jueves, 29 de diciembre de 2016

Desde el noviembre de 1857.

Hola David
Esta es una de las primeras cartas que no te envio. Me gustaría volver a tu calle y decirles a tus padres que te va bien, pero eso significaría mentirles. Permíteme el egocentrismo, pero ¿Cómo te va ir bien sin la única persona que creía en tu bondad más allá del primer vistazo? ¿Cómo te va a ir bien, estúpido orgulloso, sin la persona que te tatuaba día y noche lo especial que eras? Ya no me sé los tiempos verbales. Contigo he perdido la capacidad de distinguir entre lo que eras, lo que pasaste a ser y lo que yo te imaginaba. No sé dónde pasamos del presente al pasado, ni cuándo empecé a pensar en subjuntivo y a desear que "Ojalá me felicite este año" "Ojalá piense en mí con la misma fuerza arrasadora" "Ojalá no se convierta en todo lo que evité durante meses"
Pero no vamos a ser bordes ahora. Te voy a hablar desde mi egocentrismo porque hasta hace un par de semanas no sabía que todo lo que tienes de ego lo tengo yo también. Que no fui justa cuando te recriminaba que en la vida las cosas no son sólo mí, me, conmigo.  Que no fui justa al pensar que alguna vez hubo un nosotros, poruqe no lo hubo, siempre fuimos tú, un abismo infinito y yo. Te voy a contar, mi yo, esta cosa dramática y artista que se deja llevar por la razón cuando el cuento le queda grande, que desde que te fuiste no te he echado de menos si no de más. Que me servía con pensarte, en la totalidad metafórica de la palabra, para aquí, concentrate en Te Pienso, ¿cuántas cosas abarca, verdad? Pensarte es más que amar, pensarte es diferenciar tus estados ánimos según la cantidad de agua que caiga del cielo, pensarte es mirarte a través del tiempo cuando tu amiga te recuerda que no le gusta el chocolate y te ríes "A David tampoco le gusta", pensarte es imaginar tu presencia cuando paseas por el parque que consideré nuestro y volver a la iglesia donde te viste atada a él, pensarte es saber que ya no estás y aún así eres mío.[...] Que me servía con pensarte para escribir todo un libro y allí eres más real, allí te entiendo mejor, allí, cariño, eres mi obsesión, pero al volver al Madrid que no es tuyo, la razón me golpea y piensa que es justo, al fin y al cabo, que no te vaya bien sin mí, ya que yo era la única que te frenaba de mirar a la maldad de frente. Yo ahora ya no estoy. Debí haberme quedado. Debí haberte acariciado más, o por lo menos, haber estado más borracha a tu lado para confesarte que sueño y pienso, y enloquezco, y me desagarro, por acariciarte la mejilla y besarte la frente, para besar tus rodillas, y pintar con carmín transparente en tu ombligo todo lo que deseo de ti y de mí. Debí haber comprendido que los veranos acaban en otoños, que los niños mueren en septiembre y que sangré por el lado equivocado de mi cuerpo por mi puro egoísmo. Yo también estoy en esta zona oscura de la carretera, en un coche que va demasiado deprisa, y sé que va a venir alguna liebre y me va a hacer descarrilar.
[...]Ya ha aparecido un animal marino que me ha hecho descarrilar de la carrtera. Marina me lo está reprochando porque ella sabe que, como me enamore más, voy a olvidar que te debo toda mi vida, que te debo todo mi futuro, que te debo Barcelona y todo lo que allí escribiré por ti. Pero él es mejor que tú. Él no conoce la maldad. Tal vez eso es lo que me ha atraído de él. Esta atracción tan tranquila como la ciudad donde perdí a mi niño, este interés tan calmado, paciente, seguro a lo largo de los añoñs. Este Te Pienso no es tan fuerte como el tuyo. Te recrimino tu maldad pero mentiría si tu dualidad no me hubiera enamorado desde el principio. Por eso este ser marino no tiene tanta fuerza en mi océano. No conoce la maldad. No, al menos, el tipo de maldad que tú llevabas dentro.[...]
Hola otra vez, David.  ¿Cómo resumir tantos días que nos separan? ¿Cómo retomar el hilo de toda un vida dentro de la misma? ¿Cómo empezar a parar si cada vez te quiero escribir más? ¿Cómo despedirme si perderte es perderme a mí después? ¿Cómo decirte que te he cerrado como un libro porque siempre lo fuiste?
¿Cómo cambiar de Te pienso a Te recuerdo? ¿Cómo hacer de subjuntivo en una frase que aún sigue siendo condicional? ¿Cómo echarte de mi vida si aún la gobiernas por entero, para todo, para nada, para la cosa más nimia, para desear a otros hombres, para morirte y resucitarte? Cómo decirte todo esto sin decirte: Te pienso.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Vuelve a casa.

Hay un cristalito en mi ojo izquierdo que sólo me provoca hastío. Si yo fuera la reinas de las nieves y tuviera que recoger todos los cachitos de cristal que cayeron del cielo le pediría a los copos de nieve que no fueran tan brillantes ni anestesiaran el dolor con su frío. Pero el pedacito de mi ojo izquierdo ha nadado entre mis vasos y mis nervios  buceando al lugar donde debería congelarse todo sentimiento, ha contaminado la sangre y la ha distribuido por todo mi cuerpo. Ahora mi brazo derecho no reconoce la mano en la que acaba, ni ve una metáfora en el anillo de diamantes falsos. Mi brazo izquierdo no acompasa a mis piernas cuando corro de camino a la parada del autobús. Uno de mis ojos llora más que el otro porque nunca me acariciaste la mejilla correcta. Y yo moría de amor por ese gesto y pasaba las noches en vela, con esta sonrisa que no me provoca más que niñez, pensando en que podría ser la mujer más feliz del mundo sólo con mi mano derecha en tu mejilla derecha. Pero silencio. Ahora el cristal se ha enquistado en el centro de las emociones, en esta garganta mía que se hace nudo al pensarte, y me ha pedido que te diga que el silencio me está acuchillando con demasiada rápidez. Me voy a desangrar en cualquier momento y mi brazo derecho, mi mano del mismo lado, mi brazo iquierdo, mis dos piernas, y uno de los dos ojos no van a taponar la herida. Van a hacerla grande, ay tan grande, enorme, como el cielo que compartimos, como el suelo que los dos pisamos, como la lluvia que los dos bebemos. ¡Tan grande como todas esas cosas porque sólo esas cosas pueden decirse nuestras! Qué poco compartimos en vida: imagínate en muerte. Qué poco fuimos nosotros. Tú a un lado de esta vida, en el lado del rencor, y yo a este otro lado, en el del romanticismo de Dickens. El pedacito de hielo en el ojo me ha dicho muchas cosas pero hay una que grita más que todo lo demás. Que tú no serás nunca Charles, y yo siempre seré la señorita Havisham: tú morirías por amor propio , y yo elegiría morir por un solo amor. Los dos, en el fondo, compartimos más que este cielo, suelo y lluvia, compartimos el egoísmo.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Huesos de Granada.

Granada incita al noviazgo. Granada incita  
 al erotismo,
  besos en la orilla de un río sin agua,
a pringarse de pioninos con o,
a ser artista de tapices,
a comer de boca del otro
la alhambra líquida.
Como si fuera una lista de la compra. Como si irse por los cerros de Úbeda fuera lo más normal. Como si ver parejas de la mano no te hiciera poner los ojos en blanco. Como si el noviazgo, esa cosa de cuchillas y cuchilladas, fuera más romántico que doce lágrimas de princesas, doce constelaciónes, las doce horas del reloj, los doce leones de la fuente.
Granada tiene de becqueriano lo que de amistad con Góngora: enemistad a palos, mira vamos a llevarnos bien porque como yo te admire a ti y tú me admires a mí acabamos los dos follando en el Paseo de los tristes. Y nada de volverán las golondrinas a tu balcón, ni érase una nariz pegada a un hombre, porque no importa que seamos hombres, Granada incita al lote de besos más que a los versos yámbicos. 
Granada tiene cuestas que suben, piedras que llevan a miradores, tiene a Lauras que se empeñan en subir, y Petrarcas femeninas que suspiran por bajar. Y no sé si me entiendes pero bajar al sur, significa algo más que el trayecto a Granada. 
Granada tiene arcos de herradura que dan mala suerte, y vendedores ambulantes en Plazas Nuevas. Isoldas que no recuerdan el mar y Tristanes que desesperan por un barco de vela. Catedrales barrocas y virgenes que no dicen ser tales. Tiene gracia pero las vírgenes siempre fueron las más sensuales. Inocentes sí, pero más que impúdicas. 
Granada tiene un desorden que se asemeja a este batiburrillo porque no en orden van siempre los amores. Unos llegan cuando ya es de noche y otros no llegan ni siquiera al atardecer. Unos llegan con una rama de cipres, otros con flores de magnolio y los últimos, los más escurridizos, con tres o cuatro hojitas de sauce para curar todos los males. 
Granada no tiene agua más que para los sedientos, aquellos que esconden sus gemidos tras las campanadas de cada hora. Y esperan en el último puente, junto a las peores vistas, a que la nieve se acuerde de ellos y derrita con más fuerza los corazones helados. Que tengo sed, y no me das de beber, dame otra bebida, dame agua dorada, dame alcohol que tengo mucha sed y tú no tienes agua. 
Granada tiene plazas llenas de guitarras que no cantan en vivo. Que se corrieron hace tiempo y ya residen quietas en un rincón a la siguiente función. Mucho stereo y radiocasete. Y si te fijas verás telarañas en los tablaos porque allí no baila quien debe hacerlo sino quien lo necesita. 
Granada es un coñazo si lo miras desde la Alhambra porque siempre da el sol de cara. Hay que subir las cuestas para evitar al sol, ser como salamandras: de huecos de pared a hueco de pared.  Y por la acera del Darro evita los coches, no vaya a ser que la ciudad conozca el oro rojo. 
Granada me ha dicho al oído que hay que vivir el romanticismo antes que el realismo, que no se puede ser Malvina sin haber sido Ángel, que no puedes jadear antes que suspirar, ni escribir antes que sentir. 
Granada tiene un frase:
"Aquí no se viene a correr, aquí se camina, y si es de la mano mucho mejor"
Lo que viene a ser, sin tanto acento poético:
Que en Madrid una folla con unos y en Granada una se corre con uno.


