Me gustaba escribir novelas. Me gustaba cerrar los ojos e imaginar. Me gustaba escribir, frases largas, que no me avergüencen, que solían tener ritmo o no, a veces las atropellaba, como ese fragmento de El tiempo del silencio que tuve que leer en voz alta y me vi con agua en los ojos. Escribo a trompicones porque desde que le conozco dejé de ser la que era, aunque nunca fui del todo mía, siempre fui de David. He ido a dar con la china del zapato, un hombre que no me inspira pero me quiere, a su manera, de manera egoísta, nada literaria y de ausencia metafórica. He aprendido a admirarle a través de sus palabras, las palabras de lo que ahora escribe, me imita, esa era yo, ésa eramos nosotras, Emma. Qué desdichadas somos ahora.
Ya no sé escribir, si hacerlo merece la pena, si acaso le interesan mis palabras a Malvina o si de ella también me cansé ya que por fin tengo una bendición. He dejado tanta piel en estos años que me toco y no soy yo.
Me gustaba estar sola. Siempre le dije a David que no quería amores. Salvo el suyo, pero el suyo era tan bueno, tan alegre, tan trágico que me incitaba a la escritura, como quien se da a la bebida, de manera incontrolada, nunca es suficiente, siempre cabe una escena más, o trescientas escenas de la misma situación y distinto diálogo. Desde que estás en mi vida ya no sé qué soy. Dónde está mi lugar. Siempre estuve mejor sola, enamorada y sola.
Antes de conocerte quería a David y David me hacía ser lo que he siempre he querido ser. Hoy he creído ver aquella barbilla, sus manos tarzianas, aquel rídiculo bigote, pelusa, que le salía encima de los labios. Nunca tuvo una boca bonita pero hablaba, y hablaba, así que uno dejaba de verla como elemento erótico, era más un símbolo de su ser. No he podido escribirle una carta. Él nunca tuvo otro nombre que el que ya tiene. Acaso es aquel Jorge pero su esencia es muy distinta.
Solía gustarme escribir, tenía un sentido. Le contaba a David las cosas que no podía contarle. Ahora surge en mí de nuevo esa necesidad. Tengo miedo del rencor que surja de esta carta. A él, que podría contarle cualquier cosa, y sin embargo, no quiere. A él, que podría escribirle metáforas con rotulador, hablarle sobre Barcelona, sobre el dolor de la sangre, las miradas de ojos verdes, el miedo a no volver. A él, que no me quiere lo suficiente y no me entiende.
Me gusta La Moda. Me gusta porque es triste y me traslada a Goliat. Mario es Goliat. Siempre ha sido y siempre lo será. A veces solo quiero decirte Malvina, que tener novio no me ayuda a ser yo sino que me confunde. Que él no me entiende, que no quiere hacerlo, y yo ya no puedo darme más.
When you say nothing at all.
viernes, 19 de octubre de 2018
jueves, 9 de noviembre de 2017
He vuelto a escuchar nuestra canción. No es nuestra. Es sólo mía, y lo es porque nunca me hiciste tuya. Hay veces en las que sólo quiero gritarte, escupirte mil insultos, soltarte un "gilipollas", decirte que eres lo peor que sin duda me ha pasado alguna vez, peor que mi infancia, peor que mis pesadillas de las tres de la mañana, peor que el vacío existencial, que eres un mierdas, que no vayas de bueno, que me repatea que ella no me apoye, que sea tu amiga, que me haga callar, que también me envuelva en el silencio, cómplice, eso eres, qué grave, empujarte, darte una bofetada, golpearte el pecho hasta llorar de culpa, por tu culpa. Otras veces, sin embargo, no quiero decirte nada. Entonces es peor. La rabia al menos me hace desear cambiar las cosas, la nada sólo me hace ser este despojo de arrepentimientos. La nada me hace nada porque ya no se pueden cambiar las cosas, el pasado, lo que hiciste, lo que sentí, lo que pasó después, y todo lo que ha pasado desde que te tengo enquistado. Cuando pienso esto me pongo toda azul, me deslizo en un rincón, me imagino que no tengo lengua y no hablo, no escucho, sólo miro a través de cascadas y espero. Espero a que se pase. Espero. Espero. Y de nuevo, la rabia.
La tristeza me vuelve furiosa. Y la furia me vuelve triste. Es un círculo vicioso que no logro romper. Como estar en el noveno círculo de Dante. Los lunes se han vuelto el día feliz de la semana. Logro salir del Madrid al que me has llevado a rastras. Ocupo mi tiempo en pensar otras cosas.
Ya ha pasado más de un año. Es peor el paso del tiempo, porque ello implica más conocimiento. Ahora sé lo mal que estuvieron las cosas desde el principio. Ahora sé que nunca tenía que haberme cruzado contigo.
No sé cómo seguir con esto.
Solo quiero un manifiesto. No es justo. Esto no es justo. Sólo quiero ir a cualquier otra parte, a ese momento en las escaleras y decirme: "Un hombre que no te coge de la mano al subir las escaleras a su habitación no merece la pena"
La tristeza me vuelve furiosa. Y la furia me vuelve triste. Es un círculo vicioso que no logro romper. Como estar en el noveno círculo de Dante. Los lunes se han vuelto el día feliz de la semana. Logro salir del Madrid al que me has llevado a rastras. Ocupo mi tiempo en pensar otras cosas.
Ya ha pasado más de un año. Es peor el paso del tiempo, porque ello implica más conocimiento. Ahora sé lo mal que estuvieron las cosas desde el principio. Ahora sé que nunca tenía que haberme cruzado contigo.
No sé cómo seguir con esto.
Solo quiero un manifiesto. No es justo. Esto no es justo. Sólo quiero ir a cualquier otra parte, a ese momento en las escaleras y decirme: "Un hombre que no te coge de la mano al subir las escaleras a su habitación no merece la pena"
jueves, 21 de septiembre de 2017
En Viernes.
-Bueno.
Le miro de reojo. Hace unas semanas me hubiera reído, por tapar el silencio, yo qué sé, y luego habría dicho algo estúpido "Ya te digo" "Desde luego" "Lo tuyo es grande." Me digo que ahora ya no digo esas cosas, que puedo mantener el silencio, pero es mentira. Sí, es mentira porque me sigue poniendo nerviosa, puedo repetir muchos sinónimos: que me altera, que me excita, que me hace enrojecer, y la verdad seguirá siendo la misma. La verdad de que sus ojos son tan tranquilos que una mierda me tranquilizan si no que me cosquillean en las comisuras de la boca y me fuerzan a no sonreír, porque Dios, chispean, y me hacen enmudecer o humedecer, para el caso es lo mismo, no respires, no pongas puntos, de esto se trata este discurso de soltarlo todo sin respirar para que el oxígeno no llegue al cerebro y utilice la conciencia en mi contra punto te digo que no es normal a estas alturas de mi vida que tenga una lista de adeptos al fracaso amoroso pero que ya estoy harta de numerarles, de encontrarles hueco en mis costillas y acariciarles en silencio porque sólo me dan silencio, ninguno grita, ninguno se declara y para qué hacerlo yo punto lo que no es normal es que yo me enamore tanto y me defino como enamoradiza pero no es así, sólo tengo la buena o mala suerte, depende de la perspectiva, de encontrarme a mitades que tienen los vacíos que rellenan mis huecos, como si fuéramos un puzzle, ay, David, Goliat cuántos sueños habéis poblado. Ya era hora de poner un punto.
-¿Cuándo te vas?-Pregunto. No le miro, seguimos andando, sin prisa, pero con un destino fijo.
