lunes, 11 de julio de 2016

Los años del sexo.

-Me estas poniendo dos puntos muy nerviosa.
El otro se ríe. Pues claro que se ríe. Mira que no le habré dicho veces cómo me sentí y él como si nada.
-Venga chica, que no es tan difícil, ¿no eres tú la primera que dices que los hombres sómos muy fáciles de satisfacer?
-Cariño.
Se ríe de mis ojos en blanco. Siempre lo hace. Siempre se ríe cuando está conmigo, y extrañamente eso me hace sentir tan bien como las muchas veces que me coge del culo cuando nos besamos. Me hace sentir un poco payasa, graciosa, alguien que suelta ironías hilarantes. Pero creo que se ríe de mí a veces, y no en el mal sentido, si no que me encuentra inocente y demasiado quejica. Gruñona.
Y ahora me mira serio y me coge de las mejillas. Casi creo oír lo que piensa. Que no tengo que hacerlo si no quiero y que él es él y no otra persona. Que con él no hay necesidad de ruborizarse.
-Soy una escritora con un problema de expresión oral ¿de acuerdo?
Me he sentado en la cama. Él no para de mirarme las tetas porque estoy gesticulando mucho, y me muevo, y claro, pues botan. No pongas los ojos en blanco, no pongs los ojos en blanco, no pongas los ojos en blanco. Él me pone las manos en las tetas, las amasa, las estruja, tira de los pezones. Yo intento apartarle las manos, pero él se acerca más. Entierra su cara en mi cuello. No me tranquiliza. No dice absolutamente nada. Sigue con el ritmo, como si no acabaramos de follar hace una hora, cómo si no le quisiera hasta lo absurdo, como si no me acabara de proponer que por favor, cielo, por favor, chúpamela.
-Te digo que soy una escritora con un problema de expresión oral. ¿Lo has entendido?
-Ya me sé esa frase tuya. Siempre la pones en tus historias. Ahora sigues con "En todos los sentidos".
Me sube a horcajadas. Ahora mordisquea mi escote. Quiero pedirle que me marque, que me haga un chupetón, que quiero recorrerlo con mis dedos cuando esté a solas, en mi casa, y recordar lo mucho que gritaba mi vientre, y el vacío emocional que padecía.
-Ya sé que tienes un problema con la expresión oral. Siempre te pasan cosas con la boca chica.
-¡Eh!
Él sale de mi escote y me guiña un ojo. Me muevo hacia delante para expresarle lo mucho que me ha gustado ese guiño. Él suspira. Solo nos separa nuestra ropa interior. Se ha puesto los calzoncillos grises que tanto me gustan. Me gustan porque le hacen paquete, y porque tienen un pequeño lazo rosa cosido en la cinturilla.
-Me avisaste que besabas mal. Y lo trabajamos. Me avisaste que no sabías hacer chupetones y sí que sabes. Y ahora me dices que no sabes si me la vas a chupar bien. Nunca había conocido a una chica que tuviera en tan poca estima su boca.
-Yo...
Me calla tirando de mi pelo para que me recueste. Aún a horcajadas sobre él reposo mi espalda a lo largo de sus muslos, y cuido de que mi cabeza no baile más allá de sus rodillas. Me recorre con un dedo las costillas. Yo miro al techo. Pienso en todas las cosas que podría hacer mejor y no puedo. Pienso en lo descoordinada que puedo llegar a ser, en lo rápido que me canso, y la poca resistencia que tengo. Hoy no es un buen día para que él me toque, no, porque los días en los que él me toca tengo que sentirme casi como una diosa para merecermelo. Para merecer que me haya escogido a mí, de momento. Y hoy no es ese día. Y ni siquiera el haber bebido un par de chupitos de tequila de su ombligo me va a hacer cambiar eso.
-¿Cielo?
Me encanta cuando me llama cielo. Cuando grita cielo al embestirme, cuando no puede más, joder cielo, correte ya que no puedo más. Dios, cielo, estoy a punto. Sí, sigue, cielo, así. Cielo.
