lunes, 21 de septiembre de 2015

"¿Buscas algo?"

Busqué en los poemas que no había leído, en las canciones que no había sentido, en los libros que no había entendido, una sencilla analogía del amor que me dijera porqué sentir esto es sentir amor. Encontré un cocodrilo de ojos amarillos, unos labios clavelinos, una cumbre cabelluda nevada con ese hálito de pureza y fugacidad, unos anteojos de cristal opaco, y una estrella en línea recta desde Casiopea. Escuché decir que el amor acelera el corazón, que ruboriza las mejillas, que el nácar se descubre y los hilos se mueven con fervor. No encontré amor en aquellas metáforas, que si lo eran, mal identificaron su sinfonía. También oí, de pasada, cómo quien oye una risa espontánea en la estación, que París era la ciudad de la luz, del amor, de toda la belleza y arte, y que quien no ha ido a Paris, visitado sus campos, comido en sus calles, corrido en sus barrios bohemios, gritado en su vertiginosa majestuosidad, no sabe qué es el amor realmente. Deduzco entonces que los parisinos y turistas de nikon y calcetines blancos son los que han sentido en su pecho eso que llaman luz y belleza, y pasión, y locura y fervor. Semejante locura se le ocurrió decir en aquella canción en la que tan solo queda un cuadro y un colchón, que en una calle de París no perdió solo oro sino una promesa al corazón. He leído, de igual manera, que la vida es una fugacidad, un tempus fugit, un carpe diem, un vanitas vanitatis, una terminología latina, que adoptamos los filólogos, por eso de que Aristóteles dijo que definir el mundo era hacerse con él. Me he hecho con bibliotecas de ojos llorosos verdes, de labios suplicando más, de abrazos dados al aire suicida, de corazones que cayeron desde la limitada idea de la posesión de alma, de suaves caricias que se soñaron noche tras noche, he buscado entre sus páginas de vino y cristal roto, una sencilla explicación de lo que siento. Y sin embargo ahora estoy confundida entre la soledad de Pizernik y la tregua de Benedetti; entre los cajones compartidos, y los calcetines perdidos, entre la maravilla del maullar y la lealtad del mejor amigo, entre la idea de ser libre y la de querer pertenecer. Siento como una división, en la que aún el resto no es cero, y la multiplicación de un aforo limitado de sentimientos que se hacen protagonistas literatos. Me siento entre la línea de la envida y la de trato especial, entre un huracán de manos tarzianas que piden aquel gesto, una lluvia de ojos al posar mi Jane en tu afilada mejilla, una suave suplica al aire que sale de tu boca por un mordisco más, un beso más, un respirar juntos, un gemir juntos, un jadear juntos. Me he encontrado con la idea de que el amor es “más”. Un superlativo de sentimientos no finitos. Me he encontrado, mirando a tus ojos , a los ojos de mi alma gemela, una serenidad, complicidad y sinfonía que hacen de mi corazón un puñal que se acuchilla a sí mismo, por sentir más. Al ver tu sonrisa victoriosa acompañar a tu poder de persuasión, una infinita culpa por querer sentir más. He sentido, cuando te vas por las escaleras corriendo, huyendo, volando, un ramalazo de tristeza por no poder volar contigo, por no ser más. Si yo, mí, me, conmigo, significa más, también siento más. Si querer acogerme entre el hueco de tu cuello y el de tu clavícula, y escribir con carmín transparente todas las palabras que no sé cómo hablar, es sentir más, sí lo hago (quererte, digo). ¡Y siento más, cuando digo que más y más y más! Cuando digo que si me pides comprar una renta en la ciudad de los malditos, lo haría, tan solo por poder convivir contigo entre el cementerio de Carabanchel, y la sintonía del mundo caluroso que es tu calle, digo que siento más. Cuando digo que dueles, duelo más, y cuando digo que sufro, sufro más. Cuando no digo que sueño todos los días con respirar de tus pulmones, cuando no digo que siento tu presencia en cada cosa que miro y leo y escribo siento más. Cuando, cuando más. He buscado en poemas, canciones y libros, una idea que nace del alma y que crea un puente frágil y temeroso, y me he encontrado con la definición de que todo aquello que es amor, no se escribe, sólo se exige a tu corazón, sólo se respira, sólo se siente y se sufre. Un superlativo es todo lo que siento, cuando digo, y dices, y siento, y no sientes, que nadie ha escrito, dicho o sentido, un amor no correspondido. Nadie me dijo que la literatura estaba llena de historias, que aunque acaban mal, los protagonistas siempre se mueren con la certeza de que pertenecen a un corazón.
Me encontré con que nadie me dijo si lo que siento, esto, es amor, pues nadie me dijo que, el amor, no es cosa de dos, sino de la propia conciencia e idealización. El amor realista no existe, son recuerdos. Mis recuerdos para contigo, esto, es lo que siento.

