Cuando
David me quitó el vestido eché en falta un par de manos de más.
Dos manos más que me ayudaran a quitarme el sujetador, los zapatos y
los calcetines. Dos manos de más que le desabrocharan la camisa
botón a botón mientras que le acariciaba el pelo. Pero entre los
dos creo que tuvimos suficientes manos. Esta vez, sin embargo, sus
ojos hacían mucho más que sus manos. No paraba de mirarme,
normalmente a los ojos, mientras que sonreía victorioso, y otras,
bajaba la mirada por mi cuello y la clavaba en mi clavícula.
Entonces sentía su boca en el hueso de mi clavícula y sus manos,
ardiendo, se posaban tímidas en mi cadera. Me cogió la mano y me
hizo caminar hasta la cama.
-No
te tumbes.
Yo
fruncí el ceño. No me di cuenta del gesto, supe que lo estaba
haciendo porque David bufó y me cogió con posesividad de las
caderas, avisándome de que no me tumbara. Alargué las manos para
quitarle la camisa y él las apartó. Debió de notar que me
ruborizaba de verguenza porque con gesto preocupado me cogió las
muñecas y las posó de nuevo en la camisa.
-Para
de ruborizarte. Es contradictorio ¿vale?
-¿Qué?
Me
volvió a mirar a los ojos. Sonrió de tal manera que me dio un poco
de miedo.
-Así
que sí hago esto.-Apretó sus manos en mis caderas.-Sí, te
ruborizas. Ya. Pero...
Subió
poco a poco las manos dejando que sus pulgares tocaran un poco de mi
pecho. Suspiré.
-Si
hago esto te ruborizas más. ¿Por qué te ruborizas? ¿Es que
quieres que suba más o que me aleje de la zona? No hables, no me lo
digas.
-Yo...
David
movió los pulgares. Cerré los ojos.
-No,
no Jimena, calla. Así que cuánto más roja te pones...Ya, ya.
Reaccioné
y moví las manos que tenía apoyadas en su pecho y empecé a
desabrocharle la camisa. Me temblaban las manos y David lo notó y
puso sus manos encima de las mías. Las quité rápidamente.
-No.
Me pones nerviosa. Para de jugar conmigo.
David
se rió y se quitó la camisa sin dejar de mirarme.
-Jesús
chica ¿también te ruborizas por esto?
Recogí
el vestido del suelo y me tapé, mientras me levantaba furiosa.
-Pero
qué te pasa ahora.-David me cogió del brazo.
Me
mordí la lengua y me tapé con más fuerza. David se puso delante de
mí y me quitó con cuidado el vestido. Me besó. Hasta ahora no me
había besado. Ni siquiera había sentido ese beso, tan sólo puso
sus labios medio segundo en mis labios y los dejó ahí sin hacer
nada. Yo no pude soportarlo y me eché a llorar. Sabía que le estaba
perdiendo incluso antes de que se fuera. Él me quitó el vestido del
todo y me llevó de nuevo a la cama. Dejó que me tumbara y se puso a
mi lado, con el codo soportando todo su peso. Me miró ladeando la
cabeza.
-¿Qué?
Venga suelta tu discurso.-Dijo.
Yo
le miré y me puse a horcajadas sobre él. Ni siquiera supe que lo
había hecho hasta que noté que él sonreía victorioso. Quise
bajarme pero él me sujetó por las caderas de nuevo.
-Todo
lo que haces me pone roja. Da igual lo que digas o hagas, como si es
qué hora es como si es que me pones las manos de esta manera. Me voy
a poner roja igual.
David
bajó las manos y las puso cerca de mi trasero.
-Y
decir que me estoy poniendo roja no ayuda ¿vale? No es para nada
atractivo que me ponga roja, joder.
Aparté
la mirada, él siguió bajando las manos y me cogió con fuerza para
recolocarme encima de él.
-Sobretodo
esto.-Suspiré.-Lo que estás haciendo me hace ponerme muy roja vale.
Bien. Genial.
-Jimena,
tranquila.
-¡Eso
no ayuda!-Grité.
Se
sentó, conmigo encima y me miró fijamente a los ojos. Me volvió a
besar durante medio segundo.
-Soy
yo. David. Te conozco, sé quién eres y estoy aquí ¿vale?
Cerré
los ojos y suspiré. Él colocó mis brazos alrededor de su cuello y
posó su boca en mi clavícula. No sé cómo nos las apañamos para
que se quitara el resto de la ropa. Ni cómo se deshizo de mi ropa
interior. Pero él no paraba de exigirme que le mirara a cada rato,
aún y cuando él no me estuviera mirando. Recordé entonces que se
acostaba conmigo porque le gustaba ver la adoración reflejada en mis
ojos. Ni siquiera el pensamiento de estar siendo usada me hizo parar
de adorarle. Incluso admiré que consiguiera de mí lo que quisiera.
Y luego, cuando se tumbó encima de mí, cuando por fin estaba dentro
de mí no retiró ni una vez la mirada de mí, y sonreía victorioso
cada vez que se me nublaba la vista de tanto adorarle. Ya no me
acuerdo de cómo consiguió que se me olvidara que estaba roja todo
el rato, pero lo hizo. Supongo que estuviera siempre dos pasos más
allá de mí, sabiendo lo que necesitaba, ayudaba un poco. Y que
fuera David también. Cuando terminó se puso a mi lado. Se tumbó
juntó a mí, sin tocarme y me miró. Yo no pude parar de mirarle,
gritándole con los ojos que le quería hasta el dolor. Para cuando
cerré los ojos supe que se iría. Le oí vestirse en el salón.
Coger las llaves de mi abrigo. Beberse un vaso de agua en la cocina y
después salir por la puerta. Tal vez me creyó dormida y por eso no
me despertó. Sí, tal vez fuera porque me vio dormida, que no se
despidió de mí, ni me dijo que había sido un placer ver la
adoración en mis ojos. Tampoco debió de oír el ruido de mi corazón
estrellarse, otra vez, en el suelo.
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