-¿Cómo?
Le ha salido esa voz que pone cuando acaba de escaparse de sus pensamientos.
-Sí, que cuándo te vas a casa de
-El martes-Me interrumpe.
-Ya.-Toso.- ¿Y?
Esta vez me mira. Siento sus ojos así que le busco con los míos.
Se encoge de hombros. Suspiro. A veces los hombres son inútiles. No saben leer entre líneas.
-¿Puedo soltar una cosa?
No sé porqué lo he dicho. Los dos nos tensamos. Es la primera vez que estamos en un situación así. Ya sabes, esa situación que no controlas, donde la otra persona te puede salir por cualquier lado pero seguro que no es algo bueno, seguro que es algo serio porque si fuera algo banal no haría falta la pregunta. Así que como la tensión está en el aire paro de caminar y me meto las manos en los bolsillos. Él sigue andando pero se gira al cabo de dos pasos.
-Llevo guardándome esto mucho tiempo ¿sabes? porque intento cambiar un poco o no o sólo volver a la chica que era antes. Y llevo mil años leyendo entre líneas y estoy harta, nunca se me dio bien, y ni mil ni dos mil años me van a hacer entender que aquello que se lee de pasada nunca se va a entender, por muy moderno y casual que suene ahora. Ah sí, una mujer moderna, estamos en la misma línea, no hace falta hablar, bueno pues ahora te digo que sí, que qué pinta ahora, pues yo qué sé.
Me callo. Porque en el fondo aún sigo sin saber si quiero decirlo o no. Tal vez solo tengo miedo de sonar estúpida, muy romántica, ilusionada, pesada.
-Ya me estás mirando así. Hoy lo tengo que soltar todo ¿vale? Soy una fuente, vale, no más dobles sentidos, ¡no me pongas esa cara! Busco ser sincera pero por el ángel no me lo hagas tan difícil. Sólo quiero ser yo, pero me hizo tanto daño. Me rompió en dos.
Cierro los ojos. Y con el recuerdo de otro todo se hace tan irrisible. Qué más da lo de ahora si ya tengo un para siempre, las palabras no tan sinceras que le pueda decir a este chico no son nada comparado con la que fui con otro. Y sé que no voy a ser sincera, que me escudaré en frases de cortesía, en expresiones laberínticas.
-Ni siquiera quiero hablar del tema. He leído lo suficiente como para saber qué es lo que pasa. La que está hablando hoy es la mujer insegura que quiere comerse el mundo y la aseguran que las acciones no siempre demuestran las emociones. Sólo estoy buscando que me hagas un plano de lo que sentiste aquella noche. Sólo quiero decirte que lo siento, que ojalá hubiera sido menos orgullosa como para haberte dicho que te necesitaba. Que fue lo mejor que me había pasado. Que cambiaste mi eje. Que me enseñaste toda una nueva teoría de cómo puede ser la lujuria.
Abro los ojos. Él me está mirando. No sé descifrarle. Me río, porque es tan inútil este discurso.
-Da igual, solo tengo un día especialmente delicado. Vamos, anda.
Aprieta mi brazo. Trago. No le miro. Debería haberlo hecho en viernes.
Le miro de reojo. Hace unas semanas me hubiera reído, por tapar el silencio, yo qué sé, y luego habría dicho algo estúpido "Ya te digo" "Desde luego" "Lo tuyo es grande." Me digo que ahora ya no digo esas cosas, que puedo mantener el silencio, pero es mentira. Sí, es mentira porque me sigue poniendo nerviosa, puedo repetir muchos sinónimos: que me altera, que me excita, que me hace enrojecer, y la verdad seguirá siendo la misma. La verdad de que sus ojos son tan tranquilos que una mierda me tranquilizan si no que me cosquillean en las comisuras de la boca y me fuerzan a no sonreír, porque Dios, chispean, y me hacen enmudecer o humedecer, para el caso es lo mismo, no respires, no pongas puntos, de esto se trata este discurso de soltarlo todo sin respirar para que el oxígeno no llegue al cerebro y utilice la conciencia en mi contra punto te digo que no es normal a estas alturas de mi vida que tenga una lista de adeptos al fracaso amoroso pero que ya estoy harta de numerarles, de encontrarles hueco en mis costillas y acariciarles en silencio porque sólo me dan silencio, ninguno grita, ninguno se declara y para qué hacerlo yo punto lo que no es normal es que yo me enamore tanto y me defino como enamoradiza pero no es así, sólo tengo la buena o mala suerte, depende de la perspectiva, de encontrarme a mitades que tienen los vacíos que rellenan mis huecos, como si fuéramos un puzzle, ay, David, Goliat cuántos sueños habéis poblado. Ya era hora de poner un punto.
-¿Cuándo te vas?-Pregunto. No le miro, seguimos andando, sin prisa, pero con un destino fijo.
-¿Cómo?
Le ha salido esa voz que pone cuando acaba de escaparse de sus pensamientos.
-Sí, que cuándo te vas a casa de
-El martes-Me interrumpe.
-Ya.-Toso.- ¿Y?
Esta vez me mira. Siento sus ojos así que le busco con los míos.
Se encoge de hombros. Suspiro. A veces los hombres son inútiles. No saben leer entre líneas.
-¿Puedo soltar una cosa?
No sé porqué lo he dicho. Los dos nos tensamos. Es la primera vez que estamos en un situación así. Ya sabes, esa situación que no controlas, donde la otra persona te puede salir por cualquier lado pero seguro que no es algo bueno, seguro que es algo serio porque si fuera algo banal no haría falta la pregunta. Así que como la tensión está en el aire paro de caminar y me meto las manos en los bolsillos. Él sigue andando pero se gira al cabo de dos pasos.
-Llevo guardándome esto mucho tiempo ¿sabes? porque intento cambiar un poco o no o sólo volver a la chica que era antes. Y llevo mil años leyendo entre líneas y estoy harta, nunca se me dio bien, y ni mil ni dos mil años me van a hacer entender que aquello que se lee de pasada nunca se va a entender, por muy moderno y casual que suene ahora. Ah sí, una mujer moderna, estamos en la misma línea, no hace falta hablar, bueno pues ahora te digo que sí, que qué pinta ahora, pues yo qué sé.
Me callo. Porque en el fondo aún sigo sin saber si quiero decirlo o no. Tal vez solo tengo miedo de sonar estúpida, muy romántica, ilusionada, pesada.
-Ya me estás mirando así. Hoy lo tengo que soltar todo ¿vale? Soy una fuente, vale, no más dobles sentidos, ¡no me pongas esa cara! Busco ser sincera pero por el ángel no me lo hagas tan difícil. Sólo quiero ser yo, pero me hizo tanto daño. Me rompió en dos.
Cierro los ojos. Y con el recuerdo de otro todo se hace tan irrisible. Qué más da lo de ahora si ya tengo un para siempre, las palabras no tan sinceras que le pueda decir a este chico no son nada comparado con la que fui con otro. Y sé que no voy a ser sincera, que me escudaré en frases de cortesía, en expresiones laberínticas.
-Ni siquiera quiero hablar del tema. He leído lo suficiente como para saber qué es lo que pasa. La que está hablando hoy es la mujer insegura que quiere comerse el mundo y la aseguran que las acciones no siempre demuestran las emociones. Sólo estoy buscando que me hagas un plano de lo que sentiste aquella noche. Sólo quiero decirte que lo siento, que ojalá hubiera sido menos orgullosa como para haberte dicho que te necesitaba. Que fue lo mejor que me había pasado. Que cambiaste mi eje. Que me enseñaste toda una nueva teoría de cómo puede ser la lujuria.
