sábado, 19 de agosto de 2017

Miedo.

Hola Malvina:
Mañana hará un año. Todo lo que es digno de mención en mi vida ha pasado, en ese impermeable cambio de día, un día que nace de noche, que yo ya me he hartado de llamar madrugada, pero que en verdad no tiene porqué nombrarse pues aquello que pasa en la ambivalencia no merece ser fechado. Así que pretendo que a veces pasa un 19 y otras un 20, que pasó el día de San Esteban o el de antes de Los inocentes, que fue el 25 o el día de Santa Ana. Y otras veces el destino ya me dice qué día tiene que ser, porque hace de un numero una fecha que resulta ser una coincidencia, esto último y no casualidad porque ellas no existen.
Hoy, hoy hace un año de la entrada de mi cuerpo en una recesión que se vio súbitamente interrumpida por la llegada de un ente literario que supo desmentirme todo lo que mi mente se había obligado a creer. Hoy escribo a metáforas porque las palabras sinceras son muy reales, y de lo real se pasa a lo brusco, a lo harto, a lo difícil que es entender el dolor de un cuerpo expropiado.  Hoy, en este término que se llama madrugada, que no sé si  es hoy o mañana, en la noche, empezó un retraimiento de la lujuria en pos de la ternura, y de la ternura que implica la lujuria de un hombre tierno. Hoy, Jorge, te convertiste en Jorge. Lo de antes, la de antes, se quedó en un balcón con la única presencia de una luna marinera que no hacía más que recordarme la inferioridad de mi ser. Ojalá pudiera ser mas poética. Ojalá pudiera decirte todo lo que me pasó aquella noche. Ojalá el nombre de Petrarca hubiera sido más trágico, ojalá me hubiera abrazado un poco más, callado más, preguntado más, o menos. Ojalá simplemente no hubiera estado tan confundida con mi propio cuerpo, ojalá hubiera estado más segura de lo que hay que hacer. Jamás me sentí tan sola, escúchame, no lo hagas, quiero que me entiendas, que oigas estos gritos silenciosos, porque ya no sé cómo decirte que me perdí, que un 14 de noviembre no se compara a lo que viví el año pasado. Dime, David, ya que tú eres el único que lo sabe, si las cosas podían haber sido diferentes, si la vida me hubiera dado a elegir, si no le hubiera contado esta soledad a la confianza en vez de a ti, tú que tan poco me diste.
Se me ha venido a la memoria aquella vez en la que fui contigo y con Violet a tu antiguo instituto. Te sigo echando menos, aunque cada vez menos. También se me ha pasado por la memoria aquel libro que leía una y otra vez de pequeña, ese en el que salía un leñador con barba en la portada, en un fondo azul marino con dos o tres cipreses al fondo. Siempre se me olvida el nombre. Recuerdo también aquel libro de los hermanos Grimm que dejé en la librería de la plaza del dos de mayo, donde pienso llevar al que aún no tiene nombre, no, Germán. Es un bonito nombre. Se me acaba de ocurrir. Le pega. Se me pasa por la memoria también el anciano de la calle Dr. Roux, el que me dijo que el cementerio sí que estaba abierto, solo que había que abrir el portón negro.  Cualquier cosa me vale para no pensar en aquella noche.
Ya no sirve la rabia. Ya no sé qué quiero. Ya no sé si me perdí, si perdí la lujuria o es que nunca la sentí realmente, si he sido siempre así de puritana o es algo que he conseguido con el precio de recordar. Siempre me pregunté por las primeras veces, no me gusta ir de nuevas por la vida, tengo curiosidad en mi imaginación hasta que se lleva al plano real, entonces me escondo y no soy capaz de sacar ni las antenas. Pero siempre me dije que era fuerte, que nada, o casi nada podía romperme. Hasta que me rompí. No sabía que podía ser tan sensible, patética, triste, melancólica. Nunca pedí ayuda. Siempre la necesité pero la hice tan imposible que acabé por desdeñar cualquier rostro de socorro. Me habéis convertido en esto. Vosotros los hombres me habéis convertido en un ser ninfómano que intenta tapar con tiritas una hemorragia interna. Dime qué debí hacer. Dime si al principio no ayudó como el mejor de los jarabes, dime si no me sentí al control, dime si no dije que podía ser lo que quisiera. Entonces llegó hoy. Y toda aquella lujuria, los líos de una noche, los encuentros casuales en bares, los chicos sin nombre  pasaron a ser tan fríos. Y me vi como ellos me veían, una mujer a su merced. No, no me había recuperado a mí misma, sólo me había hundido más en el hoyo.