 

sábado, 26 de noviembre de 2016

Don't you care.

He vuelto a la terraza en la que no pude terminar la cena. Qué lleno estaba de gente, que paz, ay, qué calor, y allí los cuatro charlando  de lo mismo de siempre, y yo apuntando. No sabía que iba a pasar lo que pasó. Lo soñé la noche anterior. Soñé que te decía todo lo que al final te dije. Soñé con besarte y enterrar la cara en tu cuello y ahogarme en tu olor. Soñé que era grande y fui grande, pero maldita sea mi suerte después qué pequeñita me sentí. Tanto que quise acurrucarme en mis brazos y acunar mi pecho, mi corazón. Quise decirle a David que mirase, que mira oye, que ya está, que lo he hecho, que aquello que te comenté el verano pasado, sobre intromisiones o cómo se escriba, sobre ser la tercera ya se ha cumplido. Ojalá te hubiera abrazado una última vez. Ojalá recordara más a menudo cómo me cogiste la mano para subir las escaleras. Ojalá estuvieras aquí, curando mis heridas.
Así que no, nunca te fíes de quién no te coge la mano para acompañarte a la habitación, y no te fíes de quien lo hace frente a un público, por quedar bien, porque mira, están mis padres, porque mira ante todo caballeroso. Nunca te fíes, mi niña, de quien no te sigue el ritmo cuando le besas, de quien no te pregunta qué tal, o no se echa a reír cada vez que recuerda la tarde tan típica de verano que hizo la primera vez que os besasteis.
Ojalá recordara la inocencia de la primera vez que nos tocamos. Ojalá recordara si te besé yo primero o fuistes tú. Tengo mejores recuerdos en el ciprés. Los cipreses, ay, si es que ya me lo dijo Malvina. Tú fiate de lo cipreses, y de nada más.

martes, 6 de septiembre de 2016

19.

Mañana Es el día en el que empiezo a vivir.
 Mañana saldré al mundo y el mundo sabrá quién soy.
 Ya no seré de nadie, seré independiente, seré grande, seré libre. 
Mañana eMpiezo una traición que nunca quise
y pediré perdón a desconocidos, aquellos
que pudieron ser amantes,
aquellas que pudieron ser  hermanas,
noches locas, fiestas, secretos.
Mañana diré porqué no historia
o literatura
o un idioma.
Mañana me pondré esas sandalias que 
compré en San SeBastián
y pAsearé con mis malas pisadas
por un asfalto que no Reconozco. 
Mañana conoceré a mi relación más tóxica
porque yA soy de otro,
le diré que miento, mentirosa, que solo
tengo una manera de
decirle
que siento
todo lo que
nunca
viviremos.
Mañana harán 19 días desde el 19
y deshojaré verguenZas en un super
en vez de margaritas
(porque yA sé la respuesta). 
Mañana posaré la mano en la mano 
De alguien más
pe
qu
e
ño
y le diré que tengo que
abandonarlo.
Mañana miraré a la vidA,
montaré en una bicicleta,
pensaré en David,
me acordaré  de la poesía
y la escribiré que tengo que
matarla si quiero
sobrevivir.
Mañana ya no habrá palabras
sino gestos.
Mañana se hará recuerdo,
mañana no seré neidre.
Mañana, aún no existes,
pero pienso en ti.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Let's talk about sex, baby.

David:
Hoy me he levantado embarazada. Sí, embarazada de una emoción que hace años, siglos, milenios que no sentía. No, la yo de hoy no ha sentido jamás algo parecido a esto, la que lleva mi nombre no ha sufrido jamás esto. Esto, esto que llevo dentro, jesús, parezco un trozo de tela roto, la manta de ganchillo que mi madre le ha hecho a mi hermana y que se ha roto por tantos sitios que ya ni siqiuera la extiende sobre la sabana por miedo a que se rompa más. Esto, esto que le debo a la vida, porque ella me lo ha dado, es echar de menos, es perjurar, es doler, en ese sentido amplio. Toda mi vida me he preparado para este embarazo, no, error, toda mi vida me preparé para un aborto, para la muerte de un feto, para ser estéril, para ser un témpano de hielo, un utero hostil. Y ahora, ahora que sé que un aborto no me va a matar, ahora la vida me ofrece otro miedo, sí, para que lo supere, tú sola, vamos, que ya eres una mujer, let's talk about sex, baby. 
Hoy me he levantado (y cuando digo hoy digo desde primeros de agosto cuando me eché a llorar en brazos de mi hermana, en un coche en el que otras seis personas respiraban mi mismo aire y no se dieron cuenta de que yo les quitaba más oxígeno, porque, joder, jadeaba  del dolor, de la traición) embarazada. Embrazada de una tristeza que sólo se cura pasando la mano por mi vientre y recordándome que un aborto ya no es lo peor que me puede pasar, no.
Hoy soy la chica que siempre dije que iba a ser. Hoy soy la que hace años dijo "No me importa ser el secreto de nadie" Bien, pues te han robado secretos, a la fuerza, tanto que te has convertido en uno de ellos. I'm the dirty secret.
Let's talk about sex, baby
let's talk about 
you
and
me.
Es una canción, sabes.

Y déjame sola, en esta habitación, para que piense en mi embarazo, en que daré a luz algún día de 1862, en Enero, y nadie recordará que tuve dos hijas, que tuve a Ángela, a Carmen, y a esos ocho nietos que la vida no me dejó ver. Soy Malvina. Y paseo embarazada por Madrid, por la plaza de Santa Bárbara, pensando en la ciudad en la que morí, por preinscripción médica, a causa de fiebra puerperal. 
Llevo un descosido dentro que no sé cómo coser, no sé qué aguja utilizar, ni por dónde meto el hilo, dónde está el ojal. Llevo una lápida con el día en que nací de nuevo, sí ya sabes, después de que aquel hombre me obligara a cosas que el asco no me deja escribir. 
Let's talk about sex baby
let's talk about 
you
and
me.
Llevo embarazada un mes desde que te fuiste, ahora que ya no puedes volver, ahora que soy de otro, ahora que no soy de nadie, que no soy un tuya. Ahora que las bragas granates revolotean descontentas por mi cajón, y me reprochan y me decepcionan, y no me quieren en sus huecos, y no quieren mi coño tocando la tela. Ahora que las cartas desde Francia llegan muy rápido a la calle del calor, y las respuestas desde Suiza se hacen tan frías como el antónimo de la manta en la que me resguardé después de ver la catedral. Ahora que te necesito y no estás, ahora que tengo un hueco de bala, ahora que me duele la garganta de todas las emociones que guardo, ahora que la ginebra me ayuda a llorar. 
Llevo embarazada un mes y no tengo Clear Blue que me diga dónde aparece la operación que me quitará este engorro. Qué engorro de dolor. Qué dolor de dedos, qué picor, ya no puedo tocarte, no te disfruté, y sólo pienso en ti, en ella, en que Nerea me ha vuelto a hablar. Y en que una chica me dijo una vez que yo tenía cara de su nombre. Ya ves, dirty secret, tu cara queda reducida a cenizas, ahora muerde el polvo, atragántate, aguántate, toda tu vida deseaste esto, y ahora lo tienes. Sé realista. No imagines. Piensa en David, que el rechazo ya lo conoces. Piensa en

Llevo embarazada un mes desde que te fuiste. Podrías hacer el favor de volver. Llevo asustada un mes entero desde que ser estéril dejó de ser mi gran miedo.
Necesitarte, de este modo, necesitar lo que el mundo ordinario necesita, es mi nuevo miedo. 
Es una broma que no tiene jodida gracia, pero todos los días me levanto con la mano en el vientre, sabiendo que he tenido esa pesadilla otra vez. Mírame ¿Acaso no soy el sucio secreto?

 De tu Goliat.

sábado, 27 de agosto de 2016

Corre, corazón, de los dos tú siempre fuiste el más veloz.

Todo esto me recuerda (es una anécdota graciosa, vale, muy de mi estilo) al anterior blog que tenía. Susurros del tiempo. Ahora la palabra susurros ya no me gusta, ahora grito al tiempo, le digo al destino que muchas gracias, que sí, que me quito el sombrero, que me ha dado todo lo que quise desde aquella tarde de noviembre. Le grito que lo siento por no haberme dado cuenta antes que todas las postales que guardo ya no son para mi hija, si no que son para el propio tiempo, para la mujer que seré en veinte años. Le grito que gracias por todo, supongo, me ha dado mil cosas, menos lo principal. Me ha quitado de golpe las ganas de escribir, o no, la inspiración, a David, al sexo, a los relatos eróticos en los que imperaba el diálogo como medio de un fin, a Malvina y las rutas del 25 hasta el cementerio de San Isidro. Me ha quitado esa canción, la de corre corazón, huye de este amor, etc etc, si vale, y ahora lloras, porque ella siempre tuvo una voz bonita, y tú te lo mordías, yo, me mordía la voz para no gemir y jadear tu nombre, maldito nombre (bendita lengua, ah, sí ¡Deja de hacer eso!). Me ha quitado a Nerea, a su maldición, y la canción en la que maldice al agua. Me ha quitado los pros, y los contras, en fin, toda la historia que sigue a este, los secretos, las traiciones.
Volvamos al centrado, venga
Venga
Y voy.
Y qué.
Vamos, cariño, sigue.
Más.
No, no estoy pensando.
O sí.
Bah.
Ya pasó, no se va a repetir.
Súperalo.