Abro los ojos. Él me está mirando. No sé descifrarle. Me río, porque es tan inútil este discurso.
-Da igual, solo tengo un día especialmente delicado. Vamos, anda.
Aprieta mi brazo. Trago. No le miro. Debería haberlo hecho en viernes.
lunes, 11 de septiembre de 2017
Volver, segunda conjugación.
Hola Malvina:
He vuelto a ser poesía. Entiéndase ser poesía como la forma que adopta el sujeto cuando no sabe ser realidad y recurre a la metáfora, cuando soltar una frase descriptiva deja mucho de una misma y decide embellecer aquello que aún no tiene ni nombre. He vuelto a caminar por las vías del tren de puntillas, descalza, fingiendo que la caída no supone un fracaso sino la recuperación de la gravedad. He vuelto a decirle a David que de nuevo me acuerdo de él, al acariciar el miedo que un día vi en sus ojos, en el reflejo de los míos. He vuelto a estar sola y a esperar que la ambición deje de luchar y se canse, que se agote, que lentamente se resigne: no sirve de nada desear, niña, si todo lo que deseas bien de sobra sabes que es imposible. He vuelto a tener miedo de lo que un día desdeñé: al vacío del cuerpo físico, qué memoria ni que nada, yo quiero verte, mirarte, tenerte, recordarte no te vive, que no te resucito solo te atraganto. He vuelto a juntar las esquinas de la manta que arropa mis pies, me digo que septiembre siempre fue injusto pero qué mentira tan grande, septiembre no fue injusto, me fue desleal, sólo a mí. He vuelto a acortar las frases y repetirlas hasta que la anáfora se haga tan aburrida que ya no me quede nada que decir salvo un: otra carta más para esta mujer de mi vida.
He vuelto a ser la que era, cómoda en mi piel, cómoda en la vida, cómoda en la muerte. He vuelto a vivir lo que no significa vivir y a experimentar el primer puñado de arena que cae en el baúl de los recuerdos. He vuelto a estar triste a solas y ser irónica en público. He vuelto a lo que no era pero deseaba y soltar verdades aún y cuando me callo las que menos deseo saber y más daño me hacen. He vuelto, porque uno siempre puede volver, aunque sea cerrando los ojos y echando a volar la imaginación. He vuelto como quien vuelve al lugar de los hechos, cerrando heridas, acariciando piedra. He vuelto, cariño.
Tengo esta imagen grabada en la mente: la de un abrazo frente a una losa de cuatro nombres y un hueco de cinco ataúdes. La de un niño llorando con la mano pegada a la frente, y la mirada al suelo, borrosa, húmeda, pasada por agua. Y una mujer, con gafas de sol, llorando porque otro llora, abrazando con tanta fuerza que una no sabe qué tristeza es más grande, la del amado, la del amante, la del que es consolado o la que consuela, pero sobretodo, la del que permite ser consolado o la del que grita de dicha por ese permiso.
Hoy, Malvina, sé cómo te bajaron con cuerdas tu ataúd, el sonido de la tierra cuando golpea la madera, y el intento vano de fingir que ahí abajo no hay un cuerpo, porque ya jamás volverás a vivirle.
He vuelto a ser poesía. Entiéndase ser poesía como la forma que adopta el sujeto cuando no sabe ser realidad y recurre a la metáfora, cuando soltar una frase descriptiva deja mucho de una misma y decide embellecer aquello que aún no tiene ni nombre. He vuelto a caminar por las vías del tren de puntillas, descalza, fingiendo que la caída no supone un fracaso sino la recuperación de la gravedad. He vuelto a decirle a David que de nuevo me acuerdo de él, al acariciar el miedo que un día vi en sus ojos, en el reflejo de los míos. He vuelto a estar sola y a esperar que la ambición deje de luchar y se canse, que se agote, que lentamente se resigne: no sirve de nada desear, niña, si todo lo que deseas bien de sobra sabes que es imposible. He vuelto a tener miedo de lo que un día desdeñé: al vacío del cuerpo físico, qué memoria ni que nada, yo quiero verte, mirarte, tenerte, recordarte no te vive, que no te resucito solo te atraganto. He vuelto a juntar las esquinas de la manta que arropa mis pies, me digo que septiembre siempre fue injusto pero qué mentira tan grande, septiembre no fue injusto, me fue desleal, sólo a mí. He vuelto a acortar las frases y repetirlas hasta que la anáfora se haga tan aburrida que ya no me quede nada que decir salvo un: otra carta más para esta mujer de mi vida.
He vuelto a ser la que era, cómoda en mi piel, cómoda en la vida, cómoda en la muerte. He vuelto a vivir lo que no significa vivir y a experimentar el primer puñado de arena que cae en el baúl de los recuerdos. He vuelto a estar triste a solas y ser irónica en público. He vuelto a lo que no era pero deseaba y soltar verdades aún y cuando me callo las que menos deseo saber y más daño me hacen. He vuelto, porque uno siempre puede volver, aunque sea cerrando los ojos y echando a volar la imaginación. He vuelto como quien vuelve al lugar de los hechos, cerrando heridas, acariciando piedra. He vuelto, cariño.
Tengo esta imagen grabada en la mente: la de un abrazo frente a una losa de cuatro nombres y un hueco de cinco ataúdes. La de un niño llorando con la mano pegada a la frente, y la mirada al suelo, borrosa, húmeda, pasada por agua. Y una mujer, con gafas de sol, llorando porque otro llora, abrazando con tanta fuerza que una no sabe qué tristeza es más grande, la del amado, la del amante, la del que es consolado o la que consuela, pero sobretodo, la del que permite ser consolado o la del que grita de dicha por ese permiso.
Hoy, Malvina, sé cómo te bajaron con cuerdas tu ataúd, el sonido de la tierra cuando golpea la madera, y el intento vano de fingir que ahí abajo no hay un cuerpo, porque ya jamás volverás a vivirle.
sábado, 19 de agosto de 2017
Miedo.
Hola Malvina:
Mañana hará un año. Todo lo que es digno de mención en mi vida ha pasado, en ese impermeable cambio de día, un día que nace de noche, que yo ya me he hartado de llamar madrugada, pero que en verdad no tiene porqué nombrarse pues aquello que pasa en la ambivalencia no merece ser fechado. Así que pretendo que a veces pasa un 19 y otras un 20, que pasó el día de San Esteban o el de antes de Los inocentes, que fue el 25 o el día de Santa Ana. Y otras veces el destino ya me dice qué día tiene que ser, porque hace de un numero una fecha que resulta ser una coincidencia, esto último y no casualidad porque ellas no existen.
Hoy, hoy hace un año de la entrada de mi cuerpo en una recesión que se vio súbitamente interrumpida por la llegada de un ente literario que supo desmentirme todo lo que mi mente se había obligado a creer. Hoy escribo a metáforas porque las palabras sinceras son muy reales, y de lo real se pasa a lo brusco, a lo harto, a lo difícil que es entender el dolor de un cuerpo expropiado. Hoy, en este término que se llama madrugada, que no sé si es hoy o mañana, en la noche, empezó un retraimiento de la lujuria en pos de la ternura, y de la ternura que implica la lujuria de un hombre tierno. Hoy, Jorge, te convertiste en Jorge. Lo de antes, la de antes, se quedó en un balcón con la única presencia de una luna marinera que no hacía más que recordarme la inferioridad de mi ser. Ojalá pudiera ser mas poética. Ojalá pudiera decirte todo lo que me pasó aquella noche. Ojalá el nombre de Petrarca hubiera sido más trágico, ojalá me hubiera abrazado un poco más, callado más, preguntado más, o menos. Ojalá simplemente no hubiera estado tan confundida con mi propio cuerpo, ojalá hubiera estado más segura de lo que hay que hacer. Jamás me sentí tan sola, escúchame, no lo hagas, quiero que me entiendas, que oigas estos gritos silenciosos, porque ya no sé cómo decirte que me perdí, que un 14 de noviembre no se compara a lo que viví el año pasado. Dime, David, ya que tú eres el único que lo sabe, si las cosas podían haber sido diferentes, si la vida me hubiera dado a elegir, si no le hubiera contado esta soledad a la confianza en vez de a ti, tú que tan poco me diste.