-No quiero maltratar más mi autoestima. Hoy no me siento segura de mí misma.
Me mira. Me sonríe con cariño. No suele sonreír así. Una manta invisible de ternura ha cubierto mi cuerpo. Ya no estoy tan desnuda, ahora su ternura me arropa, me cubre, me cuida.
-Me gusta cuando dices que no.
Y vuelta al molino. Qué insistente es con la confianza. Pues claro que confio en ti, si no no estaría de esta manera, así, con tus manos en mi pecho, y tu polla a punto cerca de mi vientre.
-Sí.-Dice.
Se le ha escapado de sus pensamientos. Mis manos vuelan a la cinturilla de su calzoncillo. Juguetean con la goma. Y yo siento su mirada distraída. No me quiere mirar profundamente porque hace tiempo le dije que aquello me ponía nerviosa. Le está costando un esfuerzo. Pero esta vez su mirada atenta no me pone nerviosa sino que me empodera. Mira lo que hago contigo, mira lo que consigo con mis manos, mira quién soy, lo que te hago, y lo que voy a hacerte si eres un buen chico y me dejas a mi ritmo.
-¿Sigo?
Jesús ¿Eso lo he dicho yo? Pues parece que sí porque él se remueve y me muerde la oreja. Siento un vacío inmenso, un cosquilleo en mi vientre, ay, sí, quiero restregarme contra él, decirle que soy suya, que aunque sea mentira le quiero mucho, porque ahora pegaría un Te quiero, pegaría un beso en su frente y una sonrisa algo culpable, mordida. Muérdete la voz, múerdele, no hables, no le digas mentiras, no es el momento para ser una mentirosa. Quiero decirle algo romántico. Porque no puedo no hacerlo cuando me mira así, cuando me elige a mí. Escógeme, amame, elígeme. Quiero decirle que ahora, en este mismo instante, con el cuerpo excitado, los pezones erectos, la piel de gallina, y las pupilas dilatadas, que haría congelar el infierno si tuviera frío, y le haría sudar si tuviera frío, que formaría caleidoscopios con sus lágrimas.
-¿Qué quieres?
Y él que siempre supo mucho, percibe que no es una mera petición sexual.
-Ya sabes lo que quiero.
Pero lo convierte en sexo. Estamos en los años del sexo. Y toda emoción es sexo, del duro, y del suave, del profundo, del malo, y del no tan malo, del regular, y del que no olvidarás nunca. Así que le quito los calzoncillos. Sigue, cariño, pon tu mano alrededor de su miembro, aprieta, clava tus ojos en los suyos y percibe cómo brillan. Mueve la muñeca en círculos, arriba y abajo, juega con su piel, no llegues hasta arriba, juega con su principio. Lo haces bien, lo has hecho antes, en tus sueños, y ahí quedaba bien. Has leído mucho como para no saber qué tienes que hacer ahora.
-Túmbate.
Y decir la orden en voz alta te da poder. Le sonríes. Te colocas el pelo detrás de las orejas, pasas la lengua por tus labios. Respira. Puedes hacer el rídiculo. Oh sí, claro que puedes, pero aún así lo vas a hacer.
-Soy una escritora con un problema de expresión oral. En todos los sentidos. Si pudiera chupar tan bien cómo sé escribir.-Suspiro.-Si pudiera convertir mis palabras en placer, te las besaría con carimín transperente a lo largo de tu...
-¿Cuerpo?
-Lo otro.
Sonríe de medio lado.
-¿Qué es lo otro, cielo?
-Aquí.
Y lo beso. Es tan raro.
-Sigue.
-¿Así?
He pasado mi lengua por el glande, rodéandolo. No me mira, al menos no fijamente, pero sé que me revisa de reojo. Creo que es por aquella vez que dije que era tan patosa que seguro que se la mordia si alguna vez llegaba a chupársela. Me río con su polla dentro de mi boca. Noto que tiembla.