Estaba pensando en esa historia, sí
en la que la sombra de mi yo entre comillas
le decía a la mujer de 20
que siempre iba a querer
al chico que hoy cumple años.
Así que por esa chica, la que creía amar
a todo lo que le dio miedo tiempo después,
te digo hoy, domingo, día en el que
hace 19  años  no naciste
y sí naciste en viernes, como yo, como la abuela
que eres un muchacho no excelente
que espero que hayas crecido bien
o madurado, al menos. Y que deja esos ojos triste
que nunca vi ojos más tristes,
tristes,
miseria,
aja,
¿tenías esos ojos el 14 de noviembre?
ay, espera, que no lo puedo saber, porque
*reíros*
nunca llegaste a mirar al corazón de mazapán
que moldeaste con tu banda sonora.
Todos tenemos una banda sonora
que suena de fondo mientras
que nos rompen el corazón.
Maldita música.
Así que, felicidades, al primer chico de mi vida,
al que quise rescatar de una torre,
que me embarazara,
y me llevara con su familia
 a ese pueblo en ávila.
Felicidades, espero que hayas madurado,
de verdad.
Tira para el otro lado, quilla. Mueve las caderas.
 que el anterior blog se llamaba 
Susurros del Tiempo, con mayúsucula,
porque no me gustaba susurrar,
no lo hacía bien.
Ajá, tampoco creías que ibas a gemir y lo hiciste,
acá amiga, nunca digas nunca,
supéralo,
Me lo dijo el segundo chico, sí, lo de susurrar. 
Desde entonces me da asco, en fin, mostaza, y lo de
no 
gritar
chico
por eso eres un cofre sin valor
porque no gritas.
Y ya no sé si soy especial o no
si me creo o no
algo que no soy o sí
pero Susurros del Tiempo me recuerda a esta entrada
y la voy a colgar porque
cuando estás perdida en las letras
volver al principio
siempre
siempre
es la solución.

Vamos a meter aquí un bueno que ya lo he borrado muchas veces. Bueno, que por eso escribo hoy, para decirle que Felicidades, que se pudra, que ojalá le vaya bien, y tenga que abortar algún amor tóxico, porque ajá, seguro que los tendrá. Esta es la que soy cuando la literatura no me viene bien. Se quedó en Suiza, creo, en esa manta marrón de lana, en la que me escondí al pasear junto a los fresnos, cerca del campo de fútbol. ¿La literatura o yo? Bueno ¿Hay diferencia? 
Del disco ¿Con quién se queda el perro?
yo digo que siempre tuve un gato.
Un gato porque me hiciste independiente,
no un perro, porque ellos son fieles, y tú
no
ni 
yo
no sé quién aprendió de los dos por primera vez esa
lección.
De la canción ¿Por qué no podíamos ser agua?
te digo que tú me hiciste gasolina
porque quemo al temblar en las cenizas del recuerdo
y exploto cuando accelero sin pensar.
De la manta marrón de m infancia
te digo que no he vuelto a taparme con ella,
que la tengo a mis pies
todas las noches
aja
para que vea lo mucho que la toco
con los pies
por lo mucho que he crecido
en altura
y en madurez.
De la canción I wish you were here
te juro
que la escuché un par de veces años después
y sólo me recuerda
que ya jamás la volveré a escuchar
sin pensar en mi mejor amiga.
En que te perdi, y a ella, en una canción.
Parezco la dramas, i know, supérenlo.
 

lunes, 22 de agosto de 2016

A cualquier otra parte.

No suelo escribir poesía, no hago versos, no sé dónde poner las comas, ni las puntos, ni cuándo es el momento exacto para balancearme y saltar desde el punto final a la estrofa siguiente. No me acuerdo del último verso que escribí, sólo retazos de palabras, algo sobre 2013, sobre que era un nuevo año, sobre cosas que no me perdonaré nunca, y cosas que siempre serán odiadas por mi nombre. No, negativo, no me acuerdo de la poesía, y sin embargo hoy la poesía viene a mí, ahogada, sufrida, a bocanadas, respirando, excitada, gritándome que podría ser otra cosa. Me viene conquistándome, cómo si no supiera que es una mentirosa, que siempre lo ha sido, que por la poesía empezaste, y por la poesía acabarás muerta por vejez. Me dice, en voz baja, que las canciones que no entiendes son las que más escuchas, las que vienen escritas en otro idioma y se reducen a la melodía en tu cabeza. Ese soniquete, el de las últimas veces. Eso es la poesía.
No escribir así
ni poner la letra centrada
ni pensar en las noches sin estrellas en Madrid.
ni Jurarte que escribirías con mayúsculas en los principios.
No es tener miedo de ella,
de las comas que se resbalan y caen por su peso
ni pensar en las metáforas que tienen sentido
o las palabras finales que podrían pegarse y no lo hacen
La poESÍA es escribir sin signos de puntuación,
decirla, gritarla, que es una malhablada,
que es terriblemente sucia y no tiene donde caerse
MUerta.
La poesía es espacios en blanco, bocanadas ahogadas, porque un texto narrativo saca mucho de dónde no hay
y los que escriben poesía o se limitan
o no escriben con versos largos
porque no quieren que los que les leen
su querida
piense que piensa en ella
cuando
se olvida de ella.
Y bueno, nos sobran las comas, los espacios reglamentados, las letras sin mayúsculas, y los orígenes sin el latín.
Pienso en poesía mucho últimamente.
Lo hago porque me he puesto límites.
Ya no sé escribir, pero lo necesito.
Así que como un texto narrativo dejaría mucho de mí,
escribo de poco a poco
y en versos
que cada vez
se hacen
más
pequ
o
s.
Para que tengan forma de copa, que es lo único en lo que debería no pensar.
Para que tenga forma de coño
y olvide
que alguna vez
contaste mucho de ti
y ahora te
aban do nan
.

La poesía es de los que se ahogan con folio en el escritorio, los que deciden que el amor siempre va a estar donde nacieron:
en una encruzijada.

Bueno, a todo esto, recordarme que haga la lista de compras de cosas que alguna vez no tuve que comprar y olvide mencionar que los dos hemos quemado un anillo, que parece justo este divorcio, que yo soy la que me quedo sin casa, y tú el que te quedas con la Ginebra aunque no la bebas ni tampoco la quieras.
Y recordarme que no cuente nunca más cosas que están enterradas en Madrid. Recordarme que no vuelva nunca a la casa de campo, para enterrar en folios lo mucho que te techo de menos, ni para desenterrar recuerdos de hombres malos que hicieron cosas malas.
Recordarme, casi se me olvida, que no cuente nunca jamás porqué me hice feminista, porqué no soy tan virgen como le aceite, y porqué me empeño en ser algo que dejé de ser cuando era niña.


Esto lo escribo así,
en centrado,
porque no sienta bien las frases largas,
porque me ahogo,
sólo de pensar,
en que me pude haber roto y no lo hice.
Y que ahora, que ya nada podía romperme,
tú, estúpido David, has llegado con tus piedras,
a sepultarme en el rencor,
de haberte contado
todo lo que siempre quise,
todo lo que me ha jodido este sábado,
todo lo que me dolió
que me hayas abandonado
y te hayas llevado mi secreto
sin poder
recuperarlo.

Siempre tengo algo que demostrar, por eso soy tan lanzada, por eso todo el mundo se echa atrás cuando yo doy dos pasos seguidos sin esperar respuesta. Bien, esto es lo que demuestro:
Que la poesía, no se hizo para mí, porque yo siempre tuve mucho que contar, mucho espacio, mucho tiempo, poco sentimiento, y nada de ganas de follar hasta que conocí al amor de mi vida. Y el amor de mi vida no es una persona ajena, soy yo misma. Y cuando la conocí, hace apenas un año, me enamoré tanto tanto de ella, que conseguí romper un trozo de mí para dárselo a alguien más. Pero no pensé en las consecuencias, creía que mi enamoramiento iba a ser duradero. Y no lo ha sido. Ahora sólo quiero mi secreto de vuelta para contarle al que me dijo lanzada que abusaron de mí hace tiempo y que nunca lloré aquello hasta que este finde ha vuelto a mí, a mi memoria.
Por lo que
la poesía y yo
tenemos
forma
de un
co
ñ
o.


miércoles, 27 de julio de 2016

Los años del sexo II.

