martes, 28 de febrero de 2017

Los veintiocho.

Hola Goliat.
No he mostrado mucho nerviosismo en tu presencia. Creo que no conoces mucho esa faceta de mí. David sacó de mi el nerviosismo e hizo de ello algo maravilloso. Me gustaba cuando me señalaba lo roja que estaba y luego se reía. Echo de menos su portal, su calle del calor. Pero no quiero hablar de David. Me es inevitable no hacerlo porque he aprendido que es más fácil hablar a alguien de otro que hablarle directamente sobre lo que es o deja de ser. Pero no quiero perder la línea. ¿Puedo ser sincera del todo?
Bien, te cuento, ya sabes que los hombres no son lo mío, y que las citas no son mi fuerte, los deconocidos me agobian y el mero hecho de pensar en estar a solas con ellos me llena de miedo. He desperdiciado muchas oportunidades de estar a solas contigo hasta que el destino ha hecho de las suyas.
Mierda. Me acabo de dar cuenta de que nunca has preguntado quién es Goliat. Y no te conozco lo suficiente como para saber si es raro o no, si sospechas o no. Así que lo sabes. Pero lo escondes. ¿Por qué? No eres menos hombre que el resto: hablar las cosas nunca es vuestro fuerte. Vivo con miedo a que se me escape un día. Vivo con miedo de mi propia lengua, de los aleteos de mi corazón de las golpes en el estómago cada vez que ríes, vivo, porqué no vivo, sabiendo que un día no lo aguantaré más y este dique que contengo estallará y todo el río de fingida tranquilidad que hemos creado se ahogará. Ahora me doy cuenta de que mantenemos un secreto, un secreto que no me hace ser la otra, si no que me convierte en una experiencia más. Vivo con miedo, miedo, Goliat, de que un día te eche en cara todo lo que has olvidado y te conquiste gritándote todo lo que me susurraste aquel día, y dueles, me haces doler, como me dijiste que podías hacerme el amor, y no vivo, respira, no vivo porque yo nunca fui de las que callan y se contienen, soy impulsiva, me hiciste fuego y no recuerdas cómo me prendiste. No vivo, Goliat, porque tú no me has  visto crecer. Y todo lo que le echo en cara a David: que no supiera crecer conmigo, lo deseo de ti. Tú ya me ves crecidita, me ves dicharachera y crítica, más mujer, pero a veces quiero que sepas que aprendí a ser esto, que antes yo era inocente y me pasaba las mañanas y las noches leyendo libros de fantasía, a ver cómo te crees si no que soy la literatura que ahora sé. Antes era tonta y no sabía nada de la vida y sin embargo creo que esa chica era más lista que yo. A veces. Vivo con miedo Goliat de quedarme mirando a tus ojos tantos tiempo que al final se me escape la ternura y tú reconozcas lo que siento. Vivo con miedo de no jugar mucho contigo porque no puedo, porque tenemos una barrera invisible que nos protege, que me protege, estúpido Lord, me callo y me muerdo cuando me provocas porque no es la primera vez que se me escapa que tu lengua, juega mejor cuando toca otra. No vivo, Goliat, porque he pensado muchas veces en no hacerte remitente directo, pero ya me he hartado de este silencio. Quiero decirte que eres imbécil y luego reír y cogerte de la mano. Quiero llevarte a ver a Malvina, aunque aquel no es un sitio para hombres como tú, tan libres, tan sonrientes, ignorantes de lo que puede ser la violencia. Me encantaría llevar a David porque sé que actuaría de la manera que espero, que estaría serio y luego me ofrecería su hombro para llorar. Tú te sentarías y me pedirías que la escribiera algo. No actuarías como un fantasma. Y sin embargo tú besarías el suelo donde está enterrado mi ángel, me besaías el vientre, me prometerías el mundo entero. David pisaría el suelo donde me senté después de sangrar. Te estoy haciendo literatura. Me pregunto si también empezó así con David. A él le dije muy rápido que era mi muso, pero creo que ahora es al revés: David es mi sujeto de inspiración y tú eres mi muso. No te recreo pero me obligas a experimentar con lo que pienso. Sois dos tipos tan raros. Qué mal os hubiéseis caído. Si David no se hubiera despedido sin decir adiós sé que ahora sabría de ti, y a lo mejor habría insistido en que os conocierais. Le habría dicho, para convencerle, que también eres escritor, que tienes una mente compleja, que eres una persona divertida y  que le sacaría a reír antes de se diese cuenta de la incómodida de estar conociendo a un desconocido.  Pero si le tuviera en mi vida tú no serías Goliat. No, porque no tendría necesidad de inventarme un nombre para que no se reconociese, David, y tú no serías el gigante que lucha contra él. Yo seguiría locamente enamorada de él y tú serías otra persona maravillosa que no tiene que derribar enanos, ni esquivar piedras. Ojalá me creyese un poco más romántica. Porque pienso, Goliat, que tú que llegaste por casualidad y no te recuerdo, vas a ser quien me haga mujer.
Tengo un montón de cosas que decirte y no te he dicho. Pero vivo con miedo. Vivo con miedo de ponerme a llorar un 16 y contarte todo lo que pasó aquél día, lo mucho que me duele que lo hayas olvidado, lo especial que me hiciste sentir, que me dijste las cosas más hermosas que he oído jamás, que no aguanto este secreto, que no soy yo misma, que quiero darte una bofetada y echarte en cara lo mucho que me has hecho vivir con deseo. Vivo con miedo de que ignores que hiciste todo lo que hiciste porque yo te enseñé cómo había que excitarme.

domingo, 19 de febrero de 2017

Cuando las islas Malvinas no son de este mundo.

Hola Malvina
Hoy no es David. Mañana no va a ser Goliat. Creo que la semana que viene va a ser Jorge, pero no estoy muy segura. Desde que me enteré de la nueva piedra preciosa de David he estado en una nube de confusión, de celos, envidia. Así que me puse la canción más triste que conozco y me salió la lluvia que llevaba contenida. Me dio dolor de cabeza. Y al día siguiente te visité. Lo siento por aquélla carta, era muy corta, muy desesperada, bastante mal resuelta, con un final que aún duele porque no concluí en nada. Te dejé a mitad de verso porque cerraban el cementerio. Así esto es todo lo que no te dije en esa carta:
Madrid está despertando del letargo del invierno. Los pájaros están revoloteando descontentos porque ya no saben si emigrar o no, si bajar más al sur, o quedarse en el retiro. La primavera ha venido antes de tiempo, siempre suele venir en Marzo,  y se enfurece un poco en Abril, se casa en mayo y se va en Junio. A veces ha llovido en Junio pero siempre han sido esas tormentas, casi carcajadas, en las que hace calor y una se para a admirarlas desde la ventana del salón de un doceavo piso. No sé cómo sería en tu época pero en la mía, yo, me encanta fijar las canciones según las estaciones.Un día tengo que hacerte una lista de todas las canciones que me gustaría que escucharas si el destino nos regala un paraíso en elq ue encontrarnos después de esta vida. Te enseñaría a bailar con los brazos en alto y las caderas de lado y tú me mirarías escandalizada. Pero tienes pinta de ser una aventurera, o al menos eso dice de ti Juan Valera, así que acabarías bailando. Luego me enseñarías a ser una dama, aunque en eso no te voy a decepcionar porque tengo los modales más clásicos que se pueden esperar de una obrera.
Madrid se ha vuelto a prometer conmigo y me viene conquistándome con sus largas tardes solitarias. Aún me hace gracia la gente que quiere hablar de la soledad y hace años que no está sola. Sola es vivir con una espera eterna y un deseo obsesivo. Soledad, que no sola, es lo que te hace estar sola, cuando la vida no te deja estar acompañada. Porque tú lo deseas, yo lo hago, yo deseo caminar de la mano, conocer los nudillos de otra persona, decirle "Tres tristes tigres, comen trigo en un trigal" y hablar sin remedio de aquellos veranos de la infancia en los que la lengua se traba y la risa es muy fácil. Porque, chica, a ver cómo te lo digo, que la soledad es mucho más que no tener a nadie con quien charlar sobre literatura, soledad es no tener con quién discutir por el lavaplatos, o por dar de comer al gato, soledad es no tener quien te hable de la lista de la compra porque no tienes nevera que compartir. Soledad es también ignorancia, un poco de expectativas, vamos a fingir que esto es una receta, falta un poco de realidad, sobra imaginación, no hay que echar más ganas. Soledad es estar harta de estar sola pero no saber lo que es estar acompañada. Te voy a contar un secreto, pero que quede entre nosotras dos: la soledad es aquello que se alimenta cuanto más enamorada se está. No hagas caso de quien proyecte la típica imágen de un viejo que se sienta en los bancos a contemplar la vida como ejemplo de soledad. No, porque lo que hace que la soledad sea soledad, es la expectativa de estar acompañada de alguien sin saber qué significa.
Madrid hoy vive en la calle Conde de Xiquena 17, en el último piso donde Ginebra y Alex llevan una vida que no han pedido. Supongo que en tu época ya estaría construida la iglesia de Bárbara de Braganza, incluso a lo mejor fuiste a verla. Te digo que una descendiente tuya, creo que de tu nieto Fernando o Mariano, se casó allí. Tiene unos ojos redondos, chiquititos, marrones, que espero que los haya heredado de ti porque son tan clásicos que no pueden pertenecer a estos tiempos.

