miércoles, 8 de junio de 2016

La historia de lo nuestro.

-Que te digo que no, oye, escúchame te digo yo que no.
-Pero bueno ¿Y a ti qué te pasa?
-Que nada, ¿no ves? Te digo que nada, no estoy diciendo nada.
Yo creo que se piensa que estoy loca. Bueno, y tampoco andaría muy desencaminado. Todos estamos un poco locos, poquito, porque tenemos muchos pájaros en la cabeza, muchos muchísimo, tantos que a aveces parece que se tienden sobre la línea telefónica, de norte a sur del cerebro ocupando todas esas cosas que deberían importar. Y así cualquiera oye lo que tiene que oír. David tiene bien amaestrados a los pájaros de su cabeza y por eso no me escucha cuando le grito en silencio que no quiero nada, que no me pasa nada, que no quiero que me toque, que no quiero abrazarle. Por eso se piensa que estoy loca: porque no me entiende. Y yo como le entiendo muy bien, me da pena, me produce empatía el pensar en su desdicha.
-¿Y ahora por qué te quedas en silencio? ¿No habíamos quedado para hablar?
-¿Ah sí?
-Mira, me estás cansando, ¿Qué es eso tan importante que querías decirme?
Pienso. Los pájaros bloquean la línea del teléfono con sus patitas, pero aún así distingo claramente la voz de esa yo que antes tenía ganas de hablar con David. Debí haber querido mucho hacer eso, hablar, porque los días de pájaros locos no suelo encontrar nada rápidamente.
-Que quería decirte que adiós. Que nunca llegamos a despedirnos aquel día, que te fuiste muy rápido, con lo lento que has sido siempre.
-Yo no soy lento, la lenta eres tú.
-Anda, porfa, no me interrumpas. Te digo que eres lento porque siempre tardaste mucho en desaparecer de mi mente cada vez que nos despedíamos. Así fue como supe que estaba enamorada de ti, porque retrasabas el olvido, te me quedabas pensando horas y horas en la línea telefónica y confundías a los pájaros, les decías que fueran en una dirección luego en otra y bueno.
-¿Qué línea telefónica, qué pájaros qué dices¨?
-Metáforas, David. Eso que me decías que tenía que desaparecer. Mi idealismo y yo siempre hemos sido una misma cosa y me da igual que la gente se ría de la idea del destino. Yo soy muy feliz así.
-¿Para eso querías verme otra vez? ¿Para despedirte?
-Bueno sí. Oye no me mires. Te digo que no me pasa nada que sólo quería decirte adiós. Ojalá me fuese lejos, muy lejos, porque así esta despedida tendría más sentido para ti. Pero para mí tiene mucho sentido. No nos vamos a volver a ver, ¿Es que acaso eso no remueve tu conciencia? ¿No querrías decirme algo por última vez?
-Bueno, pues yo qué sé, sí supongo que podré decirte algo. ¿Ahora?
-Hombre no, si quieres me lo dices dentro de cinco años.
-¿Era ironía?
-Pues en mi mente sí que lo parecía pero dicho en voz alta la verdad es que queda muy bien. Dentro de cinco años me dirás tu despedida?
-Ay, pequeña dentro de cinco años las cosas habrán cambiado mucho. Yo habré terminado la carrera y estaré estudiando para las oposiciones.
-¿Y yo, qué estaré haciendo yo?
-Pues también habrás acabado la carrera, y pensarás en quedarte embarazada, o buscar un piso lejos de Madrid ¿verdad?
No le dije que en mi cabeza, en ese sitio manchado de tinta y metas irrealizables, él y yo en cinco años tendríamos una historia en común. Que él sería escritor y yo editora, que yo buscaría su sombra y él me ofrecería el regalo de los nueve meses. No, no se lo dije, no lo hice porque los pájaros de mi cabeza piensan mejor en silencio, y que me resulta muy difícil hablar en voz alta. Qué pena; una escritora con un problema de expresión oral.  Así que le miré. A esos ojos que cada vez se me antojan más dos botones suicidas.
-Bueno.-Dijo, levantándose del banco.
-Tienes que irte.-Dije.
-He quedado con Clara, no sé si te lo he dicho.
No, no lo había hecho, pero ahora sí. Tan típico de él.
-Entonces te vas.
-Eso parece.
-Bueno, pues adiós. Suerte en la vida. Y gracias por quedar este ratito conmigo, de verdad que necesitaba decirte estas cosas.
-Muy bien.-Se coloca la chaqueta.-Suerte a ti también.
Le vi alejarse camino abajo. Perderse en la calle del calor. Me abandonó a mi suerte, con los pensamientos saliendo uno detrás de otro tras de él. Me quedé como una estatua con el deseo de ser la de Psique, y esperando un beso que no llegaría jamás. Dónde se quedó la ternura.
Me hubiera gustado decirle que me regaló lo mejor que me podía haber dado: el realismo de una historia verdadera, la de un corazón no correspondido y una madre que sí quiso a su hija. Qué regalo, ay, imaginación y realismo, eso eres, así te recuerdo, David, y así te recordaré cuando publique la historia de nuestra historia.