-Estaba pensando...
Le miré de reojo, esperando que me preguntara por lo que había pensado. Él estaba entretenido con un cubo rubik, y movía sin parar la fila roja que no coincidía con la de los verdes. De vez en cuando murmuraba y maldecía.
-Dime, qué pensabas.
Y yo pensé en sus otros millones de dimes que me había dicho desde que nos conocimos. Dime, cómo te llamas, dime, de dónde eres, dime, dime, ¿vas a besarme o te duele la boca de tanto sonreírme? dime, cariño, te digo que me cuentes qué te pasa porque no quiero estar peleado contigo, dime, cielo ¿te gusta lo que te hago? Acentuaba su voz de una manera diferente cada vez que decía su "dime" como si contarle a él, sólo a él, lo que querías, supusiera un milagro en sí mismo. Te exigía con la voz. Cuéntame tus más oscuros secretos, lo que deseas, lo que quieres, lo que pides de mí.
-Pensaba en que hace mucho tiempo que no me hablas de tus historias. Las echo de menos.
Él suspiró y levantó la vista para fijarla en la pared. Cerró los ojos. Los volvió a abrir pero no para mirarme.
-Se me están olvidando.
-Imposible ¿Es por mí, ya no te gusta contarme historias?
Por fin me miró. Hoy tenía los ojos muy verdes, de ese verde que casi se parece al gris, con pequeñas motas marrones cerca de su pupila.
-¿Qué? No.
Esperé una explicación. Que suspirara y se echará a hablar sobre cosas que tenía en su cabeza. Siempre en orden, enunciando lentamente las palabras, con suavidad, como si las estuviera pidiendo permiso y perdón por deletrear aquellos pensamientos que no pueden describirse con palabras. A veces me sentía culpable, por obligarle a que me dijera, a mí, en voz alta, aquello que su ático no quería desenterrar. Pero nunca me miró con frustación cuando le decía que no entendía las cosas de su cabeza. Él me sonreía y asentía. "Es muy difícil, y hoy no tengo la boca como para saber ordenarla"
Pero aquella explicación no llegó. Estaba en el mas absoluto de los silencios. Me impacienté.
-¿Estás bien?
Él me miró. Mirada profunda. Estoy atrapada. Soy un mosquito en una tela de araña, me envuelve con su seda, me exige, juega conmigo. Mira ¿ves lo que voy a hacer contigo? ¿Me vas a comer? decía el mosquito y la araña negaba y negaba. ¿Y qué quieres de mí?  ¿Qué quieres que haga contigo? Aquello me subía la libido muchísimo. Ansiaba aferrarme a sus ojos, a esos ojos que con el tiempo habían perdido el pánico a ser observados por los míos, aquellos ojos, bonitos, grandes, brillantes, como dos piedras en la orilla del río, dos botones con cuatro ojales, que pedían atención y cuidado. Me subía la libido. Me está subiendo. Es como cuando te montas a la montaña rusa y subes para luego caer, oyes el traqueteo de las cadenas, y no haces más que esperar y esperar y ponerte tremendamente excitada y nerviosa. Antes, cuando él no había estado dentro de mí, cuando ninguno de los dos sabíamos cómo gemía el otro, aquella mirada me ruborizaba, me teñía las mejillas de rojo rubí y él desviaba la mirada porque sabía lo que estaba pensando. Sonreía de medio lado, triunfante. Y yo boqueaba como un pez fuera del agua sin entender porqué él, porque no ninguno otro, porque él que sólo me follaba de vez en cuando y no todos los días como yo quería. Él no necesitaba tanto el sexo como yo.  Por eso sabía que cada vez que me miraba así, como una araña a su mosquito, me iba a follar. Pero yo ahora no quería. Yo quería hacerme responsable de que hubiera olvidado sus historias. Yo quería sentarme a hablar, con nuestras manos entrelazadas y pasar la tarde intentando que su lengua se ordenara lo suficiente como para sacar una bella historia, una anécdota, o al menos un recuerdo, aunque fuera insulso y poco especial.
-Yo...-Empecé a decir.
Él se abalanzó sobre mí. No lo hizo con suavidad. No pedía permiso, exigía. Y normalmente aquello me hubiera gustado y hubiera dejado que me tirara a la cama de cualquier manera y empezara a llenarme de chupetones el cuerpo. Pero hoy no. Le puse las manos en el pecho y le empujé con suavidad.
-¿Qué? ¿Te he hecho daño?-Seguía con la misma mirada arácnida.
-Quiero que me cuentes una historia.
Él suspiró y escondió la cara en el hueco de mi cuello. Le puse una mano en su garganta y encontré su pulso. Tenía el corazón accelerado. Yo también.
-Necesito dejar de pensar.
-Ya hablamos de esto. Cuando follamos no dejamos de pensar, sólo pensamos en lo que estamos haciendo. No me folles para no pensar porque no voy a quedar satisfecha.
Él sonrió de medio lado.
-¿Estás hoy con la lengua muy ordenada, no?
Me reí. No por su comentario sino por su sonrisa ladeada y macarra. Gracias a su madre, gracias a su padre, y gracias a toda la maldita cosa genética por darle esta sonrisa que me pone tanto.
-Para de sonreír así.  Inútil.
-¿Inútil? ¿Y qué más?
Clavó las dos rodillas a la cama, encerrándome entre sus piernas. Luego se sacó la camiseta.
-Espera. De la otra forma.
Él sonrió más fuerte. Se volvió a poner la camiseta. Y luego se llevó la mano a la nuca y tiró de la camiseta. Ah. Ah, Dios. Me encanta cuando se quita así la ropa.
-¿Contenta?
-Mmm no del todo.-Murmuré.
Creo que no me oyó. O si lo hizo decidió que ya era hora de reparar aquello.  Se quitó los pantalones. Yo estaba tendida en la cama, demasiado excitada como para hacer algo. Cerré los ojos, escuchando los coches pasar por la carretera y el ruido de la hebilla del cinturón al caer al suelo. Escuché a los dedos de mis pies, dormidos, tirantes, estrujados contra la cama. Esuché las cosquillas de la punta de los dedos de mis dos manos. Mis uñas, que querían arañar, mi palma que quería acariciar y notar la consistencia de otro cuerpo sobre el mío. Mi muñeca que quería ser cogida por su mano y apretada por encima de mi cabeza mientras él entraba una y otra vez. Escuché a mi vientre vacío, como una casacara de nuez, como si alguien hubiera perdido el cascanueces y no lo encontrara por ningun lado. Necesitaba abrir las piernas y encontrar alivio. Pero me encerraba entre las suyas.
-¿Quieres abrir las piernas?-Murmuró.
-Joder.-Grité.
¿Qué coño se había echado en el café? ¿Polvos de "Cómo excitar" o tal vez unas cucharaditas de "Hoy voy a ser el dios del sexo"? Me levantó de la cama, posando su mano en mi cadera, como si fuera un bebe. Me encerró aún más fuerte entre sus piernas para que no volviera a tumbarme y me quitó la camiseta. Va muy lento, va muy lento. Me desabroché el sujetador cuando vi que él no tenía intención de hacerlo.
-Venga.-Murmuré.
Él me besó. No solíamos besarnos en estas situaciones. Pero lo hizo lentamente. Mordiendo el labio. Lamiendo la lengua. Hacía que dejara de pensar. Que sólo pensara en lo bueno que era besando, en que esa maldita lengua, bendita lengua, sigue, ah, podía hacer tantas cosas, podría hacerle tantas cosas si sólo, por Dios, ¡Deja de hacer esto tan bien! Quiero que estés más cerca, acércate, búscame, no tengo suficiente de ti. Puso sus manos sobre mis pechos con delicadeza. Fue aquella falta de rudeza, el contraste entre el salvajismo de su boca y el encierro de sus piernas, contra la suavidad de su tacto en mi piel lo que me hizo arquear la espalda. Si su boca no estuviera en la mía gritaría, gemiría, le diría que por favor siguiera, por lo que más quieras, tócame más abajo.
-¿Estás húmeda?
Me estaba matando. Me desabroché el pantalón y metí la mano dentro de mis bragas. Buceé hasta que introduje dos dedos en mi cavidad. Los saqué. Dejé de besarle. Arrastré los dedos por su pecho desnudo. Tenía las pupilas tan dilatadas que apenas veía su verdadero color. Se mordía el labio.
-Chupa.-Susurré cuando mis dedos llegaron a su labios.
Él se metio los dedos en la boca. Los lamio con la lengua. Quería que me dijera cosas muy sucias. Que me las susurrara al oído mientras enterraba sus dedos en mi coño. Que los moviera en círculos mientras me decía que
-Eres sucia, jesús.-Murmuró.
Estuve a punto de correrme. Jamás había estado tan excitada. No sé qué coño me pasaba. Creo que era el ambiente que habíamos creado, el hecho de que respiraba su cuerpo por los cuatro costados, que apenas podía moverme si él no quería, que estaba a su merced, que por fin había tomado el mando, que ya no era más la que siempre empezaba el sexo sino que por primera vez me buscaba, se desahogaba. Enterré las manos en su pelo, tiré de él. Él cerró los ojos. Le miré con tanto cariño, tanta ternura, que abrió los ojos sintiendo la quemazón. Desvió la mirada, ruborizado. Venga, muchacho ¿qué vas a hacer ahora conmigo?