He visto a la novia de David. Caminé el viernes por la complutense con el deseo literario de encontrarme con él y con ella, liándose como dos tontos detrás de la facultad de Filosofía. Casi creí verles, a oscuras, cuando volvía al metro. Se me paró el corazón durante tanto tiempo que cuando volví a la vida tuve que respirar sin toser y concentrarme en no atragantarme. Desde entonces el nudo me acompaña y se tensa cada que pienso en todos los números que me diste en dos años. Intenté que se me pasara bailando. Bebí muchísimo y aún así seguía, como una sombra, como algo amenazador que no me deja pensar en nada más. Febrero es el mes de los celos. No sabía que me ponían de tan mal humor, apenas los sentí contigo. Ahora entiendo que yo era todo tu mundo porque con ninguna otra chica tenías un mundo tan grande como el mío. Creaste pequeños territorios especiales con otras chicas, pero yo era tu fuente y tu base, tu tierra y tu castillo, el aire y el agua. Ahora me veo negada de nuestro mundo y me siento como un equilibrista con una cuerda que se convierte en serpiente. No logro contenerme y rabio, me desespero, te celo. Pero Goliat es peor. Con él no tengo un mundo. Creo que por eso no sé quién es. Creo que por eso la rabia me está haciendo cada vez más parecida a ti. Creo que entiendo un poco más tu mal humor, tus enfados, tu sentimiento de traición. Pero sigo siendo buena, en el fondo, y finjo que llamarlo soledad abarca toda la confusión, celos, dolor, traición, tristeza, rabia que siento. Goliat se hace odio y aún así no le odio, sólo me decepciona.

La semana que viene veré a Jorge. No sé qué va a provocar en mi pero a lo mejor me encuentro escribiendo una nueva historia de erotismo. Es una pena que me provoque indiferencia: cómo cambia el deseo después de una decepción. Pero, y qué bien sienta pasar página.

Bueno Malvina, no sé cuándo volvere al cementerio pero cada vez me duele más ir allí sola. Dame tiempo. Dame un poco de paciencia. Ten fe, mujer.


martes, 14 de febrero de 2017

Todos los abriles de cada mes.

Hola David.
Hoy me vestí por ti. Me enfermas, estoy enterrada en lo que creía saber del amor, lo que me enseñaron que tenía que sentir, lo que me obligaron a ser. Por eso te lo digo, a modo de reproche, o de victoria, por haberlo reconocido. Me he vestido como la dama de blusas que decías que era tu prototipo, con el pelo más largo que antes y liso, chaqueta de traje y una sonrisa fingida aunque por dentro los dos me estéis asfixiando. Me he vestido así y no de otra manera porque hoy pensaba ir a tu calle. Y después, ir paseando por el río hasta el cementerio de Malvina y escribirla, escribirte, que las margaritas tienen ya un tatuaje de tinta blanca en mi cuerpo, que tu nombre, David, y el de tu gigante Goliat van marcados a sangre en mi clavícula, cerca de la garganta, donde más te vivo. Escribirla y a ti que he hecho una lista de sitios a los que quiero ir de la mano de un chico.
Creo que el primer sitio al que llevaría a un chico en una tarde sería a Cercedilla. Siempre he creado los recuerdos más especiales fuera de Madrid y ya no sé cómo empezar sin su ausencia. Le llevaría a la cafetería, en frente de la estación, nos tomaríamos un té y un croisant y luego subiríamos por la calle de las casas victorianas. Frente a la casa de Luis Rosales le contaría mi concepción de la poesía, le diría que me besase de una vez, pero espera aquí no, qué ofensa, vamos mejor a la casa con el puente colgante y allí nos damos el lote. Luego de vuelta a casa, en la renfe, le señalaría esa montaña de rocas con la torre de vigía, y le susurraría que ojalá pudiéramos saltar del tren y subir a ver las vistas.
El segundo plan sería bajarnos en el Paseo Extremadura, en esa calle  de casas misteriosas y averiguar la vida de la gente que vive  a dos pasos de la parada de todos los autobuses de Madrid. No quiero pasear por allí sola.
Me gustaría entregarle parte de mi alma tras una discusión, la primera, la última, la quinta, y enseñarle el cementerio de San Isidro, contarle la historia de Ángel, del mío, abrazarme a él, comprar margaritas y reírme de su cara de perrito degollado cuando quiera leer las cartas y no le deje. Sentarnos en el balcón más triste de Madrid y hacerle prometer que nunca diga el nombre de Blanca en vano, que las canciones más tristes son ésta, ésta, y aquélla, y que el mejor mes para dar de comer a los gatos abandonados es abril porque ya ven cercana la primavera. Y, luego, los dos, en silencio, caminar hasta San Justo y decirle a la hija de Malvina que los besos que temen ser vistos por el guarda son los mejores. Luego correr cuando el guarda nos eche de allí por escandalosos.
Me gustaría enseñarle mi casa, la casa de campo, la torre que finge ser Eiffel desde la ventana de mi habitación, el rosal tras el que me escondí llena de miedo, la parroquia en la que crecí, la tienda de aceitunas, la carnicería donde vende carne el chico más guapo, darle celos, que me haga el amor a escondidas, y llevarle al poblado.
Una tarde bajarnos en Chueca, tomarnos una tarta en la calle Espíritu Santo y después pasear de la mano hasta la paralela de Fuencarral, admirar el edificio más victoriano de Madrid, comprar hierbabuena, escuchar música en los jardines del Edificio de Arquitectos, girar por la calle de Fernando VI, ver un cachito de Barcelona, subir a la plaza de las Salesas y acabar en la iglesia de Bárbara de Braganza. Subir las escaleras y decirle que allí, en la calle Conde de Xiquena, 17, en el último piso, vive el David de mi novela, "La belleza de los ojos castaños". Contarle que Madrid tiene allí enterrado un corazón oscuro, que fue en esas escaleras donde aprendí a amar todo lo que significa esta ciudad. Y señalar con mi mano la alcantarilla donde van a parar todos los anillos de diamantes cuando la novia echa a correr, huyendo.
Otra tarde podriamos bajarnos en Alonso Martínez y callejear hasta Colón, tomar un batido de chocolate junto a la sede del PP y hacer bromas. Comer  pipas en el parque de Colón y cenar en el mercado bajo tierra que está frente al arqueológico.
Escuchar a Izal en el coche de camino a su casa. Convencerle de que el silencio está infravalorado y de que escuchar aporta más al grito que la afonía del mismo. Escuchar a La M.O.D.A en un banco cualquiera de una calle cualquiera de su barrio y pedirle, exigirle, suplicarle, subir a tu casa y hacerns tristes bajo las sábanas. Enfadarle, enfadarme, y pasear de la mano por manía al volver a casa.
Coger la renfe en Aluche y bajarnos en el Paseo de la castellana, visitar a las ocho el museo de ciencias naturales, que nos echen a patadas, que te agarres de mi vestido al pasear, como un niño, como un ser indefenso, pararnos a respirar delante de la casa morada, y acabar en Colón, otra vez.
Llevarme las postales de Barcelona y de Ginebra a la plaza de Oriente  y llorarle en el hombro. Verte leer "La belleza de los ojos castaños" y curarle las heridas con besos en las rodillas. Subir a la plaza Mayor por el antiguo ayuntamiento, comer en la cava baja y enseñarle de lejos la iglesia donde se casaron mis padres, San Judas.
Llevarle a esa casa anarquista de Vallecas a escuchar a Pamela Palenciano y quedarnos toda la madrugada en un banco del parque, hablando.
Llevarle a Beas de Segura, al Espinar, a Zugarramurdi, a San Sebastián, la Ile de Ré, a San Juan de Luz, a Infesto, a Barcelona, a Granada, a Platja d'Aro, a Argel-sur-le-mer, a Coillure, a Ginebra, o Estrasburgo, a Annecy, al camping de París, al pueblo de León, a Toledo. Contarle un millón de recuerdos, ser su todo, su confidente.
La lista es mucho más larga. El sentimiento también. Me enseñaron a esperar desde el rascacielos, la torre del castillo, un sexto piso. A esperarle, a él, David, tú ya sabes quién, tú ya no puedes ser el chico. Tú ya nunca volverás.
Hoy te pienso muchísimo. Te echo un poquito de menos.

