miércoles, 27 de julio de 2016

Los años del sexo II.

-Estaba pensando...
Le miré de reojo, esperando que me preguntara por lo que había pensado. Él estaba entretenido con un cubo rubik, y movía sin parar la fila roja que no coincidía con la de los verdes. De vez en cuando murmuraba y maldecía.
-Dime, qué pensabas.
Y yo pensé en sus otros millones de dimes que me había dicho desde que nos conocimos. Dime, cómo te llamas, dime, de dónde eres, dime, dime, ¿vas a besarme o te duele la boca de tanto sonreírme? dime, cariño, te digo que me cuentes qué te pasa porque no quiero estar peleado contigo, dime, cielo ¿te gusta lo que te hago? Acentuaba su voz de una manera diferente cada vez que decía su "dime" como si contarle a él, sólo a él, lo que querías, supusiera un milagro en sí mismo. Te exigía con la voz. Cuéntame tus más oscuros secretos, lo que deseas, lo que quieres, lo que pides de mí.
-Pensaba en que hace mucho tiempo que no me hablas de tus historias. Las echo de menos.
Él suspiró y levantó la vista para fijarla en la pared. Cerró los ojos. Los volvió a abrir pero no para mirarme.
-Se me están olvidando.
-Imposible ¿Es por mí, ya no te gusta contarme historias?
Por fin me miró. Hoy tenía los ojos muy verdes, de ese verde que casi se parece al gris, con pequeñas motas marrones cerca de su pupila.
-¿Qué? No.
Esperé una explicación. Que suspirara y se echará a hablar sobre cosas que tenía en su cabeza. Siempre en orden, enunciando lentamente las palabras, con suavidad, como si las estuviera pidiendo permiso y perdón por deletrear aquellos pensamientos que no pueden describirse con palabras. A veces me sentía culpable, por obligarle a que me dijera, a mí, en voz alta, aquello que su ático no quería desenterrar. Pero nunca me miró con frustación cuando le decía que no entendía las cosas de su cabeza. Él me sonreía y asentía. "Es muy difícil, y hoy no tengo la boca como para saber ordenarla"
Pero aquella explicación no llegó. Estaba en el mas absoluto de los silencios. Me impacienté.
-¿Estás bien?
Él me miró. Mirada profunda. Estoy atrapada. Soy un mosquito en una tela de araña, me envuelve con su seda, me exige, juega conmigo. Mira ¿ves lo que voy a hacer contigo? ¿Me vas a comer? decía el mosquito y la araña negaba y negaba. ¿Y qué quieres de mí?  ¿Qué quieres que haga contigo? Aquello me subía la libido muchísimo. Ansiaba aferrarme a sus ojos, a esos ojos que con el tiempo habían perdido el pánico a ser observados por los míos, aquellos ojos, bonitos, grandes, brillantes, como dos piedras en la orilla del río, dos botones con cuatro ojales, que pedían atención y cuidado. Me subía la libido. Me está subiendo. Es como cuando te montas a la montaña rusa y subes para luego caer, oyes el traqueteo de las cadenas, y no haces más que esperar y esperar y ponerte tremendamente excitada y nerviosa. Antes, cuando él no había estado dentro de mí, cuando ninguno de los dos sabíamos cómo gemía el otro, aquella mirada me ruborizaba, me teñía las mejillas de rojo rubí y él desviaba la mirada porque sabía lo que estaba pensando. Sonreía de medio lado, triunfante. Y yo boqueaba como un pez fuera del agua sin entender porqué él, porque no ninguno otro, porque él que sólo me follaba de vez en cuando y no todos los días como yo quería. Él no necesitaba tanto el sexo como yo.  Por eso sabía que cada vez que me miraba así, como una araña a su mosquito, me iba a follar. Pero yo ahora no quería. Yo quería hacerme responsable de que hubiera olvidado sus historias. Yo quería sentarme a hablar, con nuestras manos entrelazadas y pasar la tarde intentando que su lengua se ordenara lo suficiente como para sacar una bella historia, una anécdota, o al menos un recuerdo, aunque fuera insulso y poco especial.
-Yo...-Empecé a decir.
