miércoles, 8 de febrero de 2017

13 de Febrero de hace dos años.

Hola David
He pensado mucho en ti, últimamente. No en la forma literaria que aquí compongo si no en lo mucho que te he conformado como religión y lo poco divino que eres en realidad. Me he convencido de que no te escribo a ti, al humano, si no a una proyección que he creado para sentirme un poco menos sola. Naciste de mi egoísmo, querido muso, naciste de la necesidad de contarte todo lo que ha pasado desde que ya no hablamos. No eres David. No hay ningún Goliat. No sois dos enemigos, porque si de verdad fueras David, si de verdad te importara lo suficiente como para considerar a un mejor hombre tu enemigo, ahora no te estaría escribiendo cartas, si no que te escribiría parráfos eternos llevándote la contraria, y tú me responderías por la noche, contándome sobre tu dolor de cabeza, sobre músicas que aún no has creado y palabras que aún no se han inventado. No eres David, porque tu nombre es otro. Y me he perdido entre cambio y cambio. Goliat se mantiene porque le veo cada vez más, pero tú te estás haciendo cada más etéreo, te pienso más que te recuerdo, y me está llenando el alma de dudas y olvidos. Voy a decir tu verdadero nombre. Por primera vez desde que te atraganto en mis emociones.
Hola Pablo. Tienes un nombre hermoso, que nadie te diga lo contrario. Un nombre extraordianrio, como el hombre que eres. Te has convertido por fin en arte. Ya sé que no te gusta que hable de ti, que te compare o que piense que te conozco, pero les he hablado de ti a Goliat y Eloísa y conformarte en una imágen, en una etiqueta, ha hecho que te limite en todas tus formas. Me he traicionado contando una parte de ti y no el conjunto. No saben nada acerca de ti, sólo mis recuerdos. Te voy a ceder una parte de la razón que antes te negaba. Las cosas nunca son blancas o negras. No eres malo, sólo eres el humano en todas sus formas, alguien que ha pasado por cosas que ni nosotros nos acercamos a pensar. Has madurado de diferente manera a la mía, lo acepto, por fin lo hago, pero eso no significa que no te falte madurar en otros aspectos, y que me pase lo mismo a mí. Ya sabes que siempre te dije que a tu lado crecía y rompía el barro de todas las macetas.
No sé qué tipo de carta es esta. Si sólo es una despedida más, la primera del cartas con las que te empiece a olvidar, o la primera en la que te dignifique sin hacerte divino. Tengo la necesidad de contarte qué ha pasado en todos estos meses pero ya se me ha olvidado hasta qué responderías. No sé qué duele más: el no sufrirte por tu ausencia o el irte olvidando poco a poco hasta reducirte al marco general. Estoy perdiendo la perspectiva de lo que fuimos, o de lo que eras cuando tú me respetabas lo suficiente. Quiero que me vuelvas a mirar a los ojos y saber qué es lo que estoy pensando, quiero conocer tu concepción amorosa, quiero devolverte a David para poder ser tu Goliat, como lo fui en un principio. Quiero sentarme a tomar café contigo. Mira qué cosa tan tonta ¿verdad? Eloísa me ha dado el verdadero significado de lo que significa tomarse un café. Significa un diálogo. Y tú siempre fuiste un monólogo. Por eso estas cartas ya no sirven. Porque son simples monólogos donde no puedes opinar. Sin emabrgo es justo que sea así ya que tú nunca me dejabas hablar. Me encantaba escucharte, es verdad, pero a veces sólo quería hablarte para tener tus ojos mirándome, sin pensar en nada más. Me gusta escuchar, escucharte, pero al fin y al cabo no dejaba de ser un papel secundario, alguien que piensa en silencio, alguien que no puede demostrar su valía intelectual. Ahora hablo un poquito más porque desde que te fuiste, he conocido el silencio de las conversaciones. Es ese momento en el que la otra persona para a respirar y bebe un trago de cerveza o de café y te