domingo, 12 de febrero de 2017

Carta de inspiración David-Goliatense

Hola David
Estoy imprimiendo todas las cartas que guardo aquí, y todas las que no publico. Incluso he vuelto a hacer papel las dos cartas de cumpleaños que te regalé. Es increíble que ya hayan pasado dos años. Pero a lo que iba, que estoy imprimiendo todas las cartas que son tuyas y las dejo en la tumba de Malvina. Las he metido en un pequeño hueco entre la losa y la cruz y solo espero que: no se empapen con el agua de la lluvia, porque ya bastante agua llevan de lo que mucho que te lluevo, que no se pierden tierra abajo, sería una pena, y que aguanten mucho tiempo, más del que espero estar viva. Me atrae la idea, te lo confieso, de que alguien más que yo descubra las cartas y me busque a traves de Malvina. Entonces encontraría que escribí un libro acerca del David que eres, un ensayo sobre Malvina y tres o cuatro confesiones sobre la persona que fui y no quise. Entonces se cerrará el círculo. Yo te encontré a ti y a Malvina y os haré arte, y el deber de alguien más es hacerme arte a través de ti y de ella. Nunca te conté que lo que más me gustó de escucharte hablar sobre tus libros es que ahora yo tendría que ser algún personaje, que seré "La culebrosa" que tuvo una relación con el escritor. Te lo dije mil veces, el destino no entiende de casualidades, no conoce la suerte de los dados, es demasiado inteligente como para creer que las cosas no pasan por una razón.[...]
¡Hola David! Voy a intentar escribir literatura, de la mía, sabes, de la erótica.