Se me ha venido a la memoria aquella vez en la que fui contigo y con Violet a tu antiguo instituto. Te sigo echando menos, aunque cada vez menos. También se me ha pasado por la memoria aquel libro que leía una y otra vez de pequeña, ese en el que salía un leñador con barba en la portada, en un fondo azul marino con dos o tres cipreses al fondo. Siempre se me olvida el nombre. Recuerdo también aquel libro de los hermanos Grimm que dejé en la librería de la plaza del dos de mayo, donde pienso llevar al que aún no tiene nombre, no, Germán. Es un bonito nombre. Se me acaba de ocurrir. Le pega. Se me pasa por la memoria también el anciano de la calle Dr. Roux, el que me dijo que el cementerio sí que estaba abierto, solo que había que abrir el portón negro. Cualquier cosa me vale para no pensar en aquella noche.
Ya no sirve la rabia. Ya no sé qué quiero. Ya no sé si me perdí, si perdí la lujuria o es que nunca la sentí realmente, si he sido siempre así de puritana o es algo que he conseguido con el precio de recordar. Siempre me pregunté por las primeras veces, no me gusta ir de nuevas por la vida, tengo curiosidad en mi imaginación hasta que se lleva al plano real, entonces me escondo y no soy capaz de sacar ni las antenas. Pero siempre me dije que era fuerte, que nada, o casi nada podía romperme. Hasta que me rompí. No sabía que podía ser tan sensible, patética, triste, melancólica. Nunca pedí ayuda. Siempre la necesité pero la hice tan imposible que acabé por desdeñar cualquier rostro de socorro. Me habéis convertido en esto. Vosotros los hombres me habéis convertido en un ser ninfómano que intenta tapar con tiritas una hemorragia interna. Dime qué debí hacer. Dime si al principio no ayudó como el mejor de los jarabes, dime si no me sentí al control, dime si no dije que podía ser lo que quisiera. Entonces llegó hoy. Y toda aquella lujuria, los líos de una noche, los encuentros casuales en bares, los chicos sin nombre pasaron a ser tan fríos. Y me vi como ellos me veían, una mujer a su merced. No, no me había recuperado a mí misma, sólo me había hundido más en el hoyo.
Hoy no soy literatura. Hoy solo soy una mujer. Una mujer que ha temido, una mujer que siente un miedo que a veces no es capaz de controlar. Hoy solo soy una mujer que recuerda y saber perdonarse, que siente, que padece de la peor enfermedad: la de no encontrar su lugar. Hoy, hoy hace un año que sentí tanto asco, que por primera vez entendí que los cuerpo siguen siendo cuerpos, y que el intercambios entre ellos se hace innecesario si no hay de por medio ternura. Hoy solo soy una mujer que grita en su pequeño cuarto que ha sentido miedo. Miedo. Miedo a la lujuria, miedo al amor, miedo a los hombres, miedo a sus genitales, miedo a su posesión, miedo a compartir, miedo al frío. No, no fue el propio sexo lo que me paralizó, si no el absoluto abandono de después. Me dicen que tengo que perdonar, que hizo las cosas como pudo, que debí decirle que se quedara. Fue un idiota. Uno puede ser idiota y no ser del todo mala persona. Pero fue un idiota en el peor momento. No supe que iba a necesitar ternura hasta que lo necesité. Un beso más apasionado. Una caricia. Un abrazo y un guiño. No la absoluta soledad. No puedes dejar a una mujer a merced de la noche después de haberla follado. No si es la primera vez. No si desconoces el miedo que sintió alguna vez, no si tratas a una virgen como una mujer madura. Aún me sigo reprochando el quejarme, el exigir un gesto más tierno. Venga, mujer, todas hemos tenido primeras veces horribles, la tuya es estupenda comparada con la mía, venga, puedes tener sexo sin amor, hay que saber diferenciar, tienes que ponerte en situación, el tío no se espera que tú le pidas una caricia. Y ahora digo que me quejo. Que gran parte de mi tristeza fue descubrir que los amantes pueden ser igual de fríos que los hombres de los callejones. Que los chicos con los que paseas por el parque pueden ser igual de asquerosos que los recuerdos más horribles. Lloré por muchas cosas aquella noche. Ahora sé que en parte buscaba atención. Sí, buscaba que me abrazara sin más y me dijera que lo de anoche había sido genial o un desastre pero que se alegraba en el fondo de haber tenido un rollo conmigo. Aunque volviera con su novia. Aunque me dejara embarazada y tuviera que hacer todo lo que una vez me juré no hacer. También sé que lloré porque recordé lo que es el asco. El miedo. Yo pensaba que iba a ser diferente. Fui una Madame Bovary. Pensé que iba a ser frenético, bonito, divertido. Y resultó llenarme de frustración, de asco y de miedo. Me hizo recordar no vivencias nuevas que ya sabía, si no sentimientos que había enterrado en pos de mi bienestar. Hombres en jardines condenados a verse a través de mis ojos todos los días por el resto de mi vida hasta que me mude de Madrid. Al principio cerraba los ojos al pasar por el lugar, ahora ya sólo desvío la mirada y me fijo en la higuera que crece torcida. Me digo que algún día crecerá tanto que tendrán que cortarla porque impide el paso de coches en la carretera. También me suelo preguntar porque tengo tanto miedo de la noche si ocurrió de día. Pero ahora sé que los recuerdos siempre vuelven de noche cuando la luz de los ojos ya no alcanza para ver la realidad. Ahora sé, también, que jamás volveré a contar que sentí una vez un miedo terrible, porque se curará cuando sienta una ternura que se la compare en magnitud. Sé que no iba a conseguir olvidar nada a través de líos de una noche. Ahora sé que las historias siempre se repiten pero que la segunda vez no nos pilla tan desprevenida. De todas maneras me quejo, yo no sé quién ha escrito la suerte de mi vida pero a ese ser le digo: deja de encadenarme a hombres que me convierten en la otra, que me llenan de silencio. Estoy harta de David y Goliat, y parece que Yavhé quiere encontrar su lugar, aunque no sé si fiarme de un ente espiritual, al menos los otros dos eran de carne y hueso.
Hoy, hoy que recuerdos ajenos me han hecho revivir esta la mía desgracia, digo que quiero quejarme. Que merezco quejarme y que algún día gritaré que las cosas nunca estuvieron bien. Que el miedo a veces viene de la soledad y no del hecho en sí. Que la vida se merece algo más de mí. Que me siento tan sola, cariño, tan sola, que me pregunto si alguna vez dejaré de sentirme así. Que duele como si me hubieran arrancado lo más querido, y lo hicieron, oh sí. Que desde entonces ya no soy la misma. Que nunca supe ser yo. Que ya no escribo porque para escribir vanas esperanzas si nunca se harán realidad. Que solo soy un trozo sensible de alma que ya no sabe ser sincera. Que sintió miedo y la han convertido en silencio.