Él se abalanzó sobre mí. No lo hizo con suavidad. No pedía permiso, exigía. Y normalmente aquello me hubiera gustado y hubiera dejado que me tirara a la cama de cualquier manera y empezara a llenarme de chupetones el cuerpo. Pero hoy no. Le puse las manos en el pecho y le empujé con suavidad.
-¿Qué? ¿Te he hecho daño?-Seguía con la misma mirada arácnida.
-Quiero que me cuentes una historia.
Él suspiró y escondió la cara en el hueco de mi cuello. Le puse una mano en su garganta y encontré su pulso. Tenía el corazón accelerado. Yo también.
-Necesito dejar de pensar.
-Ya hablamos de esto. Cuando follamos no dejamos de pensar, sólo pensamos en lo que estamos haciendo. No me folles para no pensar porque no voy a quedar satisfecha.
Él sonrió de medio lado.
-¿Estás hoy con la lengua muy ordenada, no?
Me reí. No por su comentario sino por su sonrisa ladeada y macarra. Gracias a su madre, gracias a su padre, y gracias a toda la maldita cosa genética por darle esta sonrisa que me pone tanto.
-Para de sonreír así.  Inútil.
-¿Inútil? ¿Y qué más?
Clavó las dos rodillas a la cama, encerrándome entre sus piernas. Luego se sacó la camiseta.
-Espera. De la otra forma.
Él sonrió más fuerte. Se volvió a poner la camiseta. Y luego se llevó la mano a la nuca y tiró de la camiseta. Ah. Ah, Dios. Me encanta cuando se quita así la ropa.
-¿Contenta?
-Mmm no del todo.-Murmuré.
Creo que no me oyó. O si lo hizo decidió que ya era hora de reparar aquello.  Se quitó los pantalones. Yo estaba tendida en la cama, demasiado excitada como para hacer algo. Cerré los ojos, escuchando los coches pasar por la carretera y el ruido de la hebilla del cinturón al caer al suelo. Escuché a los dedos de mis pies, dormidos, tirantes, estrujados contra la cama. Esuché las cosquillas de la punta de los dedos de mis dos manos. Mis uñas, que querían arañar, mi palma que quería acariciar y notar la consistencia de otro cuerpo sobre el mío. Mi muñeca que quería ser cogida por su mano y apretada por encima de mi cabeza mientras él entraba una y otra vez. Escuché a mi vientre vacío, como una casacara de nuez, como si alguien hubiera perdido el cascanueces y no lo encontrara por ningun lado. Necesitaba abrir las piernas y encontrar alivio. Pero me encerraba entre las suyas.
-¿Quieres abrir las piernas?-Murmuró.
-Joder.-Grité.
¿Qué coño se había echado en el café? ¿Polvos de "Cómo excitar" o tal vez unas cucharaditas de "Hoy voy a ser el dios del sexo"? Me levantó de la cama, posando su mano en mi cadera, como si fuera un bebe. Me encerró aún más fuerte entre sus piernas para que no volviera a tumbarme y me quitó la camiseta. Va muy lento, va muy lento. Me desabroché el sujetador cuando vi que él no tenía intención de hacerlo.
-Venga.-Murmuré.
Él me besó. No solíamos besarnos en estas situaciones. Pero lo hizo lentamente. Mordiendo el labio. Lamiendo la lengua. Hacía que dejara de pensar. Que sólo pensara en lo bueno que era besando, en que esa maldita lengua, bendita lengua, sigue, ah, podía hacer tantas cosas, podría hacerle tantas cosas si sólo, por Dios, ¡Deja de hacer esto tan bien! Quiero que estés más cerca, acércate, búscame, no tengo suficiente de ti. Puso sus manos sobre mis pechos con delicadeza. Fue aquella falta de rudeza, el contraste entre el salvajismo de su boca y el encierro de sus piernas, contra la suavidad de su tacto en mi piel lo que me hizo arquear la espalda. Si su boca no estuviera en la mía gritaría, gemiría, le diría que por favor siguiera, por lo que más quieras, tócame más abajo.
-¿Estás húmeda?
