viernes, 21 de abril de 2017

Perderme y jugarme la vida.

Hola Malvina:
Le escribo a Goliat como receptor en tercera persona, porque la segunda persona es demasiado íntima.
Las cosas no van bien. No, las cosas nunca han ido a bien, y lo sabe mi inconsciente más que el latente porque cada vez recuerdo menos la noche después de San Esteban. Cada vez recuerdo menos cómo era mirarte sin más, ignorar el sentimiento, admirarte por quien eres y no por lo que te has convertido. Que eres Goliat. Que no tienes nombre, que la censura hace de mí como lo que hizo con Berlanga: sacar mi lado más brillante pero no ser del todo sincera. Y un día, cariño, voy a coger esta la nuestra bandera, este juego de estrategias, esta metáfora sin sentido y gritarte que no sólo te tengo en el pensamiento, que te pienso, si no que te tengo en la mano derecha, con todo lo que eso implica. Eres la mano derecha de una reina sin reino, de una escritora sin éxito, de una mujer que se satisface en lo propio deseando lo común, de esta mano con cinco dedos que tiene maldiciones, suerte y azar a partes iguales. Un día, cariño, la esperanza desaparecerá, caerá el telón, te marcharás, me enfadaré con la vida y no contigo, y me iré, o mejor, te irás, no por que tomes la decisión de irte, si no porque la vida toma más despedidas que amistades duraderas. Ahora sé que nunca te querré como a David porque lo que me encantaba, no, lo que necesitaba y poseía, era la intimidad con alguien, ser quien recogía tus deberes porque todo el mundo sabía que yo era esa chica, ser quien te preguntaba por tu enfermedad sin que fuera incómodo, ser los tres, parte de un todo, ay David, lo que daría por viajar al pasado y revivir aquél año una y otra vez. Lo que daría, David, por tener lo mismo con Goliat. Qué pensamiento tan inútil. Quiero gritar tu nombre, y decirte:
-Que te celo de manera enfermiza, que no soy tuya porque no me lo permites, que has llevado a la práctica la teoría de David, que no funciono a solas contigo, que no puedo ser literatura con un hombre, que nunca podré, que estoy reducida a las cenizas de un secreto y nadie cambiará eso. Que no puedo más con esto, que tengo un soga al cuello y me ahogo cada vez mas cuando te miro, y te admiro, y escribo sobre tus ojos, sobre tu espalda, sobre esas manos maravillosas y tu sonrisa traviesa. Que no sé cómo gritarte todo ele conjunto de cosas y recuerdos que tengo para contigo pero si alguna vez me lo pidieras sólo saldría de mi boca: Tú eres Goliat. Tú eres Goliat. Tú eres Goliat.
Que ya me duele no recordar todo lo que pasó aquélla noche, y que me rompiste de tantas formas esa noche que nunca seré igual, que por fin besé con amor, que por fin sentí deseo, que por fin dejé de pensar al sentir tu lengua, que me haces olvidar, que eres mi héroe de novela, que eres gilipollas por no recordarlo, y peor, por no ser sincero, por ser hombre y tener un problema de contención emocional. Goliat, al César lo que es del César, y tú no me has dado ni migajas. Que te dije que fue real, real, real y tú te limitaste a olvidarlo, como si el tiempo no se hubiera parado como si ignorases que por primera vez en mi vida entendí lo que es hacer el amor sin quitarse la ropa. No te estoy poniendo en un altar, no sabía que te deseaba hasta que lo hice, no sabía que quemabas hasta que ardí, no sabía que eres Goliat hasta que lo fuiste. No sabía nada. Y de repente lo cambiaste todo. Me dijiste todo lo que siempre esperé escuchar, me besaste la rodilla, te miré con un nudo en la garganta, te fuiste, volviste. Y ahora soy una muñeca de trapo que no quiere lujuria. No voy a poder satisfacerte nunca así que es mejor que sigas con ella, que el destino no cambie. No puedo obtener placer. No lo logro, no funciono, estoy rota. Y tú ya tienes mucha maña, me hiciste el amor aquella noche, cogiste de mí cosas que no sabía que entregaba, me hiciste enloquecer. Ojalá nunca hubiera pasado. Ojalá seguir siendo aquella chica loca, toda esperanzadora y creativa. Ojalá, Goliat, no me hubieras enseñado lo que es la ternura, porque es lo que más me llena. Por favor, solo quiero que me pienses, que me escuches en silencio. Por favor, averigua que eres Goliat.
Tú eres Goliat. Goliat eres tú.

lunes, 10 de abril de 2017

Háblame de ti.