-Entonces...-Dijo.
¡Ni se te ocurra! Ya sabía lo que era aquello. Y cómo le dejara continuar me iba a ir a casa cachonda, sola. Le quité el pantalón a toda prisa. Le pellizqué en las piernas para que me dejara moverlas. Aproveché que estaba murmurando en voz baja en mi escote, distraído, para coger su mano derecha y posarla en coño. La moví en círculos.
-Cariño.-Él oyó la demanda en mi voz.
-¿Qué?
Enterró tres dedos. Gemí. Los dejó quietos. Moví las caderas, invitándole a que los moviera.
-Sí, estás húmeda, muy bien, ya lo había comprobado.
Tenía la mirada perdida. Se aclaró la voz.
-Quiero que consigas que mi cóño se moje más.-Hice lo que pude por llamar su atención.-Cariño, ¿por favor? ¿Qué vas a hacerme ahora?
Él carraspeó y movió tímidamente los dedos dentro de mí. Arqué la espalda y cerré los ojos.
-Haz eso que me gusta tanto.-Jadeé.
Sacó los dedos y los tumbó encima de mi clitoris. Lo pellizcó y luego, con lentitud, movió mis labios.
-Ah, sí.
Parecía más centrado. Sentí que toda mi sangre se concentraba en mi vientre. Lo sientí pesado. Mis piernas se adormecieron y cayeron de cualquier manera en la cama. Con la otra mano él amasó mi trasero. Suspiré.
-Entonces recuerdo esa vez que...
-¡Cariño!-Grité. Estaba a punto de correrme. Y no porque él estuviera poniendo mucho empeño sino porque la urgencia de correrme era tan o más excitante que sus dedos masajeando mi clitorís. Si no lograba correrme antes de que se soltara a hablar ya no me correría en semanas. Y necesitaba desesperadamente aquello. Sí, sobretodo desde hacía dos noches, cuando me llamó por teléfono a las tres de la mañana y me dijo, entre cortos jadeos: "Dime las cosas más guarras que se te pasen por la cabeza. Yo, ah, sí, me estoy masturbando y, santa mierda  desde que hablas y me exiges mientras follamos no puedo correrme sin oír tu voz. Por favor, joder." Y yo le dije muchas cosas. Cosas de las que ahora me averguenzo pero que él se las tomó a risa el día siguiente diciendo, literalmente, que había sido "la mejor corrida en semanas" No le dije que yo me estaba tocando aquella noche también, y que acababa de leer a Maya Banks, una escena de un trío y sólo podía pensar en sentir dos pollas al mismo tiempo. Se lo dije. Y él me dijo que  su amigo Miguel se moría por comerme, y por abrirme mientras él me follaba a cuatro. Aquella noche no pude dormir. No conseguí correrme porque quería sus dedos, quería su olor, su cuerpo, sus dientes y su lengua. Así que estaba totalmente desesperada por correrme. Estaba a punto de suplicarle, para que por favor se centrara de una puñetera vez.
-¿Así?
-Ah, sí.-Jadeé.
De repente retiró los dedos y me dejó gimoteando. Me bajó los pantalones y las bragas con una rápidez increíble. Luego se puso de rodillas y me cogió de las piernas. Colocó mis muslos en sus hombros y entrelazó mis piernas en su cabeza. A duras penas mi cabeza tocaba la cama. Pero no me quejé. Encontraba especialmente placentero que me manejara y me colocara a su antojo, aún más si me iba a chupar. Cerré los ojos antes de que pusiera su lengua en mi clitoris. Cuando lo hizo pegué un grito.
-Si vas a gritar paro.-Dijo.
-No, no por favor...
-Está mi hermano en casa.
A mí el hecho de que alguien pudiera oír lo bien que mi novio me comía el coño me lubricaba mogollón. Con la idea de que alguien pudiera vernos, y oírnos, estuve a punto de correrme.
-¡Para! No, no aún, tú metete...
-¿Qué, qué quieres?
-Yo...
Se quitó mis piernas de los hombros. Se levantó de la cama, y se puso un pantalón a toda prisa. Me miró una última vez y luego se dirigió a la puerta.
-No te toques, que te conozco.-Dijo, antes de irse.
Yo di un puñetazo a la cama de la frustación. Entonces oí que llamaba a su hermano.
-Oye César ¿por qué no te vas a dar una vuelta?
-No me apetece.-Respondió.
-César, por favor.
César debió de notar el tono de súplica de su hermano porque le oí gritar un "Asqueroso, en serio" antes de cerrar la puerta principal. Luego volvió a la habitación. Abrió la ventana, sin ni siquiera dirigirme la mirada. Luego arrastró una silla hasta los pies de la cama, y se sentó con las piernas muy separadas.
-Abre las piernas.-Dijo.
No sabía a que estaba jugando. No sabía de dónde había sacado toda esta faceta tan sexual.
-¿Crees que eres la única que sabe cómo enloquecer al otro durante al sexo?-Sonrió, lascivo.-En comparación conmigo eres casi una virgen.
Le miré con las cejas alzada. Mi gesto no admitía réplica.
-En voz alta queda muy arrogante. Lo siento. Hoy no tengo la lengua ordenada así que, por favor.
Abrí las piernas. Él tiró de mis pies y me acercó más a los pies de la cama. Luego me volvió a soltar.
-Más.
Había algo tremendamente excitante en que me exigiera que hiciera las cosas por mí misma. Sí, en vez de abrirme las piernas, cosa que podía hacer perfectamente, me pedía que lo hiciera. Aquello me hacía tan consciente de lo que estaba haciendo.
-Estás chorreando. Voy a tener que cambiar las sábanas.
-Tú lo has hecho. Es tu culpa.
Él asintió, con la sombra de una pequeña sonrisa.
-Habla.-Me dijo.
-¿Sobre qué?
-Ya sabes. Siempre estás hablando cuando follamos.
Puse los ojos en blanco.
-Ya bueno, pero necesito inspiración sabes. No suelto cualquier burrada tan tranquila como estoy ahora.
Él se quedó pensando un momento. Podía ver la vena de su cuello moverse, latir, en ritmos constantes. Bajé la mirada por su pecho, perdiéndome en el pirsin en el pezón que tenía. Siempre me pregunté cómo era posible que un chico cómo él hiciera cosas como esas. Bueno, la verdad es que jamás pensé que pudiera a darse aquella escena: la de él observando mi coño, sentado en una silla. De repente se levantó de la silla, puso las manos en mis muslos para mantener mis piernas abiertas y acercó su rostro a mi coño.
-¿Qué querías antes?
-¿Cómo?
-Sí, cuando te he lamido y estabas a punto de correrte, has dicho que parase.
-Quería retrasar el orgasmo para que fuera cien veces mejor.
-Muy bien, ¿qué más?
Podía sentir su aliento cada vez que hablaba. Si sólo se pudiera acercar un poco, un poquito más cerca.
-Quería sentirte cuando me corriese.
-¿Sentirme? Llama a las cosas por su nombre. ¿Qué querías sentir?
-Tu polla.
-Frases hechas, bonita.
-Quería sentir tu polla en mí cuando me corriese.
-Dentro de ti. Por detrás ¿verdad? es como más te gusta porque entra hasta el fondo ¿no?
Me latía el vientre. No podía más.
-Lame, por favor, sólo un poco.-Murmuré.
Él se rió. Pude sentir su risa vibrando en los labios de mi coño. Quería pegarle. Dios, quería enterrar las manos en su pelo, apresar su cabeza entre mis piernas y follarle la cara mil veces. Creo que él intuyó lo que quería hacer porque arrastró las manos desde mis muslos hasta la parte anterior de las rodillas y me separó las piernas con fuerza.
-No te vas a correr hasta que tenga mi polla en tu coño.
-Vete a la mierda.-Susurré.
-Habla.
-Quiero tocarte.-Jadeé.
Vi cómo se bajaa la bragueta del pantalón y se sacaba el miembro. Empezó a tocarse delante mía, con pasadas lentas y suaves. Ah, joder.
-¿Ves? Ya lo hago yo por ti. Esta es tu mano. Estamos en casa de Nina y Miguel. Ellos charlan en su habitación mientras tú y yo estamos en la terraza. Llevas cachonda todo el día porque te he dicho que quería follarte en la ducha. No lo aguantas más y me suplicas que, por favor te folle, que te da igual que mi mejor amigo esté en casa, que necesitas correrte muy fuerte.
No sé qué está haciendo. Pero el simple movimiento de sus labios, cerca de mi coño, contándome lo burra que puedo llegar a ser me traslada a un lugar en el que nunca he estado. Es parecido a esas veces que me emborracho, pero no lo suficiente, y aún así soy capaz de hablar sin verguenza, de bailar encima de la barra, y de chuparsela a un desconocido en el baño de tíos. Estoy en ese paraíso y aquñi no existe la tímidez, ni la verguenza, sólo quiero demostrar que soy mucho más sucia que él. Entré en su juego, ya sé que su provocación tenía ese fin pero ahora me da igual que todo sea una incitación, ahora me lo tomo en serio. Si piensa de mí que soy apenas una virgen se va a enterar.