Me estaba matando. Me desabroché el pantalón y metí la mano dentro de mis bragas. Buceé hasta que introduje dos dedos en mi cavidad. Los saqué. Dejé de besarle. Arrastré los dedos por su pecho desnudo. Tenía las pupilas tan dilatadas que apenas veía su verdadero color. Se mordía el labio.
-Chupa.-Susurré cuando mis dedos llegaron a su labios.
Él se metio los dedos en la boca. Los lamio con la lengua. Quería que me dijera cosas muy sucias. Que me las susurrara al oído mientras enterraba sus dedos en mi coño. Que los moviera en círculos mientras me decía que
-Eres sucia, jesús.-Murmuró.
Estuve a punto de correrme. Jamás había estado tan excitada. No sé qué coño me pasaba. Creo que era el ambiente que habíamos creado, el hecho de que respiraba su cuerpo por los cuatro costados, que apenas podía moverme si él no quería, que estaba a su merced, que por fin había tomado el mando, que ya no era más la que siempre empezaba el sexo sino que por primera vez me buscaba, se desahogaba. Enterré las manos en su pelo, tiré de él. Él cerró los ojos. Le miré con tanto cariño, tanta ternura, que abrió los ojos sintiendo la quemazón. Desvió la mirada, ruborizado. Venga, muchacho ¿qué vas a hacer ahora conmigo?
-Entonces...-Dijo.
¡Ni se te ocurra! Ya sabía lo que era aquello. Y cómo le dejara continuar me iba a ir a casa cachonda, sola. Le quité el pantalón a toda prisa. Le pellizqué en las piernas para que me dejara moverlas. Aproveché que estaba murmurando en voz baja en mi escote, distraído, para coger su mano derecha y posarla en coño. La moví en círculos.
-Cariño.-Él oyó la demanda en mi voz.
-¿Qué?
Enterró tres dedos. Gemí. Los dejó quietos. Moví las caderas, invitándole a que los moviera.
-Sí, estás húmeda, muy bien, ya lo había comprobado.
Tenía la mirada perdida. Se aclaró la voz.
-Quiero que consigas que mi cóño se moje más.-Hice lo que pude por llamar su atención.-Cariño, ¿por favor? ¿Qué vas a hacerme ahora?
Él carraspeó y movió tímidamente los dedos dentro de mí. Arqué la espalda y cerré los ojos.
-Haz eso que me gusta tanto.-Jadeé.
Sacó los dedos y los tumbó encima de mi clitoris. Lo pellizcó y luego, con lentitud, movió mis labios.
-Ah, sí.
Parecía más centrado. Sentí que toda mi sangre se concentraba en mi vientre. Lo sientí pesado. Mis piernas se adormecieron y cayeron de cualquier manera en la cama. Con la otra mano él amasó mi trasero. Suspiré.
-Entonces recuerdo esa vez que...
-¡Cariño!-Grité. Estaba a punto de correrme. Y no porque él estuviera poniendo mucho empeño sino porque la urgencia de correrme era tan o más excitante que sus dedos masajeando mi clitorís. Si no lograba correrme antes de que se soltara a hablar ya no me correría en semanas. Y necesitaba desesperadamente aquello. Sí, sobretodo desde hacía dos noches, cuando me llamó por teléfono a las tres de la mañana y me dijo, entre cortos jadeos: "Dime las cosas más guarras que se te pasen por la cabeza. Yo, ah, sí, me estoy masturbando y, santa mierda  desde que hablas y me exiges mientras follamos no puedo correrme sin oír tu voz. Por favor, joder." Y yo le dije muchas cosas. Cosas de las que ahora me averguenzo pero que él se las tomó a risa el día siguiente diciendo, literalmente, que había sido "la mejor corrida en semanas" No le dije que yo me estaba tocando aquella noche también, y que acababa de leer a Maya Banks, una escena de un trío y sólo podía pensar en sentir dos pollas al mismo tiempo. Se lo dije. Y él me dijo que  su amigo Miguel se moría por comerme, y por abrirme mientras él me follaba a cuatro. Aquella noche no pude dormir. No conseguí correrme porque quería sus dedos, quería su olor, su cuerpo, sus dientes y su lengua. Así que estaba totalmente desesperada por correrme. Estaba a punto de suplicarle, para que por favor se centrara de una puñetera vez.