mira con interés, cuando un susurro inaudible te anima a decir algo. Te obliga a salir de tu comodidad. Exprésate, Noelia, porque puedes tener opinión, puedes decir cosas poéticas y te van a sonreír y te van a dejar terminar y luego asentirán, pero sigue, no pierdas la línea, porque Goliat y Eloísa asienten y te dicen, "Jo, cómo piensas" ¿Cuándo me he sentido yo valorada por ti? Cuando te confiabas a mí. Pero yo nunca te di la oportunidad, o tú no me dejabas dártela, de confiarme a ti, de mirarte a los ojos cuando te conté todo a través de teclas, a través del arte que tengo de hacer literatura. Sólo me confié a ti dos veces. La primera aquélla tarde, de lo tarde que se nos hizo cuando debía ser por la mañana, en la que casi rompes a llorar al gritarte que yo jamás habría podido superar lo que tu superas cada día, que yo me e hubiera quedado en silencio en un rincón el resto de mi vida, pero tú sientes, y vives de la ira para vivir siendo el David que tienes dentro. No te llamé David, pero desde hacía tiempo ya te pensaba como un Dios. Me hice llamar Goliat, porque sólo yo pude hacerte llorar. Ahora sé que sobrevaloré aquella escena, que los dos fingimos sentir lo que debíamos, que no te hice llorar porque fuera yo tu Goliat, si no porque necesitabas que alguien aprobara tu madurez, tu ira al desconocido. Te perdono. Aún así. Cuando he conformado todo un arte desde aquel día, y ahora me doy cuenta de que no fue sincero, te perdono. Porque me sirve de literatura trágica, poque por un momento creí ser Rachel o Isolda, porque me convertiste en una protagonista literaria y pude sentir y ser lo que es vivir teatro. La segunda no la recuerdo. Sé que seguramente sería sincera contigo algún día más. Sé que algún día me dejaras hablar, o tal vez no fue un día concreto si no todas las pequeñas cosas de tu  persona, de lo que eras y admiraba que te dije cada día. En eso Goliat se parece a ti. Cada vez que le digo lo extraordianrio que puede ser, sin esas palabras, proque ésas son solo tuyas, ladea la cabeza y frunce el ceño, interesado.
Las amigas de Eloísa han leído mis cartas. Dicen que puede ser arte. Ya lo he logrado ¿verdad? Te prometí que te convertiría en arte. Y sin embargo no estoy segura. No es el arte que quiero. No quiero un David contra Goliat. Quiero que seas Pablo. Quiero que cuando todo el mundo te conozca, te describa de tal manera que la mera idea de una generalización sea absurda. Nadie es como tú asi que tu alter ego no puede ser el recuerdo de otras. Vas a ser sólo mío. Inventé a David porque poner tu nombre es injusto. Goliat no es tu Goliat. Él tiene nombre. No es tu enemigo. Él no se mide por loq ue tú eras o dejabas de ser, que se parezca a ti no significa que tengais que ser las dos caras de una misma moneda, una el bien, otra el mal. Goliat no es mi sujeto de inspiración como tú lo fuiste, y sólo le estoy convirtiendo en arte porque es una idea literaria. Nadie es como tú, ni siquiera una mejor persona.
Así que no tiene sentido. Seguiré escribiendo a David, porque te me estás olvidando cada vez más. Si ellas hubieran llegado un poco después, si hubieran pasado años en vez de meses y tú sólo fueras David, mi creación literaria según tus parámetros más generales, podría haberte generalizado y gritarle al mundo que todas hemos tenido un David, y que todas esperamos un Goliat. Pero no puedo hacer eso. No ahora. No cuando aún te sueño, no cuando aún deseo pasar por tu calle y que me sonrías desde la ventana. No cuando te sigo queriendo aunque ya no lo haga.
No cuando te has despedido sin decir adiós. 
(A lo mejor esta forma más sincera de hacerte mi religión, este fanatismo por recrearte de verdad, es lo que me está matando, y no el David literario que lucha contra Goliat de crisálida)

No hay comentarios:

Publicar un comentario