Que yo creí que más de diez años eran suficientes para olvidar. Y con cuánta rapidez vuelvo a ser una niña.
Te quiero mucho, mi niño, mucho como la trucha al trucho.
Mañana hará un año. Todo lo que es digno de mención en mi vida ha pasado, en ese impermeable cambio de día, un día que nace de noche, que yo ya me he hartado de llamar madrugada, pero que en verdad no tiene porqué nombrarse pues aquello que pasa en la ambivalencia no merece ser fechado. Así que pretendo que a veces pasa un 19 y otras un 20, que pasó el día de San Esteban o el de antes de Los inocentes, que fue el 25 o el día de Santa Ana. Y otras veces el destino ya me dice qué día tiene que ser, porque hace de un numero una fecha que resulta ser una coincidencia, esto último y no casualidad porque ellas no existen.
Hoy, hoy hace un año de la entrada de mi cuerpo en una recesión que se vio súbitamente interrumpida por la llegada de un ente literario que supo desmentirme todo lo que mi mente se había obligado a creer. Hoy escribo a metáforas porque las palabras sinceras son muy reales, y de lo real se pasa a lo brusco, a lo harto, a lo difícil que es entender el dolor de un cuerpo expropiado. Hoy, en este término que se llama madrugada, que no sé si es hoy o mañana, en la noche, empezó un retraimiento de la lujuria en pos de la ternura, y de la ternura que implica la lujuria de un hombre tierno. Hoy, Jorge, te convertiste en Jorge. Lo de antes, la de antes, se quedó en un balcón con la única presencia de una luna marinera que no hacía más que recordarme la inferioridad de mi ser. Ojalá pudiera ser mas poética. Ojalá pudiera decirte todo lo que me pasó aquella noche. Ojalá el nombre de Petrarca hubiera sido más trágico, ojalá me hubiera abrazado un poco más, callado más, preguntado más, o menos. Ojalá simplemente no hubiera estado tan confundida con mi propio cuerpo, ojalá hubiera estado más segura de lo que hay que hacer. Jamás me sentí tan sola, escúchame, no lo hagas, quiero que me entiendas, que oigas estos gritos silenciosos, porque ya no sé cómo decirte que me perdí, que un 14 de noviembre no se compara a lo que viví el año pasado. Dime, David, ya que tú eres el único que lo sabe, si las cosas podían haber sido diferentes, si la vida me hubiera dado a elegir, si no le hubiera contado esta soledad a la confianza en vez de a ti, tú que tan poco me diste.
Se me ha venido a la memoria aquella vez en la que fui contigo y con Violet a tu antiguo instituto. Te sigo echando menos, aunque cada vez menos. También se me ha pasado por la memoria aquel libro que leía una y otra vez de pequeña, ese en el que salía un leñador con barba en la portada, en un fondo azul marino con dos o tres cipreses al fondo. Siempre se me olvida el nombre. Recuerdo también aquel libro de los hermanos Grimm que dejé en la librería de la plaza del dos de mayo, donde pienso llevar al que aún no tiene nombre, no, Germán. Es un bonito nombre. Se me acaba de ocurrir. Le pega. Se me pasa por la memoria también el anciano de la calle Dr. Roux, el que me dijo que el cementerio sí que estaba abierto, solo que había que abrir el portón negro. Cualquier cosa me vale para no pensar en aquella noche.
Ya no sirve la rabia. Ya no sé qué quiero. Ya no sé si me perdí, si perdí la lujuria o es que nunca la sentí realmente, si he sido siempre así de puritana o es algo que he conseguido con el precio de recordar. Siempre me pregunté por las primeras veces, no me gusta ir de nuevas por la vida, tengo curiosidad en mi imaginación hasta que se lleva al plano real, entonces me escondo y no soy capaz de sacar ni las antenas. Pero siempre me dije que era fuerte, que nada, o casi nada podía romperme. Hasta que me rompí. No sabía que podía ser tan sensible, patética, triste, melancólica. Nunca pedí ayuda. Siempre la necesité pero la hice tan imposible que acabé por desdeñar cualquier rostro de socorro. Me habéis convertido en esto. Vosotros los hombres me habéis convertido en un ser ninfómano que intenta tapar con tiritas una hemorragia interna. Dime qué debí hacer. Dime si al principio no ayudó como el mejor de los jarabes, dime si no me sentí al control, dime si no dije que podía ser lo que quisiera. Entonces llegó hoy. Y toda aquella lujuria, los líos de una noche, los encuentros casuales en bares, los chicos sin nombre pasaron a ser tan fríos. Y me vi como ellos me veían, una mujer a su merced. No, no me había recuperado a mí misma, sólo me había hundido más en el hoyo.
Hoy no soy literatura. Hoy solo soy una mujer. Una mujer que ha temido, una mujer que siente un miedo que a veces no es capaz de controlar. Hoy solo soy una mujer que recuerda y saber perdonarse, que siente, que padece de la peor enfermedad: la de no encontrar su lugar. Hoy, hoy hace un año que sentí tanto asco, que por primera vez entendí que los cuerpo siguen siendo cuerpos, y que el intercambios entre ellos se hace innecesario si no hay de por medio ternura. Hoy solo soy una mujer que grita en su pequeño cuarto que ha sentido miedo. Miedo. Miedo a la lujuria, miedo al amor, miedo a los hombres, miedo a sus genitales, miedo a su posesión, miedo a compartir, miedo al frío. No, no fue el propio sexo lo que me paralizó, si no el absoluto abandono de después. Me dicen que tengo que perdonar, que hizo las cosas como pudo, que debí decirle que se quedara. Fue un idiota. Uno puede ser idiota y no ser del todo mala persona. Pero fue un idiota en el peor momento. No supe que iba a necesitar ternura hasta que lo necesité. Un beso más apasionado. Una caricia. Un abrazo y un guiño. No la absoluta soledad. No puedes dejar a una mujer a merced de la noche después de haberla follado. No si es la primera vez. No si desconoces el miedo que sintió alguna vez, no si tratas a una virgen como una mujer madura. Aún me sigo reprochando el quejarme, el exigir un gesto más tierno. Venga, mujer, todas hemos tenido primeras veces horribles, la tuya es estupenda comparada con la mía, venga, puedes tener sexo sin amor, hay que saber diferenciar, tienes que ponerte en situación, el tío no se espera que tú le pidas una caricia. Y ahora digo que me quejo. Que gran parte de mi tristeza fue descubrir que los amantes pueden ser igual de fríos que los hombres de los callejones. Que los chicos con los que paseas por el parque pueden ser igual de asquerosos que los recuerdos más horribles. Lloré por muchas cosas aquella noche. Ahora sé que en parte buscaba atención. Sí, buscaba que me abrazara sin más y me dijera que lo de anoche había sido genial o un desastre pero que se alegraba en el fondo de haber tenido un rollo conmigo. Aunque volviera con su novia. Aunque me dejara embarazada y tuviera que hacer todo lo que una vez me juré no hacer. También sé que lloré porque recordé lo que es el asco. El miedo. Yo pensaba que iba a ser diferente. Fui una Madame Bovary. Pensé que iba a ser frenético, bonito, divertido. Y resultó llenarme de frustración, de asco y de miedo. Me hizo recordar no vivencias nuevas que ya sabía, si no sentimientos que había enterrado en pos de mi bienestar. Hombres en jardines condenados a verse a través de mis ojos todos los días por el resto de mi vida hasta que me mude de Madrid. Al principio cerraba los ojos al pasar por el lugar, ahora ya sólo desvío la mirada y me fijo en la higuera que crece torcida. Me digo que algún día crecerá tanto que tendrán que cortarla porque impide el paso de coches en la carretera. También me suelo preguntar porque tengo tanto miedo de la noche si ocurrió de día. Pero ahora sé que los recuerdos siempre vuelven de noche cuando la luz de los ojos ya no alcanza para ver la realidad. Ahora sé, también, que jamás volveré a contar que sentí una vez un miedo terrible, porque se curará cuando sienta una ternura que se la compare en magnitud. Sé que no iba a conseguir olvidar nada a través de líos de una noche. Ahora sé que las historias siempre se repiten pero que la segunda vez no nos pilla tan desprevenida. De todas maneras me quejo, yo no sé quién ha escrito la suerte de mi vida pero a ese ser le digo: deja de encadenarme a hombres que me convierten en la otra, que me llenan de silencio. Estoy harta de David y Goliat, y parece que Yavhé quiere encontrar su lugar, aunque no sé si fiarme de un ente espiritual, al menos los otros dos eran de carne y hueso.
