domingo, 13 de septiembre de 2015

Dos manos de más.

Cuando David me quitó el vestido eché en falta un par de manos de más. Dos manos más que me ayudaran a quitarme el sujetador, los zapatos y los calcetines. Dos manos de más que le desabrocharan la camisa botón a botón mientras que le acariciaba el pelo. Pero entre los dos creo que tuvimos suficientes manos. Esta vez, sin embargo, sus ojos hacían mucho más que sus manos. No paraba de mirarme, normalmente a los ojos, mientras que sonreía victorioso, y otras, bajaba la mirada por mi cuello y la clavaba en mi clavícula. Entonces sentía su boca en el hueso de mi clavícula y sus manos, ardiendo, se posaban tímidas en mi cadera. Me cogió la mano y me hizo caminar hasta la cama.
-No te tumbes.
Yo fruncí el ceño. No me di cuenta del gesto, supe que lo estaba haciendo porque David bufó y me cogió con posesividad de las caderas, avisándome de que no me tumbara. Alargué las manos para quitarle la camisa y él las apartó. Debió de notar que me ruborizaba de verguenza porque con gesto preocupado me cogió las muñecas y las posó de nuevo en la camisa.
-Para de ruborizarte. Es contradictorio ¿vale?
-¿Qué?
Me volvió a mirar a los ojos. Sonrió de tal manera que me dio un poco de miedo.
-Así que sí hago esto.-Apretó sus manos en mis caderas.-Sí, te ruborizas. Ya. Pero...
Subió poco a poco las manos dejando que sus pulgares tocaran un poco de mi pecho. Suspiré.
-Si hago esto te ruborizas más. ¿Por qué te ruborizas? ¿Es que quieres que suba más o que me aleje de la zona? No hables, no me lo digas.
-Yo...
David movió los pulgares. Cerré los ojos.
-No, no Jimena, calla. Así que cuánto más roja te pones...Ya, ya.
Reaccioné y moví las manos que tenía apoyadas en su pecho y empecé a desabrocharle la camisa. Me temblaban las manos y David lo notó y puso sus manos encima de las mías. Las quité rápidamente.
-No. Me pones nerviosa. Para de jugar conmigo.
David se rió y se quitó la camisa sin dejar de mirarme.
-Jesús chica ¿también te ruborizas por esto?
Recogí el vestido del suelo y me tapé, mientras me levantaba furiosa.
-Pero qué te pasa ahora.-David me cogió del brazo.
Me mordí la lengua y me tapé con más fuerza. David se puso delante de mí y me quitó con cuidado el vestido. Me besó. Hasta ahora no me había besado. Ni siquiera había sentido ese beso, tan sólo puso sus labios medio segundo en mis labios y los dejó ahí sin hacer nada. Yo no pude soportarlo y me eché a llorar. Sabía que le estaba perdiendo incluso antes de que se fuera. Él me quitó el vestido del todo y me llevó de nuevo a la cama. Dejó que me tumbara y se puso a mi lado, con el codo soportando todo su peso. Me miró ladeando la cabeza.
-¿Qué? Venga suelta tu discurso.-Dijo.
Yo le miré y me puse a horcajadas sobre él. Ni siquiera supe que lo había hecho hasta que noté que él sonreía victorioso. Quise bajarme pero él me sujetó por las caderas de nuevo.
-Todo lo que haces me pone roja. Da igual lo que digas o hagas, como si es qué hora es como si es que me pones las manos de esta manera. Me voy a poner roja igual.
David bajó las manos y las puso cerca de mi trasero.
-Y decir que me estoy poniendo roja no ayuda ¿vale? No es para nada atractivo que me ponga roja, joder.
Aparté la mirada, él siguió bajando las manos y me cogió con fuerza para recolocarme encima de él.
-Sobretodo esto.-Suspiré.-Lo que estás haciendo me hace ponerme muy roja vale. Bien. Genial.
-Jimena, tranquila.
-¡Eso no ayuda!-Grité.
Se sentó, conmigo encima y me miró fijamente a los ojos. Me volvió a besar durante medio segundo.
-Soy yo. David. Te conozco, sé quién eres y estoy aquí ¿vale?
Cerré los ojos y suspiré. Él colocó mis brazos alrededor de su cuello y posó su boca en mi clavícula. No sé cómo nos las apañamos para que se quitara el resto de la ropa. Ni cómo se deshizo de mi ropa interior. Pero él no paraba de exigirme que le mirara a cada rato, aún y cuando él no me estuviera mirando. Recordé entonces que se acostaba conmigo porque le gustaba ver la adoración reflejada en mis ojos. Ni siquiera el pensamiento de estar siendo usada me hizo parar de adorarle. Incluso admiré que consiguiera de mí lo que quisiera. Y luego, cuando se tumbó encima de mí, cuando por fin estaba dentro de mí no retiró ni una vez la mirada de mí, y sonreía victorioso cada vez que se me nublaba la vista de tanto adorarle. Ya no me acuerdo de cómo consiguió que se me olvidara que estaba roja todo el rato, pero lo hizo. Supongo que estuviera siempre dos pasos más allá de mí, sabiendo lo que necesitaba, ayudaba un poco. Y que fuera David también. Cuando terminó se puso a mi lado. Se tumbó juntó a mí, sin tocarme y me miró. Yo no pude parar de mirarle, gritándole con los ojos que le quería hasta el dolor. Para cuando cerré los ojos supe que se iría. Le oí vestirse en el salón. Coger las llaves de mi abrigo. Beberse un vaso de agua en la cocina y después salir por la puerta. Tal vez me creyó dormida y por eso no me despertó. Sí, tal vez fuera porque me vio dormida, que no se despidió de mí, ni me dijo que había sido un placer ver la adoración en mis ojos. Tampoco debió de oír el ruido de mi corazón estrellarse, otra vez, en el suelo.


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