miércoles, 5 de abril de 2017

Censura de la mentira.

Hola David:
He llegado a la conclusión de que si tú y yo jugarámos a ese juego de lógica, Lobos, no sabría mentirte, porque a ti no te puedo traicionar con la mentira, no porque traicionarte se me presente como un pecado si no porque para ti lo sería. Tú me mirarías a los ojos, me harías ruborizarme, sonreírias de medio lado, y "Ah, chica, qué fácil es pillarte" Pero y si ese día es un día amarillo, un día de celos, rabia o rencor profundo, de ese que aprendí de ti, te mentiría a la cara casi con satisfacción para proclamar a gritos silenciosos "Que no me controlas del todo, que aún puedo ser un misterio"
Últimamente le he dado muchas  vueltas a una frase que me dijeron esa noche: "Juegas con la confianza de las personas y así las engañas" Debo admitir que es verdad, que la oración que más repetí fue la de "Confía en mí" Y he estado pensando, en cuanto a esto, que tal vez lo heredé de ti, que en cierta parte soy un fruto de tu costilla, Adán, pues tú me moldeaste a tu antojo y yo me dejé manipular, pensando que eso era madurar. No, no te lo estoy echando en cara, me enseñaste a no confiar del todo, a siempre tener la duda en mente, en definitiva, a no olvidar nunca el "Y si" Así que cojo la confianza de las personas y las maniupulo, para que me crean, para que me vislumbren a partir de la niebla, para que me vean. No sé en qué lugar me deja todo esto pero estoy volviendo a replantearme por qué te grabé a fuego en mi mente, por qué he dejado que mi alma se enamore de tu alter ego, por qué recurro a mi novela más ideal para recordarte. Por qué, vamos, me enamoré de ti. Bueno, mis sentimientos hacia ti son una marea, a veces salvaje, a veces tímida, que viene y va que me moja los tobillos o me ahoga, es una cosa del mar porque eres Barcelona. Pero es agua porque está en continuo movimiento y a la vez es eterna, es una verdad absoluta, una obviedad, un locus amoenus. Va a durar siempre. He gastado mi ficha más valiosa en la ruleta de este nuestro casino, la vida, y ya sólo me quedan fichas que pueden tener valor en cuanto al azar que tengan, pero no tienen destino en sí mismas. He decidido, a veces, quererte, porque soy así de literaria, y otras veces te quiero sin más, y me odio, y me presento en tu calle, y te grito que no eres nada sin mí, porque yo te hacía extraordinario. 
(A Goliat):
 Y ahora, ahora que le cuento a Eloísa que Goliat no me va a entregar su ficha dorada, y que yo me la merezco, yo, hipócrita que ya he entregado la mía, me merezco un amor que no voy a poder corresponder, pero quiero ser la reina de corazones, y él mi alfil, quiero, ay, merecerme más de lo que la vida me ofrece. Tal vez, en un mundo ideal, en un mundo en el que una adivina me predijera que la espera va a tener resultados, te esperaría, como si no lo estuviera haciendo ya, y sabría que nos vas a dar una oportunidad. Que me vas a hacer musa y entregarme tu ficha más valiosa. Que me vas a esperar al igual que yo te he esperado toda la vida. Pero espero en vano, amigo, porque no vamos a funcionar, porque nunca voy a confiar en ti, no del todo, no como para entregarme sin reservas, no como para contarte secretos que no te pertenecen. Y tú harías lo mismo, porque te quiero en la medida que quise a David, y nunca voy a quererte más que él, ni voy a dejar de quererle. Convivirías conmigo y con las cadenas que llevo en la mano derecha, y al final te ensordecerían de tanto que quiero liberarme, y me muevo, y lo intento, y no logro ser libre. Entonces, si la adivina predijese un día en el que la espera pueda dar paso a una luz al final del camino, nos veríamos atados por nuestros pasados y nos rendiríamos antes de intentarlo, porque los dos sabemos que no podemos escapar de la erótica de quien nos hizo ser literatura. No me gusta ser así. No me gusta amar al sujeto de otra musa, ni desear que ésta desaparezca de su mente, no me gustaría, en el futuro, pensar en que todas tus poesias puedan tenerla a ella, y que todas tus comparativas salgan a su favor. Así que habiendo elaborado una teoría en condicional, sólo me quede dudar de lo que ya vivimos una vez, decirnos que aquéllo fue una tregua, que lo siento enormemente, que la culpa a las mujeres nos abrasa al igual que los hombres que la sentís, que pongamos en standby todo lo que pensamos aquella tarde, y que esto, sea lo que sea, está abocado al desastre, no por actuaciones secundarias si no por  ser nosotros quienes somos. Que lo siento, tanto, que tú eres mi culpa, que ya no me vivo si no que me convivo, que ésto me está haciendo dudar de lo que fue real o no, y a veces me paro en mitad de la noche y llego a preguntarme "¿Sucedió de verdad?" Y recuerdo, entonces, que mi vida está tan llena de cicatrices, de recosidos y de carne rosa y que las cosas nunca son por amor si no por otro tipo de emoción, pero que al menos esa noche, fue la más especial, solitaria y melancólica de mi vida. Y que la llevaré en mi abrigo, en un bolsillito, y me pararé a recordarla cuando las cosas se pongan mal, cuando recuerde que dentro de un mes tendría que dar a luz, cuando me despierten las pesadillas, cuando se vaya de mi muñeca la última conciencia de David, cuando me recuerde que siempre quise vivirme y no convivirme y que tengo lo que he pedido.
Lo siento, por jugar a los lobos y mentirte. Por ser una diana y perder los dardos. Por no tener fichas de valor en el casino.

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