-Así que, ¿cuál es el plan?
Ya sabía cuál era el plan pero lo único que quería era retardarlo. Claudia se giró y puso los ojos en blanco.
-No me puedo creer que estés nerviosa.
-Ya me gustaría verte a mí en tu situación.
-Seguramente no tengas que hacer nada. Bebe un poco más ¿cuánto te queda?
Saqué del escote la pequeña botellita de ron e hice un mohín. Quedarían dos tragos.
-Vamos, de un tirón, eso te sube en diez minutos.
Claudia dejó pasar a una pareja de chicas y las miró con una pequeña sonrisa. Ellas la sonrieron de vuelta. Supuse que Claudia venía mucho como para que la gente se quedara con su cara. Tampoco es que supiera muy bien cómo era la vida de Claudia, ni siquiera era mi amiga. Nos conocimos hacía dos noches, en casa de unos amigos que tenemos en común. Jugamos a contar cosas ridículas que nos hubieran ocurrido, y cuando llegó  mi turno  yo me quedé callada  pero Javier salió con mi historia más patética y provocó unas carcajadas que aunque empáticas no dejaban de provocar en mí un rechazo molesto. Al terminar la historia la chica que estaba a mi lado en el sofá, y que resultó ser Claudia me dijo que ya había oído esa historia.
-Oye que Javier no está inventándose nada.
-Que no, tonta, digo que creo conocer al chico de la historia
Yo la miré con los ojos como platos. Sacó su móvil y me enseño una foto de grupo. Y ahí estaba él en la esquina superior derecha, con esa sonrisa de pillo que tanto me gustaba y el pelo más largo de lo que recordaba.
-No tengo una foto mejor, pero él es Guille ¿a que sí?
-Sí, sí.
Yo pensé en que el mundo era un pañuelo, que al final Madrid era un pueblo y que una no podía esacapar del pasado así como así. No me dio tiempo a preguntar a Claudia de qué la conocía pero ella pareció leer entre líneas mi silencio.
-Estamos en una asociación.
-¿De qué?
Ella se acomodó en el sofa y bebió de la botella de cerveza.
-Pues no sé cómo explicarlo. Es una cosa para todo.-Se rió al ver la confusión en mi cara.-Tengo este amigo que es más romántico de lo que debería, pero no romántico en plan corazoncitos y esas mierdas si no un personaje del siglo XIX que cree vivir en el barrio latino donde en todas las cafeterías hay reuniones de política y literatura y todo el rollo. Y bueno pues se le ocurrió crear una asociación de para todo. Al principio sólo íbamos los amigos, un poco por seguirle el rollo ¿sabes? pero con el tiempo se empezó a correr el rumor y ahora somos tantos que tenemos pases y eso.
Yo no me estaba enterando mucho de lo que me decía. No es que se explicara muy bien, pero aún así asentí y dije que aquéllo era maravilloso y nostálgico.
-Bueno pues este hombre tuyo, el tal Guillermo, va muchas veces. Suele venir solo.
-Ya.
-Deberías venir un día.
-¿Para qué?
Ella no se lo pensó ni un momento.
-La historia no es rídicula. ¿Quieres saber con cuántos tíos me he acostado yo que han tenido un gatillazo? Y pues calro que se hacen cosas ridículas, obviamente yo no me hubiera puesto a untarle su cosa con nata porque chica si no funciona, no funciona, tampoco hay que forzarlo. Pero lo que te quiero decir es que es normal, que los dos eráis muy jovenes y no supisteis llevar la situación.
-Supongo, pero...
-Nada. Estoy segura de que ahora eres mucho más madura ¿a que sí? Pero la verdad es que yo te quería preguntar.
-¿Qué?
-¿Le dolió el mordisco?
Yo me puse colorada y ella se echó a reír.
-Lo siento, lo siento, es que el miedo de toda chica. No sé cómo vives contigo misma.
-Pues muy bien, te lo aseguro.
Ella me cogió de la mano. Paró de reírse. Sus ojos brillaron como si se le hubiera ocurrido una gran idea. Tuve miedo.
-Lo tengo. Es tu ocasión perfecta para superarlo. Hay una reunión pasado mañana, y sé que él tiene un pase. Yo puedo conseguirte uno.
-Bueno.
-Genial, quedamos entonces el jueves a las 9 en Tribunal.
-Espera, no sé si queiro ir, tengo que pensármelo.
-Bueno pues llámame mañana y me confirmas. No te voy a insistir más pero te aseguro que si no vas te arrepentiras cada día y te preguntaras qué hubiera pasado.
-Pero entonces ¿cómo sabes tú esta historia?
-La contó un dia.
-¿Así, sin más?
-Bueno, una chica empezó a hablar sobre las peores experiencias que había tenido en el sexo y el chico comentó esta historia.
-¿Y qué dijo?
-Que los hombres debían temer menos la palabra gatillazo.
Aquéllas palabras me reconfortaron  de una manera que creía superada. Creí que ya había olvidado aquél recuerdo, que la hice historia un día y me reía con mis amigos cuando nos acordábamos de ella. Pero ahora volvía  a mí toda la inseguridad que sentí en los primeros días tras esa noche con Guille , lo inútil que me sentí y lo tonta que fui cuando le dije que no quería volver a verle. De pronto me sentí revolucionaria. Le pedí a Javi un folio y escribí todo lo que pasó, todo lo que hice después, y la perspectiva que me habían dado los años. Y ese discurso era el plan.
Claudia se cansó de mi nerviosismo y abrió la puerta de la habitación con un suspiro agotador. Se dirigió hacía unos cojines en el suelo en la parte delantera y me presentó a varios amigos. Hablaron sobre política. No participé mucho. Poco después un chico con una camiseta que me pareció de pijama cerró la puerta y se subió a una mesa.
-Hola, colegas.-Se rió. No sé de qué.-Aún falta gente pero no tardarán, que la renfe da problemas. Así que hablen.
El procedimiento fue sencillo. El primero en levantar la mano daba pie al tema. No era muy constante, eran comúnes las interrupciones que cambiababan de tema o simplemente pedían silencio para poner una canción. Algunas chicas se ponían a bailar y luego, cuando la música paraba alguien hablaba. Uno recitó un poema y otra chica le calló y leyó un fragmento de Bukowski. Otra gritó que aquélla noche, y por la apuesta perdida, ella invitaba a hielos. Empezaron a salir, entonces, de bolsos y mochilas, botellas de alcohol de todos los tipos. Claudia me pasó un botellín y me dijo que participara un poco. Al segundo sorbo de cerveza la puerta se abriño y entraron dos grupos con un altavoz. Lo pusieron en mitad de la sala y uno del grupo gritó que había hecho una nueva mezcla y quería saber nuestra opinión. Mientras el chico ponía todo a prueba otra chica se subió a la mesa y gritó que regalaba dos entradas de concierto porque había conseguido trabajo y el turno en el hospital no la dejaba asistir. Las bailarinas se acercaron a la chica y las oí hablar sobre enfermería. No parecían conocerse. El chico puso la canción y al terminar pidió que quien le diera dar su opinión se acercara. ALgunos se acercaron a hablarle. Una chica, que se presentó como Francesca anunció que por fin había follado. Todos parecieron aplaudirla y uno gritó que tenía dos cajas de condones en casa desde que había roto con su novio. Al principio todo aquello me parecía un desorden de temas pero con el tiempo entendí que intentaban guardar temas unos minutos y se respetaban entre ellos. Se conocían los unos a los otros. Tan pronto se ponían a hablar de la muerte de Trotsky como del coste de un vuelo a Praga, y luego paraban para escuchar los cambios en la mezcla del chico con el altavoz. Busqué detenidamente a Guille pero no le vi. Claudia me dijo que no me preocupara, que vendría. Apareció media hora después con otros dos chicos que me sonaban del instituto. Llevaba un jersey color mostaza que resaltaba sus ojos color café y un gorro granate que escondía su melena de león rubia. Se me había olvidado lo atractivo que era. Me acerqué a él como atraída por un imán. Pude oír cómo hablaba con la chica que había ofrecido las entradas y la felicitaba por el trabajo. Me quedé allí, en mitad de tierra de nadie, mirándole sin la más absoluta verguenza y con la consciencia de ciertas zonas que se despertaban al oír su risa. ¿Cómo había podido olvidar lo que me hacía sentir?
-¿Quién ha pedido el micrófono?-Preguntó el chico de la camiseta del pijama.
Claudia levantó la mano. Cogió el micrófono y me lo tiró. Lo cogí al vuelo. Carraspee. Quitaron la música.
-¿Hola?
No se oía. Claudia se lo llevó y vi que cambiaba las pilas. Una chica que me había presentado Claudia se acercó con dos chupitos.
-Vamos, de un tirón.
