lunes, 16 de enero de 2017

El día después de San Esteban.

Ojalá esto fuera una despedida, David. Hace tiempo que no te escribo, desde hace un par de semanas, y vengo a recordarte, que, aunque libre, tengo un poco roto el corazón. Por no decir la confianza. No sé si ha sido volver a soñarte o que finalmente has derribado a Goliat de una pedrada pero las cosas han dado un giro interesante últimamente. ¿Quieres que te cuente? No, claro que no quieres, pero Goliat me ha dicho que las proyecciones no suelen tener esencia o algo así he querido entender yo, y como tú eres mi proyección te cuento lo que me viene en gana, y la gana hace que escuches aunque no puedas y no quieras. Estoy un poco floja en Historia. No me vengas con los bufidos y los toques condescendientes en el hombro, tú me inspirabas historia, tú me contabas historia y desde que te fuiste y no dijiste adiós todas las demás historias pierden interés a mis ojos. Yo quiero que me cuentes por audios eternos lo que es ser Alejandro Magno al mando de la caballeria en la batalla. Quiero que me hables de tu odio a la prehistoria, y de lo que piensas de Egipto, porque no sé qué es lo que piensas concretamente, o si te gustaría recorrer la orilla del Nilo. Seguro que sí, seguro que te quedarías apoyado en cualquier árbol, nunca sentado en el suelo,  sacarías esos horrorosos cuadernos tuyos donde guardabas tus historias y te inspirarías mirando la sombra de tu propia genialidad. Me quedaría en la otra orilla del río solo para poder ver toda la perspectiva de ti en el cuadro de formas egipcias-davidianas. Como te iba diciendo, no se me da muy bien la Historia. Me gustaría que me inspiraras un poco más, deja de escribir sobre el amor y las formas de dormir en pareja y habla más sobre las batallas que no se ganaron y las represiones que nunca acabaron. Tendrías que tener un poco más de verguenza, tú que tanto fardas de comprender las historia y las sociedades, y tan poquito me querías escucharme hablar sobre feminismo y marxismo. Tu Goliat ha esquivado la primera piedra, no sé si la más importante, pero es, desde luego, con la que más confianza ha cogido para creer en su victoria. Creo, sinceramente, que las piedras que le lanzas lleno de ira, rencor y maldad, son las que mejor esquiva porque él no es iracundo ni rencoros ni malo. No está lleno de la maldad que tú desprendías.
Bueno, ¿qué más? Ángel González me ha vuelto a hacer llorar. Es justo, en cierta manera, que me sacara lágrimas delante de toda la clase y que ésta vez me las secara en privado. Aún recuerdo la primera vez que leí un poema suyo. Te lo recité en voz alta y me ahogué en mi boca de la sonrisa tan ancha cuando leí:
[...] ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día [...]
Sí, me hizo llorar, las comisuras de mis ojos se volvieron agua y deslizaron nostalgia y la ausencia de tu correspondencia. ¡Anda que gracioso! No me correspondes en nada. Debí haberlo sabido antes. Nunca me contestas mis correspondencias, por lo que no me correspondes ni poética, ni amorosamente hablando. Pensé en la autencidad de mi amor al leer el poema. Lo leí de espaldas a ti y al girarme sólo quería tu mano en la mejilla secándome lo que ya no desecha, lo que ya no sale de mi cuerpo, porque ya mi cuerpo no es tuyo, ni de Goliat ni de nadie, vuelve a ser mío y ya no quiere llorarse mas. Pero siempre he querido decirte que mi forma de amar era ese poema o tal vez la conciencia de lo poco que éramos comparado con el poema. Siempre he querido decirte que mi mejor declaración fue "Así que sí, lo hago, quererte, digo" porque desde entonces he hecho tantas cosas que quererte es una de más, pero qué una.
Hoy me ha hablado la mitad de la otra y me ha confirmado todo lo que sé desde hace un tiempo. Que Goliat no es malo. Ni aún olvidando, perdiendo, y arrepintiendo llega a compararse con tu maldad. Es tan fresco, abrir una ventana a las seis de la mañana y ver el cielo rojo, respirar el olor de los pinos, cerrar los ojos, sonreír. Es tan libre. Es tan reparador. Como si hurgaran dentro de mí con un atornillador y pusieran a punto los tornillos que están salidos. Es todas esta cosa abstracta que que dice Martín Gaite en Las reinas de las nieves. Es dejarse caer de espaldas. Es un gigante que no muere porque no quiere, porque le alimento en la cueva, porque le ato los pies con cadenas. Es bueno. Y sin embargo, querido David, hay una piedra que consigue cegarle a él y rebotarte y es la del olvido. Me habeís convertido en la espectadora de la batalla, me toca miraros luchar, me tocar ser de segunda. Ya no seré más el árbitro. Aquí no hay un basta que me estás asfixiando, ni para de llorar que me estás quitando la piel a cachos, ni tus uñas en mi espalda haciéndome sangrar. Soy nadie. Soy nada. Soy un abuso. Ninguno me hacéis caso. No existo, no vivo, no libro.
Literatura se me ha dado mejor. Tengo buena nota, más que buena. ¿Qué más?  Me he comprado mucha ropa interior pensando que voy a usarla, y es mentira porque desde aquella lectura erótica en tu casa son pocas las veces que llevo ropa interior. He ido a esta tienda de segunda mano de libros, en la plaza del Dos de Mayo, y me compré de golpe cinco libros. He leído un libro sobre mujeres en la guerra. He soñado contigo, que te llevaba a casa y te cuidaba que te daba un masaje y aún así querías conducir y controlarme y no podías, por fin, por primera vez no podías parar porque te cabalgaba tan duro que estabas en la maldita gloria. He querido, por vez número mil uno, volver a la calle del calor que es tu casa y sentarme a espiarte por la ventana.
No sé qué más, cariño. Hoy le he contado a alguien en voz alta que tuve una experiencia traumática en el sexo, qué eufemismo, y me he acordado de tu mirada dorada. Te he proyectado siendo bueno, y estabas ahí, sonriéndome, como el fantasma de Obi-Wan, apoyándome. Se ha sentido bien decírselo a alguien con la que no soy confidente. Se ha sentido bien contar la historia de Goliat ya que él no la recuerda. A veces quiero ser sincera con él. Entonces me acuerdo de que la sinceridad nos ha matado y quiero que Goliat nos viva más. Le he contado lo que significa para mí. Es una pena. Pero el olvido es lo que más pedía hace años y lo que más recibo y menos quiero ahora.
Hoy dicen que es el día más triste del año. Yo me quedo con Ángel Gonzáez, que ni triste ni alegre, sólo Dios.
(Escucho tu silencio.
                    Oigo
constelaciones: existes.
                        Creo en ti.
                                    Eres.
                                          Me basta).

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