domingo, 4 de junio de 2017

Infierno dantesco.

Hola Goliat:
No sé muy bien porqué te escribo. Ya no. No cuando la vida parece que me ha dado una tregua, cuando el destino me ha dado una palmadita en la espalda, y ale, apañátelas, nunca será tuyo, pero por una noche lo fue, recuérdala. Sí, eso he venido a contar. De aquí a un tiempo se me ha formado la idea en la cabeza de que tú y yo somos Dante y Beatriz. No porque compartamos la literatura, la ausencia de inspiración, o la falta de poética, si no porque tanto ellos como nosotros somos resultado de un encuentro casual, de un día, una noche, en un locus amoenus. Y si quieres pruebas, porque te oigo desde aquí, me pides pruebas, bien te las doy, mi prueba es la casualidad primera de Barcelona. La despedida de un David que no dejó hueco en cabeza por su pedrada, la liberación, y entonces aquélla última vez que le vi, en el exámen de latín, y salí disparada hacia la nada, hacia la calle, hacia una universidad que pensaba iba a ser la mía. Pues eso, Barcelona, en el castillo, gracias a la historia de Lluis Company, y salí a la luz sabiendo mi destino. Ah, yo no puedo ignorar este gusanillo, este anhelo de conocer la historia, ahora tal vez el destino me quiera decir que aquella decisión fue un error, pero donde elegí mal, donde elegí por David tendría que encontrarme a su Goliat. Debí haberlo sabido antes. Sí, debí haber antes que esta culpa, este anhelo, ausencia de tu presencia, me iba a traer una figura más grande, un gigante. Esta es mi primera prueba. Que, en cierto sentido, si David me llevó aquí, si el profesor de historia, si las ambiciones históricas de David no hubieran existido, tú y yo, Goliat, no hubiéramos sido Goliat y Medea. Mi segunda prueba, para confirmar que tú y yo somos los modernos Beatriz y Dante es que el destino también nos ha unido por las letras. El destino me dijo que nunca podría conocer a otra persona como David, y de repente aquí estás, como si fueras su opuesto pero siguiendo su línea. No hay dos perosnas más distintas en toda la faz de la tierra. Y sin embargo uno me recuerda al otro, porque las carencias de uno se presentan en el otro, y los éxitos del otro no se presentan en el uno. El destino me dice nunca nadie será como David, pero que tuve que valorarlo tal y como era y no aspirar a que fuera mejor, porque ¡mira! ya tienes a su Goliat y no te has enamorado de él. Lo que me unió a David, literalmente hablando, fue el deseo oculto de ser su editora, su confidente, su caja de secretos, y creí que había tocado aquella ansía con la punta de los dedos (porque recuerda David, que yo fui la primera chica a la que hablaste de tus libros). Me creí satisfecha al escribir "La belleza de los ojos castaños" pero, ay, que sinsentido fue aquel deseo. No, David, no valoraste mi opinión, fue un descuido tu revelación. Goliat, sin embargo, Goliat tiene un deje literato que llama al mío, como un lobo a la luna, y no soy la única que lo vio. A veces, cuando intento recordar cuándo empezó todo, recuerdo su mirada en el bar, mirándome como un pintor a su musa. Ha sido la única vez que me he sentido así en toda mi vida. Su mirada escurridiza pero atenta, me veías, me sabías, me admirabas, te sorprendí. Esta es mi segunda prueba. Resúmela tú. Mi tercera prueba es que al igual que Dante y Beatriz, somos cosa de un instante. Yo elaboré una poesía entera a partir de esa noche, para contarle a alguien este deseo insatisfecho, esta  satisfacción, este cosa extraña y ridícula que me reduce a una exigencia, a un calor en el vientre, a un dolor en el pecho. Tenía que contarle a alguien que me encontraba más quemada que nunca, y no en un sentido rabioso, histérica, de color rojo, no, sino en ese estado de cenizas, estado ceniciento, que apenas se saborea, que apenas siente sus miembros. Somos cosa de una noche. Somos el reducto de las mejores cosas que pueden pasar y todas las peores que jamás se han pensado. Fui otra traición, ay, pero qué traición tan placentera. Beatriz nunca le preguntó a Dante si ella era Beatriz. Beatriz nunca supo que ella no era mujer en si misma, si no que era un reducto de ideas, de una Bea y una directriz, y que juntas no conformaron a Goliat si no que conformaron a David y Goliat. Voy saltando a trompicones.
Solo quiero decirte que quiero guardarme el último beso, para dártelo cuando me exijas decirte cuánta curiosidad siento.
(Pero este beso no existe, Peter Pan nunca quiso a Wendy por los besos que le dio, Peter Pan amó más a sus recuerdos)

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