Me tomé los dos sin parar a respirar. La chica se echó a reír.
-Es genial lo que vas a hacer. A la gente le va a encantar.
 Claudia volvió con el micrófono. Me dio una palmada en el culo y me dijo "Ahora o nunca".
-¿Hola?-Dije.
Todos se giraron a mirar. Guillermo fijó su mirada en mí y frunció el ceño. Yo le sonreí. Debía estar muy borracha para hacer eso. Él abrió los ojos, sorprendido cuando me reconoció y quiso acercarse.
-Quieto ahí, vaquero.-Soltó Claudia, quitándome el micrófono.-Hola gente, os presento a Ana, es nueva aquí pero va a hacer una cosa increíble así que os pido que no la interrumpais. Gracias.
La gente gritó que no me veía. Me subieron a una mesa. Todos me miraban en silencio. Yo no me atreví a volver a mirar a Guillermol.
-Bueno.-Dije. Notaba mi rubor en cara y cuello-Me llamo Ana.
-¡Hola Ana!
El resto se rió. Yo también.
-A ver tengo que decir algo y la verdad agradezco el haber bebido proque son cosas que una no cuenta cuando está cuerda.-Respiré.-El caso es que me llamo Ana y seguramente todos y todas me conozcáis por aquí por una historia que un chico ha contado.
Yo señalé a Guillermo. Él pareció ruborizarse. Algunos parecieron entender y empezaron a reírse y asnetir.
-Oye, que yo no te conozco ¿qué historia-Dijo una chica del fondo.
-A ver.-Dijo otro chico que fumaba cerca de la ventana.-El chico, Guillermo, y ella se acostaron hace unos años, y bueno él  tuvo un gatillazo y a ella se le ocurrió untarle de nata la polla y al final acabó mordiéndosela.
La chica gritó de terror. Se oyeron varios suspiros.
-En realidad no fue así.-Dije.-Habíamos follado hacía solo dos horas y nos volvió a entrar ganas pero él tuvo un gatillazo sí, pero seguía teniendo ganas y yo, obviamente, también. No tenía mucha idea de sexo, la verdad, pero una vez había oído a mi hermana que a ella la habían untado el coño con nata así que pensé que podría servir. Ni siquiera me gusta la nata, quiero que lo sepais, pero bueno, eché demasiada porque estaba nerviosa y mordí pensando que aún no había llegado al asunto y bueno, pues resulta que sí. No le hice sangre pero supongo que dolió.
Guillermo asintió con fuerza. Los demás rieron. Suspiré.
-Él fue un encanto, la verdad, dijo que no pasaba nada, pero yo me vestí y me fui a casa. Me daba muchísima verguenza  así que le hablé y le dije que no quería volver a verle. Nos evitamos todo el año y luego él se cambió de instituto.
-¿Por qué?-Dijo el chico fumador.
-¿El qué?
-Quiero decir puedo entender tu verguenza pero no estuvo bien por tu parte que huyeras de esa forma.
-Yo me sentía inútil. Siempre había oído que complacer a un hombre era lo más fácil del mundo, y que comersela muchísimo más.
-Ya, pero...
Le interrumpí.
-Yo nosé cómo serás tú pero yo soy la más patosa, descoordinada e inútil del mundo. Durante años pensé que era inservible para el sexo y me ha dado mucho miedo pero desde que...
Callé.
-¿Desde qué?-Gritó la chica del fondo.
-Desde que me acosté con otro chico y me apliqué a fondo. Pero no era igual.
-¿Por qué?-Preguntó una de las bailarinas.
-Pues.-Paré a toser.-A ver no sé si os ha pasado, pero cuanto más me atrae el chico más nerviosa me pongo cuando estamos en mitad del asunto y bueno, este chico no me ponía tanto como Guillermo.
Se oyeron varios aplausos y jaleos. No pude mirar a Guillermo. Me sentía en una nube.
 -¡Te entiendo! La primera vez con mi novio fue horrible por eso mismo.-Dijo otra chica.
-Nah, mentira.-Respondió el chico de al lado.
Nos reímos. Ellos empezaron a besarse locamente.
-En fin.-Dijo el chico fumador.-Que Guillermo te ponía más.
Suspiré.
-Guillermo es todo.-Volvieron los jaleos.-Supongo que todas aquí tendremos el chico con mayúsculas. Bueno Guillermo es el mío.
Me atreví a mirarle y él estaba sonriendo. Tardé en analizar su sonrisa. Era del tipo abierta. No presumía, ni mostraba interés sólo sonreía por mi declaración. No supe qué pensar.
-Bueno-Dije.-Quiero decirle que lo siento. Por todo.
Bajé de la mesa y Claudia me abrazó. Le dije que necesitaba tomar un poco el fresco. Me quiso acompañar pero la dije que quería ir sola. Atravesé la puerta con los jaleos y aplausos aún en el aire.
Al salir del zulo el aire fresco me revolvió el pelo y me quitó el rubor. Encendí un cigarro y caminé calle abajo. Entré en un bazar y compré una litrona de cerveza. Después me senté en las escaleras de un portal.
-Hola.
Levanté la mirada y me encontré con un Guillermo nervioso que metía las manos en los bolsillos del pantalón.
-Hola.
-Qué fuerte lo de ahí dentro ¿no?
Me encogí de hombros. Yo aún seguía en mi nube de excitación y perdía toda capacidad de raciocinio. Nos quedamos en silencio un rato. Desde dentro se oyó la música.
-¿Quieres bailar?-Dijo Guillermo, sentándose a mi lado.
Le miré.
-¿Juntos?
Él asintió. Las dos veces que logramos hacerlo nuestro preludio, preeliminar, o como fuera, había sido el baile. No sabía si él esperaba que bailar nos llevara a algo más pero no le pregunté ni él tampoco se explicó. Estaba demasiado bebida como para pensar si Guillermo se estaba aprovechando de mis declaraciones o si por lo contrario estaba siendo  únicamente amable. No lograba ver un interés favorable  pero tampoco veía una falta de él. Me levanté y le miré de reojo. Bajamos al zulo con un poco de prisa. Nos pusimos cerca de la ventana y el chico fumador nos guiñó un ojo. Me pareció la oruga de Alicia en el País de las maravillas. Esperamos al cambio de canción para empezar a bailar. Él me cogió de la cadera y me acercó a él. Había olvidado loq ue era bailar con un chico que conocías y no con un desconocido. Guillermo era Guillermo. Confiaba en él. No analizaba si me estaba pegando mucho a él o si el aliento me olía cerveza. Me limitaba a bailar con él, despreocupada, alegre. Cuando acabó la canción  mis manos ya colgaban de su cuello y le acariciaba con sutileza la nuca. Sus manos se habían atrevido a subir y bajar por mis costados hasta mi cintura pero aún no llegaban a mi trasero. Su cabeza estaba en el hueco de mi cuello y su respiración me hacía cosquillas en la clavícula. Claudia entró en mi radio de visión y levantó los pulgares, riendo. Luego me señaló el DJ. Yo asentí. Pusieron una de esas canciones que Javi y yo bailábamos antes de que él se ecahara novia y me sustituyera. No lo pensé mucho. Pegué mi espalda a su pecho y le bailé como antes solíamos hacerlo. Le provoqué. Me alejaba y él me pegaba de nuevo. Subía y bajaba la mano por cuerpo como si lo estuviera adorando. Me subía el vestido con sus largas pasadas y yo me lo bajaba cuando me acordaba, aunque qué más daba, él me tapaba, sólo quería que no parase, porque necesitaba aquéllo, y él era tan bueno. Acabé moviendo tan lentamente que no sabía si realmente me movía o era el temblor de mis rodillas. Me agarró del pelo con suavidad y me tiró hacia él. Sentí su respiración en mi oreja.
-Dame la vuelta.-Susurré.
No preguntó porqué se lo pedía y no lo hacía pero creo que supo leer que no me podía mover. Estábamos tan cerca, casi respirando del mismo aire que me pregunté si me iba a besar. No soportaba la incómodidad de estar tan cerca y no hacer nada. Él cerró los ojos y apoyó su frente en la mía. Respiraba descontroladamente. Paseé mi mano por  su pecho. Quería acariciarle la piel. No encontraba el final del jersey pero cuando lo hice me encontré con el botón de su pantalón. Me paré un momento. Él paró de respirar. No sabía si él estaba pensando en la última vez. A mí se me pasó por la cabeza pero el alcohol lo desechó. Posé la mano a lo largo de la bragueta.
-¿Qué, tienes curiosidad?-Dijo.
No lo pillé a la primera. Para cuando analicé lo que había dicho le cogí las manos y las posé en mi culo. Él apretó y me acercó más a él. Me subí el vestido para sentirle mejor.
-Dios.-Se me escapó.
Él  se echó a reír. Sentí que alguien me tocaba el hombro.
-Estáis montando un espéctaculo.-Dijo Claudia.-Y la gente se alegra, de verdad, pero ¿queréis una habitación?
Miré a Guille, nerviosa. Él no apartó la mirada de mí.
-Una canción más.