Hola Malvina:
Hoy me apetece hablarte como si fueras una amiga lejana en el tiempo, cercana en el corazón y un misterio que me atrae a pesar del desorden cronólogico. He querido, desde hace unos días, visitarte, porque creo que mi mente recurre cada vez más a la incosciencia, y me dice, de alguna manera, que te encontré al inicio de la primavera, y que si por algún casual no lo recordaba, ahora me inventa un rol dramático. Las últimas veces que he ido al cementerio ha sido para visitarte, la vez después de Navidad, cuando dejé en un papel apuntado tu nombre y el de Ángel junto a un árbol. Me limité a sentarme contigo y recordar que el silencio ya no está ahí, que el único silencio enrabietado es el del cementerio de Carabanchel, un silencio lleno de viento y ruido que ha roto más lápidas que losas, más nombres que recuerdos. Ya hace mucho que no paseo más allá de tu tumba, sólo me paro a limpiar de hojas y tierra tu lápida y acaricio la piedra hasta que siento los callos de mis manos de rozar algo tan duro, brusco, cruel. Supongo que en el fondo pensé que tu cementerio no iba a estar en cuesta, que tenía que ser más grande, que iba a ser siempre laberíntico, eterno, bello. Pero ahora que ya me sé de memoria las historias que allí ocurrieron me limito a visitarte, como si fueras un familiar querido, como si no pudiera olvidarte.
Te cuento aquí Malvina, que los días se hacen largos y cortos a la vez, que no presagio un verano lleno de locuras, sólo de nostalgia y algo más que no sé identificar. Que ya van dos noches seguidas soñando con Goliat. El sueño suele cambiar de escenarios, de trama y de personajes secundarios pero siempre acaba igual: tú huyendo. Sabiendo, que a pesar de todo, tengo que convivir con el arrepentimiento ajeno, con el dolor propio, y con un sentimiento de traición que no sé muy bien cómo paliar. Te cuento que esta noche, por ejemplo, los dos nos mirábamos, ya no sé si profundamente o no, pero yo me mordía los labios, y de ti salía calor, vapor caliente que me rodeaba, y al fin los dos estábamos en el mismo punto, en el del deseo sin retorno. Recuerdo no haberme atrevido a hacer nada, por responsabilidad tal vez, o por egoísmo, por orgullo. Pero había una fína línea que nos unía. Sí, es la línea telefónica de la que a veces hablo, esa línea que está en la cabeza, llena de pájaros que a veces interrumpen al conexión, y otras la hacen más real. Era un fino hilo, cadena brillante, que nos unía pero no ataba, los dos la veíamos salir del pecho del otro, y veíamos sin bajar la cabeza que uno de los extremos salía de nuestro interior. Entonces llegan las promesas, ya no me acuerdo de cuáles, pero lo más importante es que llegaron, que uno no hace promesas con cualquiera, o bien las hace por miedo. Yo pensaba que confiaba en ti, y