domingo, 29 de enero de 2017

12 de Enero de 1868.

David:
¡La de cosas que han pasado desde la última vez, cielo! Me gustaría contártelas, decirte que de aquí a un tiempo te has ido despidiendo de mí a través de todo lo que es y no es Goliat, contarte que ya no tienes un Goliat y que tú, al igual que él, sois una proyección. Pero no te lo voy a decir.
Quiero, cielo, sin embargo contarte todo lo que he leído desde que empecé a hacerlo, o desde  tu despedida sin adiós. Contarte que vivo en el hilo de tus ojos, como en la canción, y que cada vez se me están olvidando más. Sé que hay cosas que debo recordar, cosas tan adheridas a mi piel, que rebelarme contra ellas es arrancarte y arrancarnos la piel a tiras (y sería tu piel, porque soy tuya, toda tuya, a gemidos, a susurros, revoluciones enteras tuyas).
Quiero, porque puedo, escribirte que no hay mejor escena que la de La piedra lunar cuando Rachel y Franklin se mienten a voces, o mejor, se gritan te quiero una y mil veces, para después salir huyendo cada uno en una dirección. Añadir que el complejo dúo que formaron Dickens y Collins se te enreda en la cabeza hasta apenas diferenciar qué escena es de uno y qué amor es del otro. Que los dos escribieron El callejón sin salida pero los dos recordaban al pobre de Charles cuando le dice a su Lucy que ojalá no fuera Charles, ojalá no fuera un borracho, porque así sería merecedor de su amor. No son como Ángel González ¿sabes? Ángel está hecho de otra tinta, de esa que ha vivido la cárcel pero también un amor correspondido. Y no lo entiendo, de verdad, porque Charles tuvo diez hijos con su mujer y luego dejó de quererla. Así que, querido Dickens, vete de este círculo de lectores realistas porque tú fuiste el más hipócrita. Tu mujer es la señorita Havisham, lo sabes tú y lo sé yo, que mira que escribías muy bien, pero tenías que haberla dejado marchar, no ponerla de fondo en un decorado que no termina de encajar en un Tiempo Díficil que pareces entender y no haces. Luego está la obsesión de Ofelia. Tal vez es porque fueron románticos y eso significaba estar ciego, pero Ofelia nunca se suicida, si no que la matan. Ofelia no muere en ningún río, ni es modelo de Dante Gabriel, ni de Waterhouse, ni de Delacroix, Ofelia está en París, con Esmeralda, esperando a la injusticia, un papel secundario, una atención del director. ¿Me sigues, David? Te estoy explicando toda la literatura que soy, porque en eso te has convertido. No eres un rey, cielo, eres un invento, no eres David, eres la biblia, eres mi religión, te lo repito, todo junto, no eres ningún Dios, no eres David, no eres un Rey, no tienes ningún Goliat, pero eres mi religión. Y aquí te rezo y te adoro y comrpo ramos de margaritas por siete euros y las pongo en la tumba sin lápida que te he construido en mi costado derecho, lejos del corazón para que un hielo no conozca otro. No tienes Goliat, pero cada vez que alguien me cuenta su historia vuelves a encarnar la forma de David, y Goliat crece cual gigante. Aún estoy averiguando si yo soy la piedra o si Goliat soy yo o es sólo otro hombre extraordinario que no tenía que haber conocido. Voy a seguir hablando de literatura ya que es la única pedrada con la que te puedo derribar. Lo único que nunca te conté.
Carmen Laforet me ha enseñado que los vestidos amarillos, las mejores amigas y las tardes de playa, tienen más sentido que la melancolía de un palacete en Barcelona. Carmen tine más metáforas que las que alguna vez pueda llegar a entender. Conan Doyle conoció a la mujer equivocada y ya no se puedo divorciar de ella. Él siempre quiso ser historiador y algunos le compararon con Scott, pero nunca ganó un duro por las historias de batallas que escribió. Él era un hombre de lógica. Tú también. Os parecéis más de lo que crees. No vas a ser un gran historiador pero si encuentras a tu Sherlock vas a pasar a la historia. Bécquer escribe las mejores poesías. No espero que estés de acuerdo pero  leerle es pura poesía sobretodo con su leyenda de los ojos verdes. No me critiques que te oigo desde aquí. Los ojos verdes no fue una poesía. Por eso Bécquer es un poeta, porque hace una metáfora y la alarga y la alarga y se contiene para decir que siempre estuvo enamorado de una mujer que no quiso quererle. Los poetas se contienen y escriben en dos versos lo que los escritores narran en veinte páginas. Por eso él es poeta, aún cuando narra. Luego está esa loca de Pizarnik, que nadie quiere leer pero que todos repetimos, porque el amor es lo que tiene, que de todos menos libre porque nos encierra en una única inspiración: la del ser amado. Ya era hora de hablar de Martín Gaite ¿no? Ella se encierra en su propia literatura y escribe lo que le viene en gana, saltándose la regla de las tres acciones de Aristóteles. Es una cosa que definió Victor Hugo, así que tú hazme caso. Es como si yo ahora me pongo a contar que tengo unas ganas increíbles de pasarme la vida en la cocina con Goliat, y te cuento que quiero besarle el cuello y aprenderme de memoria todo lo que mi cuerpo quiere hacerle para hacermelo por las noches, a solas, cuando los dos batallais lejos. No tiene sentido pero yo tampoco lo tengo. Almudena Grandes será mi alma dentro de veinte años. Me presentaré a un concurso de literatura erótica y ganaré porque voy a contar lo que nadie más cuenta: los sueños de la masturbación femenina. Almudena tiene un vocabulario demasiado exquisito pero que sabe ser vulgar. Yo seré simplemente vulgar y que el vulgo me adore. De los americanos no quiero hablar mucho, solo de Truman Capote y que su expresión de los días rojos no la hubiera dicho si hubiera sido una mujer. Los días melancólicos para una mujer son de color amarillo. De los libros que me han dado miedo tengo que hablar de Joseph Delaney pero ya no puedo leerle porque perdí sus libros en una caminata a la montaña. De los libros que me han hecho llorar siempre pondré a Marina, y tal vez La reina de las nieves, pero aún no lo sé porque no puedo llegar a la última página, la arranqué aposta al recibir tu mensaje. Los libros que he leído un par de veces o más los tengo ya casi olvidados. Zafiro fue siempre el que más leí y el que me enseñó que todos tenemos una banda sonora cuando nos rompen el corazón. La suya fue Hallelujah. Te conté la historia de Gonzalo. Lo grises que son sus ojos. Lo esmeralda, que con el tiempo, se han vuelto. Ojalá le viera más a menudo. ¿Qué más? No sé qué literatura me falta. La erótica. La que le regalé a Jorge antes de que me follara, y la que regalé a Goliat sin saber lo que pasaría. No lo he vuelto a hacer. Escrbir, digo, aunque nos sirve para las dos cosas. No he vuelto a escribir literatura erótica porque renunció a perseguir a otro hombre que sueña con otra. O soy musa o no soy nada. Y ya he sido nada mucho tiempo, date por aludido, tú fuiste el más importante.
Quiero despedirme, diciendo, que este, cielo, es el peor y el mejor de los tiempos. Que te vaya bien con tu musa, gilipollas. Hasta siempre.

2 comentarios:

  1. Siempre has sido escritora, por encima de cualquier nada y antes que musa a ojos de aquellos con criterio inherente a esta sociedad.

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  2. Es precioso lo que has dicho. Gracias ¿Quién eres?

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