jueves, 9 de noviembre de 2017

He vuelto a escuchar nuestra canción. No es nuestra. Es sólo mía, y lo es porque nunca me hiciste tuya. Hay veces en las que sólo quiero gritarte, escupirte mil insultos, soltarte un "gilipollas", decirte que eres lo peor que sin duda me ha pasado alguna vez, peor que mi infancia, peor que mis pesadillas de las tres de la mañana, peor que el vacío existencial, que eres un mierdas, que no vayas de bueno, que me repatea que ella no me apoye, que sea tu amiga, que me haga callar, que también me envuelva en el silencio, cómplice, eso eres, qué grave, empujarte, darte una bofetada, golpearte el pecho hasta llorar de culpa, por tu culpa. Otras veces, sin embargo, no quiero decirte nada. Entonces es peor. La rabia al menos me hace desear cambiar las cosas, la nada sólo me hace ser este despojo de arrepentimientos. La nada me hace nada porque ya no se pueden cambiar las cosas, el pasado, lo que hiciste, lo que sentí, lo que pasó después, y todo lo que ha pasado desde que te tengo enquistado. Cuando pienso esto me pongo toda azul, me deslizo en un rincón, me imagino que no tengo lengua y no hablo, no escucho, sólo miro a través de cascadas y espero. Espero a que se pase. Espero. Espero. Y de nuevo, la rabia.
La tristeza me  vuelve furiosa. Y la furia me vuelve triste. Es un círculo vicioso que no logro romper. Como estar en el noveno círculo de Dante. Los lunes se han vuelto el día feliz de la semana. Logro salir del Madrid al que me has llevado a rastras. Ocupo mi tiempo en pensar  otras cosas.
Ya ha pasado más de un año. Es peor el paso del tiempo, porque ello implica más conocimiento. Ahora sé lo mal que estuvieron las cosas desde el principio. Ahora sé que nunca tenía que haberme cruzado contigo.
No sé cómo seguir con esto.
Solo quiero un manifiesto. No es justo. Esto no es justo. Sólo quiero ir a cualquier otra parte, a ese momento en las escaleras y decirme: "Un hombre que no te coge de la mano al subir las escaleras a su habitación no merece la pena"