-¿Así?
-Ah, sí.-Jadeé.
De repente retiró los dedos y me dejó gimoteando. Me bajó los pantalones y las bragas con una rápidez increíble. Luego se puso de rodillas y me cogió de las piernas. Colocó mis muslos en sus hombros y entrelazó mis piernas en su cabeza. A duras penas mi cabeza tocaba la cama. Pero no me quejé. Encontraba especialmente placentero que me manejara y me colocara a su antojo, aún más si me iba a chupar. Cerré los ojos antes de que pusiera su lengua en mi clitoris. Cuando lo hizo pegué un grito.
-Si vas a gritar paro.-Dijo.
-No, no por favor...
-Está mi hermano en casa.
A mí el hecho de que alguien pudiera oír lo bien que mi novio me comía el coño me lubricaba mogollón. Con la idea de que alguien pudiera vernos, y oírnos, estuve a punto de correrme.
-¡Para! No, no aún, tú metete...
-¿Qué, qué quieres?
-Yo...
Se quitó mis piernas de los hombros. Se levantó de la cama, y se puso un pantalón a toda prisa. Me miró una última vez y luego se dirigió a la puerta.
-No te toques, que te conozco.-Dijo, antes de irse.
Yo di un puñetazo a la cama de la frustación. Entonces oí que llamaba a su hermano.
-Oye César ¿por qué no te vas a dar una vuelta?
-No me apetece.-Respondió.
-César, por favor.
César debió de notar el tono de súplica de su hermano porque le oí gritar un "Asqueroso, en serio" antes de cerrar la puerta principal. Luego volvió a la habitación. Abrió la ventana, sin ni siquiera dirigirme la mirada. Luego arrastró una silla hasta los pies de la cama, y se sentó con las piernas muy separadas.
-Abre las piernas.-Dijo.
No sabía a que estaba jugando. No sabía de dónde había sacado toda esta faceta tan sexual.
-¿Crees que eres la única que sabe cómo enloquecer al otro durante al sexo?-Sonrió, lascivo.-En comparación conmigo eres casi una virgen.
Le miré con las cejas alzada. Mi gesto no admitía réplica.
-En voz alta queda muy arrogante. Lo siento. Hoy no tengo la lengua ordenada así que, por favor.
Abrí las piernas. Él tiró de mis pies y me acercó más a los pies de la cama. Luego me volvió a soltar.
-Más.
Había algo tremendamente excitante en que me exigiera que hiciera las cosas por mí misma. Sí, en vez de abrirme las piernas, cosa que podía hacer perfectamente, me pedía que lo hiciera. Aquello me hacía tan consciente de lo que estaba haciendo.
-Estás chorreando. Voy a tener que cambiar las sábanas.
-Tú lo has hecho. Es tu culpa.
Él asintió, con la sombra de una pequeña sonrisa.
-Habla.-Me dijo.
-¿Sobre qué?
-Ya sabes. Siempre estás hablando cuando follamos.
Puse los ojos en blanco.
-Ya bueno, pero necesito inspiración sabes. No suelto cualquier burrada tan tranquila como estoy ahora.
Él se quedó pensando un momento. Podía ver la vena de su cuello moverse, latir, en ritmos constantes. Bajé la mirada por su pecho, perdiéndome en el pirsin en el pezón que tenía. Siempre me pregunté cómo era posible que un chico cómo él hiciera cosas como esas. Bueno, la verdad es que jamás pensé que pudiera a darse aquella escena: la de él observando mi coño, sentado en una silla. De repente se levantó de la silla, puso las manos en mis muslos para mantener mis piernas abiertas y acercó su rostro a mi coño.
-¿Qué querías antes?
-¿Cómo?
-Sí, cuando te he lamido y estabas a punto de correrte, has dicho que parase.
-Quería retrasar el orgasmo para que fuera cien veces mejor.
-Muy bien, ¿qué más?
Podía sentir su aliento cada vez que hablaba. Si sólo se pudiera acercar un poco, un poquito más cerca.
-Quería sentirte cuando me corriese.
-¿Sentirme? Llama a las cosas por su nombre. ¿Qué querías sentir?
-Tu polla.
-Frases hechas, bonita.