-Cariño.-Le digo, apoyando los codos en la cama y mirándole. Él levanta la mirada.
-Me estaba tocando el otro día, cuando me llamaste.-Le digo.
Él no reacciona. Asiente. Si él quiere jugar con fantasías yo le voy a dar hechos.
-Estaba con las piernas abiertas, gimiendo, y tú me interrumpiste. Soñaba con...
Él me da un beso en el muslo. Suspiro.
-Vamos, ganátelo.
Me guiña un ojo. Ah, joder. Me revuelvo en la cama. Él me atrapa.
-Soñaba contigo y con Miguel.
-¿Él te estaba ofreciendo para mí?
Da otro beso en el muslo, ahora más cerca de mi coño.
-No. Tú estabas sentado en la cama y me sentabas en tu regazo, de espaldas a ti, me abrías las piernas y ¡Ah!
Él había puesto los dientes encima de mi clitoris, sólo presionando, posando, sin hacer nada.
-¿Y qué hacía, bonita? ¿Miguel te miraba bien? ¿Estaba excitado?
-No sé.
-¿Cómo que no sabes?
Él retiró  sus dientes.
-¡No! Vale, vale, luego tú me llamaste y entonces sólo podía pensar en estar aquí, chupándotela, duro, hasta bien dentro de mi garganta y
-¡Para!
Él jadeó y apoyó la cabeza en mi estómago. Tenía los músculos de los brazos tensos y los ojos cerrados. Había una mueca de dolor, perceptible sólo en su mandíbula.
-Voy a hacer un agujero en la cama, bonita.
Yo me reí. Él levanto la cabeza y me miró de vuelta. Tenía tanta paz en esos ojos.
-¿Por eso no me follas todos los días?
Él carraspeó y retiró la mirada.
-Me dijiste que te gustaba lento, suave.
Yo puse los ojos en blanco.
-No, te dije que me gustaban las embestidas lentas. Te dije que no me gustaba que sólo metieras y sacaras sin más.
Él frunció el ceño.
-Te dije que me gusta cuando está metida hasta el...
-Te he dicho que la llames por su nombre.-Dijo, en un arrebato.
Retiró las manos de mis muslos y las llevo a mis tetas. Seguía el contorno de los pezones.
-Te dije que me gusta cuando tu polla está metida bien dentro, y sólo la sacas un poquito y luego empujas profundo, muy profundo.
Él jadeó y apretó muy fuerte mis pechos.
-Virgen mis cojones. Eres una guarra sin remedio.
Me reí. De repente oímos la puerta principal abrirse. Miguel gritó su nombre. Yo me tensé.
-Ni se te ocurra. Te juro que como no me folles...
-Chss, calla.
Luego se aclaró la voz.
-¡Miguel!-Gritó.
Maldije.
-¿Qué pasa?
-Oye, estoy en la ducha, salgo en cinco, quédate en el salón.
-Joder tío, quedamos hace mediahora.
-Que sí, pesado.
Luego se río y enterró la cara en mi cuello.
-No me vas a...
Me tapó la boca. Yo le fulminé con la mirada. Él se separó de mí y me miró desde arriba. Ladeó la cabeza. Luego sonrió de medio lado.
-Boca abajo.-Murmuró.
Yo le miré un par de segundos, comprobando si lo estaba diciendo en serio. Él me besó suavemente, abriendo mi boca. Luego se separó y lamió mi lengua.
-Yo...-Dije.
Él subió las cejas, en un gesto de atrevmiento.
-¿Qué?
-Creo que acabo de correrme.-Susurré.
Él se mordió el labio, conteniendo la sonrisa. Bajó la mano por mi cuerpo, acariciándolo, hasta llegar a mi coño. Metió dos dedos. Yo gemí y arquée las caderas.
-No, no lo has hecho. Date la vuelta.
Le di un suave beso, y luego me tumbé boca abajo. Me cogió de las caderas y me levantó el culo. Puso la almohada debajo. Yo creí morir de combustión espontánea. Pude sentir la punta de su polla entre las cachas de mi culo. Me cogió las dos muñecas y las presionó contra la cama, por encima de mi cabeza.
-Por favor, sólo por favor...-Murmuré.
Posicionó la punta en mi entrada. Gemí.
-No hagas sonidos.
Metió el glande. Ah, Dios.Gemí más fuerte. Metió un poco más. Estaba muy resbaladiza.
-¡Por favor!
-Miguel se va a enterar.
-Me da igual. Entra más.
Arqué el culo. Entró hasta el fondo.
-Jesús.-Dije.-Vale retrocede, duele.
Él no hizo ni caso y se movió en círculos. Jadeé. Podía sentir su pulso dentro de mí. Jamás habia estado tan llena.
-¿Ahora qué?-Preguntó. Tenía la voz ronca.
-Ahora sal un poco, sólo un poco.
Lo hizo.
-Ah sí, muy bien. Empuja con las caderas hacia delante.
-¿Así?
Grité. Era tan ah, sí. Volvió a hacerlo, esta vez con más confianza. Volví a gritar.
-Joder, tía, que se va a enterar. En silencio.
-Es que, ah, no puedo. Túmbate encima de mí. Apóyate en tus codos.
Lo hizo. Entró un par de veces más e intenté no hacer ningún ruido. Era imposible. Él bufó. Paró de moverse.
-¡Miguel!-Gritó.
Me dio igual. Moví las caderas hacia delante y hacia atrás. Luego en círculos.
-¿Qué?
-Para, niña, jesús.-Me susurró.
-¿Tío?-Gritó Miguel. Se oyeron pasos.
-¡Quieto!-Gritó, encima de mí.-Mira-Me moví una vez más. Él bufó.-Estoy follando con mi novia y no puede para de gritar así que...¡Ah! Haz eso de nuevo. Tú sólo quédate en el salón.
Oí cómo Miguel se reía con fuerza.
-¿Queréis que me vaya?
Me aclaré la voz.
-Miguel, quédate cerca de la puerta de la habitación. Pero no entres.
Pude oír la maldición que soltó Miguel.
-¿Te gusta?
Movió las caderas hacia delante. Jadeé.
-Sí...
-¿Te gusta que te oigan mientras te follo?
-Joder. Por favor.
-No te corras.-Murmuró.
Empezó a moverse en círculos. La cama crujía. Sólo podía oír mis jadeos continuos y mi cuerpo a punto. Me abrió más las piernas y entró con rápidez.
-Vamos, ahora no te calles. Grita, que te oiga bien.
Volvió a entrar con fuerza y grité.
-Por favor, por favor.
-Cuando te corras grita mi nombre.
Me corrí con aquello. No grité su nombre, sin embargo. Así que él siguió embistiéndome y en los restos del orgasmo, de entre la neblina de mi cabeza pude oír que decía: "Me encanta que seas tan zorra" Volví a correrme. Esta vez sí grité su nombre. Él me acariciaba el pelo mientras y me felicitaba, muy bien, bonita, muy bien, que Miguel se entere,te estoy follando con tanta fuerza que voy a tener agujetas por un mes, pero esto es increíble, ah sí, estás jodidamente empapada, chorreando, entra tan bien. Sentí una presión enorme en mi coño. Estaba creciendo dentro de mí. Luego embistió muy fuerte y se corrió. Dejó su polla tanto tiempo dentro de mí que podía sentir cada vena, latido y pulsación que hacía. Era increíble.
-¿Chicos?-Murmuró Miguel después de lo que me parecieron horas.
-¿Qué?
-¿Todo bien por allí dentro? Eso ha sido un poco bestia.
-Joder, y que lo digas.-murmuré.
Salió de mí, y sentí un escozor tremendo. Me dio la vuelta y se sentó en la cama, conmigo a horcajadas.
-Tienes cara de que te acaban de follar realmente bien.-Dijo, sonriendo.
Tenía los ojos de nuevo verdes. Gotas de sudor le corrían por el cuello. Yo no podía para de mirarle. Jamás había sentido esto. No creí que existiera tanta felicidad.
-Eso ha sido increible.-Murmuré, con la voz afónica.
Me apoyé en su cuello y cerré los ojos, cansada. Él se levantó de la cama, conmigo a horcajadas. Me tendió la sabana para cubrirnos y luego abrió la puerta. Entreabrí los ojos para mirar de reojo a Miguel. Él estaba rojo como una ciruela. Me reí en silencio.
-Lo siento Miguel, tío.
Miguel carraspeó.
-Eh, no pasa nada.
-Entonces ¿para qué habíamos quedado esta tarde?
Miguel bufó.
-Para jugar al halo.
Él se rió.
-Es verdad. Bueno déjame que me vista y la vista a ella. Toma algo de la nevera.
Miguel asintió y se fue volando. Luego él me miró y suspiró. Me metió en la habitación y me dejó en la cama. Nos miramos durante mucho tiempo.
-¿Te pone Miguel?-Preguntó en mi oído.
Jugué con el pirsin de su pezón.
-Me pone que pueda follarme delante de ti, que tú disfrutes, que pienses que se están follando algo tuyo y que luego, siempre, volveré a ti.
Él sonrió con cariño. Me abrazó y enterró la cara entre mis pechos. Pasé mis piernas por las suyas.
-¿Te he inspirado? Casi me vuelves a dejar a dos velas.
Él frunció el ceño.
-Lo siento. Ya sabes que cuando las historias me vienen, me vienen.
-Ya, lo sé. Y eso me encanta de ti, pero hoy, en serio, hoy necesitaba correrme.
Él sacó la cabeza de entre mi escote y me sonrió, de lado.
-¿Y qué, cuántas?
-Dos.
Él, asintió, orgulloso.
-Tres si contamos yo anoche, en la ducha, pensando en ti.
Me mordisqueó el cuello y yo me eché a reír. Nos quedamos en silencio mucho tiempo. Creí que él se había dormido pero de repente me miró con fuerza. Creo que me quería contar algo. Sonreí.
-Cuéntame una historia. Pero no muy larga, Miguel te está esperando.
Él salió de mi abrazó y me montó a horcajadas sobre él. Sonrió.
-Entonces recuerdo aquella vez en la que iba a casa de mis tíos, en el coche, y estábamos todos cantando esa canción la de "Vamos a contar mentiras"...
Me reí. 