EL COLECCIONISTA DE RECUERDOS AJENOS.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Ballerina.

Álex está en el marco de mi ventana, medio sentado en la repisa, con la botella de Vodka que compré hace varios días en una mano, y el sexto cigarrillo de la noche en la otra mano. Se ha quitado las Vans y los calcetines y está descalzo con los pies apoyados en la repisa. Sinceramente, tengo miedo de que se caiga, aunque un buen trompazo en la cabeza tal vez le animaría un poco y dejaría de ser el joven nostálgico de ojos de sapo y cara revuelta que ahora es.
No ha dicho ni una palabra desde que corrí tras en él en el puerto. Solo se limitó a mirarme fijamente, queriendo descubrir mis más oscuros pensamientos y después, como si la mera intención de hablar rompiera la más sagrada de las leyes, me miró aún más fijamente y me dijo en silencio “Lloverá”. Y él, que sabe cómo pasan las cosas, que saben que pasan, simplemente, se cambió de arcén y caminó bajo los soportales. Y así siguieron las cosas; yo, tras él, en fila india, como primera y única niña perdida, con sus pasos resonando en la calma que precede a la tormenta, y yo detrás de él, (creo que es importante destacar que yo iba detrás de él ya que la simple situación es una metáfora de lo que me había prometido a mi misma hacer) admirando su ancha espalda sus juguetones rizos y los músculos de sus brazos en tensión. Y entonces empezó a llover. Qué inesperado. Él se giró, ladeó la cabeza y me miró de pasada. Yo me aclaré la voz y dije “Creo que ir a casa será lo mejor”. Y no sé si me entendió muy bien, o si siquiera me escuchó, el caso es que se dio media vuelta y se fue en dirección a casa de los tíos. Porque para qué tendrá él una casa, su propia cama, su baño, para qué. De adorno.
Al llegar a casa cogí el alcohol, las gominolas, las natillas sobrantes y las subí al dormitorio. Él se adueñó de la botella y rechazó mi vaso asi que lamentablemente no pude beber ni un poco, era demasiado escrupulosa.
Y llegamos al punto en el que ahora estamos. Yo sentada en el suelo, perdiéndome las vistas de la lluvia caer sobre el mar, y él en la ventana aprovechando su nostalgia para hacer de la lluvia una causa más de su tristeza. Seguimos así durante un buen rato, con el único sonido de la lluvia de fondo y el exhalar del humo de su cigarro.
-Siempre me ha gustado la fotografía.-Dice tras aclararse la voz que aún así le suena ronca y cansada.
-Ya lo sabía.-Digo.
Él gira la cabeza y me mira con los ojos fruncidos.
-No, no lo sabías.-Juega con las cortinas de la ventana.-Cuando tú viniste admiraba la fotografía. Entiéndeme bien. Antes la admiraba ahora tan solo me gusta.
-¿Admirar?-Interrumpo.
Él me mira desafiante y molesto.
-No me interrumpas.-Se coloca bien la camiseta y tira el cigarrillo por la ventana.-Aunque intentara explicártelo no entenderás el verdadero significado de admirar. Admiramos aquellas cosas que no podemos ser, que no podemos tener o poseer. Por ejemplo, tú admiras la belleza, lo he visto en ti, tal vez desde la primera vez que te vi. Admiras la belleza, porque no formas parte de ella.
Pega un trago a la botella y tose.
-Pero tu definición de admirar y la mía son diferentes. Yo admiro porque aspiro a convertirme en esa admiración y tú admiras desde el punto de vista de un mero observador. Eres una persona dogmática. Crees en lo que ves y ya está, sin discusión ni críticas. Tu percepción no es mala, pero tampoco buena.
Se lleva la mano en la boca buscando fumar pero cuando se da cuenta de que ya o tiene el cigarro hace un gesto de hastío y frunce el ceño.
-Podrías desnudarte aquí mismo, podrías posar para mí de la forma más sensual que pudieras pero ni con esas serías bella.-Suelta de forma brusca.