-Quería sentir tu polla en mí cuando me corriese.
-Dentro de ti. Por detrás ¿verdad? es como más te gusta porque entra hasta el fondo ¿no?
Me latía el vientre. No podía más.
-Lame, por favor, sólo un poco.-Murmuré.
Él se rió. Pude sentir su risa vibrando en los labios de mi coño. Quería pegarle. Dios, quería enterrar las manos en su pelo, apresar su cabeza entre mis piernas y follarle la cara mil veces. Creo que él intuyó lo que quería hacer porque arrastró las manos desde mis muslos hasta la parte anterior de las rodillas y me separó las piernas con fuerza.
-No te vas a correr hasta que tenga mi polla en tu coño.
-Vete a la mierda.-Susurré.
-Habla.
-Quiero tocarte.-Jadeé.
Vi cómo se bajaa la bragueta del pantalón y se sacaba el miembro. Empezó a tocarse delante mía, con pasadas lentas y suaves. Ah, joder.
-¿Ves? Ya lo hago yo por ti. Esta es tu mano. Estamos en casa de Nina y Miguel. Ellos charlan en su habitación mientras tú y yo estamos en la terraza. Llevas cachonda todo el día porque te he dicho que quería follarte en la ducha. No lo aguantas más y me suplicas que, por favor te folle, que te da igual que mi mejor amigo esté en casa, que necesitas correrte muy fuerte.
No sé qué está haciendo. Pero el simple movimiento de sus labios, cerca de mi coño, contándome lo burra que puedo llegar a ser me traslada a un lugar en el que nunca he estado. Es parecido a esas veces que me emborracho, pero no lo suficiente, y aún así soy capaz de hablar sin verguenza, de bailar encima de la barra, y de chuparsela a un desconocido en el baño de tíos. Estoy en ese paraíso y aquñi no existe la tímidez, ni la verguenza, sólo quiero demostrar que soy mucho más sucia que él. Entré en su juego, ya sé que su provocación tenía ese fin pero ahora me da igual que todo sea una incitación, ahora me lo tomo en serio. Si piensa de mí que soy apenas una virgen se va a enterar.
-Cariño.-Le digo, apoyando los codos en la cama y mirándole. Él levanta la mirada.
-Me estaba tocando el otro día, cuando me llamaste.-Le digo.
Él no reacciona. Asiente. Si él quiere jugar con fantasías yo le voy a dar hechos.
-Estaba con las piernas abiertas, gimiendo, y tú me interrumpiste. Soñaba con...
Él me da un beso en el muslo. Suspiro.
-Vamos, ganátelo.
Me guiña un ojo. Ah, joder. Me revuelvo en la cama. Él me atrapa.
-Soñaba contigo y con Miguel.
-¿Él te estaba ofreciendo para mí?
Da otro beso en el muslo, ahora más cerca de mi coño.
-No. Tú estabas sentado en la cama y me sentabas en tu regazo, de espaldas a ti, me abrías las piernas y ¡Ah!
Él había puesto los dientes encima de mi clitoris, sólo presionando, posando, sin hacer nada.
-¿Y qué hacía, bonita? ¿Miguel te miraba bien? ¿Estaba excitado?
-No sé.
-¿Cómo que no sabes?
Él retiró  sus dientes.
-¡No! Vale, vale, luego tú me llamaste y entonces sólo podía pensar en estar aquí, chupándotela, duro, hasta bien dentro de mi garganta y
-¡Para!
Él jadeó y apoyó la cabeza en mi estómago. Tenía los músculos de los brazos tensos y los ojos cerrados. Había una mueca de dolor, perceptible sólo en su mandíbula.
-Voy a hacer un agujero en la cama, bonita.
Yo me reí. Él levanto la cabeza y me miró de vuelta. Tenía tanta paz en esos ojos.
-¿Por eso no me follas todos los días?
Él carraspeó y retiró la mirada.
-Me dijiste que te gustaba lento, suave.
Yo puse los ojos en blanco.
-No, te dije que me gustaban las embestidas lentas. Te dije que no me gustaba que sólo metieras y sacaras sin más.
Él frunció el ceño.
-Te dije que me gusta cuando está metida hasta el...