Claudia se encogió de hombros y se fue.  Yo no sabía si él había dicho que sí a la habitación, o solo pedía una canción más y paraba el espectáculo. Guillermo parecía ansioso. Me tocaba con ímpetu, cuerpo arriba cuerpo abajo. Yo me limitaba a jadear, me hubiera gustado haer algo más pero no podía. Al final no aguanté más.
-No puedo más.-Dije, separándome.
Él me miraba sin decir nada.
-Tenemos que hablar.
Él asintió. Me cogió de la mano y me sacó a rastras de la sala. Creí oír la risa del chico fumador. Nos metió en una habitación en la que había un sofá. No me soltó la mano. Me apoyé en la pared y él se puso frente a mí.
-Te prometo que he aprendido.-Dije.
Él sonrió.
-¿Nos besamos?-Le pregunté.
Él se echó a reír. Se separó un poquito de mí y se quitó la camiseta. Me pareció que era su forma de decir "¿A ti qué te parece?"Me mordí el labio. Oí un ruido procedente de la puerta y me giré. Claudia estaba asomada y me sonreía, pícara.
-¿Tú las has traído?-Preguntó Guille.
Claudia asintió. Él se acercó y la besó en el pelo. Le dijo algo en voz baja  y luego ella se marchó riendo. Guille cerró la puerta y me miró con una sonrisa sincera.Quería decirle un millón de cosas. Desde que aún soñaba con él por las noches hasta que siempre que me emborrachaba pensaba en lo metafórica que me ponía en su habitación y lo poco que dejaba que me tocara. Y se lo dije, supongo, con la mirada que esperaba que fuera profunda que le envié. Él pareció entenderme y se acercó lentamente hasta poner las manos en mis mejillas. Yo le puse las manos en las tiras del pantalón y le pegué más a mí. Supe que iba a hacer de este momento un recuerdo inolvidable y ni siquiera había acabado. Nos trascendí en el tiempo y me olvidé de si el verbo era correcto.
-Dame algo por dónde empezar.-Le dije.
Él abrió los ojos.
-Antes no pedías nada.-Pestañeó.-Menos mal que has cambiado eso.
-No seas condescendiente, muchacho.
Él me besó la nariz.
-Te eché de menos mucho tiempo. Eres una espinita clavada.
No pude evitar reírme. Mi pecho florecía.
-¿Quieres esto?-Le pregunté.
-Creí que sabías leer entre líneas.
-Sí, pero aún no sé leer mentes.
Le quemaron los ojos. Me cogió la mano y la puso en su bragueta. La noté dura, más dura incluso que cuando estábamos bailando. Recorrí con un dedo toda la longitud. Molestaban los vaqueros. Él gimió.
-Sí que sabes.-Murmuró
Yo puse los ojos en blanco pero aún así sonreí.
-¿Puedo tocarte?
-Por favor.
-Eso es.-Sin embargo, y auqnue sus manos estaban a centímetros de piel, se lo pensó mejor y me cogió de la barbilla con delicadeza para que le mirara.
-¿Dónde?-Dijo. Tenía la voz grave.
-Y yo qué sé.
Se mordió el labio. Mandé a la mierda aquélla historia, aunque me gustara. Localicé el sillón y le hice sentarse. Me quité los zapatos y me bajé las medias. Olía sus ganas y no le estaba mirando. Irradiaba calor desde el sillón. Me subí el vestido y me puse a horcajadas  de él. Él llevó las manos a mi sujetador y siguió las tiras. Hacía tiempo que no sentía el contacto de la piel masculina contra la mía y el mínimo toque me excitaba hasta niveles que no conocía. Pensé, a través de la neblina de lujuria,, que si él no fuera Guillermo no estaría así, pero con él perdía todo contacto con el suelo y flotaba, alto, muy alto, hasta que me aprendía de memoria su respiración de lo mucho que me obsesionaba ser parte de él. Así que aprendía rápido cuándo sus pulmones le permitían robarme un poco del aire que respirábamos y luego se lo arrebataba, le hacía jadear, me devolvía mi aire, o el suyo, qué más, pero me lo quedaba y era mío, entonces él era mío. Pensaba en la intimidad tan magnética que estábamos creando y por fin entendí porqué la gente se casaba para toda la vida, porqué se mantenían fieles por gusto y no por deber, porqué escogían a uno y decían que era el eje de toda su sensualidad. Sí, lo entendí porque quería hacerle tantas cosas, y que él me hiciera tantas otras que tardaríamos un año, follando todos los días, en satisfacer toda mi curiosidad y aún así querría repetir todo de nuevo, así que quedaría atada a él un año y después otro, muchos, para aprender su cuerpo de memoria, hasta que éste se me cansara. Tuve que analizar, sin embargo, si estaba cómoda en aquélla situación. Si estaba cómoda con el pensamiento de quererle más de una vez, desconociendo lo que él pensaba. Así que les dije a mis manos que fueran las más sensuales, y a la vez las más arrasadoras, mandé sobre mi cadera y la susurré que no perdiera el ritmo por mucho que estuviera despistada por sus atenciones, y a mi lengua le ordené que se soltara un poco y paseara por allí donde le apeteciera, sin verguenza, sin temor.
-¿Dónde estás?-Dijo, bajándome las tiras del sujetador.
-Quítame ya el sujetador de una vez.
Él se echó a reír.
-¿Lo he dicho en voz alta, no?
-No te guardes nada para ti.-Murmuró.
Me quitó el sujetador y amasó mis tetas con ganas. Jadeé. Luego se llevó un pezón a la boca y tiró de él con los dientes. A Juan nunca le habían interesado mucho mis tetas, y cuando me acosté con Guillermo no eran ni la somrba de lo que ahora eran. No pensaba que fuera una zona especialmente erógena en mi cuerpo pero cuando empezó a tirar con los dientes cada vez más del pezón sentí que podía gritar de gusto y luego darme una bofetada a mi misma por no haberle sabido antes. Él debió leer mi reacción porque se aplicó con ahínco. Me acordé de que tenía que hacer con mis manos y empecé a arañerle los brazos. No sé si quería que parase o no pero al cabo de poco perdí la sensibilidad y pude pensar más que sentir.  Le lamí el cuello, porque recordaba que eso solía gustarle, le mordí la oreja, se revolvió, yo me reí. Me harté no muy tarde después. Me quité del sillón y me bajé las bragas. Le miré con las manos en las caderas, animandole a hacer lo mismo. Él me miró con los ojos en llamas y me pareció tan cariñoso, dulce, excitado, caliente.
-Vamos, por Dios.-Le susurré.
Se levantó y me sentó en el sillón. ¿Qué haces? Me abrió las piernas y se arrodilló. Supe lo que iba a a sentir antes incluso que su boca se acercara. Eché la cabeza hacia atrás y jadee.
-¿Cómo lo quieres?
-Joder Guillermo y yo qué sé, nunca he comido un coño.
Callate, por Dios, y devuelve tu boca a donde estaba.
-Tú sabrás mejor que yo lo que te gusta, bonita.
Me recoloqué en el borde del sillón y le miré, furiosa.
-Abre y lame, y ya.
Me pareció que sonreía mientras le perdí ade vista entre mis piernas. Abrió los labios y lamió con una pasada lenta. Lo repitió varias veces y luego dio varios toquecitos con la lengua al clítoris.
-Mierda, joder.-Me revolví.
Después se volvió loco y lamió con más rápidez. Al poco volví a perder la sensibilidad. Le separé,encerrando mis dedos en los rizos de su pelo.
-Sopla. Y lento, Guillermo, lento. Y ven aquí que nis iquiera me has besado en la boca.
Se levantó y me cogió de la barbilla. Me subió la cabeza y me mordió el labio. No pude evitar sonreir. Ahora recordaba ese Guillermo cariñoso y juguetón que sabía crear intimidad. Me besó la sonrisa, y luego me cogió la cara entre las manos y me abrió más la boca. Metió la lengua y la movió hasta que perdí la consciencia del tiempo. Yo me notaba una estatua que apenas movía la lengua pero estaba sumergida en un océano de placer, incluso podía sentir la sensación salada. Cuando me di cuenta cuenta de que ése era el sabor de mi coño me eché a reír y Guillermo se separó, poniendo los ojos en blanco y sabiendo que aquéllo era lo normal en mí. Volvió a arrodillarse. Esta vez me dije que tenía que mirar. Vi cómo colocaba el dedo índice y corazón en los labios y los abría. Luego sopló, rodeó mi clitoris dos veces y empezó a lamer con intensidad pero lento. Yo me mordía la lengua para no gemir.  Mis caderas se movieron solas y empecé a cabalgarle la lengua con un único fin.
-Mete los dedos.
Metió dos dedos y los movió en círculos. Se concentró en mi clitoris y luego sopló. No lo soportaba y por mi mente gritaba todos los insultos y soeces que imaginaba. Supongo que alguno se me escaparía porque Guille sonrió y descubrió los dientes. Grité.
-¡Eso! Otra vez, los dientes, otra vez.
Y sin taparse los dientes chupó mi clitorís. Mi cadera se movió sola.
-¡Vale! Siéntate, en el sillón.