que tú lo hacías por nosotros por eso empezabas con las promesas. Y luego a la mañana siguiente, te levantas y lo veo todo en tu mirada. Arrepentimiento. No sabía que podía ser un sentimiento tan doloroso hasta hace un par de años. No sabía que el amor nunca va solo por la vida si no que suele traer compañía indeseada que deja más marca que el propio amor. Te vas. Coges la chaqueta y te vas. Y yo me quedo sentada, o de pie, resignada, en fin, de este final, porque no concibo ni en sueños que pueda haber otro,  y menos otro mejor.
A Goliat:
Soñarte era lo último que quería, sí, porque uno siempre convierte al sujeto soñado en un personaje novelesco, alguien que ya no está sólo en tus pensamientos si no que ha vivido una historia en tu inconsciencia, donde no le podías controlar. Y le das alas al pensamiento dramático. Pienso ya en ti como la ternura nunca recibida, los abrazos nunca dados, la confianza quebrada, nunca dada. Es la ausencia de un corazón latente junto al mío lo que me llena de insatisfacción. No suelo reconocer bien este sentimiento, el de necesidad, hace tiempo que dejé de necesitar lo que sé que nunca voy a tener. Me hice cargo de ello al principio de mi juventud, resignándome, conformando una idea solitaria pero feliz de mi futuro. Y sin embargo, ahora que me ha dado por enfrentarme al destino pienso que la buena suerte no es un privilegio, si no una deuda. Pienso en lo justo e injusto de la vida, en los privilegios de las otras personas frente a los carentes propios, y el ¿Por qué no he podido vivir eso? ¿Por qué yo no he tenido esa suerte? ¿Cómo sería ser ella, o él, Menganita, Fulanita?
Estoy aprendiendo a no necesitar lo que necesito, a pensar en la vida como era antes, aprendiendo, sin más, a cegarme ahora que ya he visto a Eurídice.Siempre había pensado en el amor como algo individual, algo que no quería compartir. No quería planes los domingos por las tardes, ni visitar museos a partir de las seis, ni comer en un restaurante caro, ni adueñarme del hueco de su cuello de vuelta en el metro, ni decirle que me encanta cómo es, cómo viste, cómo ríe, y que cada vez que le llevo de la mano me llena un orgullo sin medida. No quería mirar sus ojos y hablar de filosofía, ni ver películas con sus padres en la otra habitación, ni comprarle esta u otra camiseta porque me gusta hacer cosas por él, ni enseñarle los secretos de Madrid o los misterios de Barcelona. No sabia, Goliat, que ahora que sé cómo puede ser el amor, lo desearía con tanta fuerza.
Al final, todo se resume en que estas cartas ya no me valen, que noto la ausencia del ejercicio oral, de un compañero con ojos dorados y sonrisa traviesa, de unas manos callosas y una mente fascinante. Que noto la ausencia de promesas.
Qué injusta puede ser la vida con tal de enseñarnos.