-Te he dicho que la llames por su nombre.-Dijo, en un arrebato.
Retiró las manos de mis muslos y las llevo a mis tetas. Seguía el contorno de los pezones.
-Te dije que me gusta cuando tu polla está metida bien dentro, y sólo la sacas un poquito y luego empujas profundo, muy profundo.
Él jadeó y apretó muy fuerte mis pechos.
-Virgen mis cojones. Eres una guarra sin remedio.
Me reí. De repente oímos la puerta principal abrirse. Miguel gritó su nombre. Yo me tensé.
-Ni se te ocurra. Te juro que como no me folles...
-Chss, calla.
Luego se aclaró la voz.
-¡Miguel!-Gritó.
Maldije.
-¿Qué pasa?
-Oye, estoy en la ducha, salgo en cinco, quédate en el salón.
-Joder tío, quedamos hace mediahora.
-Que sí, pesado.
Luego se río y enterró la cara en mi cuello.
-No me vas a...
Me tapó la boca. Yo le fulminé con la mirada. Él se separó de mí y me miró desde arriba. Ladeó la cabeza. Luego sonrió de medio lado.
-Boca abajo.-Murmuró.
Yo le miré un par de segundos, comprobando si lo estaba diciendo en serio. Él me besó suavemente, abriendo mi boca. Luego se separó y lamió mi lengua.
-Yo...-Dije.
Él subió las cejas, en un gesto de atrevmiento.
-¿Qué?
-Creo que acabo de correrme.-Susurré.
Él se mordió el labio, conteniendo la sonrisa. Bajó la mano por mi cuerpo, acariciándolo, hasta llegar a mi coño. Metió dos dedos. Yo gemí y arquée las caderas.
-No, no lo has hecho. Date la vuelta.
Le di un suave beso, y luego me tumbé boca abajo. Me cogió de las caderas y me levantó el culo. Puso la almohada debajo. Yo creí morir de combustión espontánea. Pude sentir la punta de su polla entre las cachas de mi culo. Me cogió las dos muñecas y las presionó contra la cama, por encima de mi cabeza.
-Por favor, sólo por favor...-Murmuré.
Posicionó la punta en mi entrada. Gemí.
-No hagas sonidos.
Metió el glande. Ah, Dios.Gemí más fuerte. Metió un poco más. Estaba muy resbaladiza.
-¡Por favor!
-Miguel se va a enterar.
-Me da igual. Entra más.
Arqué el culo. Entró hasta el fondo.
-Jesús.-Dije.-Vale retrocede, duele.
Él no hizo ni caso y se movió en círculos. Jadeé. Podía sentir su pulso dentro de mí. Jamás habia estado tan llena.
-¿Ahora qué?-Preguntó. Tenía la voz ronca.
-Ahora sal un poco, sólo un poco.
Lo hizo.
-Ah sí, muy bien. Empuja con las caderas hacia delante.
-¿Así?
Grité. Era tan ah, sí. Volvió a hacerlo, esta vez con más confianza. Volví a gritar.
-Joder, tía, que se va a enterar. En silencio.
-Es que, ah, no puedo. Túmbate encima de mí. Apóyate en tus codos.
Lo hizo. Entró un par de veces más e intenté no hacer ningún ruido. Era imposible. Él bufó. Paró de moverse.
-¡Miguel!-Gritó.
Me dio igual. Moví las caderas hacia delante y hacia atrás. Luego en círculos.
-¿Qué?
-Para, niña, jesús.-Me susurró.
-¿Tío?-Gritó Miguel. Se oyeron pasos.
-¡Quieto!-Gritó, encima de mí.-Mira-Me moví una vez más. Él bufó.-Estoy follando con mi novia y no puede para de gritar así que...¡Ah! Haz eso de nuevo. Tú sólo quédate en el salón.
Oí cómo Miguel se reía con fuerza.
-¿Queréis que me vaya?
Me aclaré la voz.
-Miguel, quédate cerca de la puerta de la habitación. Pero no entres.
Pude oír la maldición que soltó Miguel.
-¿Te gusta?
Movió las caderas hacia delante. Jadeé.
-Sí...
-¿Te gusta que te oigan mientras te follo?
