lunes, 11 de septiembre de 2017

Volver, segunda conjugación.

Hola Malvina:
He vuelto a ser poesía. Entiéndase ser poesía como la forma que adopta el sujeto cuando no sabe ser realidad y recurre a la metáfora, cuando soltar una frase descriptiva deja mucho de una misma y decide embellecer aquello que aún no tiene ni nombre. He vuelto a caminar por las vías del tren de puntillas, descalza, fingiendo que la caída no supone un fracaso sino la recuperación de la gravedad. He vuelto a decirle a David que de nuevo me acuerdo de él, al acariciar el miedo que un día vi en sus ojos, en el reflejo de los míos. He vuelto a estar sola y a esperar que la ambición deje de luchar y se canse, que se agote, que lentamente se resigne: no sirve de nada desear, niña, si todo lo que deseas bien de sobra  sabes que es imposible. He vuelto a tener miedo de lo que un día desdeñé: al vacío del cuerpo físico, qué memoria ni que nada, yo quiero verte, mirarte, tenerte, recordarte no te vive,  que no te resucito solo te atraganto. He vuelto a juntar las esquinas de la manta que arropa mis pies, me digo que septiembre  siempre fue injusto pero qué mentira tan grande, septiembre no fue injusto, me fue desleal, sólo a mí. He vuelto a acortar las frases y repetirlas hasta que la anáfora se haga tan aburrida que ya no me quede nada que decir salvo un: otra carta más para esta mujer de mi vida.

He vuelto a ser la que era, cómoda en mi piel, cómoda en la vida, cómoda en la muerte. He vuelto a vivir lo que no significa vivir y a experimentar el primer puñado de arena que cae en el baúl de los recuerdos. He vuelto a estar triste a solas y ser irónica en público.  He vuelto a lo que no era pero deseaba y soltar verdades aún y cuando me callo las que menos deseo saber y más daño me hacen. He vuelto, porque uno siempre puede volver, aunque sea cerrando los ojos y echando a volar la imaginación. He vuelto como quien vuelve al lugar de los hechos, cerrando heridas, acariciando piedra. He vuelto, cariño.

Tengo esta imagen grabada en la mente: la de un abrazo frente a una losa de cuatro nombres y un hueco de cinco ataúdes. La de un niño llorando con la mano pegada a la frente, y la mirada al suelo, borrosa, húmeda, pasada por agua. Y una mujer, con gafas de sol, llorando porque otro llora, abrazando con tanta fuerza que una no sabe qué tristeza es más grande, la del amado, la del amante, la del que es consolado o la que consuela, pero sobretodo, la del que permite ser consolado o la del que grita de dicha por ese permiso.
Hoy, Malvina, sé cómo te bajaron con cuerdas tu ataúd, el sonido de la tierra cuando golpea la madera, y el intento vano de fingir que ahí abajo no hay un cuerpo, porque ya jamás volverás a vivirle.

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