Hoy, hoy que recuerdos ajenos me han hecho revivir esta la mía desgracia, digo que quiero quejarme. Que merezco quejarme y que algún día gritaré que las cosas nunca estuvieron bien. Que el miedo a veces viene de la soledad y no del hecho en sí. Que la vida se merece algo más de mí. Que me siento tan sola, cariño, tan sola, que me pregunto si alguna vez dejaré de sentirme así. Que duele como si me hubieran arrancado lo más querido, y lo hicieron, oh sí. Que desde entonces ya no soy la misma. Que nunca supe ser yo. Que ya no escribo porque para escribir vanas esperanzas si nunca se harán realidad. Que solo soy un trozo sensible de alma que ya no sabe ser sincera. Que sintió miedo y la han convertido en silencio.
Que yo creí que más de diez años eran suficientes para olvidar. Y con cuánta rapidez vuelvo a ser una niña.
Te quiero mucho, mi niño, mucho como la trucha al trucho.
jueves, 20 de julio de 2017
David e Goliat.
Hola:
Por primera vez no me dirijo a nadie. Ya no sé a quién hablar, o si lo sé, no quiero que éste lo sepa, quiero callarme, velarme, que no se note quién es Goliat aunque ya sea un secreto a voces, aunque se me note tanto en la mirada que es casi un pecado no pedir un milagro, sentirme pena, suspirar, y decir "Anda, anda, ya se pasará". Pues claro que pasará. El tiempo cubrirá de musgo este árbol mío, joven aún, frío, egoísta, y echará de sus ramás cualquier indicio de nido, se sumergirá en sí mismo: siempre fui un sauce, que llora pero no rompe a llorar si no que se le escapa, crece hacia abajo suavemente, y al final nadie sabe qué fue de su corazón. Y los años, aunque hoy se digan tan rápido, pasarán lentamente, pensando, rememorando, todo lo que pudo ser y no fue, lo ajeno que resultó la literatura esta vez, el miedo tan tonto a escribir algo más largo que este suspiro. Pasará, como todo lo que no pasa, y me dejaré caer un día junto a la tumba de Malvina, llena de remordimientos, y susurrando "Ya no siento lo mismo, ya no" Y pasará. No es un amor tan enraízado. Es solo el leve toque de la esperanza.
Me gustaría escribir poesía en un ensayo.
La biblia dice de David que es un pastor, último de los hijos de un pastor, hermano de hombres valientes que luchan contra los filisteos. Para aquí un momento: siempre quise empezar una narración con la frase "La biblia dice", y el siempre es sólo una exageración misma de la literatura, el siempre empezó cuando acepté que la teología es lo que invade la mente de los curiosos, cómo es posible cegarse ante la fe, creer en la levedad de la vida, en dejarse llevar. A mí también me entran ganas de ser hombre con tal de poder ser cura, con tal de repartir paz, con tal de enamorarme, sentir un arrebato moral, y dejar los hábitos. Qué mala influencia son Mario y Valera. Ah qué bien despistas. Entonces, David, al principio, es sólo un pastor, con una inteligencia que parte de la observación, casi de lo innato, y que es valiente en la medida que sabe que va a triunfar. No es un héroe, es sólo listo. Llega entonces el personaje de Goliat. Goliat es un gigante que lucha con los filisteos, cuando aún se creeían en gigantes, cuando lo pagano convivía con la gloria de la verdad de Dios. Goliat es una creación a medida de las necesidades de David. ¿Existió alguna vez un rey llamado David? ¿Mató a un gigante? Desde luego la realización de la ofrenda se parece inreíblemente a la de los antiguos griegos en La Iliada. Una lucha de los dos mejores, y quien gane, hace innecesaria la guerra, la derrota y la muerte, convirtiéndose en deudor de vidas y de fuente de agradecimiento y heroísmo eterno. David se presenta como la última oportunidad, y aunque se rien de él Saúl sabe ver en él la hilaridad de su expresión oral. Juega con las palabras como dirige a sus ovejas, con bastón, firmeza y algo de encanto. David no es ningún guerrero, aunque bien conozca el arte de guerrear, él prefiere hablar, ceder, atormentar, castigar con esa lengua viperina, ay esa lengua es la que lleva a la gloria, la que provoca la envidia de Saúl, pero la que le salva de heridas lacerantes y frustraciones ajenas. Saúl le permite, no está siendo condescendiente, hay una esperanza que cae a goterones por el cuerpo de David, y el rey sabe olerlo. De Goliat no se sabe mucho. Goliat no es nadie. Es un instrumento, bien literario, bien biográfico, para el fin de David. Goliat tiene nombre porque la leyenda la de "David y el gigante Goliat" se extenderá más allá de los muros de Israel. No mató a un gigante, si no al gigante de los filisteos, de ahí la necesidad de su nombre. Si no, si fuera un gigante cualquiera, el nombre sería innecesario. Es lo opuesto a la bondad. Y sin embargo David nunca fue bueno. David fue, a lo largo de toda su vida, un lobo con piel de cordero, desatando furia y encanto allí dónde acampaba, siendo el más listo y a la vez el más ingenuo, engañando así, hasta acabar solo pero en la gloria del recuerdo. Conocí una vez a un hombre igual, no creí que existieran, y es verdad, no existen, mi David es una copia de la imaginación de otros hombres. David no es nadie sin la leyenda, sin la tragedia, el teatro, la labia, el encanto, la sutileza, el engaño, serpiente, dime ahora porqué no me tatué una serpiente con los colmillos sangrantes, ay mi sangre, me has envenenado y sólo tú tienes la medicina. Mi Goliat es un proyecto. Es el reflejo de la gloria de otro hombre. David y Goliat existen en mi imaginación en la medida en la que hubo antes un David, y un Goliat que quisiera enfrentarlo. David siempre me dijo que hay que preguntar sobre las dos versiones. No se sabe la versión de Goliat, y escúchame bien: por eso mantengo la esperanza. O no, o es que estoy ciega. El destino ya me ha dicho que David siempre triunfará sobre Goliat, que no hallarán cabeza y cuerpo juntos, que su destino es morir bajo la mano de David. Los dos lo sabemos. Ya has matado a Goliat porque su recuerdo no me hará sufrir tanto como el tuyo. Pero ¿Y si el destino me está diciendo que aún no está escrito? Dímelo tú, Goliat, dame curiosidad.
¿Debo deshacerme de la suerte de Goliat, ya que siempre morirá por culpa de David? ¿Debe la existencia de David, aplacar mi esperanza sobre Goliat? ¿Existiría esta fragilidad por Goliat sin haber conocido la gloria de David? ¿Qué hacer, tirar la toalla o escribir mi destino?