-Joder. Por favor.
-No te corras.-Murmuró.
Empezó a moverse en círculos. La cama crujía. Sólo podía oír mis jadeos continuos y mi cuerpo a punto. Me abrió más las piernas y entró con rápidez.
-Vamos, ahora no te calles. Grita, que te oiga bien.
Volvió a entrar con fuerza y grité.
-Por favor, por favor.
-Cuando te corras grita mi nombre.
Me corrí con aquello. No grité su nombre, sin embargo. Así que él siguió embistiéndome y en los restos del orgasmo, de entre la neblina de mi cabeza pude oír que decía: "Me encanta que seas tan zorra" Volví a correrme. Esta vez sí grité su nombre. Él me acariciaba el pelo mientras y me felicitaba, muy bien, bonita, muy bien, que Miguel se entere,te estoy follando con tanta fuerza que voy a tener agujetas por un mes, pero esto es increíble, ah sí, estás jodidamente empapada, chorreando, entra tan bien. Sentí una presión enorme en mi coño. Estaba creciendo dentro de mí. Luego embistió muy fuerte y se corrió. Dejó su polla tanto tiempo dentro de mí que podía sentir cada vena, latido y pulsación que hacía. Era increíble.
-¿Chicos?-Murmuró Miguel después de lo que me parecieron horas.
-¿Qué?
-¿Todo bien por allí dentro? Eso ha sido un poco bestia.
-Joder, y que lo digas.-murmuré.
Salió de mí, y sentí un escozor tremendo. Me dio la vuelta y se sentó en la cama, conmigo a horcajadas.
-Tienes cara de que te acaban de follar realmente bien.-Dijo, sonriendo.
Tenía los ojos de nuevo verdes. Gotas de sudor le corrían por el cuello. Yo no podía para de mirarle. Jamás había sentido esto. No creí que existiera tanta felicidad.
-Eso ha sido increible.-Murmuré, con la voz afónica.
Me apoyé en su cuello y cerré los ojos, cansada. Él se levantó de la cama, conmigo a horcajadas. Me tendió la sabana para cubrirnos y luego abrió la puerta. Entreabrí los ojos para mirar de reojo a Miguel. Él estaba rojo como una ciruela. Me reí en silencio.
-Lo siento Miguel, tío.
Miguel carraspeó.
-Eh, no pasa nada.
-Entonces ¿para qué habíamos quedado esta tarde?
Miguel bufó.
-Para jugar al halo.
Él se rió.
-Es verdad. Bueno déjame que me vista y la vista a ella. Toma algo de la nevera.
Miguel asintió y se fue volando. Luego él me miró y suspiró. Me metió en la habitación y me dejó en la cama. Nos miramos durante mucho tiempo.
-¿Te pone Miguel?-Preguntó en mi oído.
Jugué con el pirsin de su pezón.
-Me pone que pueda follarme delante de ti, que tú disfrutes, que pienses que se están follando algo tuyo y que luego, siempre, volveré a ti.
Él sonrió con cariño. Me abrazó y enterró la cara entre mis pechos. Pasé mis piernas por las suyas.
-¿Te he inspirado? Casi me vuelves a dejar a dos velas.
Él frunció el ceño.
-Lo siento. Ya sabes que cuando las historias me vienen, me vienen.
-Ya, lo sé. Y eso me encanta de ti, pero hoy, en serio, hoy necesitaba correrme.
Él sacó la cabeza de entre mi escote y me sonrió, de lado.
-¿Y qué, cuántas?
-Dos.
Él, asintió, orgulloso.
-Tres si contamos yo anoche, en la ducha, pensando en ti.
Me mordisqueó el cuello y yo me eché a reír. Nos quedamos en silencio mucho tiempo. Creí que él se había dormido pero de repente me miró con fuerza. Creo que me quería contar algo. Sonreí.
-Cuéntame una historia. Pero no muy larga, Miguel te está esperando.
Él salió de mi abrazó y me montó a horcajadas sobre él. Sonrió.
-Entonces recuerdo aquella vez en la que iba a casa de mis tíos, en el coche, y estábamos todos cantando esa canción la de "Vamos a contar mentiras"...
Me reí. 

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