-¿Qué encuentras tan gracioso?
Le ignoro. Pongo mi mano en el final de su miembro a modo de tope y aprieto. No sé qué estoy haciendo. Los libros nunca son tan explícitos. Creo que le estoy aburriendo. Dios mío, voy a hacer el rídiculo, y no voy a conseguir que se corra, ¿cómo le voy a poder mirar a la cara después?
-Cielo.
No puedo mirarle. Coge algo de la mesilla de la cama. Es la botella de ron. Quiero preguntarle qué hace pero no me da tiempo. Riega su polla con ron y luego tira la botella.
-Lame. Sabes lamer ¿no?
El corazón nunca me ha latido tan rápido. Ni siquiera cuándo sentí por primera vez cómo latía dentro de mí. Lo ha hecho por mí. Por mí. Por mí. Me está ayudando. ¡Muévete, chica! Recorro con la lengua toda su polla, de principio a fin, cogiendo las gotas que se empiezan a formar.
-Sabe rico.-Le digo.
Él echa la cabeza hacia atrás. Lamo de nuevo, pero ahora un poco más a la derecha. Levanto su polla y lamo por debajo. Estoy segura de que no lamería con tanto impetú si no supiera  a ron. Madre mía cómo me encanta este chico. He lamido cada centímetro de su miembro. Le rodeo con la mano y subo arriba y abajo con un poco más de rápidez que con la que le he lamido. Intento meterme el glande. Chupo. Él gime.
-Bien, bien.
Muevo la lengua en círculos en su glande. No lo hago bien. Mierda, no sigo el círculo. Y no puedo ir más lento porque una amiga me dijo que lo peor que podía hacer era cambiar el ritmo. Como con las marchas del coche en una autopista. Venga chica, tú tranquila, que tampoco te va a tomar en cuenta que lo hagas fatal la primera vez.
-No juegues mas. Metétela.
¡Pero qué gracioso! ¿Más?  Dios, definitivamente no me ama. Me quiere lo que viene siendo bien poco. A ver cómo le digo yo ahora a este muchacho que no me cabe más. Bueno, intenta un poco más. Cierro los ojos. Quiero morime, Dios. Me trago el glande cuando tengo que tragar saliva.¡Mierda! ¿Eso está bien? No pienses, no pienses. Noto que él pone su mano en mi pelo. Entierra los dedos y masajea mi cuero cabelludo. ¿Cuánto tiempo tarda un chico en correrse? ¿No tardaban una media de cuatro minutos? ¡Para mí que llevo aquí más de cinco minutos! Bueno venga, chica, sigue. Al intentar metermela más he descubierto los dientes. Le han rozado. Él gruñe. ¡Ay1 No, espera, creo que ha sido un gruñido en plan bien. Lo hago otra vez. ¡Creo que le gusta! Leí en Las edades de Lulú que la chica le pasaba los dientes por toda la polla como si se estuviera limpiando los dientes. Definitivamente, no, gracias. Me ayuda pensar en los libros y las historias que me han contado así que pienso en ellas. Pienso en las veces que mi amiga me hizo prácticar abriendo la boca y la abro todo lo que puedo. El glande casi me llega a la campanilla. Menos mal que me trago bien las pastillas porque sino creo que ahora mismo estaría echando la pota. Con la mano aprieto su polla y la muevo arriba abajo, en círculos. Oye, pues no está nada mal. Sólo espero que no me esté viendo hacer esto proque juro que puedo morirme de la verguenza. Pienso en aquella vez, hace años, que le dije a David que veía porno y su cara de sorpresa. ¡Chica, concéntrate! Pienso en qué hacer ahora. Me estoy quedando sin ideas. Piensa, piensa, piensa. Es un poco difícil pensar en esta situación, la verdad. Meto y saco su polla de la boca, aprieto con la mano, movimiento de lengua, muestro dientes y vuelta a empezar. Joder pues claro. No tengo que hacer nada nuevo sólo accelerar el ritmo. Bua, qué diva soy. Por favor Dios, que no me esté mirando. ¡No pienses! Bueno a ver piensa en chupar no pienses en otra cosa. Piensa en lo que estás haciendo. Estupendo. Allá vamos. Intento metermela todo lo que puedo. Aguanto uno, dos, tres segundos, luego me retiro. Y hago lo mismo sólo que más rápido. Decido no mover la lengua mucho, ni muy bien, sólo simples pasadas, lo importante es que me la mete y la saque rápido, pero no a lo loco. ¡Lo estoy haciendo fatal! A ver, a ver tranquila, sólo tienes que acomodarte al nuevo ritmo. Hijo ¿Cuánto te queda?
