sábado, 10 de diciembre de 2016

Huesos de Granada.

Granada incita al noviazgo. Granada incita  
 al erotismo,
  besos en la orilla de un río sin agua,
a pringarse de pioninos con o,
a ser artista de tapices,
a comer de boca del otro
la alhambra líquida.
Como si fuera una lista de la compra. Como si irse por los cerros de Úbeda fuera lo más normal. Como si ver parejas de la mano no te hiciera poner los ojos en blanco. Como si el noviazgo, esa cosa de cuchillas y cuchilladas, fuera más romántico que doce lágrimas de princesas, doce constelaciónes, las doce horas del reloj, los doce leones de la fuente.
Granada tiene de becqueriano lo que de amistad con Góngora: enemistad a palos, mira vamos a llevarnos bien porque como yo te admire a ti y tú me admires a mí acabamos los dos follando en el Paseo de los tristes. Y nada de volverán las golondrinas a tu balcón, ni érase una nariz pegada a un hombre, porque no importa que seamos hombres, Granada incita al lote de besos más que a los versos yámbicos. 
Granada tiene cuestas que suben, piedras que llevan a miradores, tiene a Lauras que se empeñan en subir, y Petrarcas femeninas que suspiran por bajar. Y no sé si me entiendes pero bajar al sur, significa algo más que el trayecto a Granada. 
Granada tiene arcos de herradura que dan mala suerte, y vendedores ambulantes en Plazas Nuevas. Isoldas que no recuerdan el mar y Tristanes que desesperan por un barco de vela. Catedrales barrocas y virgenes que no dicen ser tales. Tiene gracia pero las vírgenes siempre fueron las más sensuales. Inocentes sí, pero más que impúdicas. 
Granada tiene un desorden que se asemeja a este batiburrillo porque no en orden van siempre los amores. Unos llegan cuando ya es de noche y otros no llegan ni siquiera al atardecer. Unos llegan con una rama de cipres, otros con flores de magnolio y los últimos, los más escurridizos, con tres o cuatro hojitas de sauce para curar todos los males. 
Granada no tiene agua más que para los sedientos, aquellos que esconden sus gemidos tras las campanadas de cada hora. Y esperan en el último puente, junto a las peores vistas, a que la nieve se acuerde de ellos y derrita con más fuerza los corazones helados. Que tengo sed, y no me das de beber, dame otra bebida, dame agua dorada, dame alcohol que tengo mucha sed y tú no tienes agua. 
Granada tiene plazas llenas de guitarras que no cantan en vivo. Que se corrieron hace tiempo y ya residen quietas en un rincón a la siguiente función. Mucho stereo y radiocasete. Y si te fijas verás telarañas en los tablaos porque allí no baila quien debe hacerlo sino quien lo necesita. 
Granada es un coñazo si lo miras desde la Alhambra porque siempre da el sol de cara. Hay que subir las cuestas para evitar al sol, ser como salamandras: de huecos de pared a hueco de pared.  Y por la acera del Darro evita los coches, no vaya a ser que la ciudad conozca el oro rojo. 
Granada me ha dicho al oído que hay que vivir el romanticismo antes que el realismo, que no se puede ser Malvina sin haber sido Ángel, que no puedes jadear antes que suspirar, ni escribir antes que sentir. 
Granada tiene un frase:
"Aquí no se viene a correr, aquí se camina, y si es de la mano mucho mejor"
Lo que viene a ser, sin tanto acento poético:
Que en Madrid una folla con unos y en Granada una se corre con uno.


 

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