Me levanté, sintiendo como los flujos me caían por los muslos y le cogí del barzo para que se sentara. Él aún no se había quitado el pantalón. Maldecí por dentro. Busqué en el bolsillo del vestido el monedero y saqué un condón. Él ladeó la cabeza y pareció entenderme, por fin. Se desabrochó el pantalón. Me puse a horcajadas antes de que pudiera quitarse el pantalón. Le tendí el condón. Guille nos levantó lo suficiente como para poder bajarse el calzoncillo. Luego se puso el condón. Le cogí y lo puse en mi entrada. Bajé poco a poco. Creía que ya estaba toda pero Guillermo embistió y yo jadeé al sentirme tan llena. Empecé a cabalgar, probando. Los ojos de Guillermo volvieron a quemar y llevó las manos a mi trasero. Me empujó hacia él. Gemí, sorprendida. Él me cogió con más fuerza y volvió a hacerlo. Le clavé las uñas en el hombro.
-¿Otra vez?-Murmuró.
Me moví en círculos. Él sonrió y me movió de nuevo a su antojo. Yo gruñí y le cabalgué a mi manera.
-Ah no no.-Dijo, sonriendo.-Déjame manejarte un poco.
Negué. No podía hablar. Empezamos una lucha por ver quién dirigía mis caderas. Era excitante, pero cada vez que paraba un poco para acumular placer y poder correrme él se aprovechaba y me movía de adelante hacia atrás. Y yo sólo pedía un círculo más. Empecé a jadear y sudar porque aquello era insoportable. Quería gritarle que dolía, echarme a llorar y pedirle que por favor me dejara un minuto más.
-¡Sólo un poco más, joder!-Le arañé el hombro.
-Vale-Suspiró.
Me moví lentamente, hasta incluso pararme y mover sólo los musculos internos de mi vagina. El placer se perdía. ¿Qué? ¡Pero qué pasaba ahora! Se me humedecieron los ojos de desesperación. Quise tirar la toalla.
-¿Qué pasa?-Dijo, sin respiración.
-Que no logro correrme.
Él apoyó la cabeza en mi pecho. Le acaricié el pelo.
-Ven, ¿quieres que te coma un rato más?
Negué con la cabeza. Me besó los pechos. Creí oirle canturrear la canción que se oía desde la sala principal. Me invadió una paz inquietante y cerré los ojos. De mi pecho creí ver cómo salían ramas de enredadera y se colgaban de su cuello, bajaban por sus brazos, por los cojines del sofá, hasta que los dos nos enterramos entre una espesura invisible de hojas salvajes. Le puse la mano en el pectoral izquierdo y pude notar su corazón accelerado. Renuncié a mi placer y empecé a moverme cómo él me movía minutos antes. Él pareció volver a la vida y me  embistió con ímpetu.
-Ana no pasa nada si...
-Calla. No te contengas, vamos.
Me moví en busca de su placer, sabiendo que, por primera vez en años con un hombre, verle disfrutar era buscar mi propio placer. Era maravilloso cómo besaba mis pechos, mi clavícula, cómo mordía mis pezones y se mordía la lengua para no jadear. Le cabalgué con fuerza. Él se hundió más en el sillón y me acercó más a él. Con la nueva posición llegaba más profundo. Gemí.
-Inténtalo ahora.-Dijo.
Tenía la mandíbula apretada.
-Córrete, no importa.
-Ana venga.
Le besé la frente antes de reducir el ritmo y moverme en círculos. El cambio de movimiento fue impresionante y me dejó con un escalofrío que recorrió toda mi espalda.
-Vale ahora yo.-Susurró.
Volver a cabagarle rápido me hizo entender que lo que activaba mis orgasmos era el desorden del movimiento, alterar lo rápido  con lo lento. Me pareció todo un descubrimiento que a mis veinte años aún tuviera que conocer cómo se corría mi cuerpo. Pero no, yo sabía perfectamente cómo obtener placer sola, en casa, pero no era lo mismo obtener placer con los hombres. El quemor que creía insoportable no era más que un recordatorio de que si seguía haciendo lo que había hecho hasta ahora me correría al final.
Guillermo embestía con más profundidad que antes y paraba a respirar para controlarse. Me llenó el alma de ternura.
-Sólo un minuto.-Le dije.
Asintió y me moví lentamente. Noté de nuevo cómo ardía en mi interior. Quería huir y a la vez entregarme a ese dolor. Alterné las embestidas lentas con las rápidas, la profundidad con los cícrulos de mis caderas.
-Joder como no te corras ya.
-Sólo un poco más.
-¿Qué necesitas?
No pude contestar. Él embistió con fuerza. Grité.
-¿Qué necesitas?
-Que me...
Me agarró con fuerza del trasero y no me dejó moverme. No salía, sólo se adentraba más.
-¡Guillermo!
-¿Te gusta?
-Hazlo más, más...
-¿Más qué?
-Fóllame.-Susurré.
Él me mordió el hombro y me abrió más las piernas. Grité por la profundidad. No podía moverme así que apreté los músculos internos. Él gimió con fuerza.
-Ya te estoy follando, joder.
Después echó la cabeza hacia atrás y se corrió con una última embestida. Pensé que me iba a quedar a dos velas pero de repente el quemor se volvió hielo y exploté. Un placer desconocido me recorrió el cuerpo, desde la planta de los pies hasta la nuca y al llegar a mi cabeza convulsionó y se hizo tres veces mas grande. Entendí a la perfección lo que era ver fuegos artificiales.
No sé cuanto tiempo tardé en volver del cielo y recuperar la respiración. Oía de fondo cómo Guillermo se reía y decía algo que no logré entender. Me acarició los brazos y me rodeó la nuca. Me dio un beso en el pelo y luego enterró la cara en mi cuello.
-Uf.-Dije.
Él se rió.
-Sí. Sí que has aprendido.-Dijo.
-¡Eh!-Esquivó mi golpe, riendo.
Luego se volvió un poco más serio.
-Lo siento por el final, no he podido aguantarme más. Te preguntaría si te has corrido pero tu cara lo dice todo.
Me reí. Luego me levanté de su regazó. Él se quitó el condón, le hizo un nudo y lo tiró a la papelera, cerca de la puerta. Señaló otra puerta que hasta ahora no había visto.
-¿Quieres pasar tú primero?
Suponía que era el baño. Asentí porque aún no estaba en todos mis cabales. Cogí la ropa del suelo y la llevé al baño.
-Puedes pasar si quieres.-Le dije.
Él me miró con sorpresa.
-Oh por Dios, no, creo que no me recuperaré de esto por semanas. Solo una ducha, a la vez, para ahorrar agua.-Me retorcí las manos.
Él se encogió de hombros, feliz, y me siguió al baño. Abrí la mampara y me siguió. Abrí el grifo y coloqué la alcochofa en una clavija de la pared. Me moje el pelo y el cuerpo. Luego le dejé a él. Me enjaboné el pelo.
-¿Me pasas el gel?
Tantee a ciegas y lo cogí. Pude ver su risa a pesar de que tenía los ojos cerrados. Compartimos toalla porque la otra no me dio mucha confianza. No hablamos mucho, estábamos en uno de esos silencios cómodos que tan raros me resultaban pues siempre tenía algo que decir. Nos vestimos sin la ropa interior y luego me quedé sin saber qué hacer. Él me cogió de la mano y me llevó al sofá. Cogió un bolígrafo del bolsillo y agarró mi brazo.
-Este es mi número.
Escribió unos números y una carita sonriente.
-Vale.
Luego no dijimos nada más. Se tumbó en el sofá y yo me acurruqué a su lado. Estaba a punto de dormirme cuando Claudia abrió la puerta y dijo que el chringuito se levantaba. Fuimos a la puerta y subimos las escaleras. En la calle nos miramos, él volvió a enterrar las manos en los bolsillos.
-Bueno.-Dije.
-¿Quieres venir a mi casa?-Dijo, de pronto.-Vivo con unos compañeros del insti, con Juan y Alex, creo que les conoces.
-Yo...
-O si quieres puedo llevarte a casa, tengo coche.
-Yo...
-Pero me gustaría que vinieras a casa. Podemos desayunar cereales, lo siento, es lo único que tengo, y luego dormir un poco.
-Sí, sí voy a tu casa.
Tonta de remate. "Sí, sí por favor, no me abandones" Sonrió.
-Vamos, el coche está por allí. Y mira Juan y Alex ya nos están esperando.
Ni Juan ni Alex hicieron la situación violenta, sólo me abrazaron y me preguntaron qué era de mi vida desde el instituto. En el coche Guille puso The corrs y canturreó mientras Alex contaba todas las cosas que Guillermo y yo nos habíamos perdido.
-Así que,-Dijo-¿Qué estudias?
Me cogió de la mano en un semáforo y se la llevó a los labios.
-Historia.-Respondí.
Él me miró, alentándome a que dijera algo más.
-¿Estás interesado en mí?
Lo solté de sopetón. Alex y Juan se callaron. Guille se rió y me miró como si no me entendiera.
-¿Y tú en mí?
-Yo he preguntado primero.
-Claro que lo estoy, Ana, si no esta noche ni siquiera hubiera existido. No estoy jugando.
Recordé entonces que a Guillermo se le daban bien tres cosas:
Leer las mentes
Sonreír
Y ser  mi hombre de arte: columna que me apoyaba, locus amoneus en sus brazos y sujeto de inspiración erótico-amorosa.