Levanto la mirada extrañada y furiosa y veo que él señala en el horizonte con el dedo y habla por lo bajo.
-Eso le dije a Lorena cuando llevábamos apenas nueve meses y ella me pidió que la fotografiara profesionalmente.-Ríe exageradamente y vuelve a beber.
-La verdad es que no me hubiera negado a que se hubiera desnudado-Dice aún riéndose-Pero jamás me tomaría la molestia de tomarla una fotografía. Ella no es…
Se rasca la barbilla, pensativo.
-¡Aja! No me sale decirte lo que no era, así que te diré lo que era. Era excéntrica, nerviosa, chillona, acelerada, transparente, divertida. Infinidad de cosas.-Dice con sorna.-Era todo eso, y por eso no era bella.
-¡Mira las modelos de Renoir, las bellas bailarinas de Degass! ¿Eran todas guapas? Por supuesto que no. ¿Eran todas bellas? Sí, todas y cada una de ellas.-Se remueve el pelo.
-Me odió por decirla aquello. Yo la dije “Si tanto me odias, dulzura, déjame” Y no me dejó.-Se vuelve a reír y menea la cabeza divertido.
-Soy un cabrón cuando se trata de encontrarla. Sólo ha habido una en mi vida. Y aquí me ves borracho pero aún cuerdo, pensando el modo de decirla que sea mi musa.-Se aleja de la ventana y se va a mi cama. Se tumba cual largo y descansa la cabeza bajo sus brazos.
Me levanto del suelo y me acerco a la cama. Le quito la botella de las manos, le cojo la cámara que está en el bolsillo de su camiseta y las pongo en la mesilla. Él tiene los ojos cerrados y tararea una canción que no conozco. Le levanto la cabeza y pongo la almohada debajo, aparto las sábanas con dificultad y le cojo las piernas para meterlas dentro de la cama. Después le arropo con la sábana hasta la barbilla y me siento a su lado en la cama.
-Tienes un trasero precioso, cielo.-Murmura por lo bajo.
-Duérmete imbécil.-Digo con una sonrisa en la cara.
Oigo como su respiración se calma hasta que por fin se duerme. Me voy al baño. Abro la ducha y me deshago de la ropa. Me sumerjo bajo una cascada de agua muy fría que me atraviesa y se mete debajo de mi piel. No sé cuánto tiempo estoy allí metida pero caundo noto que los dientes me castañean salgo y voy al armario en busca de la ropa interior. Y cuando la tengo puesta me giro y veo a Álex dormido, con el ceño fruncido y las manos en una posición de defensa. Va a tener una pesadilla. Me pongo una camiseta ancha rápidamente y me acerco a él.
-Álex, Álex despierta-Digo mientras le agito el brazo con fuerza.
Él se despierta confuso y sobresaltado y tarda un momento en centrar su mirada en mí.
Y entonces me digo “Ahora o nunca”
-Pídemelo, Álex-Le digo en tono suplicante.
Él me mira y veo como sus ojos adoptan un brillo especial.Se sienta a mi lado en la cama y me mira de frente. Fija sus ojos en mí varios segundos y después sin darme tiempo a reaccionar me coge de la cintura con una mano, y posa su otra mano en la nuca y me obliga a tumbarme. Pega todo su cuerpo a mi costado y entierra la cara en mi pelo mojado.
-Dilo tú.-Susurra.
-Seré tu musa.-Pronuncio suavemente.
He encontrado su palabra (musa) y la he hecho mía.
Marina me dijo una vez que siempre recordamos lo que nunca sucedió…
Hay cosas, Óscar Drai, que suceden tan rápidamente que te preguntas si alguna vez llegaron a suceder. Y luego se convierten en cosas tan trascendentales en tu vida, que pensamos, como lo hicimos tú y yo, que tal vez nunca sucedió pues es mejor pensar que las cosas empezaron por una mala razón porque así nos libramos de las culpas que nos dejan. Pensamos que nunca nos rompieron el corazón, que nunca nos engañaron los sentidos, que nunca perdimos lo que más queríamos, pensamos que nunca ocurrieron esas cosas y que esas cosas no ocurrieron en nuestro nombre porque pensar lo contrario es ¿cómo se dice? ¿irreal?