-Joder, estoy a punto. Más rápido.
¡Aleluya! Ostia tú cómo la canción que aparece en Rubinrot. ¡Pero te quieres concentrar! Respiro y me preparo. Aprieto más la mano, y dejo de moverla en círculo ahora simplemento subo y bajo con rápidez. Hago lo mismo con la boca. Apenas muestro los dientes. Me estoy cansando. Tengo la boca seca, no funciona. Madre mía, madre mía. ¡Uy! Me ha tirado muy fuerte del pelo. Quiero decirle que no sea tan bruto pero de repente siento que un líquido sale de él. Es espeso y no sabe bien. Es salado. ¡Aleluya! Se ha corrido. Dios mío soy una diva. Le lamo hasta que noto que se vuelve flácida. Me la saco. Santo Jesús qué dolor de boca, parece que acabo de ir al dentista. Me levanto y me masajeo la nuca. Él está tumbado en cama, con los ojos cerrados y una media sonrisa en la cara. Yo he hecho eso. Yo. No ha sido una gran mamada, pero eh, he conseguido que se corriera.
-¿Qué tal?
Él abre solo un ojo y me mira. Asiente con la cabeza varias veces. Yo sonrío. Me tumbo junto a él. Él me abraza y entierra la cara entre mis pechos. Creo que he cambiado un poquito. Creo que ya no soy la misma chica que hace dos minutos. Ahora esa chcia me parece una inocente. Recuerdo entonces que la inocencia no se pierde toda de una vez, sino que es como la piel de una serpiente: se muda cada cierto tiempo.
-¿Lo he hecho mal?-Murmuré.
-No, no, ha estado bien.
-Estás mintiendo. Lo siento. Puedo practicar. Seguro que te han chupado mejor, y ahora te tienes que conformar conmigo.
-No seas tonta.
Callé y suspiré. Quería que me siguiera abrazando por mucho tiempo. Ver que anochecía a través de la ventana, entre sus brazos, con su boca haciéndome cosquillas en mi escote. No me creía capaz de volver a mirarle, sí, de mirarle y saber, que no le ponía lo suficiente, que otras habían sido mejores, que no lo había hecho bien. Quería huir y seguir aquélla fantasía que tan enquistada tenía, la de irme a Barcelona en el primer tren que saliera de Atocha. 
-Tienes que decirme lo que he hecho mal. Tienes que decirme cómo hacerlo mejor, qué es lo que te gusta. Quiero ser la mejor, no quiero que sólo te conformes conmigo.
Él me apretó más y me miró desde abajo.
-Cielo, ha estado bien, de verdad. No te tortures. Me ha gustado mucho.
-Vale. Suéltame, tengo que ir al baño.
Caminé desnuda hasta el baño. Abrí el grifo de la ducha. Recuerdo que estaba muy fría. Recuerdo haber pensado en irme a casa. A lamer las heridas, a cubrir mi cuerpo de caricias, en llegar al orgasmo yo sola, en volver a la que era antes.
-Ven aquí.
No sabía cuándo había entrado en el baño. Me cogió en volandas y me puso a horcajadas sobre él. Me pegó a la pared. Enterré la cara en su cuello.
-Fóllame.-Le dije.
-No, fóllame tú.
Y volví a sentirme humana. 

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