más? ¿Cómo despedirme si perderte es perderme a mí después? ¿Cómo decirte que te he cerrado como un libro porque siempre lo fuiste?
¿Cómo cambiar de Te pienso a Te recuerdo? ¿Cómo hacer de subjuntivo en una frase que aún sigue siendo condicional? ¿Cómo echarte de mi vida si aún la gobiernas por entero, para todo, para nada, para la cosa más nimia, para desear a otros hombres, para morirte y resucitarte? Cómo decirte todo esto sin decirte: Te pienso.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Vuelve a casa.

Hay un cristalito en mi ojo izquierdo que sólo me provoca hastío. Si yo fuera la reinas de las nieves y tuviera que recoger todos los cachitos de cristal que cayeron del cielo le pediría a los copos de nieve que no fueran tan brillantes ni anestesiaran el dolor con su frío. Pero el pedacito de mi ojo izquierdo ha nadado entre mis vasos y mis nervios  buceando al lugar donde debería congelarse todo sentimiento, ha contaminado la sangre y la ha distribuido por todo mi cuerpo. Ahora mi brazo derecho no reconoce la mano en la que acaba, ni ve una metáfora en el anillo de diamantes falsos. Mi brazo izquierdo no acompasa a mis piernas cuando corro de camino a la parada del autobús. Uno de mis ojos llora más que el otro porque nunca me acariciaste la mejilla correcta. Y yo moría de amor por ese gesto y pasaba las noches en vela, con esta sonrisa que no me provoca más que niñez, pensando en que podría ser la mujer más feliz del mundo sólo con mi mano derecha en tu mejilla derecha. Pero silencio. Ahora el cristal se ha enquistado en el centro de las emociones, en esta garganta mía que se hace nudo al pensarte, y me ha pedido que te diga que el silencio me está acuchillando con demasiada rápidez. Me voy a desangrar en cualquier momento y mi brazo derecho, mi mano del mismo lado, mi brazo iquierdo, mis dos piernas, y uno de los dos ojos no van a taponar la herida. Van a hacerla grande, ay tan grande, enorme, como el cielo que compartimos, como el suelo que los dos pisamos, como la lluvia que los dos bebemos. ¡Tan grande como todas esas cosas porque sólo esas cosas pueden decirse nuestras! Qué poco compartimos en vida: imagínate en muerte. Qué poco fuimos nosotros. Tú a un lado de esta vida, en el lado del rencor, y yo a este otro lado, en el del romanticismo de Dickens. El pedacito de hielo en el ojo me ha dicho muchas cosas pero hay una que grita más que todo lo demás. Que tú no serás nunca Charles, y yo siempre seré la señorita Havisham: tú morirías por amor propio , y yo elegiría morir por un solo amor. Los dos, en el fondo, compartimos más que este cielo, suelo y lluvia, compartimos el egoísmo.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Huesos de Granada.

Granada incita al noviazgo. Granada incita  
 al erotismo,
  besos en la orilla de un río sin agua,
a pringarse de pioninos con o,
a ser artista de tapices,
a comer de boca del otro
la alhambra líquida.
Como si fuera una lista de la compra. Como si irse por los cerros de Úbeda fuera lo más normal. Como si ver parejas de la mano no te hiciera poner los ojos en blanco. Como si el noviazgo, esa cosa de cuchillas y cuchilladas, fuera más romántico que doce lágrimas de princesas, doce constelaciónes, las doce horas del reloj, los doce leones de la fuente.
Granada tiene de becqueriano lo que de amistad con Góngora: enemistad a palos, mira vamos a llevarnos bien porque como yo te admire a ti y tú me admires a mí acabamos los dos follando en el Paseo de los tristes. Y nada de volverán las golondrinas a tu balcón, ni érase una nariz pegada a un hombre, porque no importa que seamos hombres, Granada incita al lote de besos más que a los versos yámbicos. 
Granada tiene cuestas que suben, piedras que llevan a miradores, tiene a Lauras que se empeñan en subir, y Petrarcas femeninas que suspiran por bajar. Y no sé si me entiendes pero bajar al sur, significa algo más que el trayecto a Granada. 
Granada tiene arcos de herradura que dan mala suerte, y vendedores ambulantes en Plazas Nuevas. Isoldas que no recuerdan el mar y Tristanes que desesperan por un barco de vela. Catedrales barrocas y virgenes que no dicen ser tales. Tiene gracia pero las vírgenes siempre fueron las más sensuales. Inocentes sí, pero más que impúdicas. 
Granada tiene un desorden que se asemeja a este batiburrillo porque no en orden van siempre los amores. Unos llegan cuando ya es de noche y otros no llegan ni siquiera al atardecer. Unos llegan con una rama de cipres, otros con flores de magnolio y los últimos, los más escurridizos, con tres o cuatro hojitas de sauce para curar todos los males. 
Granada no tiene agua más que para los sedientos, aquellos que esconden sus gemidos tras las campanadas de cada hora. Y esperan en el último puente, junto a las peores vistas, a que la nieve se acuerde de ellos y derrita con más fuerza los corazones helados. Que tengo sed, y no me das de beber, dame otra bebida, dame agua dorada, dame alcohol que tengo mucha sed y tú no tienes agua. 
Granada tiene plazas llenas de guitarras que no cantan en vivo. Que se corrieron hace tiempo y ya residen quietas en un rincón a la siguiente función. Mucho stereo y radiocasete. Y si te fijas verás telarañas en los tablaos porque allí no baila quien debe hacerlo sino quien lo necesita. 
Granada es un coñazo si lo miras desde la Alhambra porque siempre da el sol de cara. Hay que subir las cuestas para evitar al sol, ser como salamandras: de huecos de pared a hueco de pared.  Y por la acera del Darro evita los coches, no vaya a ser que la ciudad conozca el oro rojo. 
Granada me ha dicho al oído que hay que vivir el romanticismo antes que el realismo, que no se puede ser Malvina sin haber sido Ángel, que no puedes jadear antes que suspirar, ni escribir antes que sentir. 
Granada tiene un frase:
"Aquí no se viene a correr, aquí se camina, y si es de la mano mucho mejor"
Lo que viene a ser, sin tanto acento poético:
Que en Madrid una folla con unos y en Granada una se corre con uno.