lunes, 11 de julio de 2016

Los años del sexo.

-Me estas poniendo dos puntos muy nerviosa.
El otro se ríe. Pues claro que se ríe. Mira que no le habré dicho veces cómo me sentí y él como si nada.
-Venga chica, que no es tan difícil, ¿no eres tú la primera que dices que los hombres sómos muy fáciles de satisfacer?
-Cariño.
Se ríe de mis ojos en blanco. Siempre lo hace. Siempre se ríe cuando está conmigo, y extrañamente eso me hace sentir tan bien como las muchas veces que me coge del culo cuando nos besamos. Me hace sentir un poco payasa, graciosa, alguien que suelta ironías hilarantes. Pero creo que se ríe de mí a veces, y no en el mal sentido, si no que me encuentra inocente y demasiado quejica. Gruñona.
Y ahora me mira serio y me coge de las mejillas. Casi creo oír lo que piensa. Que no tengo que hacerlo si no quiero y que él es él y no otra persona. Que con él no hay necesidad de ruborizarse.
-Soy una escritora con un problema de expresión oral ¿de acuerdo?
Me he sentado en la cama. Él no para de mirarme las tetas porque estoy gesticulando mucho, y me muevo, y claro, pues botan. No pongas los ojos en blanco, no pongs los ojos en blanco, no pongas los ojos en blanco. Él me pone las manos en las tetas, las amasa, las estruja, tira de los pezones. Yo intento apartarle las manos, pero él se acerca más. Entierra su cara en mi cuello. No me tranquiliza. No dice absolutamente nada. Sigue con el ritmo, como si no acabaramos de follar hace una hora, cómo si no le quisiera hasta lo absurdo, como si no me acabara de proponer que por favor, cielo, por favor, chúpamela.
-Te digo que soy una escritora con un problema de expresión oral. ¿Lo has entendido?
-Ya me sé esa frase tuya. Siempre la pones en tus historias. Ahora sigues con "En todos los sentidos".
Me sube a horcajadas. Ahora mordisquea mi escote. Quiero pedirle que me marque, que me haga un chupetón, que quiero recorrerlo con mis dedos cuando esté a solas, en mi casa, y recordar lo mucho que gritaba mi vientre, y el vacío emocional que padecía.
-Ya sé que tienes un problema con la expresión oral. Siempre te pasan cosas con la boca chica.
-¡Eh!
Él sale de mi escote y me guiña un ojo. Me muevo hacia delante para expresarle lo mucho que me ha gustado ese guiño. Él suspira. Solo nos separa nuestra ropa interior. Se ha puesto los calzoncillos grises que tanto me gustan. Me gustan porque le hacen paquete, y porque tienen un pequeño lazo rosa cosido en la cinturilla.
-Me avisaste que besabas mal. Y lo trabajamos. Me avisaste que no sabías hacer chupetones y sí que sabes. Y ahora me dices que no sabes si me la vas a chupar bien. Nunca había conocido a una chica que tuviera en tan poca estima su boca.
-Yo...
Me calla tirando de mi pelo para que me recueste. Aún a horcajadas sobre él reposo mi espalda a lo largo de sus muslos, y cuido de que mi cabeza no baile más allá de sus rodillas. Me recorre con un dedo las costillas. Yo miro al techo. Pienso en todas las cosas que podría hacer mejor y no puedo. Pienso en lo descoordinada que puedo llegar a ser, en lo rápido que me canso, y la poca resistencia que tengo. Hoy no es un buen día para que él me toque, no, porque los días en los que él me toca tengo que sentirme casi como una diosa para merecermelo. Para merecer que me haya escogido a mí, de momento. Y hoy no es ese día. Y ni siquiera el haber bebido un par de chupitos de tequila de su ombligo me va a hacer cambiar eso.
-¿Cielo?
Me encanta cuando me llama cielo. Cuando grita cielo al embestirme, cuando no puede más, joder cielo, correte ya que no puedo más. Dios, cielo, estoy a punto. Sí, sigue, cielo, así. Cielo.
-No quiero maltratar más mi autoestima. Hoy no me siento segura de mí misma.
Me mira. Me sonríe con cariño. No suele sonreír así. Una manta invisible de ternura ha cubierto mi cuerpo. Ya no estoy tan desnuda, ahora su ternura me arropa, me cubre, me cuida.
-Me gusta cuando dices que no.
Y vuelta al molino. Qué insistente es con la confianza. Pues claro que confio en ti, si no no estaría de esta manera, así, con tus manos en mi pecho, y tu polla a punto cerca de mi vientre.
-Sí.-Dice.
Se le ha escapado de sus pensamientos. Mis manos vuelan a la cinturilla de su calzoncillo. Juguetean con la goma. Y yo siento su mirada distraída. No me quiere mirar profundamente porque hace tiempo le dije que aquello me ponía nerviosa. Le está costando un esfuerzo. Pero esta vez su mirada atenta no me pone nerviosa sino que me empodera. Mira lo que hago contigo, mira lo que consigo con mis manos, mira quién soy, lo que te hago, y lo que voy a hacerte si eres un buen chico y me dejas a mi ritmo.
-¿Sigo?
Jesús ¿Eso lo he dicho yo? Pues parece que sí porque él se remueve y me muerde la oreja. Siento un vacío inmenso, un cosquilleo en mi vientre, ay, sí, quiero restregarme contra él, decirle que soy suya, que aunque sea mentira le quiero mucho, porque ahora pegaría un Te quiero, pegaría un beso en su frente y una sonrisa algo culpable, mordida. Muérdete la voz, múerdele, no hables, no le digas mentiras, no es el momento para ser una mentirosa. Quiero decirle algo romántico. Porque no puedo no hacerlo cuando me mira así, cuando me elige a mí. Escógeme, amame, elígeme. Quiero decirle que ahora, en este mismo instante, con el cuerpo excitado, los pezones erectos, la piel de gallina, y las pupilas dilatadas, que haría congelar el infierno si tuviera frío, y le haría sudar si tuviera frío, que formaría caleidoscopios con sus lágrimas.
-¿Qué quieres?
Y él que siempre supo mucho, percibe que no es una mera petición sexual.
-Ya sabes lo que quiero.
Pero lo convierte en sexo. Estamos en los años del sexo. Y toda emoción es sexo, del duro, y del suave, del profundo, del malo, y del no tan malo, del regular, y del que no olvidarás nunca. Así que le quito los calzoncillos. Sigue, cariño, pon tu mano alrededor de su miembro, aprieta, clava tus ojos en los suyos y percibe cómo brillan. Mueve la muñeca en círculos, arriba y abajo, juega con su piel, no llegues hasta arriba, juega con su principio. Lo haces bien, lo has hecho antes, en tus sueños, y ahí quedaba bien. Has leído mucho como para no saber qué tienes que hacer ahora.
-Túmbate.
Y decir la orden en voz alta te da poder. Le sonríes. Te colocas el pelo detrás de las orejas, pasas la lengua por tus labios. Respira. Puedes hacer el rídiculo. Oh sí, claro que puedes, pero aún así lo vas a hacer.
-Soy una escritora con un problema de expresión oral. En todos los sentidos. Si pudiera chupar tan bien cómo sé escribir.-Suspiro.-Si pudiera convertir mis palabras en placer, te las besaría con carimín transperente a lo largo de tu...
-¿Cuerpo?
-Lo otro.
Sonríe de medio lado.
-¿Qué es lo otro, cielo?
-Aquí.
Y lo beso. Es tan raro.
-Sigue.
-¿Así?
He pasado mi lengua por el glande, rodéandolo. No me mira, al menos no fijamente, pero sé que me revisa de reojo. Creo que es por aquella vez que dije que era tan patosa que seguro que se la mordia si alguna vez llegaba a chupársela. Me río con su polla dentro de mi boca. Noto que tiembla.
-¿Qué encuentras tan gracioso?
Le ignoro. Pongo mi mano en el final de su miembro a modo de tope y aprieto. No sé qué estoy haciendo. Los libros nunca son tan explícitos. Creo que le estoy aburriendo. Dios mío, voy a hacer el rídiculo, y no voy a conseguir que se corra, ¿cómo le voy a poder mirar a la cara después?
-Cielo.
No puedo mirarle. Coge algo de la mesilla de la cama. Es la botella de ron. Quiero preguntarle qué hace pero no me da tiempo. Riega su polla con ron y luego tira la botella.
-Lame. Sabes lamer ¿no?
El corazón nunca me ha latido tan rápido. Ni siquiera cuándo sentí por primera vez cómo latía dentro de mí. Lo ha hecho por mí. Por mí. Por mí. Me está ayudando. ¡Muévete, chica! Recorro con la lengua toda su polla, de principio a fin, cogiendo las gotas que se empiezan a formar.
-Sabe rico.-Le digo.
Él echa la cabeza hacia atrás. Lamo de nuevo, pero ahora un poco más a la derecha. Levanto su polla y lamo por debajo. Estoy segura de que no lamería con tanto impetú si no supiera  a ron. Madre mía cómo me encanta este chico. He lamido cada centímetro de su miembro. Le rodeo con la mano y subo arriba y abajo con un poco más de rápidez que con la que le he lamido. Intento meterme el glande. Chupo. Él gime.
-Bien, bien.
Muevo la lengua en círculos en su glande. No lo hago bien. Mierda, no sigo el círculo. Y no puedo ir más lento porque una amiga me dijo que lo peor que podía hacer era cambiar el ritmo. Como con las marchas del coche en una autopista. Venga chica, tú tranquila, que tampoco te va a tomar en cuenta que lo hagas fatal la primera vez.
-No juegues mas. Metétela.
¡Pero qué gracioso! ¿Más?  Dios, definitivamente no me ama. Me quiere lo que viene siendo bien poco. A ver cómo le digo yo ahora a este muchacho que no me cabe más. Bueno, intenta un poco más. Cierro los ojos. Quiero morime, Dios. Me trago el glande cuando tengo que tragar saliva.¡Mierda! ¿Eso está bien? No pienses, no pienses. Noto que él pone su mano en mi pelo. Entierra los dedos y masajea mi cuero cabelludo. ¿Cuánto tiempo tarda un chico en correrse? ¿No tardaban una media de cuatro minutos? ¡Para mí que llevo aquí más de cinco minutos! Bueno venga, chica, sigue. Al intentar metermela más he descubierto los dientes. Le han rozado. Él gruñe. ¡Ay1 No, espera, creo que ha sido un gruñido en plan bien. Lo hago otra vez. ¡Creo que le gusta! Leí en Las edades de Lulú que la chica le pasaba los dientes por toda la polla como si se estuviera limpiando los dientes. Definitivamente, no, gracias. Me ayuda pensar en los libros y las historias que me han contado así que pienso en ellas. Pienso en las veces que mi amiga me hizo prácticar abriendo la boca y la abro todo lo que puedo. El glande casi me llega a la campanilla. Menos mal que me trago bien las pastillas porque sino creo que ahora mismo estaría echando la pota. Con la mano aprieto su polla y la muevo arriba abajo, en círculos. Oye, pues no está nada mal. Sólo espero que no me esté viendo hacer esto proque juro que puedo morirme de la verguenza. Pienso en aquella vez, hace años, que le dije a David que veía porno y su cara de sorpresa. ¡Chica, concéntrate! Pienso en qué hacer ahora. Me estoy quedando sin ideas. Piensa, piensa, piensa. Es un poco difícil pensar en esta situación, la verdad. Meto y saco su polla de la boca, aprieto con la mano, movimiento de lengua, muestro dientes y vuelta a empezar. Joder pues claro. No tengo que hacer nada nuevo sólo accelerar el ritmo. Bua, qué diva soy. Por favor Dios, que no me esté mirando. ¡No pienses! Bueno a ver piensa en chupar no pienses en otra cosa. Piensa en lo que estás haciendo. Estupendo. Allá vamos. Intento metermela todo lo que puedo. Aguanto uno, dos, tres segundos, luego me retiro. Y hago lo mismo sólo que más rápido. Decido no mover la lengua mucho, ni muy bien, sólo simples pasadas, lo importante es que me la mete y la saque rápido, pero no a lo loco. ¡Lo estoy haciendo fatal! A ver, a ver tranquila, sólo tienes que acomodarte al nuevo ritmo. Hijo ¿Cuánto te queda?
-Joder, estoy a punto. Más rápido.
¡Aleluya! Ostia tú cómo la canción que aparece en Rubinrot. ¡Pero te quieres concentrar! Respiro y me preparo. Aprieto más la mano, y dejo de moverla en círculo ahora simplemento subo y bajo con rápidez. Hago lo mismo con la boca. Apenas muestro los dientes. Me estoy cansando. Tengo la boca seca, no funciona. Madre mía, madre mía. ¡Uy! Me ha tirado muy fuerte del pelo. Quiero decirle que no sea tan bruto pero de repente siento que un líquido sale de él. Es espeso y no sabe bien. Es salado. ¡Aleluya! Se ha corrido. Dios mío soy una diva. Le lamo hasta que noto que se vuelve flácida. Me la saco. Santo Jesús qué dolor de boca, parece que acabo de ir al dentista. Me levanto y me masajeo la nuca. Él está tumbado en cama, con los ojos cerrados y una media sonrisa en la cara. Yo he hecho eso. Yo. No ha sido una gran mamada, pero eh, he conseguido que se corriera.
-¿Qué tal?
Él abre solo un ojo y me mira. Asiente con la cabeza varias veces. Yo sonrío. Me tumbo junto a él. Él me abraza y entierra la cara entre mis pechos. Creo que he cambiado un poquito. Creo que ya no soy la misma chica que hace dos minutos. Ahora esa chcia me parece una inocente. Recuerdo entonces que la inocencia no se pierde toda de una vez, sino que es como la piel de una serpiente: se muda cada cierto tiempo.
-¿Lo he hecho mal?-Murmuré.
-No, no, ha estado bien.
-Estás mintiendo. Lo siento. Puedo practicar. Seguro que te han chupado mejor, y ahora te tienes que conformar conmigo.
-No seas tonta.
Callé y suspiré. Quería que me siguiera abrazando por mucho tiempo. Ver que anochecía a través de la ventana, entre sus brazos, con su boca haciéndome cosquillas en mi escote. No me creía capaz de volver a mirarle, sí, de mirarle y saber, que no le ponía lo suficiente, que otras habían sido mejores, que no lo había hecho bien. Quería huir y seguir aquélla fantasía que tan enquistada tenía, la de irme a Barcelona en el primer tren que saliera de Atocha. 
-Tienes que decirme lo que he hecho mal. Tienes que decirme cómo hacerlo mejor, qué es lo que te gusta. Quiero ser la mejor, no quiero que sólo te conformes conmigo.
Él me apretó más y me miró desde abajo.
-Cielo, ha estado bien, de verdad. No te tortures. Me ha gustado mucho.
-Vale. Suéltame, tengo que ir al baño.
Caminé desnuda hasta el baño. Abrí el grifo de la ducha. Recuerdo que estaba muy fría. Recuerdo haber pensado en irme a casa. A lamer las heridas, a cubrir mi cuerpo de caricias, en llegar al orgasmo yo sola, en volver a la que era antes.
-Ven aquí.
No sabía cuándo había entrado en el baño. Me cogió en volandas y me puso a horcajadas sobre él. Me pegó a la pared. Enterré la cara en su cuello.
-Fóllame.-Le dije.
-No, fóllame tú.
Y volví a sentirme humana. 

miércoles, 8 de junio de 2016

La historia de lo nuestro.