miércoles, 5 de abril de 2017

Censura de la mentira.

Hola David:
He llegado a la conclusión de que si tú y yo jugarámos a ese juego de lógica, Lobos, no sabría mentirte, porque a ti no te puedo traicionar con la mentira, no porque traicionarte se me presente como un pecado si no porque para ti lo sería. Tú me mirarías a los ojos, me harías ruborizarme, sonreírias de medio lado, y "Ah, chica, qué fácil es pillarte" Pero y si ese día es un día amarillo, un día de celos, rabia o rencor profundo, de ese que aprendí de ti, te mentiría a la cara casi con satisfacción para proclamar a gritos silenciosos "Que no me controlas del todo, que aún puedo ser un misterio"
Últimamente le he dado muchas  vueltas a una frase que me dijeron esa noche: "Juegas con la confianza de las personas y así las engañas" Debo admitir que es verdad, que la oración que más repetí fue la de "Confía en mí" Y he estado pensando, en cuanto a esto, que tal vez lo heredé de ti, que en cierta parte soy un fruto de tu costilla, Adán, pues tú me moldeaste a tu antojo y yo me dejé manipular, pensando que eso era madurar. No, no te lo estoy echando en cara, me enseñaste a no confiar del todo, a siempre tener la duda en mente, en definitiva, a no olvidar nunca el "Y si" Así que cojo la confianza de las personas y las maniupulo, para que me crean, para que me vislumbren a partir de la niebla, para que me vean. No sé en qué lugar me deja todo esto pero estoy volviendo a replantearme por qué te grabé a fuego en mi mente, por qué he dejado que mi alma se enamore de tu alter ego, por qué recurro a mi novela más ideal para recordarte. Por qué, vamos, me enamoré de ti. Bueno, mis sentimientos hacia ti son una marea, a veces salvaje, a veces tímida, que viene y va que me moja los tobillos o me ahoga, es una cosa del mar porque eres Barcelona. Pero es agua porque está en continuo movimiento y a la vez es eterna, es una verdad absoluta, una obviedad, un locus amoenus. Va a durar siempre. He gastado mi ficha más valiosa en la ruleta de este nuestro casino, la vida, y ya sólo me quedan fichas que pueden tener valor en cuanto al azar que tengan, pero no tienen destino en sí mismas. He decidido, a veces, quererte, porque soy así de literaria, y otras veces te quiero sin más, y me odio, y me presento en tu calle, y te grito que no eres nada sin mí, porque yo te hacía extraordinario. 
(A Goliat):
 Y ahora, ahora que le cuento a Eloísa que Goliat no me va a entregar su ficha dorada, y que yo me la merezco, yo, hipócrita que ya he entregado la mía, me merezco un amor que no voy a poder corresponder, pero quiero ser la reina de corazones, y él mi alfil, quiero, ay, merecerme más de lo que la vida me ofrece. Tal vez, en un mundo ideal, en un mundo en el que una adivina me predijera que la espera va a tener resultados, te esperaría, como si no lo estuviera haciendo ya, y sabría que nos vas a dar una oportunidad. Que me vas a hacer musa y entregarme tu ficha más valiosa. Que me vas a esperar al igual que yo te he esperado toda la vida. Pero espero en vano, amigo, porque no vamos a funcionar, porque nunca voy a confiar en ti, no del todo, no como para entregarme sin reservas, no como para contarte secretos que no te pertenecen. Y tú harías lo mismo, porque te quiero en la medida que quise a David, y nunca voy a quererte más que él, ni voy a dejar de quererle. Convivirías conmigo y con las cadenas que llevo en la mano derecha, y al final te ensordecerían de tanto que quiero liberarme, y me muevo, y lo intento, y no logro ser libre. Entonces, si la adivina predijese un día en el que la espera pueda dar paso a una luz al final del camino, nos veríamos atados por nuestros pasados y nos rendiríamos antes de intentarlo, porque los dos sabemos que no podemos escapar de la erótica de quien nos hizo ser literatura. No me gusta ser así. No me gusta amar al sujeto de otra musa, ni desear que ésta desaparezca de su mente, no me gustaría, en el futuro, pensar en que todas tus poesias puedan tenerla a ella, y que todas tus comparativas salgan a su favor. Así que habiendo elaborado una teoría en condicional, sólo me quede dudar de lo que ya vivimos una vez, decirnos que aquéllo fue una tregua, que lo siento enormemente, que la culpa a las mujeres nos abrasa al igual que los hombres que la sentís, que pongamos en standby todo lo que pensamos aquella tarde, y que esto, sea lo que sea, está abocado al desastre, no por actuaciones secundarias si no por  ser nosotros quienes somos. Que lo siento, tanto, que tú eres mi culpa, que ya no me vivo si no que me convivo, que ésto me está haciendo dudar de lo que fue real o no, y a veces me paro en mitad de la noche y llego a preguntarme "¿Sucedió de verdad?" Y recuerdo, entonces, que mi vida está tan llena de cicatrices, de recosidos y de carne rosa y que las cosas nunca son por amor si no por otro tipo de emoción, pero que al menos esa noche, fue la más especial, solitaria y melancólica de mi vida. Y que la llevaré en mi abrigo, en un bolsillito, y me pararé a recordarla cuando las cosas se pongan mal, cuando recuerde que dentro de un mes tendría que dar a luz, cuando me despierten las pesadillas, cuando se vaya de mi muñeca la última conciencia de David, cuando me recuerde que siempre quise vivirme y no convivirme y que tengo lo que he pedido.
Lo siento, por jugar a los lobos y mentirte. Por ser una diana y perder los dardos. Por no tener fichas de valor en el casino.