EL COLECCIONISTA DE RECUERDOS AJENOS.


Dos manos de más.

Cuando David me quitó el vestido eché en falta un par de manos de más. Dos manos más que me ayudaran a quitarme el sujetador, los zapatos y los calcetines. Dos manos de más que le desabrocharan la camisa botón a botón mientras que le acariciaba el pelo. Pero entre los dos creo que tuvimos suficientes manos. Esta vez, sin embargo, sus ojos hacían mucho más que sus manos. No paraba de mirarme, normalmente a los ojos, mientras que sonreía victorioso, y otras, bajaba la mirada por mi cuello y la clavaba en mi clavícula. Entonces sentía su boca en el hueso de mi clavícula y sus manos, ardiendo, se posaban tímidas en mi cadera. Me cogió la mano y me hizo caminar hasta la cama.
-No te tumbes.
Yo fruncí el ceño. No me di cuenta del gesto, supe que lo estaba haciendo porque David bufó y me cogió con posesividad de las caderas, avisándome de que no me tumbara. Alargué las manos para quitarle la camisa y él las apartó. Debió de notar que me ruborizaba de verguenza porque con gesto preocupado me cogió las muñecas y las posó de nuevo en la camisa.
-Para de ruborizarte. Es contradictorio ¿vale?
-¿Qué?
Me volvió a mirar a los ojos. Sonrió de tal manera que me dio un poco de miedo.
-Así que sí hago esto.-Apretó sus manos en mis caderas.-Sí, te ruborizas. Ya. Pero...
Subió poco a poco las manos dejando que sus pulgares tocaran un poco de mi pecho. Suspiré.
-Si hago esto te ruborizas más. ¿Por qué te ruborizas? ¿Es que quieres que suba más o que me aleje de la zona? No hables, no me lo digas.
-Yo...
David movió los pulgares. Cerré los ojos.
-No, no Jimena, calla. Así que cuánto más roja te pones...Ya, ya.
Reaccioné y moví las manos que tenía apoyadas en su pecho y empecé a desabrocharle la camisa. Me temblaban las manos y David lo notó y puso sus manos encima de las mías. Las quité rápidamente.
-No. Me pones nerviosa. Para de jugar conmigo.
David se rió y se quitó la camisa sin dejar de mirarme.
-Jesús chica ¿también te ruborizas por esto?
Recogí el vestido del suelo y me tapé, mientras me levantaba furiosa.
-Pero qué te pasa ahora.-David me cogió del brazo.
Me mordí la lengua y me tapé con más fuerza. David se puso delante de mí y me quitó con cuidado el vestido. Me besó. Hasta ahora no me había besado. Ni siquiera había sentido ese beso, tan sólo puso sus labios medio segundo en mis labios y los dejó ahí sin hacer nada. Yo no pude soportarlo y me eché a llorar. Sabía que le estaba perdiendo incluso antes de que se fuera. Él me quitó el vestido del todo y me llevó de nuevo a la cama. Dejó que me tumbara y se puso a mi lado, con el codo soportando todo su peso. Me miró ladeando la cabeza.
-¿Qué? Venga suelta tu discurso.-Dijo.
Yo le miré y me puse a horcajadas sobre él. Ni siquiera supe que lo había hecho hasta que noté que él sonreía victorioso. Quise bajarme pero él me sujetó por las caderas de nuevo.
-Todo lo que haces me pone roja. Da igual lo que digas o hagas, como si es qué hora es como si es que me pones las manos de esta manera. Me voy a poner roja igual.
David bajó las manos y las puso cerca de mi trasero.
-Y decir que me estoy poniendo roja no ayuda ¿vale? No es para nada atractivo que me ponga roja, joder.
Aparté la mirada, él siguió bajando las manos y me cogió con fuerza para recolocarme encima de él.
-Sobretodo esto.-Suspiré.-Lo que estás haciendo me hace ponerme muy roja vale. Bien. Genial.
-Jimena, tranquila.
-¡Eso no ayuda!-Grité.
Se sentó, conmigo encima y me miró fijamente a los ojos. Me volvió a besar durante medio segundo.
-Soy yo. David. Te conozco, sé quién eres y estoy aquí ¿vale?
Cerré los ojos y suspiré. Él colocó mis brazos alrededor de su cuello y posó su boca en mi clavícula. No sé cómo nos las apañamos para que se quitara el resto de la ropa. Ni cómo se deshizo de mi ropa interior. Pero él no paraba de exigirme que le mirara a cada rato, aún y cuando él no me estuviera mirando. Recordé entonces que se acostaba conmigo porque le gustaba ver la adoración reflejada en mis ojos. Ni siquiera el pensamiento de estar siendo usada me hizo parar de adorarle. Incluso admiré que consiguiera de mí lo que quisiera. Y luego, cuando se tumbó encima de mí, cuando por fin estaba dentro de mí no retiró ni una vez la mirada de mí, y sonreía victorioso cada vez que se me nublaba la vista de tanto adorarle. Ya no me acuerdo de cómo consiguió que se me olvidara que estaba roja todo el rato, pero lo hizo. Supongo que estuviera siempre dos pasos más allá de mí, sabiendo lo que necesitaba, ayudaba un poco. Y que fuera David también. Cuando terminó se puso a mi lado. Se tumbó juntó a mí, sin tocarme y me miró. Yo no pude parar de mirarle, gritándole con los ojos que le quería hasta el dolor. Para cuando cerré los ojos supe que se iría. Le oí vestirse en el salón. Coger las llaves de mi abrigo. Beberse un vaso de agua en la cocina y después salir por la puerta. Tal vez me creyó dormida y por eso no me despertó. Sí, tal vez fuera porque me vio dormida, que no se despidió de mí, ni me dijo que había sido un placer ver la adoración en mis ojos. Tampoco debió de oír el ruido de mi corazón estrellarse, otra vez, en el suelo.