-Que te digo que no, oye, escúchame te digo yo que no.
-Pero bueno ¿Y a ti qué te pasa?
-Que nada, ¿no ves? Te digo que nada, no estoy diciendo nada.
Yo creo que se piensa que estoy loca. Bueno, y tampoco andaría muy desencaminado. Todos estamos un poco locos, poquito, porque tenemos muchos pájaros en la cabeza, muchos muchísimo, tantos que a aveces parece que se tienden sobre la línea telefónica, de norte a sur del cerebro ocupando todas esas cosas que deberían importar. Y así cualquiera oye lo que tiene que oír. David tiene bien amaestrados a los pájaros de su cabeza y por eso no me escucha cuando le grito en silencio que no quiero nada, que no me pasa nada, que no quiero que me toque, que no quiero abrazarle. Por eso se piensa que estoy loca: porque no me entiende. Y yo como le entiendo muy bien, me da pena, me produce empatía el pensar en su desdicha.
-¿Y ahora por qué te quedas en silencio? ¿No habíamos quedado para hablar?
-¿Ah sí?
-Mira, me estás cansando, ¿Qué es eso tan importante que querías decirme?
Pienso. Los pájaros bloquean la línea del teléfono con sus patitas, pero aún así distingo claramente la voz de esa yo que antes tenía ganas de hablar con David. Debí haber querido mucho hacer eso, hablar, porque los días de pájaros locos no suelo encontrar nada rápidamente.
-Que quería decirte que adiós. Que nunca llegamos a despedirnos aquel día, que te fuiste muy rápido, con lo lento que has sido siempre.
-Yo no soy lento, la lenta eres tú.
-Anda, porfa, no me interrumpas. Te digo que eres lento porque siempre tardaste mucho en desaparecer de mi mente cada vez que nos despedíamos. Así fue como supe que estaba enamorada de ti, porque retrasabas el olvido, te me quedabas pensando horas y horas en la línea telefónica y confundías a los pájaros, les decías que fueran en una dirección luego en otra y bueno.
-¿Qué línea telefónica, qué pájaros qué dices¨?
-Metáforas, David. Eso que me decías que tenía que desaparecer. Mi idealismo y yo siempre hemos sido una misma cosa y me da igual que la gente se ría de la idea del destino. Yo soy muy feliz así.
-¿Para eso querías verme otra vez? ¿Para despedirte?
-Bueno sí. Oye no me mires. Te digo que no me pasa nada que sólo quería decirte adiós. Ojalá me fuese lejos, muy lejos, porque así esta despedida tendría más sentido para ti. Pero para mí tiene mucho sentido. No nos vamos a volver a ver, ¿Es que acaso eso no remueve tu conciencia? ¿No querrías decirme algo por última vez?
-Bueno, pues yo qué sé, sí supongo que podré decirte algo. ¿Ahora?
-Hombre no, si quieres me lo dices dentro de cinco años.
-¿Era ironía?
-Pues en mi mente sí que lo parecía pero dicho en voz alta la verdad es que queda muy bien. Dentro de cinco años me dirás tu despedida?
-Ay, pequeña dentro de cinco años las cosas habrán cambiado mucho. Yo habré terminado la carrera y estaré estudiando para las oposiciones.
-¿Y yo, qué estaré haciendo yo?
-Pues también habrás acabado la carrera, y pensarás en quedarte embarazada, o buscar un piso lejos de Madrid ¿verdad?
No le dije que en mi cabeza, en ese sitio manchado de tinta y metas irrealizables, él y yo en cinco años tendríamos una historia en común. Que él sería escritor y yo editora, que yo buscaría su sombra y él me ofrecería el regalo de los nueve meses. No, no se lo dije, no lo hice porque los pájaros de mi cabeza piensan mejor en silencio, y que me resulta muy difícil hablar en voz alta. Qué pena; una escritora con un problema de expresión oral.  Así que le miré. A esos ojos que cada vez se me antojan más dos botones suicidas.
-Bueno.-Dijo, levantándose del banco.
-Tienes que irte.-Dije.
-He quedado con Clara, no sé si te lo he dicho.
No, no lo había hecho, pero ahora sí. Tan típico de él.
-Entonces te vas.
-Eso parece.
-Bueno, pues adiós. Suerte en la vida. Y gracias por quedar este ratito conmigo, de verdad que necesitaba decirte estas cosas.
-Muy bien.-Se coloca la chaqueta.-Suerte a ti también.
Le vi alejarse camino abajo. Perderse en la calle del calor. Me abandonó a mi suerte, con los pensamientos saliendo uno detrás de otro tras de él. Me quedé como una estatua con el deseo de ser la de Psique, y esperando un beso que no llegaría jamás. Dónde se quedó la ternura.
Me hubiera gustado decirle que me regaló lo mejor que me podía haber dado: el realismo de una historia verdadera, la de un corazón no correspondido y una madre que sí quiso a su hija. Qué regalo, ay, imaginación y realismo, eso eres, así te recuerdo, David, y así te recordaré cuando publique la historia de nuestra historia.

jueves, 18 de febrero de 2016

Quiero agotarte.

Seamos claros. Yo te quiero agotar. Me salen las palabras a borbotones cuando hablo de ti. Esto no es una declaración de intenciones; para qué mentir, siempre que se avisa de que algo no es, siempre es. Yo te quiero agotar a miradas. Ponerte la mano en tu mejilla. Cállense los demás, déjenme que escriba esto agusto. Que mira que no se callan. He ido a una fiesta en Carabanchel, jahdvajajjajja. Vean la decadencia, las malas formas, los gritos de más alto, las respuesta de más fuerte. ¿Más fuerte, qué, cielo? ¿Quieres que te calle más fuerte, que te hable más fuerte, que te bese más fuerte que te diga más fuerte? ¿Qué quieres? Que yo te quiero agotar. Agotar a versos. Lo nuestro no es la poesía, es la prosa, pero esta noche nos hemos acostumbrado a decir frases sencillas, a las miradas sorprendidas, tyú cuando me miras bailar y yo cuando te veo mirarme. Sigue mis caderas. Hazlo, maldita sea. No desvíes la mirada, quiero que me sigas, que pienses en lo que hago. Mírame. Quiero agotarte a bailes separados. Tú no bailas, bien, pues quédate en tu esquina, pero deja que baile por las dos. Deja que cierra los ojos e imagine que son tus brazos los que me agarran más fuerte, ¡Más fuerte, tú, el de la música!, eso es, déjame que piense que eres tú quien pone su barbilla en el cuello y me susurra al oído que me mueva en círculos. Eso somos tú yo, un maldito círculo dantesco, me sacas del infierno caliente y me arrojas a uno frío: no sé cuál de los dos me gusta menos. Yo quiero agotarte. Cierra los ojos. Por mí no harías esto, por mí no harías nada más que lo imprescindible. No se preocupe, estoy bien con eso. He aprendido a mover mejor las caderas desde que me dijiste que sabías muchas cosas. Usted lo sabe todo. Se equivoca. Usted no sabe que bajo y subo, y en círculos, siempre con los ojos cerrados, imaginando que tú me miras. Ya no me pongo roja; enséñame a bailar encima tuya. Si usted y yo bailáramos uno encima del otro no dejaría de sonreír, ni siquiera para besarle. Recuerde que en mis páginas usted y yo tenemos una Ginebra en común. Recuerde que estoy bailando. Quiero agotarte. Hemos vuelto a cambiar de formalismos, me cansan, quier verte más cercano. No sé cómo te las vas a apañar, no sé cómo voy a poder bailar sin sentir que te dejo solo, aprendamos, entonces, a bailar juntos en silencio. Agótame con tus historias, dime, que escucho bien, que hago bien, que soy bien, demasiado bien, cógeme de la mano y llévame a las escaleras. Dime que no sabes quién soy, que te resulto un misterio. Resulta que lo soy: no sabes desde cuándo llevo queriendo mover mejor las caderas. Es lo único que me salva de caer a tus pies. Baila más, susodicha, y olvídalo en las escaleras. Dile que no quieres escucharle. Sube con otros las escaleras, susurrarle a otro que quieres moverte encima suya. Baila más y mejor, pégate a otras barras, suda otros cuerpos, suspira otros labios, sufre otros dolores. Tienes que decirte a ti misma que eres libre. Quiero agotarte. Borracha. Escribo esto desde el baño. Te he visto charlar con ella, siempre charlas con ella. Ella es tu marca de chica. Yo sólo soy la que baila y a la que prefieres no mirar porque al fin y al cabo somos amigos. En ese punto estamos tú yo. Quiero agotarte, mi cielo. ¿Entiendes por dónde voy? ¿Entiendes lo que quiero decir? Usted se piensa que estoy hablando de bailar. Tal vez. Al fin y al cabo estamos en público, uno no puede querer no bailar en publico. Quiero agotarte. Lloras, te matan los tacones, lo sé, cariño, pero con los tacones mueves mejor las caderas. Bebe más ron. Olvídate de él. No le quieres agotar. Repítelo. Créetelo. Hazlo tuyo. Ya quiero agotarte ¿me oyes?
Baila mejor las caderas. Hola qué tal. Cómo te llamas. No importa. Qué importa un nombre, tú sólo baila conmigo. Mueve mejor las caderas. Ladea el cuello, deshazte del moño, retócate el pintalabios, muérdete los labios, cógele la mano. Qué bien baila este desconocido. Tú quieres otro. Quiero agotarte. A ti, y a todos ellos. Lo único que quiero agotar son mis caderas al bailar. Soy libre.

Mueve mejor las caderas, niña.