Dímelo tú Goliat, deja de jugar a ser Granchester.
Por primera vez no me dirijo a nadie. Ya no sé a quién hablar, o si lo sé, no quiero que éste lo sepa, quiero callarme, velarme, que no se note quién es Goliat aunque ya sea un secreto a voces, aunque se me note tanto en la mirada que es casi un pecado no pedir un milagro, sentirme pena, suspirar, y decir "Anda, anda, ya se pasará". Pues claro que pasará. El tiempo cubrirá de musgo este árbol mío, joven aún, frío, egoísta, y echará de sus ramás cualquier indicio de nido, se sumergirá en sí mismo: siempre fui un sauce, que llora pero no rompe a llorar si no que se le escapa, crece hacia abajo suavemente, y al final nadie sabe qué fue de su corazón. Y los años, aunque hoy se digan tan rápido, pasarán lentamente, pensando, rememorando, todo lo que pudo ser y no fue, lo ajeno que resultó la literatura esta vez, el miedo tan tonto a escribir algo más largo que este suspiro. Pasará, como todo lo que no pasa, y me dejaré caer un día junto a la tumba de Malvina, llena de remordimientos, y susurrando "Ya no siento lo mismo, ya no" Y pasará. No es un amor tan enraízado. Es solo el leve toque de la esperanza.
Me gustaría escribir poesía en un ensayo.
La biblia dice de David que es un pastor, último de los hijos de un pastor, hermano de hombres valientes que luchan contra los filisteos. Para aquí un momento: siempre quise empezar una narración con la frase "La biblia dice", y el siempre es sólo una exageración misma de la literatura, el siempre empezó cuando acepté que la teología es lo que invade la mente de los curiosos, cómo es posible cegarse ante la fe, creer en la levedad de la vida, en dejarse llevar. A mí también me entran ganas de ser hombre con tal de poder ser cura, con tal de repartir paz, con tal de enamorarme, sentir un arrebato moral, y dejar los hábitos. Qué mala influencia son Mario y Valera. Ah qué bien despistas. Entonces, David, al principio, es sólo un pastor, con una inteligencia que parte de la observación, casi de lo innato, y que es valiente en la medida que sabe que va a triunfar. No es un héroe, es sólo listo. Llega entonces el personaje de Goliat. Goliat es un gigante que lucha con los filisteos, cuando aún se creeían en gigantes, cuando lo pagano convivía con la gloria de la verdad de Dios. Goliat es una creación a medida de las necesidades de David. ¿Existió alguna vez un rey llamado David? ¿Mató a un gigante? Desde luego la realización de la ofrenda se parece inreíblemente a la de los antiguos griegos en La Iliada. Una lucha de los dos mejores, y quien gane, hace innecesaria la guerra, la derrota y la muerte, convirtiéndose en deudor de vidas y de fuente de agradecimiento y heroísmo eterno. David se presenta como la última oportunidad, y aunque se rien de él Saúl sabe ver en él la hilaridad de su expresión oral. Juega con las palabras como dirige a sus ovejas, con bastón, firmeza y algo de encanto. David no es ningún guerrero, aunque bien conozca el arte de guerrear, él prefiere hablar, ceder, atormentar, castigar con esa lengua viperina, ay esa lengua es la que lleva a la gloria, la que provoca la envidia de Saúl, pero la que le salva de heridas lacerantes y frustraciones ajenas. Saúl le permite, no está siendo condescendiente, hay una esperanza que cae a goterones por el cuerpo de David, y el rey sabe olerlo. De Goliat no se sabe mucho. Goliat no es nadie. Es un instrumento, bien literario, bien biográfico, para el fin de David. Goliat tiene nombre porque la leyenda la de "David y el gigante Goliat" se extenderá más allá de los muros de Israel. No mató a un gigante, si no al gigante de los filisteos, de ahí la necesidad de su nombre. Si no, si fuera un gigante cualquiera, el nombre sería innecesario. Es lo opuesto a la bondad. Y sin embargo David nunca fue bueno. David fue, a lo largo de toda su vida, un lobo con piel de cordero, desatando furia y encanto allí dónde acampaba, siendo el más listo y a la vez el más ingenuo, engañando así, hasta acabar solo pero en la gloria del recuerdo. Conocí una vez a un hombre igual, no creí que existieran, y es verdad, no existen, mi David es una copia de la imaginación de otros hombres. David no es nadie sin la leyenda, sin la tragedia, el teatro, la labia, el encanto, la sutileza, el engaño, serpiente, dime ahora porqué no me tatué una serpiente con los colmillos sangrantes, ay mi sangre, me has envenenado y sólo tú tienes la medicina. Mi Goliat es un proyecto. Es el reflejo de la gloria de otro hombre. David y Goliat existen en mi imaginación en la medida en la que hubo antes un David, y un Goliat que quisiera enfrentarlo. David siempre me dijo que hay que preguntar sobre las dos versiones. No se sabe la versión de Goliat, y escúchame bien: por eso mantengo la esperanza. O no, o es que estoy ciega. El destino ya me ha dicho que David siempre triunfará sobre Goliat, que no hallarán cabeza y cuerpo juntos, que su destino es morir bajo la mano de David. Los dos lo sabemos. Ya has matado a Goliat porque su recuerdo no me hará sufrir tanto como el tuyo. Pero ¿Y si el destino me está diciendo que aún no está escrito? Dímelo tú, Goliat, dame curiosidad.
¿Debo deshacerme de la suerte de Goliat, ya que siempre morirá por culpa de David? ¿Debe la existencia de David, aplacar mi esperanza sobre Goliat? ¿Existiría esta fragilidad por Goliat sin haber conocido la gloria de David? ¿Qué hacer, tirar la toalla o escribir mi destino?
Dímelo tú Goliat, deja de jugar a ser Granchester.
domingo, 4 de junio de 2017
Infierno dantesco.