miércoles, 8 de febrero de 2017

13 de Febrero de hace dos años.

Hola David
He pensado mucho en ti, últimamente. No en la forma literaria que aquí compongo si no en lo mucho que te he conformado como religión y lo poco divino que eres en realidad. Me he convencido de que no te escribo a ti, al humano, si no a una proyección que he creado para sentirme un poco menos sola. Naciste de mi egoísmo, querido muso, naciste de la necesidad de contarte todo lo que ha pasado desde que ya no hablamos. No eres David. No hay ningún Goliat. No sois dos enemigos, porque si de verdad fueras David, si de verdad te importara lo suficiente como para considerar a un mejor hombre tu enemigo, ahora no te estaría escribiendo cartas, si no que te escribiría parráfos eternos llevándote la contraria, y tú me responderías por la noche, contándome sobre tu dolor de cabeza, sobre músicas que aún no has creado y palabras que aún no se han inventado. No eres David, porque tu nombre es otro. Y me he perdido entre cambio y cambio. Goliat se mantiene porque le veo cada vez más, pero tú te estás haciendo cada más etéreo, te pienso más que te recuerdo, y me está llenando el alma de dudas y olvidos. Voy a decir tu verdadero nombre. Por primera vez desde que te atraganto en mis emociones.
Hola Pablo. Tienes un nombre hermoso, que nadie te diga lo contrario. Un nombre extraordianrio, como el hombre que eres. Te has convertido por fin en arte. Ya sé que no te gusta que hable de ti, que te compare o que piense que te conozco, pero les he hablado de ti a Goliat y Eloísa y conformarte en una imágen, en una etiqueta, ha hecho que te limite en todas tus formas. Me he traicionado contando una parte de ti y no el conjunto. No saben nada acerca de ti, sólo mis recuerdos. Te voy a ceder una parte de la razón que antes te negaba. Las cosas nunca son blancas o negras. No eres malo, sólo eres el humano en todas sus formas, alguien que ha pasado por cosas que ni nosotros nos acercamos a pensar. Has madurado de diferente manera a la mía, lo acepto, por fin lo hago, pero eso no significa que no te falte madurar en otros aspectos, y que me pase lo mismo a mí. Ya sabes que siempre te dije que a tu lado crecía y rompía el barro de todas las macetas.
No sé qué tipo de carta es esta. Si sólo es una despedida más, la primera del cartas con las que te empiece a olvidar, o la primera en la que te dignifique sin hacerte divino. Tengo la necesidad de contarte qué ha pasado en todos estos meses pero ya se me ha olvidado hasta qué responderías. No sé qué duele más: el no sufrirte por tu ausencia o el irte olvidando poco a poco hasta reducirte al marco general. Estoy perdiendo la perspectiva de lo que fuimos, o de lo que eras cuando tú me respetabas lo suficiente. Quiero que me vuelvas a mirar a los ojos y saber qué es lo que estoy pensando, quiero conocer tu concepción amorosa, quiero devolverte a David para poder ser tu Goliat, como lo fui en un principio. Quiero sentarme a tomar café contigo. Mira qué cosa tan tonta ¿verdad? Eloísa me ha dado el verdadero significado de lo que significa tomarse un café. Significa un diálogo. Y tú siempre fuiste un monólogo. Por eso estas cartas ya no sirven. Porque son simples monólogos donde no puedes opinar. Sin emabrgo es justo que sea así ya que tú nunca me dejabas hablar. Me encantaba escucharte, es verdad, pero a veces sólo quería hablarte para tener tus ojos mirándome, sin pensar en nada más. Me gusta escuchar, escucharte, pero al fin y al cabo no dejaba de ser un papel secundario, alguien que piensa en silencio, alguien que no puede demostrar su valía intelectual. Ahora hablo un poquito más porque desde que te fuiste, he conocido el silencio de las conversaciones. Es ese momento en el que la otra persona para a respirar y bebe un trago de cerveza o de café y te mira con interés, cuando un susurro inaudible te anima a decir algo. Te obliga a salir de tu comodidad. Exprésate, Noelia, porque puedes tener opinión, puedes decir cosas poéticas y te van a sonreír y te van a dejar terminar y luego asentirán, pero sigue, no pierdas la línea, porque Goliat y Eloísa asienten y te dicen, "Jo, cómo piensas" ¿Cuándo me he sentido yo valorada por ti? Cuando te confiabas a mí. Pero yo nunca te di la oportunidad, o tú no me dejabas dártela, de confiarme a ti, de mirarte a los ojos cuando te conté todo a través de teclas, a través del arte que tengo de hacer literatura. Sólo me confié a ti dos veces. La primera aquélla tarde, de lo tarde que se nos hizo cuando debía ser por la mañana, en la que casi rompes a llorar al gritarte que yo jamás habría podido superar lo que tu superas cada día, que yo me e hubiera quedado en silencio en un rincón el resto de mi vida, pero tú sientes, y vives de la ira para vivir siendo el David que tienes dentro. No te llamé David, pero desde hacía tiempo ya te pensaba como un Dios. Me hice llamar Goliat, porque sólo yo pude hacerte llorar. Ahora sé que sobrevaloré aquella escena, que los dos fingimos sentir lo que debíamos, que no te hice llorar porque fuera yo tu Goliat, si no porque necesitabas que alguien aprobara tu madurez, tu ira al desconocido. Te perdono. Aún así. Cuando he conformado todo un arte desde aquel día, y ahora me doy cuenta de que no fue sincero, te perdono. Porque me sirve de literatura trágica, poque por un momento creí ser Rachel o Isolda, porque me convertiste en una protagonista literaria y pude sentir y ser lo que es vivir teatro. La segunda no la recuerdo. Sé que seguramente sería sincera contigo algún día más. Sé que algún día me dejaras hablar, o tal vez no fue un día concreto si no todas las pequeñas cosas de tu  persona, de lo que eras y admiraba que te dije cada día. En eso Goliat se parece a ti. Cada vez que le digo lo extraordianrio que puede ser, sin esas palabras, proque ésas son solo tuyas, ladea la cabeza y frunce el ceño, interesado.
Las amigas de Eloísa han leído mis cartas. Dicen que puede ser arte. Ya lo he logrado ¿verdad? Te prometí que te convertiría en arte. Y sin embargo no estoy segura. No es el arte que quiero. No quiero un David contra Goliat. Quiero que seas Pablo. Quiero que cuando todo el mundo te conozca, te describa de tal manera que la mera idea de una generalización sea absurda. Nadie es como tú asi que tu alter ego no puede ser el recuerdo de otras. Vas a ser sólo mío. Inventé a David porque poner tu nombre es injusto. Goliat no es tu Goliat. Él tiene nombre. No es tu enemigo. Él no se mide por loq ue tú eras o dejabas de ser, que se parezca a ti no significa que tengais que ser las dos caras de una misma moneda, una el bien, otra el mal. Goliat no es mi sujeto de inspiración como tú lo fuiste, y sólo le estoy convirtiendo en arte porque es una idea literaria. Nadie es como tú, ni siquiera una mejor persona.
Así que no tiene sentido. Seguiré escribiendo a David, porque te me estás olvidando cada vez más. Si ellas hubieran llegado un poco después, si hubieran pasado años en vez de meses y tú sólo fueras David, mi creación literaria según tus parámetros más generales, podría haberte generalizado y gritarle al mundo que todas hemos tenido un David, y que todas esperamos un Goliat. Pero no puedo hacer eso. No ahora. No cuando aún te sueño, no cuando aún deseo pasar por tu calle y que me sonrías desde la ventana. No cuando te sigo queriendo aunque ya no lo haga.
No cuando te has despedido sin decir adiós. 
(A lo mejor esta forma más sincera de hacerte mi religión, este fanatismo por recrearte de verdad, es lo que me está matando, y no el David literario que lucha contra Goliat de crisálida)