Hoy no soy literatura. Hoy solo soy una mujer. Una mujer que ha temido, una mujer que siente un miedo que a veces no es capaz de controlar. Hoy solo soy una mujer que recuerda y saber perdonarse, que siente, que padece de la peor enfermedad: la de no encontrar su lugar. Hoy, hoy hace un año que sentí tanto asco, que por primera vez entendí que los cuerpo siguen siendo cuerpos, y que el intercambios entre ellos se hace innecesario si no hay de por medio ternura. Hoy solo soy una mujer que grita en su pequeño cuarto que ha sentido miedo. Miedo. Miedo a la lujuria, miedo al amor, miedo a los hombres, miedo a sus genitales, miedo a su posesión, miedo a compartir, miedo al frío. No, no fue el propio sexo lo que me paralizó, si no el absoluto abandono de después. Me dicen que tengo que perdonar, que hizo las cosas como pudo, que debí decirle que se quedara. Fue un idiota. Uno puede ser idiota y no ser del todo mala persona. Pero fue un idiota en el peor momento. No supe que iba a necesitar ternura hasta que lo necesité. Un beso más apasionado. Una caricia. Un abrazo y un guiño. No la absoluta soledad. No puedes dejar a una mujer a merced de la noche después de haberla follado. No si es la primera vez. No si desconoces el miedo que sintió alguna vez, no si tratas a una virgen como una mujer madura. Aún me sigo reprochando el quejarme, el exigir un gesto más tierno. Venga, mujer, todas hemos tenido primeras veces horribles, la tuya es estupenda comparada con la mía, venga, puedes tener sexo sin amor, hay que saber diferenciar, tienes que ponerte en situación, el tío no se espera que tú le pidas una caricia. Y ahora digo que me quejo. Que gran parte de mi tristeza fue descubrir que los amantes pueden ser igual de fríos que los hombres de los callejones. Que los chicos con los que paseas por el parque pueden ser igual de asquerosos que los recuerdos más horribles. Lloré por muchas cosas aquella noche. Ahora sé que en parte buscaba atención. Sí, buscaba que me abrazara sin más y me dijera que lo de anoche había sido genial o un desastre pero que se alegraba en el fondo de haber tenido un rollo conmigo. Aunque volviera con su novia. Aunque me dejara embarazada y tuviera que hacer todo lo que una vez me juré no hacer. También sé que lloré porque recordé lo que es el asco. El miedo. Yo pensaba que iba a ser diferente. Fui una Madame Bovary. Pensé que iba a ser frenético, bonito, divertido. Y resultó llenarme de frustración, de asco y de miedo. Me hizo recordar no vivencias nuevas que ya sabía, si no sentimientos que había enterrado en pos de mi bienestar. Hombres en jardines condenados a verse a través de mis ojos todos los días por el resto de mi vida hasta que me mude de Madrid. Al principio cerraba los ojos al pasar por el lugar, ahora ya sólo desvío la mirada y me fijo en la higuera que crece torcida. Me digo que algún día crecerá tanto que tendrán que cortarla porque impide el paso de coches en la carretera. También me suelo preguntar porque tengo tanto miedo de la noche si ocurrió de día. Pero ahora sé que los recuerdos siempre vuelven de noche cuando la luz de los ojos ya no alcanza para ver la realidad. Ahora sé, también, que jamás volveré a contar que sentí una vez un miedo terrible, porque se curará cuando sienta una ternura que se la compare en magnitud. Sé que no iba a conseguir olvidar nada a través de líos de una noche. Ahora sé que las historias siempre se repiten pero que la segunda vez no nos pilla tan desprevenida. De todas maneras me quejo, yo no sé quién ha escrito la suerte de mi vida pero a ese ser le digo: deja de encadenarme a hombres que me convierten en la otra, que me llenan de silencio. Estoy harta de David y Goliat, y parece que Yavhé quiere encontrar su lugar, aunque no sé si fiarme de un ente espiritual, al menos los otros dos eran de carne y hueso.
Hoy, hoy que recuerdos ajenos me han hecho revivir esta la mía desgracia, digo que quiero quejarme. Que merezco quejarme y que algún día gritaré que las cosas nunca estuvieron bien. Que el miedo a veces viene de la soledad y no del hecho en sí. Que la vida se merece algo más de mí. Que me siento tan sola, cariño, tan sola, que me pregunto si alguna vez dejaré de sentirme así. Que duele como si me hubieran arrancado lo más querido, y lo hicieron, oh sí. Que desde entonces ya no soy la misma. Que nunca supe ser yo. Que ya no escribo porque para escribir vanas esperanzas si nunca se harán realidad. Que solo soy un trozo sensible de alma que ya no sabe ser sincera. Que sintió miedo y la han convertido en silencio.
Que yo creí que más de diez años eran suficientes para olvidar. Y con cuánta rapidez vuelvo a ser una niña.
Te quiero mucho, mi niño, mucho como la trucha al trucho.