Hola Goliat:
No sé muy bien porqué te escribo. Ya no. No cuando la vida parece que me ha dado una tregua, cuando el destino me ha dado una palmadita en la espalda, y ale, apañátelas, nunca será tuyo, pero por una noche lo fue, recuérdala. Sí, eso he venido a contar. De aquí a un tiempo se me ha formado la idea en la cabeza de que tú y yo somos Dante y Beatriz. No porque compartamos la literatura, la ausencia de inspiración, o la falta de poética, si no porque tanto ellos como nosotros somos resultado de un encuentro casual, de un día, una noche, en un locus amoenus. Y si quieres pruebas, porque te oigo desde aquí, me pides pruebas, bien te las doy, mi prueba es la casualidad primera de Barcelona. La despedida de un David que no dejó hueco en cabeza por su pedrada, la liberación, y entonces aquélla última vez que le vi, en el exámen de latín, y salí disparada hacia la nada, hacia la calle, hacia una universidad que pensaba iba a ser la mía. Pues eso, Barcelona, en el castillo, gracias a la historia de Lluis Company, y salí a la luz sabiendo mi destino. Ah, yo no puedo ignorar este gusanillo, este anhelo de conocer la historia, ahora tal vez el destino me quiera decir que aquella decisión fue un error, pero donde elegí mal, donde elegí por David tendría que encontrarme a su Goliat. Debí haberlo sabido antes. Sí, debí haber antes que esta culpa, este anhelo, ausencia de tu presencia, me iba a traer una figura más grande, un gigante. Esta es mi primera prueba. Que, en cierto sentido, si David me llevó aquí, si el profesor de historia, si las ambiciones históricas de David no hubieran existido, tú y yo, Goliat, no hubiéramos sido Goliat y Medea. Mi segunda prueba, para confirmar que tú y yo somos los modernos Beatriz y Dante es que el destino también nos ha unido por las letras. El destino me dijo que nunca podría conocer a otra persona como David, y de repente aquí estás, como si fueras su opuesto pero siguiendo su línea. No hay dos perosnas más distintas en toda la faz de la tierra. Y sin embargo uno me recuerda al otro, porque las carencias de uno se presentan en el otro, y los éxitos del otro no se presentan en el uno. El destino me dice nunca nadie será como David, pero que tuve que valorarlo tal y como era y no aspirar a que fuera mejor, porque ¡mira! ya tienes a su Goliat y no te has enamorado de él. Lo que me unió a David, literalmente hablando, fue el deseo oculto de ser su editora, su confidente, su caja de secretos, y creí que había tocado aquella ansía con la punta de los dedos (porque recuerda David, que yo fui la primera chica a la que hablaste de tus libros). Me creí satisfecha al escribir "La belleza de los ojos castaños" pero, ay, que sinsentido fue aquel deseo. No, David, no valoraste mi opinión, fue un descuido tu revelación. Goliat, sin embargo, Goliat tiene un deje literato que llama al mío, como un lobo a la luna, y no soy la única que lo vio. A veces, cuando intento recordar cuándo empezó todo, recuerdo su mirada en el bar, mirándome como un pintor a su musa. Ha sido la única vez que me he sentido así en toda mi vida. Su mirada escurridiza pero atenta, me veías, me sabías, me admirabas, te sorprendí. Esta es mi segunda prueba. Resúmela tú. Mi tercera prueba es que al igual que Dante y Beatriz, somos cosa de un instante. Yo elaboré una poesía entera a partir de esa noche, para contarle a alguien este deseo insatisfecho, esta satisfacción, este cosa extraña y ridícula que me reduce a una exigencia, a un calor en el vientre, a un dolor en el pecho. Tenía que contarle a alguien que me encontraba más quemada que nunca, y no en un sentido rabioso, histérica, de color rojo, no, sino en ese estado de cenizas, estado ceniciento, que apenas se saborea, que apenas siente sus miembros. Somos cosa de una noche. Somos el reducto de las mejores cosas que pueden pasar y todas las peores que jamás se han pensado. Fui otra traición, ay, pero qué traición tan placentera. Beatriz nunca le preguntó a Dante si ella era Beatriz. Beatriz nunca supo que ella no era mujer en si misma, si no que era un reducto de ideas, de una Bea y una directriz, y que juntas no conformaron a Goliat si no que conformaron a David y Goliat. Voy saltando a trompicones.
Solo quiero decirte que quiero guardarme el último beso, para dártelo cuando me exijas decirte cuánta curiosidad siento.
(Pero este beso no existe, Peter Pan nunca quiso a Wendy por los besos que le dio, Peter Pan amó más a sus recuerdos)
No sé muy bien porqué te escribo. Ya no. No cuando la vida parece que me ha dado una tregua, cuando el destino me ha dado una palmadita en la espalda, y ale, apañátelas, nunca será tuyo, pero por una noche lo fue, recuérdala. Sí, eso he venido a contar. De aquí a un tiempo se me ha formado la idea en la cabeza de que tú y yo somos Dante y Beatriz. No porque compartamos la literatura, la ausencia de inspiración, o la falta de poética, si no porque tanto ellos como nosotros somos resultado de un encuentro casual, de un día, una noche, en un locus amoenus. Y si quieres pruebas, porque te oigo desde aquí, me pides pruebas, bien te las doy, mi prueba es la casualidad primera de Barcelona. La despedida de un David que no dejó hueco en cabeza por su pedrada, la liberación, y entonces aquélla última vez que le vi, en el exámen de latín, y salí disparada hacia la nada, hacia la calle, hacia una universidad que pensaba iba a ser la mía. Pues eso, Barcelona, en el castillo, gracias a la historia de Lluis Company, y salí a la luz sabiendo mi destino. Ah, yo no puedo ignorar este gusanillo, este anhelo de conocer la historia, ahora tal vez el destino me quiera decir que aquella decisión fue un error, pero donde elegí mal, donde elegí por David tendría que encontrarme a su Goliat. Debí haberlo sabido antes. Sí, debí haber antes que esta culpa, este anhelo, ausencia de tu presencia, me iba a traer una figura más grande, un gigante. Esta es mi primera prueba. Que, en cierto sentido, si David me llevó aquí, si el profesor de historia, si las ambiciones históricas de David no hubieran existido, tú y yo, Goliat, no hubiéramos sido Goliat y Medea. Mi segunda prueba, para confirmar que tú y yo somos los modernos Beatriz y Dante es que el destino también nos ha unido por las letras. El destino me dijo que nunca podría conocer a otra persona como David, y de repente aquí estás, como si fueras su opuesto pero siguiendo su línea. No hay dos perosnas más distintas en toda la faz de la tierra. Y sin embargo uno me recuerda al otro, porque las carencias de uno se presentan en el otro, y los éxitos del otro no se presentan en el uno. El destino me dice nunca nadie será como David, pero que tuve que valorarlo tal y como era y no aspirar a que fuera mejor, porque ¡mira! ya tienes a su Goliat y no te has enamorado de él. Lo que me unió a David, literalmente hablando, fue el deseo oculto de ser su editora, su confidente, su caja de secretos, y creí que había tocado aquella ansía con la punta de los dedos (porque recuerda David, que yo fui la primera chica a la que hablaste de tus libros). Me creí satisfecha al escribir "La belleza de los ojos castaños" pero, ay, que sinsentido fue aquel deseo. No, David, no valoraste mi opinión, fue un descuido tu revelación. Goliat, sin embargo, Goliat tiene un deje literato que llama al mío, como un lobo a la luna, y no soy la única que lo vio. A veces, cuando intento recordar cuándo empezó todo, recuerdo su mirada en el bar, mirándome como un pintor a su musa. Ha sido la única vez que me he sentido así en toda mi vida. Su mirada escurridiza pero atenta, me veías, me sabías, me admirabas, te sorprendí. Esta es mi segunda prueba. Resúmela tú. Mi tercera prueba es que al igual que Dante y Beatriz, somos cosa de un instante. Yo elaboré una poesía entera a partir de esa noche, para contarle a alguien este deseo insatisfecho, esta satisfacción, este cosa extraña y ridícula que me reduce a una exigencia, a un calor en el vientre, a un dolor en el pecho. Tenía que contarle a alguien que me encontraba más quemada que nunca, y no en un sentido rabioso, histérica, de color rojo, no, sino en ese estado de cenizas, estado ceniciento, que apenas se saborea, que apenas siente sus miembros. Somos cosa de una noche. Somos el reducto de las mejores cosas que pueden pasar y todas las peores que jamás se han pensado. Fui otra traición, ay, pero qué traición tan placentera. Beatriz nunca le preguntó a Dante si ella era Beatriz. Beatriz nunca supo que ella no era mujer en si misma, si no que era un reducto de ideas, de una Bea y una directriz, y que juntas no conformaron a Goliat si no que conformaron a David y Goliat. Voy saltando a trompicones.
Solo quiero decirte que quiero guardarme el último beso, para dártelo cuando me exijas decirte cuánta curiosidad siento.
(Pero este beso no existe, Peter Pan nunca quiso a Wendy por los besos que le dio, Peter Pan amó más a sus recuerdos)
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